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16 Abril 2024, Puebla, México.

En combate: Lombardo Toledano y la derrota histórica de la clase obrera mexicana

Historia |#54acd2 | 2018-04-15 00:00:00

En combate: Lombardo Toledano y la derrota histórica de la clase obrera mexicana

Sergio Mastretta

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En combate. La vida de Lombardo Toledano, (Random House, Debate, 2017) de Daniela Spenser.

Mundo Nuestro. Texto leído en la presentación en el edificio de la Aduana Vieja, del ICSYH de la BUAP el pasado 12 de abril.

El problema con la memoria es su arbitrariedad. Uno cree que escarba en un pasado dócil para el recuento de imágenes que esperan en un sendero que nunca ocultará la maleza del tiempo. Pero apenas se reconstruye el escenario y dibuja, por ejemplo, la calle de la infancia, se comprueba que los cuerpos que caminan por ella se mueven por su cuenta, perfilan rostros que no se buscan, patean la pelota en un juego en el que no se participa. Entonces el presente vuelve con ese intacto sentimiento de hastío, de gestos informes hechos bola arrojados al espejo de baño, ese cesto de lo que fuimos apenas hace un instante, ayer antes de afeitarte, siempre en el momento de cerrar los ojos al sueño.

Necesitamos entonces la memoria de los otros. Cuando es sistemática, cuando proviene de la investigación y del análisis, es historia. El paso del tiempo adquiere nombres y apellidos. Emociones  concretas, decisiones personales, consecuencias. Por ahí nos aproximamos a una explicación de los sucesos del mundo.

 

Las historias paralelas 1

 

Regicida, crónica de Sergio Masttretta, escrita en octubre de 1990 para el periódico Cambio en la ciudad de Puebla.

 

Escribí este párrafo hace más de veinticinco años para contar la historia trágica del teniente del ejército mexicano Antonio Lama Rojas, el magnicida fallido, autor del último atentado de muerte contra un presidente de la república, el lunes 10 de abril de 1944 en uno de los patios de Palacio Nacional. Manuel Ávila Camacho sobrevivió por la fortuna de un chaleco antibalas al plomazo de la 45 reglamentaria disparado a quemarropa al salir del elevador.

Un soldado cristero y un general anticomunista presidente, los dos extremos de un Estado construido a balazos y que encontró en la oratoria flamígera del político e intelectual marxista Vicente Lombardo Toledano los fundamentos para la construcción de la derrota histórica de la clase obrera mexicana.

--Qué traes tú conmigo? –dicen que le preguntó el presidente poblano a su paisano luego de que el teniente educado por los jesuitas en el colegio que tenían en la esquina del paseo Bravo con la 11 Sur se recuperara de un culatazo en la cabeza.

--En este país no hay libertad ni justicia –dicen que le contestó el artillero de Cristo y de la Patria, como se veía a sí mismo Antonio--, no nos dejan a los militares entrar uniformados a las iglesias.

Pero la memoria de los feligreses de la iglesia de la Compañía lo recuerda muchos domingos, a él, el teniente Lama Rojas, fornido, impecable en su uniforme de gala y las botas lustradas con algodón, con la firmeza de carácter marcada en la raya del pantalón, el rostro ovalado, adusto, los ojos de miope, el bigote espeso estrictamente recortado, los estragos de la calvicie prematura, la tez blanca, ruborizada ante la mirada femenina que admira la altivez del soldado y la arrogancia del oficial del Heroico Colegio Militar. Es el teniente y militante católico que desfila por el pasillo central del templo desde el fondo de las bancas percudidas para comulgar al final de la misa de ocho, con su quepís bajo el brazo, con el tranco marcial, solemne y metálico de los protectores clavados en las botas y a la loza fría de la piedra de Santo Tomás. En las solapas de la chaqueta lleva los galones del rango logrado en 1939 por gratitud del general Manuel Ávila Camacho.

No lo verían de nuevo vivo sus familiares. Ni se sabe si algo más le dijo el último general que se sentó en la silla presidencial en la historia moderna de México. Al día siguiente, el martes 11 de abril, un boletín oficial dio cuenta de que Antonio fue herido de muerte cuando intentó escapar de sus vigilantes en el cuartel del Sexto Regimiento de Caballería por el rumbo de Echegaray, en la ciudad de México. El jueves 13 le entregaron el cadáver a su madre, sin dispensa de autopsia.

