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20 Abril 2024, Puebla, México.

Un discípulo que se volvió maestro. Una historia de la 90 Poniente en la ciudad de Puebla

Sociedad |#c874a5 | 2017-08-07 00:00:00

Un discípulo que se volvió maestro. Una historia de la 90 Poniente en la ciudad de Puebla

Verónica Mastretta

 

Vida y milagros

 

Había olvidado esta historia y ayer la recordé al escuchar el nombre de Nerón. Me la contó hace muchos años un primo mío que fue testigo y beneficiario de los hechos. Mi primo fue compañero en la preparatoria de un muchacho llamado Jaime, que a  los 17 años ya era un experto visitador de la zona de tolerancia de la ciudad de Puebla en los años sesentas,  conocida entonces como "la Noventa", pues ese era el  número de  la calle  sobre la que empezaba la conocida zona roja de entonces. La sola invocación de la 90 Poniente sonaba a clandestinidad, borracheras,  placeres prohibidos, sordidez y hasta crímenes pasionales . Ya en primero de preparatoria Jaime entraba en ella como si fuera la sala de su casa, acompañado por un grupo de amigos a los que les decían "los españoles", hijos de migrantes,  algunos de ellos muy persinados y muy mochos. Con los años varios de ellos llegarían a ser grandes iniciados y promotores del catolicismo y  las supuestas buenas costumbres,  aunque en esos tiempos, locos de juventud y hormonas, en ese lugar olvidaban sus creencias y posponían sus arrepentimientos para horas más cómodas y luminosas del día. Al caer la noche, todo cambiaba, todo se podía y toda inhibición era arrojada al cesto de la basura.

 

En esa época Jaime ya era muy guapo y agrandado. Empezó a fumar muy joven para hacerse el interesante y luego acabó fumando compulsivamente con un placer hondo y sensual que con el paso del tiempo se lo llevaría a la tumba.  Pero eso es parte de otra historia; los recuerdos son así, nos asaltan en desorden y cuando a ellos les parece oportuno aparecer.

 

En la escuela jesuita  a la que Jaime asistía, la materia más difícil de aprobar eran las matemáticas. Un profesor de 40 años que aún vivía con su madre, que no era gay  aunque lo parecía debido a su figura regordeta y sus boca pequeña, carnosa y afeminada, había fundado un taller de estudios de matemáticas que funcionaba por las tardes. A él asistían todos las rémoras que tenían dificultades para hacer las tareas escolares o que de plano tenían la mente en otras cosas más importantes, tales como la  aventura de gozar de su juventud y pensar en las mujeres. Ir al estudio era garantizar de alguna manera  la mínima calificación que evitaba reprobar el año escolar. A dicho profesor  le decían Nerón, debido a que su físico se parecía al del famoso emperador romano. Mi primo iba al estudio obligado por sus papás, tercos en que aprobara matemáticas y pudiera seguir en la prepa. El estudio era la única esperanza de mis tíos para  lograr dominar la total dispersión intelectual de su hijo, fantasioso  y  volátil como pocos. En alguna tarde de  retozo  de sus pupilos, algo habrá oído Nerón sobre las andanzas de los españoles por  la Noventa, en especial  de la fama y la facilidad con que Jaime trataba con  las mujeres de la zona y las deferencias que recibía de parte de algunas de ellas, que ni siquiera le cobraban. Nerón y Jaime se agarraron confianza y pronto éste quedó al tanto de que Nerón aún no conocía mujeres en el sentido bíblico de la palabra: el pobre era virgen. Solícitamente Jaime contactó a una acomedida dama de la zona de mediana edad y  profunda experiencia para remediar problemas de primerizos, como era el triste caso del profesor. Allá fue llevado Nerón con su iniciadora, muy recomendado por su alumno y ahora maestro y padrino en asuntos de sexo. Perdió la cabeza, fue feliz y no pensaba en otra cosa que en volver a los brazos de su mentora. Se fundió en las cálidas y sofocantes  tardes del estudio con el pensamiento dominante de sus pupilos: los placeres del amor. Olvidó por un buen rato el papel de magnífico hijo que había desempeñado ya por demasiados años.

 

El contubernio entre Nerón y el grupo de españoles se volvió total. Los fines de semana  inventaban que Nerón los llevaría a ver zarzuelas o teatro formativo a la ciudad de México. Nada más falso: se iban de putas sin tener que justificarse , pues Don Mariano, como era conocido  el profesor entre las madres de los adolescentes, gozaba de la absoluta confianza de la comunidad de padres de familia y de una excelente fama en especial por su amoroso y solícito trato con su madre viuda. ¡La coartada ideal! Ni Nerón ni sus pupilos gozaron de año más felíz ni perdieron el tiempo tan bellamente como en ese tiempo. Los padres prestaban gustosos a sus hijos los coches para ir y venir a México. Dicen que una vez un padre y un hijo coincidieron cara a cara en la Noventa y que desde entonces el padre fue el más esmerado mecenas de los supuestos viajes culturales de los muchachos y Don Mariano.

 

Pero todo se acaba. Ese año fue el último en el que Jaime  asistió a la escuela. Su padre, que entonces tenía ya 67 años, decidió sacarlo de la preparatoria para llevárselo a trabajar con él. Sentía que el tiempo y  la vida no le durarían mucho y que tenía que educar a Jaime en las realidades de las matemáticas duras del peso sobre peso y no en álgebras y geometrías inaplicables en el mostrador de su papelería. Él a la edad de su hijo hacía mucho que había dejado de pensar en estudios y tonterías. La escuela de la vida y el trabajo duro era todo lo que le podía ofrecer a ese  único hijo adolecente que lo observaba con su mirada dura e impenetrable. Dejarlo en la preparatoria era un lujo que en ese momento no podía permitirse. Su decisión fue inapelable.

 

El último día del último año en que Jaime fue a la prepa, él y Nerón inventaron un último viaje a la zarzuela. Se pasaron el fin de semana completo en la Noventa, Jaime en brazos de una prostituta joven de la que se había enamorado y que por primera vez le cobró para poder dedicarle todas las horas de esas últimas horas agónicas del estudiante que nunca más sería. Nerón los pasó en brazos de su experimentada matrona que por primera vez no le cobró, pues le había tomado un cariño especial a ese tardío discípulo , inagotable y tierno.

 

Nadie ha sabido darme razón de cómo fue después la vida del profesor, ni tampoco si él y Jaime conservaron algún tipo de amistad. Lo dudo. Cuando la vida separa suele hacerlo para siempre.