SUSCRIBETE

28 Marzo 2024, Puebla, México.

José Mariano Bello y Acedo: coleccionismo y vocación social

Historia |#54acd2 | 2015-03-02 00:00:00

José Mariano Bello y Acedo: coleccionismo y vocación social

Emma Yanes Rizo

José Mariano Bello y Acedo: coleccionismo y vocación social

 

Por Emma Yanes Rizo

 

 

La Doctora en Historia del Arte por la UNAM Emma Yanes Rizo nos ofrece en este ensayo una breve semblanza del coleccionismo en Puebla a lo largo del siglo XIX y el papel que jugaron como parte de esta corriente José Luis Bello y González y su hijo José Mariano Bello y Acedo, trayectoria que nos permite valorar los antecedentes de la fundación del Museo José Luis Bello y González en la ciudad de Puebla, la vocación social que los coleccionistas tuvieron, y lo que su creador quiso legar para los poblanos con la donación de las obras de arte para museo.

El texto es un nuevo llamado al respeto de la voluntad de Mariano Bello y Acedo, quien dispuso como condición fundamental de la donación a los poblanos que de ninguna forma se “enajenaran o dispusieran” los bienes del Museo.

Las fotos que ilustran este ensayo pertenecen algunas a la colección de los años veinte del fotógrafo poblano Juan C. Méndez, y otras forman parte de la colección privada de la familia Chávez Cervantes y fueron facilitadas por la misma para la edición del libro Pasión y Coleccionismo, de la historiadora Yanes Rizo, editado por el INAH en el año 2005. El la portadilla, a la izquierda, el matrimonio Bello-Grajales en una tertulia alrededor del año 1900.

 

El presente ensayo pretende mostrar a grandes rasgos cómo el coleccionismo en Puebla ha estado vinculado desde la época colonial hasta nuestros días a la enseñanza de las artes, en particular de la pintura. A lo largo de la historia de México el objetivo de algunos de los importantes coleccionistas ha sido justamente el uso de sus colecciones para la educación artística y popular, es decir para el bien común, tal como lo dejó establecido en su testamento el propio José Mariano Bello y Acedo, acervo hoy en riesgo.   

Los primeros coleccionistas poblanos fueron los propios obispos: Inicia la lista el obispo Antonio Joaquín Pérez Martínez (1793-1829), benemérito de la incipiente Academia de Bellas Artes, en la que por entonces se comprometieron a otorgar enseñanza gratuita de los principales pintores de la ciudad. Desde el punto de vista del mismo la escuela de pintura era “benéfica al servicio de Dios y de la patria.”[i] Más tarde el referido obispo viaja a las Cortes de Cádiz en España y a su regreso a Puebla trae consigo una amplia colección de cuadros que ya en Puebla formarán parte de una interesante pinacoteca gracias a la cual los alumnos de pintura de la Academia de Bellas Artes “podían copiar a los grandes maestros.”[ii] A su vez Pérez Martínez creó para apoyar el desarrollo de la pintura en Puebla, un sistema de becas y premios para cuyo financiamiento  “concedió veinte días de indulgencias para los que ayudasen a la educación artística contribuyendo con sus limosnas.”[iii] Sin embargo, a la muerte del obispo su colección se puso en venta y parte de la misma se dispersó entre compradores particulares.

Detalle de la sala de la casa de Mariano Bello. Foto de Juan C.Méndez

 

Al obispo Pérez Martínez le sucedió en la Mitra el prelado Francisco Vázquez y Sánchez Vizcaíno (1769-1847), quien fue en su momento Ministro Plenipotenciario de México para gestionar el reconocimiento de la independencia de México ante las naciones europeas. Su responsabilidad diplomática lo obligó a viajar a Londres, Bruselas, París, Florencia y Roma, recorridos que aprovechó para adquirir obra pictórica de autores de la talla de Herrera, Velásquez, Zurbarán, Murillo, Villavicencio, así como para conseguir copias de gran calidad de firmas de renombre como las de Rafael y Dominiquito, entre otros.[i] A su vez, el obispo enriqueció está nueva colección con cuadros representativos de lo mejor de la escuela mexicana: Miguel Cabrera, Miguel Zandejas, Rodríguez Alconedo y José Manzo. Y al igual que en el caso del obispo Pérez Martínez, dicha pinacoteca fue puesta a disposición de la Academia de Bellas Artes para la enseñanza de la pintura, un arte re valorado en el siglo XIX.[ii] De igual manera,  algunas de las pinturas resguardas por el obispo fueron donadas por él mismo a la Catedral de Puebla, de nueva cuenta con la intención de que fueran disfrutadas por el conjunto de los devotos, sin olvidar que parte del sentido de la pintura colonial era justamente en el de la catequización.  Posteriormente, a la muerte del obispo y más tarde debido a la desamortización de los bienes del clero, la colección de pintura de dicho obispo como la de su antecesor, fue comprada por diversos particulares.