La suya es una de tantas historias paralelas que me arroja la lectura del libro En combate. La vida de Lombardo Toledano, de la historiadora Daniela Spencer. Si la memoria es arbitraria, la historia, dice en el arranque de su biografía el propio Vicente, es insobornable, pero todavía le dio tiempo al fundador de la CTM en 1936 de que en 1994, en el centenario de su nacimiento, Carlos Salinas de Gortari, acaso el más fiel exponente del sistema presidencial modernizador, autoritario y corrupto que el político teziuteco contribuyera como pocos a construir, le tratara como héroe que le dio patria a México y se llevara sus cenizas a la Rotonda de los Hombres ilustres en el panteón de Dolores.

 

Mirar a Lombardo

 

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Vicente Lombardo Toledano y su familia en los años veinte del pasado siglo. Foto tomada del archivo en línea del Centro de Estudios Filosóficos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.

 

Lombardo Toledano, el Lenin mexicano, como le llegaron a decir en su momento, que encabezó el ascenso del movimiento obrero a la prominencia política –que nunca más volvería a tener en todo lo largo de ese siglo XX-- del proyecto nacional que construyó el Estado de la Revolución Mexicana con Lázaro Cárdenas, o el más obcecado defensor del régimen que dio marcha atrás con Manuel Ávila Camacho a la posibilidad de desarrollo de una nación concebida desde la lucha de clases.

No califica Daniela Spenser al sujeto de su historia. Lo describe paso a paso y expone desde los hechos que comprueba rigurosamente lo que de él se llegó a decir, pero sus lectores estamos tentados en todo momento a colgarle un apelativo a su personaje:  yo, el de un predicador furibundo que cambió de dios para pasar de la fe cristiana al materialismo dialéctico sin una fisura en todo lo largo de su vida, un fanático, entonces, un estalinista probado que mantuvo a raya a los militantes comunistas de su generación, igual Laborde y Campa que el propio José Revueltas o el explosivo Siqueiros. “El más grande marxista de México”, dijo de él en los años cuarenta el novelista autor de El proletariado sin cabeza. “El ideólogo de la dictadura burguesa”, escribiría desde su celda en Lecumberri en 1968 el autor de El luto humano, arrestado por el gobierno diazordacista el mismo día de la muerte de Lombardo. Entre esos extremos está el poblano más importante del siglo XX, al lado de los hermanos Ávila Camacho y el Gringo Jenkins, puntales los cuatro del sistema político que surgió de las guerras civiles que todavía llamamos Revolución Mexicana.

 

Historias paralelas 2

 

Cuántas historias paralelas brotan de la lectura de este libro, todas cercanas al espejo de mi memoria: la de mi abuela Mané en la neblina teziuteca, que no se deja que Marcela Lombardo le dispute al que será su marido, mi abuelo Sergio Guzmán, en 1919; la del viejo Guillermo Treviño, líder vallejista en el movimiento ferrocarrilero del 58-59, al que observo alimentar las palomas en el jardín del Carmen una mañana de 1990 mientras me cuenta cómo los agentes federales lo protegían de la furia de Maximino al que acusaba de dictador en un mitin obrero alguna mañana de masas enardecidas en el cardenista año de 1937; la del líder obrero Leobardo Coca, recordado por su nieta Flor Coca Santillana, asesinado por la misma furia de Maximino, el dictador que nos legó el mismo cardenismo que enardeció a las masas obreras; la de Aurelita Corona, la obrera de una fábrica de suéteres que por los años veinte tuviera mi abuelo Carlo Mastretta en un socavón cercano al Paseo de San Francisco, quien sería la esposa imperecedera  de Blas Chumacero, el compinche eterno de Fidel Velázquez , el marrullero e inextinguible gángster que le arrebato la CTM a Lombardo Toledano, su creación más estratégica para la consolidación del régimen priista a la fecha sobreviviente en toda la amalgama de partidos políticos que contenderán el próximo julio en México.

Todas ellas pasan en algún momento por el sujeto de la biografía que ha escrito Daniela Spenser. Imposible no mirar con ella ese complejo proceso que llamamos Estado de la Revolución Mexicana.

Es el combate, entonces, de Vicente Lombardo Toledano. Nunca se puso un uniforme. No se distinguió por su vecindad con los dioses. ¿Por qué, entonces, su biografía me lo aproxima tanto al teniente Lama Rojas? Militia es vita, dice el dicho de los jesuitas. Tal vez por ahí encuentre yo la trama de este personaje que la política poblana no ha vuelto a producir en su importancia en el derrotero de la vida nacional.

