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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Para qué enseñar la historia

Historia |#54acd2 | 2017-05-22 00:00:00

Para qué enseñar la historia

Enrique Florescano

Mundo Nuestro. La pregunta alrededor de la historia se formula siempre  que necesitamos de ella. Historia para qué, decimos, cuando los acontecimientos ya nos han rebasado y no entendemos nada. O simplemente confirmamos que cumplimos la condena de repetirla. O que no se le encuentra ningún sentido a la pregunta elemental del sentido de la existencia. Enrique Florescano, en este texto tomado de la revista Nexos (Mayo 1999), apunta a uno de nuestros grandes desastres: el del sistema educativo nacional. Dos décadas después no es difícil pensar que esta historia no ha cambiado: el país sin rumbo, a la deriva de una violencia sin freno, sin acuerdos que desde la política proyecten un futuro colectivo democrático y justo.

 

Si damos un salto desde los tiempos remotos hasta los días actuales, advertimos que los motivos que hoy nos mueven a enseñar la historia no difieren sustancialmente de los fines que animaron a nuestros antepasados indígenas. Enseñamos a nuestros descendientes la historia propia y la de otros pueblos para hacerlos conscientes de que son parte de la gran corriente de la historia humana, de un proceso que se inició hace miles de años y por el que han transitado pueblos y civilizaciones distintos a los nuestros.

Enseñamos el pasado porque somos conscientes de que el “pasado fue el modelo para el presente y el futuro”. En cierta manera, el conocimiento del pasado es la clave del “código genético por el cual cada generación reproduce sus sucesores y ordena sus relaciones. De ahí la significación de lo viejo, que representa la sabiduría no sólo en términos de una larga experiencia acumulada, sino la memoria de cómo eran las cosas, cómo fueron hechas y, por lo tanto, de cómo deberían hacerse”.1

Enseñar el desarrollo histórico de los pueblos equivale entonces a ser conscientes, en primer lugar, de nuestra temporalidad, a situarnos en nuestra propia circunstancia histórica.

La primera lección del conocimiento histórico es hacernos conscientes de nuestra historicidad. “La vida humana se desarrolla en el tiempo, es en el tiempo donde ocurren los acontecimientos y (…) es en el transcurso del tiempo que los hombres escriben la historia”.2 Los individuos, así como los grupos y las generaciones humanas, requieren situarse en su tiempo, en el inescapable presente que irremediablemente forjará su propia perspectiva del pasado y sus expectativas del futuro. La dimensión histórica, con su ineludible juego entre el presente, el pasado y el futuro, es el ámbito donde los seres humanos adquieren conciencia de la temporalidad y de las distintas formas en que ésta se manifiesta en los individuos y en los grupos con los que éste se vincula.

La conciencia de que nuestras vidas se realizan en el tiempo y se modifican con el transcurrir temporal la adquirimos primeramente en el seno de la vida familiar y en el propio entorno social. La primera noción de que el ser humano está vinculado con sus antecesores en una suerte de cadena temporal se adquiere con los padres y los ascendientes de los que éstos provienen. En el seno de la familia el niño adquiere por primera vez conciencia de que es un eslabón temporal de un grupo social cuyos orígenes se sitúan en un pasado remoto. Es en el seno de la familia donde se percata de las diferencias de edad y donde adquiere noción de los cambios que el paso del tiempo induce en la vida humana. Más tarde esta percepción individual de la temporalidad se convierte en percepción social cuando el joven o el adulto entran a formar parte de generaciones, grupos y clases sociales. La apreciación de que el grupo, la tribu o la nación también cambian con el transcurso del tiempo aparece cuando el individuo se inserta en la vida social de su momento histórico.

