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16 Abril 2024, Puebla, México.

Memoria del terremoto: encontrar una sonrisa en Chietla

Sociedad |#c874a5 | 2017-09-26 00:00:00

Memoria del terremoto: encontrar una sonrisa en Chietla

Claudia Saucedo

(Las fotografías que ilustran esta crónica son de la autora)

La mixteca poblana aparece a lo lejos conforme avanzamos por la carretera. El paisaje cambia, los cultivos de caña adornan los campos. Nos dicen que está quebrado el puente en Chietla, así que tomamos un atajo por los cañaverales que llevan a Atzala. Nos adentramos en un pueblo que aprecio pequeño por sus calles, Atzala, hoy de luto por la pérdida de once personas que celebraban el bautizo de un pequeñito. El templo se les vino encima.

 

Avanzamos y entramos a Chietla por la espalda. En el cruce de la calle Vicente Guerrero con Morelos que nos recibe con el estruendo de maquinaria pesada por la demolición de una casa seriamente dañada por el pasado sismo del 19 de septiembre. Junto a ella, la casa de Don Efrén y su esposa, quienes nos saludan con un afectuoso apretón de manos. Entramos a la parte más dañada de su casa, la oficina, que guarda entre papeles bellas piezas arqueológicas que, según me dicen, salen de la tierra apenas escarbas un poco…me duele verlas rotas.

A un lado está la casa del panadero Jorge Aguilar Torres, quien me pide que entre y constate los daños. Me cuenta cómo alcanzó a sacar rápidamente a su mamá de 92 años, cargándola mientras gritaba: “¡mis sandalias, mis sandalias!”. Me platica sus impresiones y preocupaciones: se están quedando con un pariente, pero no saben por cuanto tiempo pues están aún sin saber si su casa será demolida totalmente. Jorge  pide ayuda, le urge un horno para volver a trabajar.

 –Si no, ¿pues cómo le hago pa’seguir?

 

Apenas he visitado dos casas y ya pesa en mí el panorama que veo apenas en una calle, la primera que visito. Conforme avanzo y platico con los lugareños me doy cuenta de la calidez y facilidad de sonrisa con la que reciben a quienes vamos a constatar lo ocurrido para tratar de hacer algo: la gente es franca, me saluda, me permite entrar en sus viviendas, me ofrece un vasito de agua… Me siento bien entre la gente sencilla que pese a su desgracia me mira con calidez y cierto optimismo por haber sido un pueblo en el que afortunadamente nadie murió aunque casi las totalidad de las casas presenten daños, unas más, otras menos.

Don Jorge habla por teléfono con uno de sus hijos que vive en Estados Unidos, lo acompaña su hijo menor que trabaja en una ciudad cercana, le preocupa perder el patrimonio que poco a poco fue construyendo para sus hijos. Es la constante… La gente se pregunta si será mejor tirar ahora lo que queda de sus viviendas y reconstruir poco a poco o, si deben esperar el dictamen oficial para ver qué tanto daño presentan. Se dejan llevar por la oportunidad que representa la demolición temprana sin costo que ofrecen de momento las autoridades. ¿Pero de dónde sacarán los recursos para volver a levantar sus viviendas?, ¿quién los ayudará en ese momento? Es una decisión que deben pensar con detenimiento y en consenso con la familia. Y si luego les dicen que la casa se tiene que demoler, ¿cómo pagarán la demolición ya sin ayuda del gobierno? La mirada pensativa acompañan tanto al hijo como al padre.

 

 

Cruzando la calle saludo a Georgina saliendo de la tortillería, me extiende su mano acompañada de una bella sonrisa, me platica que la casa que veo enfrente es de su familia, ya tiene la X de la demolición; afortunadamente estaba vacía. La usan sólo cuando hacen alguna “reunioncita familiar” en Año Nuevo o en algún cumpleaños. Entramos y me platica los momentos que vivió ahí de pequeña, cómo jugaban en la huerta trasera. Hace unos cuantos meses aventó cinco semillas de sandía que se sacó de la boca “Y viera usted que acabamos de cosecharlas, bonitas las sandías, cantaban bien apenas les pegabas”, me dice refiriéndose al sonido que emiten cuando les pegas con la palma de la mano para saber si ya están buenas. De igual manera se puede ver en la huerta un frondoso árbol de aguacate, matas de jitomate y otros frutos; la tierra es rica y fértil, el clima que acompaña los meses de calor permite esta fecundidad.

Al salir y encontrarse con la hermana que ha venido de Puebla para ver lo ocurrido en su pueblo, no puede evitar unas lágrimas en complicidad. Les duele tener que echar abajo la casa; la madre aún no sabe lo ocurrido. Ella vive en Morelos con otra de las hermanas. Le ofrezco un abrazo, una caricia, me acompaña la impotencia de no poder hacer más en ese preciso momento.