 

Biografía e historia

 

 

Vicente Lombardo Toledano (1894-1968). Foto tomada del archivo en línea del Centro de Estudios Filosóficos y Sociales Vicente Lombardo Toledano.

 

 

Historia para qué, historia desde dónde, historia desde quien. ¿La vida de un individuo puede entenderse fuera de toda determinación social? ¿Podemos abstraer las estructuras sociales y comprenderlas como si fueran ajenas a la vida concreta de las personas?  La vieja controversia sobre la biografía como género historiográfico tiene en este libro de Daniela Spenser y en el de Andrew Paxman, En busca del Señor Jenkins. Dinero, poder y gringofobia en México (Debate/CIDE, México, 2016) dos ejemplos valiosísimos para recuperarla en Puebla.

Escribí sobre el libro de Paxman: “En busca de nuestra propia historia, una que deje de mirarnos a retazos y nos contemple enteros, que se atreva a mirar de largo un siglo. Me pregunto si es posible hacerlo a partir de la vida del hombre cuya existencia mejor explica esta oligarquía que ha gobernado a saltos, sí, asaltos, de gobernadores desde hace más de ochenta años en Puebla, pero que no hemos aprendido a ver sino a retazos de una gran pieza de tela ajada que nadie reconoce como propia. (…) Historia, ¿para qué?, podemos preguntarnos. Y ya más certeros: dinero, explotación del trabajo de los otros, creación de capital… ¿para qué, al final de la vida de un hombre?  La riqueza no es lo que vistes –dijo el Gringo Jenkins a Jane, la más testaruda de sus cinco hijas--, es lo que tienes dentro de ti, lo que mantienes en tu cabeza…  ¿Y qué tenía dentro de sí este hombre, con qué retazos armaba su propia historia? ¿Por dónde empezar la lectura de la vida de un hombre que, querámoslo o no, determinó el destino de una sociedad entera?”

¿Qué historia contamos?, ¿por qué estas dos biografías nos ofrecen mucho más sobre la matria nuestra, diría Luis González, que buena parte de la historiografía centrada en movimientos sociales y procesos estructurales? Pensar la sociedad como un todo permite escribir una historia que quiere ser totalizadora, pero sin olvidad que la vida es una novela. Y que la historia puede narrarse como tal. Quizá porque el ánimo de contar una historia de vida arroja a los historiadores hacia interrogantes que no explican fácilmente perspectivas más rígidas del quehacer historiador. Jenkins y Lombardo, en la narración rigurosa de sus historias personales nos permiten analizar mejor, por ejemplo, la cultura del poder que construyó el Estado mexicano que brotó de las guerras civiles que llamamos revolución mexicana.

Ahí entiendo este esfuerzo de Daniela Spenser en su libro En combate. La biografía en la que el sujeto de su estudio no está disociado de la historia de las estructuras, las instituciones y las fuerzas sociales. En una especie de crónica de viaje, el libro contempla  los dos planos en los que discurrió la vida de Lombardo: su encumbramiento como dirigente obrero al encabezar la construcción de la CTM en el momento culminante de la movilización de masas con Lázaro Cárdenas y su cruzada internacional por la construcción de organizaciones obreras en América Latina y Europa que lo convierte en la personalidad mexicana más famosa en el mundo de los años treinta y cuarenta. El libro va y viene en una estructura líneal (del nacimiento de Lombardo hasta su muerte) que va dando saltos entre el proceso mexicano que lo llevó a fundar instituciones laborales (la CTM, la UGOCM),  políticas (el propio PNR de Calles y el PRM de Cárdenas, pero también su Partido Popular Socialista en 1949) y educativas (su Universidad Obrera, desde principios de los años veinte), y la dinámica internacional, con el foco prendido en todo el proceso ocurrido en Europa con la Unión Soviética a la que ve como la tierra prometida de la clase obrera mexicana y latinoamericana.

 

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Lombardo, Miguel Alemán y Fidel Velázquez. Entender con estos tres personajes la derrota de la clase obrera mexicana.

 

Daniela Spenser

 

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La historiadora Daniela Spenser, autora de la biografía de Vicente Lombardo Toledano En combate

 

No es fácil contar una trama así. La actividad frenética de Lombardo desborda cualquier lectura.