El proceso histórico, además de verificarse en el tiempo, ocurre en el espacio. Tiempo y espacio son los dos ejes del acontecer histórico. Los hechos históricos, una vez situados en el tiempo, requieren ser ubicados en el lugar donde ocurren, deben ser registrados en una geografía precisa. Cualquier persona que se acerca al pasado, y con más razón el historiador, está obligada a conocer el lugar exacto donde ocurrieron los hechos y a dar cuenta de las características de ese espacio.

Por estos rasgos del conocimiento histórico en muchos países la historia marcha emparejada con la geografía. No puede haber conocimiento fidedigno de los acontecimientos sin el registro pormenorizado del territorio donde éstos ocurrieron. Sin caer en las aberraciones que proclamaron que el lugar o el clima determinaban la naturaleza de los acontecimientos históricos, es un hecho que el medio geográfico impone su huella sobre las obras humanas. El historiador, como el géografo, está entonces obligado a conocer el ámbito ecológico que rodea la vida social para explicar el peso del medio natural en el desenvolvimiento de los seres humanos.

Por otra parte, el conocimiento histórico, al reparar en las circunstancias que promueven el desarrollo de los individuos, las familias, los grupos o las naciones, nos lleva a percibir la singularidad de esos grupos, nos hace percatarnos de sus rasgos propios y de los lazos de identidad que los unen. El conocimiento histórico enseña que desde los tiempos más remotos los seres humanos se organizaron en grupos, tribus, pueblos y naciones dotados de un profundo sentimiento de solidaridad e identidad. Al mismo tiempo que el conocimiento histórico destaca la naturaleza social de los seres humanos, nos acerca a los artefactos que contribuyeron a soldar los lazos sociales: la lengua, los rasgos étnicos, el territorio, las relaciones familiares, la organización política…

Por las razones anteriores se puede afirmar que el conocimiento histórico es indispensable para preparar a los niños y los jóvenes a vivir en sociedad: proporciona un conocimiento global del desarrollo de los seres humanos y del mundo que los rodea. El conocimiento histórico es, ante todo, conocimiento del ser humano viviendo en sociedad. Si las nuevas generaciones están obligadas a conocer el presente, es conveniente que lo hagan a partir del pasado que ha construido ese presente. Es necesario que cada generación sepa actuar en el presente fundada en el conocimiento que le proporciona el análisis de la experiencia pasada.

Desde el inicio de la vida civilizada el conocimiento histórico ha sido el mejor instrumento para difundir los valores de la cultura nacional y para comprender el sentido de la civilización humana. La historia, al recoger y ordenar el conocimiento del pasado, se convierte en el almacén de la memoria colectiva, en la salvaguarda de la nación. La historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano.

Para que la historia pueda cumplir sus funciones culturales, sociales, nacionales y educativas es preciso que satisfaga los siguientes requisitos:

1. Ofrecer a los niños conocimientos básicos sobre la historia y la geografía de México, con el fin de familiarizarlos con los fundamentos de la cultura nacional. Enseñar a los alumnos la historia y la geografía equivale a darles una visión del mundo y una memoria.

2. Despertar la curiosidad de los niños y los jóvenes por su pasado. Fomentar, mediante el uso de diversos métodos activos y complementarios, el estudio de los orígenes familiares y sociales, así como los de la región y la nación. Esta enseñanza es la base de su patrimonio cultural, concebido como una herencia del pasado a los seres humanos contemporáneos, que permite a cada uno encontrar su identidad. La identidad del ciudadano se basa en esta apropiación del patrimonio cultural heredado.

3. Hacer sentir a los niños y a los jóvenes que los conocimientos históricos no son adquisiciones definitivas, sino saberes sujetos a revisión constante. Lo que hoy conocemos puede ser modificado por el conocimiento de mañana, o puede ser puesto en duda por nuevos descubrimientos. El estudio de la historia debe fomentar la idea de que el conocimiento es un proceso en constante renovación, y estimular el sentido crítico y el espíritu de observación.