José Luis Bello y González      

 

Debido a lo anterior, en Puebla desde mediados del siglo XIX se empiezan a formar interesantes pinacotecas ahora bajo el resguardo de comerciantes e industriales en ascenso como José Antonio Cardoso Mejía, Francisco Díaz San Ciprián, Alejandro Ruiz Olavarrieta y José Luis Bello y González. Algunos de éstos coleccionistas adquirieron los cuadros a bajo precio en 1861 cuando los remató el Monte de Piedad, institución de recibió y eligió para su remate amplios lotes de pinturas de los conventos suprimidos.  

Propaganda de la fábrica de cigarros perteneciente a la familia Bello (Colección Cervantes Chávez)

 

           

          En ese sentido, como bien indica Alain Corbin, la burguesía como nueva clase social dotada ahora de poder económico, se inclina por la colección de pinturas y obras de arte, supliendo el otrora papel de la Iglesia y de los reyes. Según dicho autor, casi sin excepción de país desde finales del siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX “Los hombres de negocios experimentaron el deseo casi pasional y obsesivo de acumular objetos preciosos dentro de sus mansiones”.[i] Con ello la nueva burguesía busca despojar a las antiguas clases dominantes y a la propia Iglesia, no sólo de su poder económico y político, también de su rectoría en los cánones culturales: la nueva clase establece así  sus propios patrones estéticos y quiere demostrar, vía la acumulación de obra y el patrocinio de los artistas y de las Academia, su nuevo lugar preponderante en la sociedad.  

            Los empresarios poblanos antes citados cumplen con esa característica, sin embargo es importante señalar que tanto Díaz San Ciprián como Ruiz Olavarrieta y Bello y González, participaron activamente en la Guerra de Reforma del lado de la República contra el gobierno usurpador.  José Luis Bello y González, en particular, se alistó en el ejército mexicano en 1847 para pelear contra la invasión norteamericana, años después sería galardonado por su patriotismo con la medalla Defensores de la Patria de 1847.[ii] A su vez en mayo de 1862 José Luis Bello, entonces ya comerciante en Puebla, se presenta como voluntario ante el general Ignacio Zaragoza y su casa en la calle de los Herreros será usada para guardar las armas del ejército liberal. El 5 de mayo participa en la memorable batalla como jefe de trincheras de la calle de Mesones. En 1863 durante el sitio de la ciudad, vuelve a participar del lado de los liberales, junto con Francisco Díaz San Ciprián (también coleccionista), fue entonces responsable de puestos de socorro y hospitales de sangre e incluso se dice que una vez tomada la plaza por los franceses protegió y facilitó la fuga de Porfirio Díaz y Felipe Berriozábal.[iii]    

            Es decir que en su momento, los personajes antes citados además de darnos patria, o como parte de ese mismo esfuerzo, se abocaron también al rescate de obras con valor artístico. Ya en el porfiriato formarán parte de una nueva burguesía que en efecto, como bien indica Carbin,  suplió  a los obispos en su papel de mecenas, serán ahora ellos quienes financien a los pintores y artistas y establezcan desde sus galerías los nuevos cánones del gusto artístico, cimentado todavía en la pintura colonial.

            En su testamento Ruiz Olavarrieta cederá su pinacoteca de la Academia de San Carlos, en la ciudad de México.[iv] Por su parte, a la muerte de José Luis Bello y González, su hijo Mariano hereda no sólo dinero en efectivo, bienes inmuebles y obras de arte, también una sensibilidad particular que lo llevó a combinar su labor como industrial con el apego a las artes. Fueron sus pasatiempos la música y la pintura. Las puertas de su casa estuvieron permanentemente abiertas a músicos, artistas y anticuarios. De hecho su vivienda  en la 3 Poniente 302, no es sólo la principal pieza de arte de dicha colección y el más acogedor de los espacios para la misma, también constituye una importante elemento arquitectónico de la ciudad que merece ser respetado y revalorado como representativa del estilo ecléctico del porfiriato, desarrollado entre otros por el ingeniero Carlos Bello, hermano de Mariano, autor de la remodelación de la casa, quien dejó además con la construcción del Banco Oriental y de la Escuela Normal, entre otros recintos, una huella importante en el paisaje urbano.[v]       



Cuadro al óleo de Mariano Bello y Guadalupe Grajales, pintado por el padre Gonzalo Carrasco a principios de siglo. (Propiedad de la familia Cervantes Chávez).

