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19 Marzo 2024, Puebla, México.

Curando la tierra: Agua para Siempre/Albora, Geogafía de la Esperanza en México

Medio Ambiente |#61bd6d | 2019-02-18 00:00:00

Curando la tierra: Agua para Siempre/Albora, Geogafía de la Esperanza en México

Mundo Nuestro. Publicado originalmente en Albora, Geografía de la Esperanza, este reportaje da cuenta de la importancia capital que tiene para Puebla y para México un programa como el de Agua para Siempre, encabezado por la organización civil Alternativas, en la región de Tehuacán, Puebla. 

Albora, Geografía de la Esperanza es un portal que publica historias multimedia de alta calidad de investigación en México. Es un grupo encabezado por Étienne von Bertrab, autor de este texto, que publicamos con autorización de esa casa editorial. 

 

La degradación de los sistemas hidroecológicos y las injusticias en la gestión del agua están al centro de muchos de los conflictos socioambientales en México. Son de tal gravedad que el estado mexicano ha recibido como ningún otro atención y condena de tribunales éticos internacionales. Existen pocos signos de mejora. Es así que, frente a un panorama más bien desolador, la idea de ‘regeneración’ parecería utopía o al menos un concepto abstracto y distante. Sin embargo, ocurre en nuestro país.

 

Ésta es una primera historia de la experiencia de regeneración ecológica, social, cultural y económica en la región Mixteca-Popoloca en Puebla y Oaxaca, detonada y acompañada por la organización Alternativas y Procesos de Participación Social, A.C. Es una historia que tiene que ver con el tiempo, con la defensa colectiva de la vida y con seres humanos maravillosos.

 

Supe por primera vez del programa de regeneración ecológica de cuencas Agua para Siempre en 2006 durante el IV Foro Mundial del Agua, donde fue presentado como caso de éxito. En 2018 me dispuse a conocerlo. Admito que todo lo que antes escuché y leí sobre la experiencia se quedaron muy cortos frente a lo que pude finalmente presenciar.

 

El temporal de lluvias no sólo es una bendición, sino que constituye la única fuente de agua para los pobladores de la región. Foto: Alternativas

 

 

La Mixteca-Popoloca es una región semiárida caracterizada por la pobreza y la migración, particularmente de los hombres, a las ciudades y a Estados Unidos, y así como las personas se van lo hace también el agua. Mientras que en un pasado distante los suelos de las montañas infiltraban la lluvia y el agua se hacía presente en manantiales y espejos de agua, décadas de degradación de suelos han hecho que en cada temporal el agua recorra cada vez más rápidamente lomas y cañadas, para no verse más el resto del año. Pero esto está cambiando en aquellos parajes en los que campesinos trabajan incansablemente, desafiando las más penosas adversidades, para devolver las condiciones de vida a su territorio.

 

Y es que como me explicó el ingeniero Luis Domínguez, a quien acompañé en una jornada de trabajo en campo, la piedra desnuda que aflora en las cañadas debería entenderse como una herida en la tierra; sin suelos que retengan el agua y se beneficien de ésta, en su inexorable curso a la parte baja de las cuencas el agua arrastra los nutrientes y erosiona cada vez más la tierra, haciéndola poco apta para el cultivo y dejando diezmada la capacidad del ecosistema para sostener la vida rural. Esto a su vez explica, al menos en parte, el abandono de las comunidades.