4. El estudio de la historia debe asimismo estimular las facultades que el humanismo propone desarrollar: “la capacidad crítica de análisis, la curiosidad que no respeta dogmas ni ocultamientos, el sentido del razonamiento lógico, la sensibilidad para apreciar las más altas realizaciones del espíritu humano, la visión de conjunto ante el panorama del saber, etcétera”.3 Enseñar a los alumnos a leer e identificar, es decir, a reconocer y nombrar, y más tarde a construir algunas frases para darle sentido a las cosas así reunidas, ejercita el juicio crítico y el razonamiento.

5. Rebasar el campo de la historia de México para hacer comprender a los jóvenes la importancia de la civilización y de la historia de otros pueblos. El conocimiento de otras culturas y tradiciones es la mejor manera de estimular la comprensión y el espíritu de tolerancia entre los jóvenes.

6. Utilizar los ejemplos históricos para enseñar cómo funciona la vida y la sociedad, y cómo pueden los jóvenes conocer los derechos y los deberes de los seres humanos, cómo se forjaron los valores que sostienen y alimentan al conjunto social, y cómo se reconocieron y aceptaron esos valores en el desarrollo histórico de los pueblos. Comprender el mundo contemporáneo y actuar sobre él como persona libre y responsable, exigen el conocimiento del mundo en su diversidad y en su desarrollo histórico.

7. Reafirmar la idea de que educar “es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima, en que hay cosas (símbolos, técnicas, valores. memorias, hechos…) que pueden ser sabidos y que merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento”.4

Aun cuando desde los inicios de nuestro sistema educativo la historia fue considerada una asignatura importante, sus contenidos, los modos de enseñarla, la formación de los profesores, los métodos que la difunden y sus resultados poco han contribuido a formar mejores ciudadanos y mexicanos. Casi no hay estudios sistemáticos que registren el desempeño pormenorizado de la enseñanza de la historia en las escuelas mexicanas. Pero los escasos que existen confirman la exactitud del diagnóstico hecho por un libro dedicado a examinar la realidad educativa del país: una catástrofe silenciosa recorre los diferentes ámbitos del sistema educativo nacional.5 Veamos, con mayor precisión, dónde se ubican estas catástrofes y cuáles son sus características.

Los contenidos. Supuestamente la enseñanza de la historia debería ofrecer a los niños y jóvenes una idea general sobre la formación de su país, sobre los principales procesos históricos que intervinieron en su desarrollo y sobre la diversidad de su población. Asimismo, la enseñanza de la historia debería ser un apoyo de la formación cívica de los estudiantes, debería capacitarlos para comprender la realidad social y el mundo que los rodea, y ofrecerles instrumentos básicos para actuar en el mundo exterior. Supuestamente la enseñanza de la historia, como la enseñanza en general, debería preparar a los niños a pensar bien, a reflexionar con propiedad y a manejar el conocimiento aprendido, de tal manera que pudieran transitar de la vida escolar a la vida productiva como individuos activos, participativos y creativos.

Sin embargo, en la realidad, los contenidos de los libros de texto y de los programas escolares se dedican a formar en las mentes de los niños una concepción estrecha del desarrollo histórico del país, dominada por la idea de una identidad nacional uniforme. No hay congruencia entre los propósitos declarados de la enseñanza de la historia y los métodos adoptados para transmitirla, que están regidos por la memorización y las prácticas obsoletas. El problema mayor que presentan los libros de texto es que su contenido carece de un propósito definido desde el punto de vista histórico y pedagógico. No está claro qué se quiere enseñar de la historia de México, ni para qué ni cómo. Los libros de texto tampoco enseñan a pensar y explicar los procesos históricos. A veces hay una contradicción flagrante entre los temas seleccionados y los métodos adoptados para explicarlos. Los materiales didácticos se reducen al libro de texto, que es utilizado como única fuente de información y de consulta. En fin, según los expertos, la educación básica padece las siguientes deficiencias:

