SUSCRIBETE

28 Marzo 2024, Puebla, México.

Mi encuentro con la Sierra Negra

Medio Ambiente |#61bd6d | 2020-07-13 00:00:00

Mi encuentro con la Sierra Negra

Martín Barrios

 Foto: Claudia Martínez Sánchez / Sin Embargo

 

Sería la época en que el ejército peinaba la montaña en busca del Tomasín, el famoso bandido social o anti social según los distinto puntos de vista sobre su persona y su posicionamiento “fuera de la ley”.

Antes sólo se llegaba a Tlacotepec de Díaz en avioneta y años después se construyó el acceso terrestre que comunicaba a esa población con Tezonapa y Córdoba. La otra forma era la caminata pesada desde la zona alta como Zoquitlán o Coyomeapan, atravesando los selváticos parajes del Paso Viejo por Pozotitla, cruzando en cuerda, nadando o a pie en época de seca el Huitzilatl.

Mucho después en camión dando una vuelta larguísima de Tehuacán a Córdoba y luego a Tezonapa y de ahí hasta Tlacotepec. Y también podías llegar por la zona mazateca. Atravesando el Río Petlapa por las hamacas colgantes por las altas montañas de Cañaltepec, Zacatepec de Bravo, Pilola u Agua Ancha. Más abajo por la hamaca de Naranjastitla o por la panga en Villa del Rïo.

Son ya pocos los espacios vírgenes en donde pasas en troncos. Todos esos lugares están bajo la mira de los proyectos hidroeléctricos y mineros, otros ya afectados décadas antes, en lugares más adelante, por la presa Miguel Alemán.

Hace más de dos décadas, en una Semana Santa estuvimos en San Miguel Tenango y con Gastón de la Luz fui hasta Teocuatlán, estando por un error en calidad de seminaristas o catequistas conduciendo la pasión de Cristo. No pudimos decir que no a la comunidad mazateca. Ibamos de emisarios de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar y terminamos en la parroquia o capilla del pueblo cuasi predicando el evangelio. Desde ahí se veía una agua enorme, parecía el mar. ¿Desde aquí se verá Veracruz?, llegamos a preguntar.

“Es la presa hidroeléctrica”. Asi que después de la procesión del viernes, bajamos y dormimos cerca de la presa. El Sábado de Gloria decidimos bajar muy temprano. El camino era una escalera de piedras acomodadas en faenas por los campesinos de generaciones pasadas, como el que baja de Zoquitlán a Oztopulco y sube en sentido inverso, tropical y con helechos gigantescos.

En el embarcadero de Santa Catarina, había una cabaña donde recuerdo escuché una cumbia con mensaje anti cristianos evangélicos algo divertida y colgaban aros metálicos con pescados recién recolectados. Desafortunadamente no llevábamos ni diez pesos. Así que mejor nos apresuramos. Era temprano pero ya era tarde, podría haber dicho Carlos Vargas, el sabio tetlalli nahua de San José Miahuatlán.

Empezamos a bajar la última escalinata, antes de encontrar el agua de la enorme represa chocando con las gigantescas piedras donde salen las lanchas rumbo a Temazcal. Al bajar nos encontramos a un compa mazateco, que iba subiendo un refrigerador de esos donde venden paletas y helados, con su mecapal. Venía echándose su mágico taxquiri, porque creo que de otra forma estaba complicado subir eso así a la brava. Nos sorprendió una vez más la fortaleza de la banda de la montaña.

“No se metan a nadar”, sentenció un lanchero que en ese momento jalaba la cuerda para encender el motor de su lancha, ya repleta de pasaje. “Hace ocho días se murió ahogado un muchacho, ahí donde ven”, continuó advirtiéndonos y señalándonos con su mano. “Hay remolino”, remató, y se fueron todos. Minutos después vimos perderse la lancha a lo lejos, en el horizonte.

