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29 Marzo 2024, Puebla, México.

Dos revolucionarios a la sombra de madero La historia de Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell

Historia |#54acd2 | 2016-10-31 00:00:00

Dos revolucionarios a la sombra de madero La historia de Solón Argüello Escobar y Rogelio Fernández Güell

Beatriz Gutiérrez Müller

Mundo Nuestro. 

Mundo Nuestro. El martes 7 de marzo del 2017 pasado se presentó en la Casa de los Hermanos Serdán en la ciudad de Puebla el libro Dos revolucionarios a la sombra de Madero, de Beatriz Gutiérrez Müller, ed. Ariel, México, 2016. Presentamos en este arranque de semana las reseñas escritas para el evento por los investigadores Emma Yanes Rizo, Gabriela Pulido Llano y Julio Glockner Rossains.

El nuevo libro de de la novelista e historiadora --y siempre periodista-- Beatriz Gutiérrez Müller relata la vida de dos héroes desconocidos, centroamericanos los dos, que se la jugaron con Francisco I. Madero. Dos hombres plenos en una época en la que el periodismo, la poesía y la revolución se daban la mano por el sueño de una América justa y democrática. Aquí, la introducción de Dos revolucionarios a la sombra de Madero.

 

 

 

Cuando el joven empresario agrícola, Francisco Ignacio Madero González, comenzó a luchar por la democracia nacional, allá por 1907-1908, el gobierno y la intelectualidad lo ningunearon. El credo de la élite era que Porfirio Díaz jamás caería. Es un roble, decían. Loco, iluso e insignificante eran, en cambio, algunos de los calificativos que el buen Pancho recibía por aquí y por allá. En 1908, cuando a los 35 años publicó La sucesión presidencial en 1910 donde ofrecía un diagnóstico de la vida nacional y la imperiosa necesidad de cambiar el régimen, muchos lo tomaron como una bufonada inofensiva; incluso, no faltó quien pusiera en duda su capacidad para ser él el autor…

En su campaña por la Presidencia de México, en 1910, pocos confiaron en él. Los hombres de letras, periodistas a veces; escritores o artistas y pensadores en general, lo ignoraron pues preferían y prefirieron acomodarse al sistema del que recibían satisfactorios beneficios.

Vaya que ha sido enorme el enorme trabajo de rastrear a los pocos hombres que se la jugaron con él, para hablar de ellos ahora. Me refiero, en particular, a dos centroamericanos liberales que abrazaron la causa maderista y que no flaquearon ni un instante: José Rogelio Fernández Güell, de Costa Rica y José Solón Argüello Escobar, de Nicaragua. El primero fue asesinado en 1918, al frente de una revolución a la que él mismo convocara, para combatir a un dictadorcito en ciernes que trataba de imponerse en Costa Rica: Federico Tinoco Granados. El segundo tiene una historia de vida como la de José Martí: un emancipado, hacedor de versos rebeldes y batidor de utopías que, llegado el momento, murió por el alto ideal de ser libre. Fue ultimado por otro dictador, Victoriano Huerta.

Los dos fueron leales a sí mismos, y más o menos temperamentales, no dejaron al amigo solo. Eran como espíritus, velando. De hecho, los dos compartieron la doctrina espírita que nutrió la vida de Madero.

Cuando en un principio me encontré con ellos, los iba juntando por tener esos denominadores comunes (centroamericanos, maderistas, periodistas y poetas). Sin embargo, sorprendida quedé al saber que se conocieron en la vida real, estuvieron codo a codo remando contra la corriente, y se hicieron amigos. Los dos. Rogelio participó en la fundación del Partido Constitucionalista Progresista y estuvo presente en la convención que eligió a Madero candidato presidencial; Solón llegó a formar parte de la directiva en 1912. Fernández Güell editó el quincenal El amigo del pueblo, órgano del club libertador «Francisco I. Madero», en la segunda mitad de 1911, al mismo tiempo que Argüello escribía vigorosos y nada titubeantes editoriales desde Nueva era, donde, a su vez, colaboraba el costarricense de forma eventual. Para el siguiente año, Argüello y Fernández Güell sacaban La época. Bisemanario político, de información y variedades, activo solo el primer semestre de 1912. Ambos, por lógica, trabajaron en el gobierno de Francisco I. Madero. En los funestos días que siguieron al magnicidio del amigo, mientras Fernández Güell retornaba a Costa Rica, Argüello escapaba a La Habana para recibir a la desterrada familia del presidente. La escoltó hasta Nueva York y volvió luego de unos meses a México, para tomar tareas por rumbos distintos: entre otras, Solón se hizo revolucionario en Nayarit.