Al igual que en la primaria, el plan de estudios de la educación secundaria continúa basado en una pedagogía abstracta, de información, irrelevante para la vida real de los estudiantes; se transmiten contenidos desvinculados del entorno social específico en donde se realiza la práctica educativa y, por esta vía, se garantiza el divorcio entre el conocimiento escolar y las demandas efectivas de la sociedad.6

Por lo general, las horas dedicadas a la enseñanza de la historia resultan insuficientes para cubrir el número de las materias. La disparidad entre los propósitos de los programas escolares y la realidad de la enseñanza se manifiesta en múltiples renglones. La contradicción entre el número de horas realmente disponibles y las materias que deberían enseñarse hace imposible cumplir el programa anual, lo cual deriva en frustración tanto para los profesores como para los alumnos.

Los métodos de enseñanza. Sabemos que entre la población mexicana una de las lecturas más frecuentadas es la de los libros de historia; pero en las escuelas los niños unánimemente tienen esta materia como la más aburrida y la consideran un verdadero suplicio. Según algunas encuestas los niños y jóvenes rechazan las clases de historia porque están basadas en la memorización y en procedimientos tradicionales. Son clases en las que están ausentes las técnicas que han renovado la impartición de conocimientos. Los profesores no fomentan el trabajo colectivo o las prácticas de grupo, y también están en contra de los métodos experimentales, las innovaciones pedagógicas y las visitas a museos o a los lugares históricos. En general, se manifiestan en contra de las técnicas que ponen en relación directa al alumno con los temas de estudio, y con las prácticas que los hacen pensar y actuar como individuos racionales. En todos estos casos el estudiante no es considerado un sujeto activo, sino un paciente sometido a la tutela del educador.7

Los educadores. En nuestro país, el “elemento constitutivo central de la educación es el maestro”.8 Sin embargo, los profesores son, sin duda alguna, uno de los puntos más débiles del actual sistema educativo. Las encuestas realizadas en el área de historia señalan que están mal pagados y carecen de motivaciones sociales e intelectuales para cumplir con su cometido, males que comparten con los demás profesores del sistema. Las encuestas revelan que en la mayoría de los casos no tienen una preparación especializada en los temas históricos. Los datos disponibles informan que gran parte de los profesores que imparten estas materias se formaron en otras especialidades. Esas mismas encuestas indican que los programas de actualización no han servido para remediar las deficiencias iniciales en la preparación de los maestros. Es decir, por su propia formación deficiente los profesores son los primeros en reproducir en el salón de clases los conocimientos obsoletos, las pedagogías inapropiadas y la frustración entre los alumnos. Son también los primeros en evadir el análisis y la autocrítica, pues atribuyen los fracasos de su enseñanza al exceso de materias, la falta de programas didácticos y de materiales de trabajo adecuados, o a las autoridades de la escuela.9

Otro de los problemas que afecta la enseñanza de la historia es la desvinculación entre el profesor de la materia, las autoridades de la escuela y los padres de los alumnos. En general, los directores de la escuela y los Jefes de Enseñanza desconocen los enfoques, las pedagogías y las necesidades del programa de historia, por lo cual no prestan oídos a los planteamientos que hacen los docentes, o toman una posición contraria a sus demandas.10 El sentimiento de frustración que crea esta relación se agudiza porque los docentes no están organizados académicamente para hacer valer sus críticas y propuestas. Estas deformaciones se han profundizado porque los padres de familia que las perciben no tienen voz ni voto en la educación que se imparte a sus hijos. Están completamente marginados del sistema escolar.