 Y lo entiendo más todavía cuando confronta a su Lombardo Toledano con su patria checa a la que llegó su personaje en 1946 para mirar la última de las elecciones democráticas, la que instauró paradójicamente el Estado totalitario que Daniela vivió de niña y adolescente y que motivó el exilio de su familia en 1968. Lombardo no vio en Praga el advenimiento de un Estado totalitario impuesto por Moscú, describe a un “pueblo embriagado  por el triunfo, la victoria enorme de la nueva democracia en Checoslovaquia, donde ya no hay patrones y el único patrón es el propio pueblo”. Lombardo, a lo largo de su vida, construyó un discurso montado en una visión de futuro que veló todo atisbo con la realidad concreta. Un montaje para la percepción del mundo en el que el fin último justifica cualquier medio: la CTM en manos de Fidel Velázquez y la derrota histórica del movimiento obrero mexicano, el PRI de Miguel Alemán, los soldados contra los ferrocarrileros vallejistas, la mano extendida de Gustavo Díaz Ordaz a los estudiantes del 68, todo por la tierra prometida del socialismo imaginado por la cabeza de quien fuera llamado el “Lenin mexicano”.

 

Los comunistas y Lombardo

 

Imagen relacionada

Vicente Lombardo Toledano y la izquierda en los años cuarenta. De pie, a la izquierda, José Revueltas.

 

Lombardo, el marxismo, los comunistas mexicanos y la derrota histórica de la izquierda mexicana, que nunca –tal vez hasta hoy--, estuvo tan cerca del poder desde el discurso de la lucha de clases como motivación  final de la política. Lombardo, el movimiento obrero y la derrota de la clase obrera mexicana, que nunca como con Cárdenas llegó a ser tan fundamental para la construcción de un proyecto nacional.

En los dos momentos históricos estuvo presente Lombardo. Contra la caricatura que vemos de él quienes recordamos al satélite PPS en la política electoral hasta 1988, la figura del teziuteco  se presenta al menos con una fuerza para los movimientos sociales que no podemos entender fácilmente desde una óptica contemporánea. La izquierda en México como fuerza propia en la creación de un proyecto nacional fue derrotada con el movimiento obrero desmantelado por el Estado priista. Explicar lo ocurrido con ella desde el análisis del personaje Lombardo arroja luces que demos plantar con mucha más intención. Cuánta falta hace investigar mucho más a fondo la historia de los movimientos sociales en México desde sus regiones, desde sus conflictos.

“El cínico –dijo en 1982 el investigador Barry Carr al escribir sobre la mal contada historia de los comunistas mexicanos-- podría argumentar también que la pobreza de la literatura refleja sencillamente la contribución marginal del Partido Comunista Mexicano y de la tradición marxista revolucionaria a la historia mexicana de nuestro siglo. Y sin embargo, a pesar de sus debilidades y errores numerosos y sustanciales, ningún estudioso de la historia moderna de México puede ignorar el papel de la organización comunista en los movimientos obrero y campesino y entre importantes sectores de la intelectualidad.” (Barry Carr, Temas del comunismo mexicano, Nexos, junio de 1982)

Y apuntó entonces al papel en ella de Vicente Lombardo: “Habría también que estudiar el movimiento comunista junto al crecimiento de la CTM y del partido oficial, así como a la emergencia de corrientes formalmente no comunistas como el “marxismo legal” de Lombardo Toledano.”

 

Historias paralelas 3

 

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Regresar a otra historia paralela, la que escribí en febrero de 1990 en el paríódico Cambio. La del viejo ferrocarrillero comunista poblano, quien una tarde en el Jardín del Carmen me contara su participación en una de tantas asambleas en la coyuntura de la segunda guerra mundial que las organizaciones obreras realizaban en la Arena México. Dos personajes ligados a Lombardo: Fidel Velázquez y Valentín Campa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El momento obrero en el auge de la movilización de las masas cardenistas

 

 

 

¿No perder la memoria? Tal vez ayuden esa fotografía de siempre, refrescada cada 18 de marzo, neutralizada por la historia oficial priista que imaginó un Estado sin lucha de clases, y  despreciadas por un panismo que desde su inicial burbuja ideológica del “bien común” imaginó un Estado sin trabajadores. ¿Qué revela el rostro adusto de Manuel Ávila Camacho junto al expropiador Lázaro Cárdenas? ¿Anunciaba la regresión política encabezada por él como presidente en los años cuarenta, confirmada después por el presidente Alemán Valdez? }

Pero algo ocurrió en 1938. Lázaro Cárdenas, presidente de México, encabezó la expropiación petrolera, y fundó con ella las bases de la construcción del México moderno que conocemos: industrial y urbano, extremo en sus contradicciones y desigualdades, volcado en un éxodo a Estados Unidos equivalente a la tercera parte de su población actual,  desbarrancado en su violencia milenaria, incapaz de generar la educación y el empleos que sus millones de jóvenes necesitan, el del Estado del PRI que no se ha ido. Justo el Estado por el que hemos perdido la memoria.