“Es que ellos no se entrenaron en las cálidas aguas minerales de San Lorenzo”, pensé.

Así que vimos una isla a unos veinte metros. En esa época baja el nivel del agua de la presa y se crean cientos de pequeñas “islas”, que son partes de las montañas bajo el agua, inundadas por el proyecto que construyó la Comisión del Papaloapan a finales de los años 50.

Le dije a Gastón: “Yo voy a nadar hasta esa isla y ahí voy a fumar un cigarro y asolearme como lagartija después de nuestra semana religiosa con el pueblo cristiano. Hoy es Sábado de Gloria ni más ni menos”.

El agua estaba helada y nadar ahí me despertó inmediatamente un miedo cuasilovecraftiano. Sentía estar sumergido en un agua con una energía diferente. Afortunadamente me cansé pronto, a causa de la caminata y de la falta de comida desde que habíamos salido de Teocuatlán, o de los últimos tepexilotes con huevo que por poco y se convertían en mi última cena.

Exactamente cuando sentí que no podía bracear más, me puse a flotar viendo el cielo matutino y sus navegantes nubes. Vi al compa del refrigerador que seguía en su ardua tarea de cargarlo él solo cuesta arriba y de repente vi otro paisaje, el fondo de la presa, el fondo de lo que nuestros ojos alcanzaban a ver, y nuevamente el embarcadero y otra vez el fondo selvático y el agua interminable.

“Es el remolino”, pensé. Sólo oía el agua imponente. No sé cuantas vueltas me dio.

“Me voy a morir”. Y en el momento en que acepté que moriría en ese lugar, una película de mi vida era lo que veía. El patio de mi casa, mis perros, mis abuelos, padres, hermana, primos y así. Todo de colores, rápido y con claridad. Semejante a la experiencia que vives cuando ingieres psilocibina o un papel de LSD. Repentinamente las vueltas se detuvieron.

“No me morí”, pensé y salí nadando no al embarcadero sino a la orilla más cercana, a un lado.

“Nadas bien chingón”, me dijo Gastón. “¿Cómo le haces?”

Le dije alguna maldición seguramente. Era el remolino, recuerdo haberle dicho.

Estaba yo muy espantado. Fue motivo suficiente para que él no intentara meterse ni yo volver a intentarlo. Bromeamos. “Te acusarían de homicidio”. “Si acaso aparecía tu cuerpo”.

Ese día regresamos de una caminada extenuante hasta Tenango de pura subida en el corazón de la montaña.

¿Qué habrá sido? ¿Qué alucinación fue esa?

¿Dios? ¿Tepeyollo? ¿El Espejo Humeante? Durante años pensé en la respuesta, hace algunos leí que ante una muerte dolorosa el cerebro segrega el DMT (principal psicodélico de la ayahuasca y del sapito Bufo Alvarius). Y te mueres, ves toda tu vida, y FIN. Tuve mi resurrección. Una de varias que me han tocado.

hace algunos años, en otro trance, vi a los dueños del Río Coyolapa, son los seres más increíblemente mágicos que he conocido. Me dieron una vuelta en su canoa en descenso subterráneo y submarino en la Tonantzin Tlalli. Me dieron un mensaje, ciertas invocaciones y santo y seña del camino.

La historia terminó en una fiesta en Huautla. Creo que domingo o lunes llegamos al pueblo de María Sabina, pero yo seguía sin un peso y nos persiguieron a mí y a otros más por el centro, nos escondimos en una casa. No teníamos para regresar a Tehuacán. No estaban nuestros compas de allá. Estábamos por irnos a acampar al cerro, cuando apareció el Padre Tacho y terminamos en una graduación de sacerdote, junto al mero Obispo, con los rones y wiskis y así. Jajaja. Al otro día bajamos a Pueblo Nuevo, ahí junto a las famosas cuevas donde anduvo McNeish.

Sistema hidroeléctrico en la Sierra Negra, una amenaza para 3 ...