En resumen, entre los retos que enfrenta el sistema educativo está el de “desarrollar su capacidad para atender integralmente al docente, desde su formación inicial hasta su actualización, procurar el mejoramiento de sus condiciones de trabajo y de salario, y reconocer su valorización social”.11

Los alumnos. En la lista de catástrofes que agobian al sistema educativo mexicano uno de los sectores más agraviados es el de los alumnos. El primer agravio proviene de la frustración que experimenta el niño que va a la escuela a aprender la historia de su patria y recibe en cambio una retahíla de nombres, fechas y acontecimientos que antes que comprender tiene que memorizar. El segundo agravio lo reciente cuando en lugar de que la escuela establezca una relación de mutuo aprendizaje entre él y sus profesores, propicia una relación gobernada por el autoritarismo, la no comunicación y la represión. El tercer y más resentido de los agravios es la carga de aburrimiento, apatía, rechazo y nulo aprovechamiento que inunda al alumno en las clases de historia; una carga que ahoga cualquier estímulo para estudiar, comprender o investigar.12

Es decir, la enseñanza de la historia es contraria a los ideales básicos del sistema educativo. En lugar de enseñar inocula deficiencias en la formación de los alumnos y malquista al estudiante con la educación, los profesores y la escuela. Antes que estimular a los alumnos a ejercitar la crítica y abrirse al entendimiento de nuevos problemas, los encierra en la memorización insustancial y la apatía. Estas deformaciones de la enseñanza de la historia se localizan en la enseñanza básica y se prolongan en la media y superior. Es decir, hay una crisis general de la enseñanza de la historia en el sistema educativo mexicano.

No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de nosotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia. Sobre esta imagen, que para cada quien es un descubrimiento del mundo y del pasado de las sociedades, se incorporan de inmediato ideas fugitivas o duraderas (…) al tiempo que permanecen, indelebles, las huellas de nuestras primeras curiosidades y de nuestras primeras emociones. Marc Ferro13

Si esta aseveración de Marc Ferro es cierta, como lo creo, entonces los mexicanos estamos obligados a emprender una reforma radical de la enseñanza de la historia, porque la historia que hasta ahora hemos enseñado en nuestras escuelas está plagada de deficiencias y se enseña terriblemente mal. No soy experto en asuntos educativos ni en materias pedagógicas, dos aspectos clave en cualquier programa de reforma educativa. Sin embargo, pienso que la reforma que necesitamos debe sustentarse en una estrategia que aspire a alcanzar los siguientes objetivos.

Primero. Promover una encuesta exhaustiva de la situación actual del sistema educativo. Como dije antes, en México son escasas las encuestas rigurosas sobre un fenómeno tan cambiante y sujeto a transformaciones profundas como la educación. Los países avanzados hacen periódicamente este tipo de ejercicios de evaluación y anualmente revisan las variables más sensibles a los cambios. Es evidente que para emprender una reforma rigurosa del sistema educativo se requiere una encuesta exhaustiva, amplia y sistemática, que permita elaborar un diagnóstico realista de los problemas que hoy afectan a las tareas educativas. Y es asimismo necesario que esa acción se encomiende, como se hace regularmente en Francia y otros países, a las personas más capacitadas y comprometidas con los desafíos educativos de su país.14

Segundo. Elaboración de un programa de reformas basado en los resultados de la encuesta anterior. Es imprescindible que la propuesta de reformas a los métodos de enseñanza y al sistema educativo sea elaborada por una comisión integrada por un equipo de profesores, pedagogos, historiadores, padres de familia, escolares y expertos altamente calificados y comprometidos con el buen desarrollo del sistema educativo. Quiero decir que deberá ser una comisión independiente del sistema corporativo que hoy impide que la educación sea un asunto de interés público y una responsabilidad nacional.

Tercero. El programa de reformas debe estar integrado por acciones inmediatas, seguidas por otras de mediano y largo plazo, y las tres deberán ser objeto de evaluaciones periódicas que habrán de darse a conocer a la opinión pública.