 

Luis trabaja desde hace dieciséis años en Agua para Siempre. Su trabajo no es nada ordinario, como tampoco lo es él. Demográficamente pertenece a una diminuta minoría que habla el cuicateco, una lengua que, como los suelos y el agua, ha ido desapareciendo. ‘De niño, en la escuela, nos prohibían hablarlo, y hasta nos pegaba la maestra al hacerlo’, comenta Luis mientras conduce la camioneta con la que diariamente recorre tramos de la sierra para atender, mediante una diversidad de capacidades y desde múltiples saberes, a participantes en el programa. Participantes, pues son mucho más que ‘beneficiarios’, término comúnmente usado por programas de gobierno y fundaciones, pero no hace justicia al nivel de involucramiento de estos pobladores que, con la asistencia técnica brindada por Alternativas, trabajan e invierten en la transformación de su realidad. Tardé en entender, por ejemplo, cómo es que doña Cástula Mendoza, quien luego de invitarnos en su humilde vivienda una deliciosa comida producto de su parcela en Ejido Guadalupe, le tenía ‘listos’ mil quinientos pesos. Éstos fueron una contribución para pagar el trabajo de la maquinaria con que se construye una ‘olla de agua’, obra que ocupaba a toda la familia incluyendo a Enrique su hijo, un joven entusiasta que decidió quedarse para trabajar la parcela familiar. Entendí así que era común que los participantes aportaran el 20 por ciento de la inversión requerida para la construcción de acciones y obras, mediante mano de obra, dinero, insumos de todo tipo y sobre todo trabajo y tiempo. Mucho trabajo y tiempo.

 

De una dedicación y generosidad asombrosas, Luis disfruta mostrar y explicar -con paciencia igualmente admirable- lo que el programa hace en la región desde hace más de treinta años, al tiempo que devela en el territorio lo que, para un ser urbano como su acompañante, resulta prácticamente invisible. Desde una curva en la parte alta de la carretera entre los poblados de Zapotitlán Salinas y Acatepec, me muestra los límites de tres ‘cuencas tributarias’ que convergen en el paisaje. Y es que el área así llamada es la base del trabajo de Agua para Siempre. La cuenca tributaria ‘no es ni la cuenca hidrológica -demasiado grande para gestionarla, ni la micro-cuenca -demasiado pequeña para ser significativa su gestión, ni tampoco la subcuenca -desvinculada de la interrelación de las comunidades que la habitan’, me explicó Luis. Esta definición socio-territorial no es siquiera reconocida por la Comisión Nacional del Agua, aunque ésta se beneficia ya de los mapas que Alternativas ha generado durante estos años.

 

Luis Domínguez explica cómo este pretil de piedra acomodada ha permitido crear un área de cultivo en una parcela donde antes era imposible producir. Es un proceso de regeneración progresiva del suelo que puede enriquecerse durante décadas. Foto: Étienne von Bertrab

 

Mirar al pasado para forjar el futuro

‘Olla de agua’, ‘pretil de piedra acomodada’, ‘presa de gavión’, son nombres de algunas obras del conjunto de acciones de regeneración hidroagroecológica que me mostró Luis al recorrer las cuencas tributarias Zapotitlán, Acatepec y Las Manzanas, y que seguramente no enseñan las universidades. A diferencia de lo que la ‘modernidad’ plantearía para enfrentar el problema de escasez de agua, Alternativas decidió estudiar el pasado y aprender de él. Y es que pueblos indígenas en esa región lograron desarrollar desde el año 1100 a. C. una visión ecológica de cuencas, dando origen nada menos que a la irrigación mesoamericana. De esto resulta testimonio principal el complejo y presa de Purrón, que operó exitosamente durante casi mil años gracias al manejo integrado de agua, suelo y vegetación.

 

A partir del cuidadoso estudio de este singular pasado y frente a la falta de agua (identificada por Alternativas como ‘problema eje’ al iniciar en la región de Tehuacán a principios de la década de los ochenta), fue que nació el programa Agua para Siempre, con la primera obra de ingeniería hidroagroecológica para lograr el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales en torno a Santa María la Alta, un pequeño poblado al noroeste de Tehuacán con altos niveles de pobreza y marginación.

