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24 Abril 2024, Puebla, México.

Tlacotalpan, y su vida que es un sueño contada por Bernardo García Díaz

Historia |#54acd2 | 2016-09-08 00:00:00

Tlacotalpan, y su vida que es un sueño contada por Bernardo García Díaz

Emma Yanes Rizo

 

Mundo Nuestro. Está ya en librerías el nuevo libro del historiador veracruzano Bernardo García Días, y una vez más, una maravilla. Esta es la reseña que Emma Yanes Rizo ha escrito con motivo de este grato acontecimiento. Las fotografías que ilustran este texto fueron tomadas del libro con la autorización de su autor.

Bernardo García Díaz, TLACOTALPAN Y EL RENACIMIENTO DEL SON JAROCHO EN SOTAVENTO, Universidad Veracruzana, 2016, con la colaboración de Hilda Flores.

 

 

                                                                                          

Bernardo, mejor conocido como El Tigre, no se convirtió en historiador en busca de méritos académicos, ni por el ansia de prestigio publicando en revistas científicas a veces ilegibles. Amante de la literatura desde joven le pareció que la realidad era siempre superior a la ficción y quiso contarla no pensando en la academia sino sobre todo en los protagonistas de sus propias historias, es decir en el mismísimo pueblo veracruzano. Y después, desde luego, también en el de Cuba. Pueblos alegres y jacarandosos ambos y también, ya se sabe, inmersos una y otra vez en conflictos sociales. Sus personajes reales y sus historias colectivas, narradas siempre desde la vida cotidiana, al verse reflejadas en las páginas de Bernardo, adquieren una nueva dimensión: el descubrimiento de los personajes por sí mismos, que deriva en el orgullo de lo que son y de sus ciudades, la defensa de su patrimonio tangible e intangible; la música, el son jarocho  adquiere una dimensión de algo que no sólo se lleva en las venas, entre copla y copla, entre albures y ritmos, como no queriendo, se ha convertido en patrimonio cultural de México.

 

 

 

         Y Bernardo que ha recorrido archivos, bibliotecas y fototecas en el puerto de Veracruz, Orizaba, Jalapa y Tlacotalpan entre otras ciudades, pero sobre todo escuchado a su gente en largas entrevistas y en el fandango, se ha convertido también en un personaje de la localidad. Un personaje no previsto por él mismo, una reconstrucción de su persona, acaso una invención colectiva que se ha ido entretejiendo en las charlas de café, en las cantinas, quizás en los tugurios de mala muerte, pero sobre todo en los portales del Puerto de Veracruz. De Bernardo no tengo ni su correo electrónico, ni su teléfono. Lo dejé de ver hace algunos años en los portales del puerto, luego de unas copas para festejar que habíamos terminando el libro La Estación Ferroviaria de Veracruz, supuestamente coordinado por mí y escrito con la magistral pluma de Bernardo. Me lo volví a encontrar hace poco, en los mismos portales en los que yo andaba por casualidad. Me saludó entusiasmado y me mostró, tenía que ser así, el domy de su último libro, que ahora tienen ustedes en sus manos Tlacotalpan y el renacimiento del son jarocho en Sotavento. Lo venderé de mano en mano, me dijo y con ello ayudaremos a financiar un Museo.

         El libro ofrece una lectura triple que se entrelaza: la de la historia social de Tlacotalpan, la de la evolución del son jarocho y el propio testimonio gráfico. Tlacotalpan, la perla del Papaloapan, dirá Bernardo al principio del libro: “Es un resultado esencialmente humano, es decir, histórico, fruto en gran medida del esfuerzo secular –de las versátiles aptitudes comerciales y del copioso sudor—de numerosas generaciones de Tlacotalpeños que empecinadamente, en diferentes épocas y capitalizando su otrora privilegiada ubicación, defendieron tenazmente su derecho a existir y florecer.”