 

              Por su parte, como se sabe, en 1918, sólo un año después de la Constitución de 1917 que establece las nuevas reglas del devenir nacional, Mariano Bello establece en su testamento que su colección sea donada a la Academia de Bellas Artes, en los siguientes términos:

 

….que la galería de pinturas y obras de arte, después de la muerte de mi señora esposa, pase en propiedad a la Academia de Educación y Bellas Artes del Estado; cuidando la persona a la que incumba ejecutar esa determinación de que se acuerde y ordene todo lo que sea necesario para que no se enajene ni disponga de ninguna de las pinturas, ni de las obras de arte, sino que todo se conserve en recuerdo perdurable del señor mi padre don José Luis Bello, que fue en fundador de esa galería.”[i]        

 

Curiosamente la referida cláusula no fue modificada por Mariano a lo largo de su vida, a pesar de las enormes dificultades que enfrentó como industrial y como coleccionista en los años posrevolucionarios. En realidad Mariano Bello no se benefició del Estado de la revolución, ni fue amigo de los gobernantes. Como católico convencido, durante los años veinte en la difícil época de la persecución religiosa, resguardó algunos bienes eclesiásticos y apoyó con parte de su patrimonio obras de caridad. Su colección de objetos litúrgicos fue decomisada por el Estado mexicano en 1928 y a él lo volvieron guardián de su propia colección, en una especie de arresto domiciliario. La colección le fue de devuelta sólo dos años después. De igual manera enfrentó en los años treinta las consecuencias de las pugnas intergremiales entre la CROM y la CTM, con el saldo de dos muertos en su fábrica y el cierre de su factoría.[ii]

            Así, distanciándose de la política y de los enfrentamientos militares, durante los complejos años veinte y treinta, Mariano Bello continúo ampliando su colección, sobre todo en lo que respecta a las artes aplicadas, siempre pensando en su donación para la ciudad de Puebla. Para ello se relacionó con varios anticuarios y artistas poblanos, como Vicente M. Rueda, Mariano Toquero, Enrique Ventosa, Ricardo Barrera, Vicente Moscoso, Francisco Parra y Mariano Ayala. De igual manera adquirió obra de otros coleccionistas como Francisco Cabrera, Alejandro Luis Olavarrieta y Salvador Miranda, así como de galerías en liquidación y “mantuvo  su casa siempre abierta a quienes querían vender discretamente alguna pieza rara o algún valioso objeto de familia.”[iii]       

       Conforme la colección fue creciendo, la casa empezó a convertirse en casa-museo, hasta que el propio Mariano Bello decidió cambiarse a la vivienda contigua. De entonces la ya conocida crónica del historiador y crítico de arte José Miguel Quintana publicada en 1937 en la revista Hoy.[iv] Un año después, el 5 de septiembre de 1938, muere Mariano Bello. Se procedió entonces a levantar un detallado inventario y el avalúo de las obras de arte de la casa-museo, labor que correspondió a los peritos Miguel G. Ruiz y C. Alonso, quienes terminaron el 20 de octubre de 1938.[v]

        En 1942 el gobierno del estado adquiere el edificio como pieza clave de la colección, para establecer ahí el Museo, ya que la casa de la 3 poniente 302 había funcionado ya como tal en vida del propio Mariano Bello y Acedo. El Museo es inaugurado el 21 de julio de 1944.   

        Así al parecer Mariano Bello y Acedo, creo yo, no cambió su cláusula testamentaria a pesar de los embates que en su momento sufrió, justamente porque buscó con su colección mostrar el lado luminoso de los poblanos y la confianza en las instituciones del Estado mexicano, a veces colapsado por el interés político y la vanidad de los gobernantes. Buena apuesta la suya.

Hoy veremos de nuevo si con el traslado de parte de la colección del Museo Bello y González al Museo Internacional Barroco si prevalece el respeto a la colección  y al edificio en su conjunto, como voluntad única de Mariano Bello, o si por el contrario se confirma un nuevo despojo a su legado.

Al Bello lo que es del Bello.             




Vitral con motivos de caza, de la marca Pellandini Ca. 1910.

 

[1] Sobre las particularidades de dicha colección ver Francisco J. Cabrera El coleccionismo en Puebla,Editorial Libros de México, S.A. México, 1968., pp 19-22.

[1]Ibídem.

[1] Ibídem.

[1] Ídem., 23-28.

[1] Ibídem.

[1] Citado por Josefina Gómez, La familia Bello, tesis de licenciatura en historia, Colegio de Historia, UAP, 1985, p. 52.

[1] Emma Yanes, Pasión y coleccionismo, el Museo de Arte José Luis Bello y González, INAH, 2005., p. 23.

[1] Ídem., p. 26.

[1] Francisco J. Cabrera, óp., cit., p. 32.

[1] Israel Katzman, Arquitectura del siglo XIX en México., UNAM, México, 1973.,p. 26.   

[1] Emma Yanes, óp., cit., p. 86.

[1] Ídem., p. 28, 91 y 92.

[1] Ídem., pp. 89-90.

[1] La transcripción completa de esa visita puede leerse  Emma Yanes, óp., cit., pp., 93-96.

[1] Ídem., p. 97.