Porque en paralelo al propósito empresarial de participar en el negocio petrolero y en las utilidades que genera (la llamada renta petrolera), el tema laboral va de la mano. Y es, por cierto, el punto más débil de la industria petrolera estatal, su sindicato. El motivo último y que desencadenó la expropiación en 1938 fue el del conflicto social provocado por el rechazo de las compañías extranjeras a la sindicalización. Y lo intentaron justo en el momento de auge del movimiento de masas impulsado por el régimen cardenista. El 27 de diciembre de 1935 se formó el Sindicato Único de Trabajadores Petroleros. El 29 de enero de 1936, este sindicato se incorporó al Comité de Defensa Proletaria, de la que cual surgió la Confederación de Trabajadores de México (CTM), todavía no controlado por quien sería su eterno dirigente, Fidel Velázquez, y con una gran influencia del Partido Comunista.

Eran los tiempos en los que el movimiento obrero encabezó con su organización el desarrollo de una sociedad urbana e industrial, en el último jalón del proceso de la revolución mexicana. No había llegado la guerra, todavía no gobernaba Manuel Ávila Camacho ni mucho menos Miguel Alemán Valdez.

En el país entero hervía la lucha de clases. Los sindicatos y organizaciones obreras pesaron como nunca en la historia nacional. Aunque no fuera por mucho tiempo, el suficiente para impulsar la expropiación petrolera.

El 20 de julio de 1936, el Sindicato Único de Trabajadores Petroleros realizó su primera convención, propuso un proyecto de contrato general con todas las compañías y convocó a huelga para exigir su cumplimiento. El presidente Cárdenas busco conciliar con las compañías la firma del contrato pero no dobló la intransigencia de las empresas. El 28 de mayo de 1937 estalló la huelga y en unos cuantos días se acabó la gasolina.

Meses después el gobierno de Cárdenas expropió las compañías petroleras.

Porque fue un conflicto de lucha de clases el que provocó la expropiación. Y fue la lucha de clases la que revirtió ese Estado obrero que imaginaba la izquierda cardenista, la que  le dio el carácter revolucionario a la figura de Cárdenas, al que sin embargo no podemos ver sin el rostro adusto de Manuel Ávila Camacho, su antípoda. Entre ellos dos está Vicente Lombardo.

Esa es la memoria que no debemos perder.

Pero por supuesto que la hemos perdido. Y no solo la que viene de lejos, también la más cercana. Y aun cuando recordemos acontecimientos infames, el hecho de que nada ocurra vuelve inútil esa memoria.

 

La investigación histórica perdida

 

El libro de Daniela Spenser obliga a abrir las ventanas cerradas hace tiempo en la investigación de los movimientos sociales en México. No hay una historia obrera que dé cuenta de las luchas que se han producido, por ejemplo, en Puebla. Este ICSyH, que ha publicado en los últimos cuatro años 77 excelentes investigaciones solo puede contar a una de ellas como referida a la historia del trabajo, Expresiones del mundo laboral, de María Teresa Ventura Rodríguez. El propio departamento de estudios del movimiento obrero está desaparecido en este instituto. Nada sabemos del movimiento ferrocarrilero en Puebla en la era Vallejo; nada sabemos de la historia del movimiento de los trabajadores de la Volkswagen; ni idea de lo que  han sufrido las mujeres obreras que han encabezado la lucha por la libertad sindical en la industria de autopartes o de la confección. Los reto a que me digan el nombre de alguno de sus dirigentes. Ni siquiera hemos contado bien la guerra civil entre obreros cromistas y cetemistas y sus decenas de muertos en el Atlixco de los años cuarenta.

Esa la lectura paralela al libro de Lombardo Toledano tenemos que realizarla: la derrota de la clase obrera mexicana como explicación última del desastre social en el que vivimos en este nuevo siglo.