 

 

 

         En la primera parte Bernardo destaca el lugar privilegiado de la entonces isla durante el dominio indígena, cuando la población constituía uno de los principales señoríos nahuas del bajo Papaloapan. Tlacotalpan disponía de una ubicación privilegiada, pues se encuentra frente al punto donde confluyen dos grandes corrientes fluviales: el Papaloapan –el río de las Mariposas, el río padre— y el Michipan, que provenía de la región del Istmo. La aldea era la parte más angosta del embudo que concluía en la costa, formado por los ríos San Juan, Tesechoacán, Tonto y Papaloapan. Las corrientes de esos ríos confluían en la antigua Tlacotalpan, situada a escasos kilómetros del Golfo de México. En el siglo XVI el asentamiento fue considerado pueblo de indios, con la consecuente prohibición de albergar a españoles, mestizos y mulatos. Pero poco a poco empezaron a asentarse vecinos europeos, sobre todo españoles y franceses; y en el siglo XVII, debido al ataque y saqueo de los piratas ingleses, nuevas familias blancas se asentaron ahí.

         En el siglo XVIII Tlacotalpan ya era un centro comercial importante, con una población multiétnica, integrada entre otros por europeos, mestizos, mulatos y negros, esclavos estos últimos que escapaban de Orizaba y de Córdoba y que al mezclarse con las indias dieron origen a la población afromestiza, inicialmente llamada en forma despectiva jarocha. Con el tiempo el término se extendería a la gente del campo no indígena, y más tarde se convertiría en un rasgo de orgullo para los veracruzanos. De esa población surgirían los primeros sones jarochos en 1692.

         El siglo XVIII fue para Tlacotalpan una época de bonanza acompañada de una nueva fisonomía urbana, que vino aparejada de la construcción del santuario de la Virgen de la Candelaria y de las posteriores fiestas que no tuvieron precedentes. Y empezaron a desarrollarse oficios como el cultivo del algodón, la ganadería y el trabajo en cuero, entre otros.

 

 

       El son jarocho a su vez empezaría a consolidarse en ese período como género regional, que numerosas influencias e incluía instrumentos, coplas, tonadas marinas, versadas y afinaciones.

       El son de inicio asociado con prácticas de hechicería, poco a poco cristianizó su repertorio y dejó de sufrir la condena eclesiástica. El son encontraría un espacio natural en las congregaciones y rancherías e invadió pronto ciudades y villas con motivo entre otros eventos de las fiestas patronales.

 

 

      Durante el siglo XIX Tlacotalpan fue declarado puerto de altura en la ruta comercial que vinculaba la región del Sotavento con Veracruz, Nueva Orleans, La Habana y Burdeos. Convirtiéndose así en un puerto de intercambios internacionales. Sin embargo, la guerra civil de 1810 a 1867, así como las epidemias, provocaron caos y disminución de la población. Se logró a pesar de ello cierto crecimiento económico gracias a la industria del algodón y del tabaco. A su vez, como puerto internacional Tlacotalpan se llenó de productos diversos y tuvo acceso también a la influencia de la raza negra, en la música y en el baile. El siglo XIX será así el de la plena identidad regional jarocha.

    Posteriormente, Bernardo narra con detalle un siglo XX con el desarrollo económico del porfiriato que hizo florecer la ciudad; la revolución mexicana que lo opacó y su nuevo despegue de los años veinte en adelante, a pesar de dificultades económicas e inundaciones.

 

 

     Un libro este con especial atención a las coplas:

 

    Mujeres de mi pueblo:

    Debéis de odiar al río

    Que avienta a vuestros hombres

    Hacia otros sembradíos.

    Y os quedáis resignadas

    En el pueblo natal,

   Como incógnitas cartas, rezagadas

   En la lista postal.

 

         Y si las damas fueron primero y lo seguirán siendo, motivo de inspiración, bailadoras y musas, en fechas recientes ellas mismas se convertirán también en autoras de coplas.

        Una gráfica a su vez la de este libro que rinde homenaje al principal personaje de Tlacotalpan: el río y sus palmeras. Y de ahí a la ciudad toda con sus bellas iglesias, sus casas de colores con techos de dos aguas, sus alegres portales. Y desde luego a los personajes populares. De indudable belleza sin duda el cuadro al óleo de una bella morena con un loro en la mano con quien parece entablar un diálogo. La gráfica de este libro es así una celebración a la vida cotidiana de un pueblo que para ser mágico no necesita denominación alguna. En palabras de Elena Poniatowska: “Los tlacotalpeños despiertan tañándose los ojos y empiezan a cantar su vida que es un sueño o su sueño que es su vida.”

                   En hora buena.