 

De estos inicios me habló Gerardo Reyes Bonilla, director desde el inicio del área de ingeniería, quien lleva treinta y un años trabajando en Alternativas y a quien le tocó vivir esa experiencia que, de acuerdo a lo que escuché de varias personas, cambió a todos los involucrados. ‘El gobierno estaba encargado de la construcción de la presa y nosotros del manejo de la cuenca, pero el gobierno se fue saliendo hasta que nos dejó colgados’, recapitula Gerardo. Tenían muy pocos recursos y las pocas herramientas fueron creadas por ellos mismos. ‘Yo tenía un camión. Era mi herencia. Lo puse a trabajar’, añade. La presa se construyó gracias al arduo trabajo de mujeres, hombres y niños, prácticamente sin maquinaria, durante un año de ‘faenas’, como se denomina a la aportación gratuita de trabajo para un beneficio común. Esto, hasta que sucedió lo que al parecer forjó el carácter de la organización: tras finalmente llenarse, el bordo cedió a la fuerza del agua y ante los ojos de todos se desvaneció aquel sueño. Lo que siguió es historia (captada en la película Santa María la Alta: su lucha por el agua). La voluntad colectiva superó el desánimo y la tristeza tras el increíble esfuerzo y el reto monumental que implicó construirla. Con la ayuda de nuevos apoyos y el empleo de maquinaria, la presa se volvió a construir. Aún así, no fue sino hasta tres años después de haber iniciado por primera vez la presa que los pobladores palparon los beneficios de tanto esfuerzo: cientos de miles de metros cúbicos de agua disponibles para su pueblo.

 

Gerardo Reyes (extrema izquierda) junto a algunas de las mujeres y hombres que construyeron la Presa Santa María la Alta. En cuarto lugar, aparece Gisela Herrerías y en sexto, Raúl Hernández Garciadiego. Foto: Alternativas

 

Cómo se produce el milagro

Desde aquel inicio las mujeres jugaron un papel fundamental en los procesos de regeneración. ‘La población en Santa María la Alta es muy pobre pero siempre había comida gracias a la organización de las mujeres, que formaban comités’, comparte Gerardo, aún conmovido por lo ocurrido treinta años atrás. Pero ellas también participan directamente en las obras, y al cabo del tiempo se volvieron, en la práctica, ingenieras, agrónomas y educadoras.

Pude conocer a algunas admirables mujeres y supe de otras más en esta región donde parece abundar gente extraordinaria dedicada al mejoramiento de las condiciones colectivas de vida. Una de ellas es doña Flora Hernández, quien junto con su esposo Cenobio Ramírez ha contribuido sustantivamente a la regeneración de la cuenca tributaria Acatepec y, más ampliamente, impulsado los procesos de regeneración en el municipio de Caltepec. Personalmente, casi no pude dar crédito a lo que presencié cuando Luis y yo la visitamos.

 
 Doña Flora Hernández.
 

Con casi ochenta años a cuestas, no solo hacía un trabajo físicamente extenuante en su accidentada parcela, sino que desarrollaba acciones mayores de regeneración cuyos beneficios, si bien progresivos, son lentos. Como me fue explicado posteriormente, si se considera de uno a tres centímetros por año la regeneración de ese suelo tomará de cinco a diez años, acelerando el proceso que a la naturaleza tomaría entre 170 y 410 años.

 

Caía la tarde. Mientras que con firmeza daba instrucciones a sus tres sobrinos ayudantes, me explicaba la obra en cuestión y, ante mi insistencia, me habló un poco de su historia. “Antes esto era una barranca desde allá”, me comenta señalando hacia la parte alta de la parcela. Para este último bordo en la parte baja llevaban un mes nivelando el terreno y anhelaban poder usar maquinaria para lo que sería tortuoso hacer a mano. “Aquí vinieron de la Fundación Hilton, y una reportera. También vino el ingeniero Cardoza, director de suelos de CONAFOR, quien nos autografió con admiración su propio Manual de suelos”. Y es que, una vez apreciada la transformación de la otrora barranca seca esto es difícil de creer: su parcela tiene hoy grandes árboles y múltiples cultivos rodeados de árboles frutales -lo que a su vez es posible por el agua que ahora fluye gracias a las acciones en las partes altas de la cuenca tributaria.