 

 

Regreso a la calle Morelos, donde Marco Antonio me espera para mostrarme su casa. Él y su esposa son muy jóvenes y no tienen hijos, con mucho esfuerzo levantaron junto a la casa de su hermano una de dos pisos, la mitad del segundo piso se vino abajo; una gatita que recorre a ratos lo que queda en esa parte de la casa. “No sabe que pasó --comenta Marco Antonio, y acompaña sus palabras aguantando el llanto, pero es inevitable…afuera lo espera su esposa y Heidi, la perrita que también forma parte de esta joven familia.  “Se asustaron las mascotas, pero estamos bien y eso es lo más importante”.

Me conmueve la manera de referirse con cariño a su joven esposa: “Mija, ya vámonos…”

Ella me despide con una gran sonrisa.

 

 

Al salir de ahí veo la llegada de una brigada de muchachos exalumnos de la BUAP que se organizan para hacer un dictamen de cada una de las casas de Chietla. A  cargo viene la hija de Don Efrén, orgulloso me presenta a una exitosa profesionista que labora en Puebla; los muchachos vienen bien preparados con un formato que hay que llenar de la situación de cada casa, están determinados a ayudar con su conocimiento.

Camino rumbo al centro y a la par me voy encontrando con personas que me saludan y me muestran lo ocurrido en cada una de sus viviendas; la constante es la preocupación sobre lo que se viene después: cómo reconstruir, cómo volverse a hacer de lo poco con lo que contaban. En el caso de las personas que rentaban una vivienda y ésta se vino abajo, ¿dónde hospedarse? No hay casas en renta y quedarse con familiares o amigos es una solución temporal.

Aunada a esta situación, el sentir general de la población hacia sus autoridades es de rechazo por situaciones pasadas y, porque en una circunstancia tan dura como ésta, no los han visto salir a las calles a ver qué necesitan; toda la autoridad se concentra en la figura de la representante de Obras Públicas en la oficina del Ayuntamiento.

 

 

El centro de la localidad es un hervidero de gente que llega de todas partes para brindar apoyo; familias completas, brigadas de jóvenes armados de picos y palas, camionetas con ayuda que proviene de otros estados…Reina el desorden pero la gente se siente acompañada, escuchada, comprendida… De un autobús descienden 25 ingenieros y arquitectos graduados del Tecnológico de Monterrey, se distribuyen las calles para picar desechos y recoger escombros; a la par forman una fila para anotar a las personas que requieren vayan a revisar sus viviendas.

 

 

Se me acerca un hombre muy anciano, no escucha casi, sirvo de intérprete entre la brigada y su necesidad; lo he visto antes auscultado por un paramédico en una carpa de primeros auxilios junto al quiosco; quiere que le regalen un mazo o una pala para poder arreglar su hogar. No escucha cuando le dicen que no pueden regalar equipo, le proponen visitar su casa pero él vive en el campo dice, no entiende por qué no le pueden regalar una pequeña ayuda. Yo tampoco…

Recorro las calles y me topo con más brigadas de ingenieros y arquitectos, de Querétaro, de Cholula, de Guadalajara; todos quieren apoyar. Falta liderazgo, coordinación entre el ayuntamiento y la ayuda que va llegando sin cesar.

 

 

Camino rumbo al cerrito, hogar de familias que percibo de más bajos recursos. La iglesia se encuentra muy dañada y cerrada al igual que el resto de las otras que he encontrado a mi paso. Me entristece la pérdida de símbolos que son importantes para la comunidad.

Bajando las calles, encuentro una camioneta con víveres, colchas y juguetes que trae placas del Edo. de México, me acerco a conversar con ellos y me dicen que les están impidiendo el paso hacia el centro, les piden que vayan a depositar el apoyo al Auditorio. Les digo que se vayan cuesta arriba para repartir directamente la ayuda a la gente del cerrito; me despido esperando me hayan hecho caso puesto que no sabemos a ciencia cierta si la ayuda que van guardando en el Auditorio les llegará realmente. 

Nuevamente en el centro conozco a Doña Tere, que me platica sobre las cosas de valor que se le quedaron atrapadas dentro de su casa: papeles antiguos, joyas de familia, códices…habla y habla sin parar, me abraza, me cuenta un poco de su vida; todos tienen una historia que compartir.

Gracias a la generosidad de Don Efrén y su esposa nos reunimos con los chavos ingenieros y arquitectos de la BUAP a comer un delicioso arroz con huevos cocidos y tortillas que me sabe a gloria, a generosidad, a comunidad…

De regreso con los lugareños sigo escuchando historias; la mayoría de ellos quieren saber por qué no se hace presente el apoyo municipal…quieren ser escuchados, buscan respuesta a sus demandas.

 

 

Casi al final de mi estancia conozco a Doña Juanita que está revisando sus pertenencias en la calle. Ella y sus hijas platican su historia: viven en casas contiguas y no pueden habitarlas, por el momento van a guardar sus cosas con un vecino y otras, con amigos y familiares. Abrazo a Juanita…llora por no saber qué hacer, dónde vivir, de qué comer; vendía junto con sus hijas memelas y quesadillas en la calle. Me dice güerita y le digo ¡que no lo soy! que al igual que ella pinto mis canas y nos abrazamos en complicidad.

Logro sacarle una sonrisa; con eso me conformo de momento.