La reforma de la enseñanza de la historia y del sistema educativo no puede olvidar que la enseñanza “nunca es una mera transmisión de conocimientos o destrezas prácticas, sino que se acompaña de un ideal de vida y de un proyecto de sociedad”.15 La nueva propuesta educativa debe ser coherente con el proyecto de sociedad democrática que están construyendo los mexicanos, y debe rechazar los ideales de educación negativos. Como dice Savater, el proyecto democrático y universalista de educación debe rechazar “el servicio a una divinidad celosa cuyos mandamientos han de guiar a los humanos, la integración en el espíritu de una nación o de una étnia como forma de plenitud personal, la adopción de un modelo sociopolítico único capaz de responder a todas las perplejidades humanas, sea desde la abolición colectivista de la propiedad privada o desde la potenciación de ésta en una maximización de acumulación y consumo que se compromete con la bienaventuranza”.16

Por último, para alcanzar estos objetivos, habría que retomar las propuestas sociales del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (1992). El mensaje de este documento decía que la “magnitud y trascendencia de la obra educativa que reclama el futuro de México entraña la participación de cuantos intervienen en los procesos educativos”, por lo que es indispensable fortalecer la capacidad de organización y participación en la base del sistema: la escuela misma, los maestros, los padres de familia y los alumnos. Se trataba de “desplegar la energía social para un decidido enriquecimiento de la educación”, fundado en “una amplia participación social en la educación”.17

 

Enrique Florescano
Historiador. Entre sus libros, Memoria mexicana y La bandera mexicana: Breve historia de su formación y simbolismo.


1 Eric Hobsbawm: On History. Weidenfeld and Nicholson. Londres, 1997, p. 28.

2 Charles Samaran (comp.): L’histoire et ses méthodes. Bibliothèque de la Pleiade, Gallimard, Paris, 1961. p. 37.

3 Fernando Savater: El valor de educar. Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, México. 1997. p. 125. Véase también el manual francés Histoire-Geographie, Education Civique. Centre National de Documentación Pedagogique. París, 1998.

4 Ibid. pp. 23-24.

5 Gilberto Guevara Niebla (comp.): La catástrofe silenciosa. Fondo de Cultura Económica. México, 1992. Véase también Felipe Martínez Rizo: “La planeación y la evaluación de la educación” en Pablo Latapí Sarre (comp.): Un siglo de educación en México. Fondo de Cultura Económica. México, 1998,I, pp. 288-318.

6 Gilberto Guevara: Ibid., pp. 45-46; véase también Victoria Lerner Sigal: “El manejo de los contenidos en la enseñanza de la historia: el factor tiempo y el factor espacio” en La enseñanza de Clío, UNAM-CISE- Instituto Mora, México, 1990, pp. 209-230; Raúl Vargas Segura: Del pensamiento histórico a su aprendizaje, Mecanoescrito, 1999.

7 Raúl Vargas Segura: Ibid., pp. 3-4.

8 Silvia Schmelkes: “La educación básica” en Pablo Latapí Sarre (comp.): Op. cit., p. 185.

9 Raúl Vargas Segura: Op. cit.. pp. 8-10; Schmelkes: Op. cit., pp. 186- 187.

10 Silvia Schmelkes: Ibid., pp. 189 y ss.

11 Silvia Schmelkes: Ibid., p. 191. Véase también María de Ibarrola: “La formación de los profesores de educación básica en el siglo XX” en Pablo Latapí Sarre (comp.): Op. cit., pp. 230-275.

12 Raúl Vargas: Op. cit., p. 4. Véanse tPara qué estudiar y enseñar la historiaambién los artículos que tratan estos temas en la obra de Victoria Lerner: Op. cit.

13 Marc Ferro: Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero. Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 9.

14 Un modelo de este tipo de encuestas es el ya citado de René Girault: L’historié et la géographie en question, Ministère de l’éducation nationale, Paris, 1983.

15 Fernando Savater: Op. cit., p. 155.

16 Ibid. pp. 163-164.

17 Pablo Latapí Sarre: “Perspectivas hacia el siglo XXI” en Op. cit., pp. 422-423.