Ni conspicuos maderistas de hoy saben de ellos. Quizá oyeron el nombre de Rogelio Fernández Güell porque algún historiador de los cuarenta o cincuenta citó su magnífica obra de 1915, Episodios de la revolución mexicana, inédita en México y desconocida por los especialistas. Además de excelente prosa, contiene información de primera mano sobre la muerte del caudillo, y hasta el triunfo de Venustiano Carranza. Fue hasta la primera edición de Los últimos días del Presidente Madero [La Habana, 1917], cuando Manuel Márquez Sterling la citó por primera vez. Rogelio era un hombre cultísimo, conferencista celebrado, un erudito, prolífico escritor, periodista comprometido y filósofo. Cultivó todos los géneros: artículo periodístico, crónica, ensayo, novela, poesía, biografía, relato, crítica literaria… Fue amigo de Jacinto Benavente, de José Santos Chocano y de Rubén Darío, entre los más conocidos; el primero, incluso, le prologó uno de sus libros. Fue nombrado miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes de Cádiz. En el gobierno maderista, nada menos, se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional. Publicó más de diez libros y un sinfín de poemas y artículos desperdigados, hasta donde se sabe, en periódicos y revistas de Costa Rica, Cuba, México y España.

Pero Solón Argüello, aún más desconocido. Juan Sánchez Azcona, Francisco Rojas González, Luis Aguirre Benavides y Adolfo León Ossorio le dedicaron algunas palabras... Márquez Sterling, al narrar la llegada de la familia de Madero a La Habana, el 1 de marzo de 1913, cuenta cómo se encontró, en el muelle, con Serapio Rendón, diputado exiliado y quien, «entre centenares de personas, […] me presentó, allí mismo, al poeta Solón Argüello y al diputado Aguirre Benavides».i El nicaragüense había llegado a formar parte del último círculo íntimo del presidente Madero. De febrero de 1912, hasta el asesinato del prócer, un año después, se convirtió en algo así como su secretario privado, a quien asistió en la redacción de discursos —como lo describió Fernández Güell en Episodios— y en su propagandista, al tiempo que dirigía los últimos meses de vida de Nueva era hasta que las oficinas de la publicación fueron incendiadas. Solón escribió muchos artículos apologéticos de la causa maderista. En México, imprimió tres libros de poesía y relato, amén de poemas sueltos, cuentos cortos, relatos y artículos en periódicos y revistas. Cuando llegó a México, fue un protegido del famoso abogado Joaquín D. Casasús y de Justo Sierra, a quienes dedicó poemas. Cultivó amistades literarias con los cubanos Manuel Serafín Pichardo y Arturo R. de Carricarte, con el hondureño Rafael Heliodoro Valle y con el peruano José Santos Chocano, el poeta que, entonces parecía el ajonjolí de todos los moles políticos latinoamericanos. Solón siguió allí con Heriberto Frías, Alfonso Cravioto, Juan B. Delgado, Alfonso Zaragoza y Marcelino Dávalos que pertenecían o estaban cerca del Ateneo de México, fundado el 28 de octubre de 1909. Otros integrantes del grupo fueron Antonio Mediz Bolio, Amado Nervo y hasta los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña quienes apoyaron a Pancho poco o, más bien, nunca, desde sus cómodos despachos acondicionados para estimular el pensamiento y la creación, pero al margen de la realidad objetiva, y no hace falta ensuciarse los pies ni ensangrentarse las manos. Quedó en propósito para Argüello fundar México. Revista mensual de arte, ciencia, política y variedades, que planeaba conducir con la ayuda de Fernández Güell en la redacción y Alfredo Ramos Martínez en la dirección artística.

Sin darme cuenta, dejé de ser una estudiosa de su obra literaria y me convertí en historiadora por necesidad. Si nada hallaba acerca de la vida de ellos, estudiar sus libros no completaría el análisis que me proponía llevar a cabo. Al final, con esta investigación, mi interés me llevó a querer pagar una deuda cívica con hombres valerosos e íntegros que contribuyeron a la causa democrática de México. En segundo lugar, persistir en la difusión de alguna parte de su obra literaria para que los lectores del siglo XXI puedan conocer aquella lírica o estilo que los distinguió y coronó en su momento como escritores de talla internacional. De este modo, mi modesto trabajo en hemerotecas vacías, en bibliotecas abandonadas por visitantes, en archivos remotos, incompletos y llenos de material mutilado, se contentará con la publicación, por primera vez en México, de Episodios de la revolución mexicana, de Fernández Güell, y de la obra poética de Solón Argüello, que suma más de ciento veinte piezas.

Para este libro cuidé asentar solo aquello que contara con la debida corroboración documental y, en este transcurrir de aprendiz de historiadora, es muy probable que quede a deber informaciones, sobre todo, de Centroamérica, pues me limité a agotar las del país. Ofrezco todas las fuentes para que, en un futuro, un investigador curioso no parta de cero.

Quedaré agradecida con cualquier lector que se acerque a estas líneas con el interés de encontrar historia viva vuelta al tiempo presente. Quedaré conmovida si uno de estos lectores vibra, como yo, al leer estas viejas historias hilvanadas con cárcel y sangre.