 
 

Presa de roca en la cuenca tributaria Las Manzanas. Se puede apreciar cómo la ‘cicatriz’ de la cañada es en ese tramo un vergel, que además permite que tengan el recurso hídrico aguas abajo. Foto: Alternativas

 
 

Doña Flora no la tiene fácil pues a su esposo la diabetes le arrancó la vista. No tuve la fortuna de conocerlo, pero doña Flora me creó una imagen de él. “Tiene ochenta años, pero usted lo ve joven todavía; nomás no ve”.  Más tarde me contaría Luis lo inusual de la ausencia de don Cenobio. “Él no abandona los trabajos. Él sigue, y de hecho conoce cada centímetro de su parcela. Da instrucciones de dónde debe ir el bordo, y luego uno viene y resulta que está bien hecho”, comenta Luis. Al preguntar a doña Flora qué es lo que permitirá este nuevo bordo muestra plena conciencia de los muchos años que tomará la regeneración del suelo. “Ahí vamos, a ver hasta dónde llegamos”, me dice animosa y sonriente antes de despedirnos. Y yo a estas alturas además de estar profundamente inspirado quisiera no volver a quejarme de nada, nunca.

 

De mis observaciones sobre las extraordinarias personas que conocí he hablado en varias ocasiones con Raúl Hernández Garciadiego, quien junto con su esposa Gisela Herrerías Guerra inició y dirige Alternativas. Pese a haber estado involucrado en toda la historia de Agua para Siempre, Raúl no deja de maravillarse de personas como doña Flora, que “no sólo no se rinden, sino que ante toda adversidad ven el futuro y trabajan por él. ¿No es eso un milagro?” – expresa. Más aún, me comenta que es algo muy vivido en la región, algo muy común. Raúl y Gerardo me hablaron de doña Esther Castilla, quien igualmente ha dedicado su vida a la regeneración. Décadas después y con una parcela vigorosa en la que cultiva la milpa y produce amaranto orgánico, experimenta técnicas magistralmente y se ha convertido en educadora. Y es que, como me comentó Gerardo, “los campesinos han tomado de Alternativas lo que es más valioso para su subsistencia”. Es decir, ha habido una apropiación social de los saberes generados en décadas de trabajo de Agua para Siempre, a su vez producto de ese milenario conocimiento en el trabajo de rescate y revitalización de las ‘sociedades hidráulicas’ popolocas.

 

El azolve, tan temido en presas hidroeléctricas, es precisamente lo que se busca con las presas de gaviones o de roca como ésta. Se trata de la creación de un suelo nuevo, recurso que pobladores llevan ocasionalmente a sus parcelas. Foto: Alternativas

 

El filósofo y la pedagoga

Raúl y Gisela, quienes hace casi cuarenta años decidieron dejar la capital del país para asentarse en la región de Tehuacán y dedicarse a los más pobres, dan todo el crédito a los campesinos de quienes han aprendido y con quienes día con día tejen este compromiso con la vida. Es a esos muchos campesinos “que han creído y regenerado las cuencas en silencio” a quienes dedicó Raúl el premio del primer lugar en la Iniciativa México en el Bicentenario, al recibirlo en 2010. Pero sería difícil explicar lo que Alternativas ha logrado sin ellos dos, sin su formación e inquietudes desde jóvenes. La opción por los pobres fue parte inherente a la formación de Raúl como filósofo con los jesuitas, pero también el estímulo intelectual de entender, por ejemplo, cómo fue que las sociedades originarias pudieron convivir armónicamente con el territorio, desarrollando técnicas para retener el agua, o si podría modificarse el curso de la invasión cultural de la modernidad. Además del llamado que representaron las carencias de la población del valle de Tehuacán -cuna del maíz y del desarrollo de la milpa como sistema de policultivo (maíz, frijol, amaranto y otros)- este territorio era en sí mismo un escenario interesantísimo.

