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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Eliminar un universo entero

Sociedad |#c874a5 | 2017-10-30 00:00:00

Eliminar un universo entero

Verónica Mastretta

Vida y milagros

 

No sabemos qué efectos causará en el cerebro humano el montón de estímulos  e información que recibe constantemente y que apenas hace un siglo eran impensables. Para la historia del cerebro humano cien años no son nada. No sé si fuimos diseñados para recibir el universo entero cada día. ¿Qué fortalece nuestro cerebro y qué lo daña? ¿Funciona más y mejor nuestro cerebro que hace cien años? ¿El cerebro de una persona informada está empleado a fondo como el cerebro del escritor, científico y poeta Goethe, que en su casa no solo tenía, sino comprendía y dominaba todas las tecnologías disponibles al principio del siglo XIX? ¿En lo individual sabemos más que él dos siglos después? ¿Razonamos mejor, somos más hábiles para sobrevivir en medio del alud de información?

 

He tenido que pasar casi un mes sin salir en la quietud de un cuarto,  mientras el cuerpo trabaja en regresar a su lugar un disco columnar. Ahora sí, como dice el clásico, he tenido que serenar la mente voluntariamente a fuerza. He ido dejando lejos la tiranía del ruido que todo lo invade en la vía pública , saliendo de las turbinas de un avión que cruza el cielo, del claxon de corneta de un camión, del motor de una moto,  de las bocinas de las farmacias a donde uno va en busca de un remedio. Todo el espacio público está regido por el ruido. Los mercados, el súper, las salas de espera de los hospitales, los colegios, las iglesias.  Ya ni de las iglesias puede uno esperar cierta cordura, ya llaman a misa con bocinas que imitan con pésima calidad pero altos decibeles el sonido de las campanas. En general las ciudades se han vuelto escandalosas y nuestras vidas cotidianas se han ido acostumbrando a ese tremor, aceptándolo como definitivo.

 

El otro tremor es que de todo lo grave o considerado importante que sucede en el mundo, nos enteramos casi en tiempo real.

--¡Qué bueno que ya no oigo bien! --decía mi padre--, para lo que hay que oír.

Eso decía pero no dejaba un solo rincón del Excélsior sin leer, ni ningún edicto ni esquela de El Sol de Puebla sin revisar. Todo devoraban sus ojos y oían sus oídos curiosos en el radio y la tele del siglo XX. Era un adicto muy serio a la información, pero ni en sueños se imaginó que llegaríamos a tener el teléfono en la bolsa y el mundo entero en él. Desde ahí nos siguen no solo nuestros lazos amistosos y familiares, sino todos los fenómenos públicos del país y del mundo.  Difícil sustraerse a ellos, pero enfermizo vivir pendientes de ellos. Vivimos llenos de información inútil, pero no nos conocemos a nosotros mismos. Ya poco usamos y ponemos a prueba las potencias del alma, las llamadas memoria, entendimiento y voluntad.

 

Bioinformatics. Ilustración de Ticatla, 2013.

 

Tenemos derecho a que no nos perturben de tiempo completo los sucesos del mundo, pero no lo ejercemos. Horror. De verdad. Tenemos colonizado por completo el disco duro del cerebro. Ya no dejamos lugar para guardar la memoria de un cielo de octubre,  o la luz tímida de una luna menguante, o el brillo deslumbrante de la llena. Ya no hay lugar para guardar los sonidos admirables de una casa, esos que solo se oyen cuando nos quedamos a solas.  Las casas no son silenciosas del todo. Tienen sus propios ruidos, sus horarios,  sus propios quejidos, su lenguaje secreto. Solo hay que darse el tiempo de escucharlas. Descubrimos qué ruido produce una rama que roza un cristal, o cómo rechina una puerta aunque sea idéntica a la otra. Cómo suenan las pisadas de un niño que llega,  o de un perrito. Tic, tic, tic, tic. Esa es la perrita vieja. Tacatan tacatán tacatán tan tan... esa es la joven. A las seis de la tarde, en medio de una última escandalera,  se retiran a dormir los gorriones. Puedo oír los ruidos de la casa porque he dejado fuera al mundo estrepitoso por un rato. Y todas sus noticias.

 

Las noticias del mundo. De repente me asomo y meto la cabeza de nuevo del puro espanto.  En particular las de los díscolos partidos. Qué pesados están todos. Ni a cuál irle de mal portados, gastalones y groseros. Qué barbaridad. Que feos son y qué mal se llevan. Tendrían que castigarlos como nos castigaba mi mamá de niños cuando nos daba por pelear entre hermanos. Nos sentaba frente a frente a los peleoneros un buen rato y nos dejaba pensando. Nada de hablar ni de volver a las manos porque nos recetaba otra media hora de muda contemplación. Hasta que acababas viendo al enemigo como amigo y cómplice, hasta que regresara la concordia y la risa.

--Si son hermanos, no villanos -nos decía--. Están groseros por no gastar energía y por estar viendo tanta televisión, por estar de ociosos.  ¿Tanta televisión? Si solo nos dejaban verla los viernes y sábados y un ratito el domingo.

--Tanta televisión hace daño. Váyanse a hacer algo de provecho o pónganse a jugar.  Ordenen sus cajones.

 

Los partidos están de ociosos porque son unos mantenidos. Sí. Unos mantenidos.

Trabajar para ganarse el sustento, eso es lo que tendrían que hacer los partidos. Y ordenar por completo sus cajones de ideas. Pensar menos en la televisión y en andar de lucidos y en hacer algo de provecho, como por ejemplo mantenerse a sí mismos. Imposible. Ni a cuál irle. Ya son tan parecidos que mejor debería haber elecciones por sorteo. El resultado sería muy parecido a lo que seguramente quedará después del mentidero de promesas incumplibles de parte de todos.

 

Estoy pensando en el Clan del Oso Cavernario. Hace 30 mil años nadie sabía  si un tigre dientes de sable o un mamut era el que había dado cuenta final del jefe de un clan. No había periodistas cavernarios. No se sabía de cuál papá eran los hijos, solo que todos eran de la misma tribu.  Si había eventos catastróficos, solo te enterabas si te pasaba a tí. No había países. No creo que existieran las lágrimas sentimentales. ¿Cuándo se empezaría a llorar de una emoción? La historia de las lágrimas... no había pensado en eso. Nadie supo nunca cuándo es que se extinguió el mamut. Ni que hubo dinosaurios.  Sabían solo lo útil y necesario para sobrevivir, y ese conocimiento era muchísimo. Y hubo quien se hizo un hueco para mirar la belleza del mundo para luego plasmarlo en la pared de una cueva con líneas sencillas, audaces y elegantes.  Hoy, si se murieran todos y solo quedaran dos adultos y algunos niños,  seguramente regresaríamos  a la edad anterior a la edad de las cavernas, a bien morir de manera inmediata. Los que vivimos en las ciudades no sabemos nada, no controlamos nada. Dependemos de todo. Solo sabemos puras ociosidades.

 

Escribir es una ociosidad y hace tres semanas que no escribo porque estoy de ociosa. El círculo vicioso  o virtuoso perfecto.

 

Hace mucho bien eliminar el universo entero por un rato, vivir por unos días  una orgía de silencio.  Al final es todo lo que nos quedará. Nuestro silencio y su universo entero.