 

La pedagogía freireana, compartida por ambos, fue también fundamental. De hecho, un pilar de Agua para Siempre es la metodología de investigación-acción participativa, a través de la cual se rescata y produce conocimiento proveniente tanto de lo antiguo como de lo moderno, de disciplinas académicas y de la experiencia vivida de campesinos. Tal vez es esta forma de producir saberes y compartirlos lo que ayude a explicar lo logrado en estos treinta años de servicio. Para 2017, Agua para Siempre ha trabajado en 56 cuencas tributarias que abarcan 14,890 km2, en las que ha realizado alrededor de 3 mil proyectos que incluyen la ejecución de más de 11 mil acciones de regeneración hidroagroecológica, beneficiando a cerca de 270 mil personas.

 

Convencidos de que el conocimiento sirve a la sociedad en la medida que se comparte, Raúl y Gisela decidieron crear en 1999 el Museo del Agua, mismo que ha permitido hacer aportes en la promoción educativa y en la participación social a sus más de 146 mil visitantes, a quienes se suman alrededor de 50 mil participantes en los cursos y talleres que ahí se imparten. Mediante su enfoque ‘educar para actuar’ fue pionero en la educación ambiental en México. El museo es reconocido como iniciativa del Programa Hidrológico Internacional de la UNESCO a través de la Red Global de Museos del Agua, de la que Agua para Siempre es socio fundador. A través de las visitas al Museo del Agua, de la impartición de igualmente cuantiosas conferencias y actividades educativas, el museo ha enriquecido la visión de desarrollo sostenible en la región, en México y en participantes de 22 países de cinco continentes. Centrado en la comprensión de las condiciones y desafíos locales desde una perspectiva global, el Museo del Agua es también un centro de demostración de tecnologías apropiadas, muchas de las cuales han sido creadas por personas formadas en Alternativas, de manera conjunta con los pueblos campesinos e indígenas.

 
 

El temple hecho organización

No todo son éxitos en esta singular organización (el cúmulo de premios y reconocimientos nacionales e internacionales es ciertamente impresionante). Alternativas se ha forjado, como suelen hacerlo las personas, a partir de lo que en su momento parecen fracasos. Algo parecido a la reflexión ‘yo soy yo y mis circunstancias’ de Ortega y Gasset, pero en el ámbito colectivo. Así como la experiencia de la presa Santa María la Alta marcó a la incipiente organización, ésta ha pasado por desafíos inmensos y en más de una ocasión, a decir de Raúl y Gisela, ha estado al borde de desaparecer. Me contaron cómo fue que, en 2005, en una crisis financiera derivada de las jugarretas de un gobernador poblano (de cuyo nombre preferimos no acordarnos), el empleo de 300 personas quedó en el aire. Tal fue el golpe que tuvieron que, en un momento límite, sugerir a todo aquél que pudiera, buscarse otro empleo. Con lágrimas en los ojos y múltiples pausas, Gisela y Raúl compartieron que solo una persona decidió irse, por necesidad, y que luego volvió.

 

Pero no todo reto es financiero. Además del cambio climático -que distorsiona severamente la distribución de lluvias durante cada ciclo agrícola- está la violencia que impera en México y que en estos años alcanzó, bajo la modalidad criminal conocida como huachicoleo, junto con otros delitos, a la región Mixteca-Popoloca. “A los pobladores les roban sus vehículos para el transporte de la gasolina robada, y una mujer ya fue asesinada”, me compartió con tristeza Gerardo, quien con pesar admite que hay zonas en donde ya no pueden trabajar por el riesgo que implica para los colaboradores de Alternativas.

 

Pese a todo ello, las personas que forman esta organización, así como las y los campesinos que regeneran el territorio en la región Mixteca-Popoloca, parecen tener un espíritu de hierro. Me queda la duda qué tanto es producto de vivir haciendo frente a la adversidad, del contagio de valores y formas de hacer las cosas, o si es el mismo trabajo colectivo, por el otro y en particular por los más abandonados, el que enaltece las más altas virtudes humanas.