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23 Abril 2024, Puebla, México.

Mientras tanto, nos queda la vida

Sociedad |#c874a5 | 2019-01-08 00:00:00

Mientras tanto, nos queda la vida

Gina Fernández

Mundo Nuestro. Con este esta reflexión sobre la muerte de Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle inicia en nuestra revista digital la columna de Gina Fernández. Ilustra la portadilla una obra del grabador, intelectual y matemático holandés M.C. Escher (1898-1972), 'Lazo y unión', litografía de 1956.

 

Soy buscadora

 

Sobre la muerte de los Moreno Valle

Los hechos de estos últimos días tiñen el ambiente de una gran diversidad de aromas emocionales.  Para algunos, huele a tristeza por haber perdido a una hermana, una amiga, una jefa, una prima, una colega.

 

Para otros, lo que más resuena es el enojo, la frustración, las ganas de encontrar responsables, de achacar, sin mucha consciencia, los hechos a tal o cual persona, o partido, lanzando acusaciones de todo tipo. En ellos hay desconfianza, furia…

 

Hay quienes incluso están contentos, si, contentos, de saber muertos a la tan pública pareja política conformada por los Moreno Valle. 

 

Hay otros más a quienes les da lo mismo, es la indiferencia que todos llevamos dentro para poder enfrentar lo que a veces resulta difícil digerir.

 

Hay quienes se preocupan menos por el hecho, y más por la incertidumbre política, por la sensación de inseguridad que les embarga.

 

Hay quienes opinan que esto es una farsa, un teatro, una telenovela al más puro estilo de la televisión mexicana.

 

Hay quienes creen que todo es responsabilidad del Karma.

 

Hay quienes claman justicia divina…

 

Hay otros, como Paco, que ni siquiera se han enterado, que viven sin saber siquiera quienes son estos personajes…

 

Y yo me pregunto, ¿a cuántos de todos nosotros se nos ocurre responsabilizarnos en vez de buscar culpables?

 

Cada uno de nosotros habremos de ubicarnos en alguna de estas posturas, quizá a momentos en una y después en otra… a veces rencor, a veces tristeza, y a veces, indiferencia.

 

A mi me entristece que muera un ser humano toda vez que creo que lo único verdaderamente valioso que tenemos es la vida.   No me importa si es Martha Erika, Emmanuel Vara, o la indigente que asesinaron hace algunos meses debajo de unas escaleras.  Sus muertes me confrontan con la realidad fehaciente de la evanescencia.

 

 

Pero lo que más me inquieta, y lo que no me deja tranquila, es que me pregunto y me pregunto por qué ante una descomposición cada vez mas lacerante del tejido social de mi país, lo más que se nos ocurre es echarnos culpas y aventarnos pedradas uno a otros como niños malcriados.

 

Insistimos en mirar la realidad y la vida desde los escabrosos peldaños del ego, del miedo, y de la culpa, en vez de sensibilizarnos, y lo más difícil aún: responsabilizarnos.

 

Mi país está dividido entre quienes no quieren parecerse ni a Yalitza, ni a los chairos, ni a los morenos, ni al peje, ni a los zetas, ni a los indigentes, ni a los indígenas, ni a los rotos, ni a las sirvientas, ni a los nacos; y los que -aunque no quieran ni estén de acuerdo- son todos “ellos”.

 

Para mi, Paco, este hombre que a diario deambula por las calles sin entender ni importarle un carajo lo que sucede representa todo aquello que no quiero mirar, con lo que no deseo lidiar… pero que de tanto tenerlo enfrente ya no puedo ni deseo evitarlo…

 

Y la muerte de Martha Erika me recuerda cuanta gente muere a diario, anónima, sin que ninguno de nosotros siquiera hayamos notado su existencia…

 

Dos niños.  Una que fue famosa, y que teniéndolo todo, murió sin llevarse nada.  Un niño, que no teniendo nada ni siquiera razón, tiene la vida.

 

Indigentes, o importantes… anónimos o famosos, repudiados o amados, chairos o fifís, indígenas o medio españoles… Todos tenemos una cita con el olvido, con el despojo real de todo cuanto habremos de acumular a lo largo de nuestra existencia… Y claro, con la muerte.

 

Mientras tanto, nos queda la vida.

 

La vida de los que aún estamos aquí, y la posibilidad, (la responsabilidad) de encontrar una manera de convivir con nuestras diferencias, de mirarlas al menos, de hacernos cargo como humanidad del reto que representa mirar a los que no queremos mirar, a los que piensan diferente.

 

De intentar, intentar amar a nuestros semejantes a pesar de las diferencias, de profesarnos, aunque sea una vez al día, respeto sabiendo que ambos habremos de compartir el mismo espacio, que es esta Tierra. 

De intentar, intentar, sí --aunque quizá no lo logremos del todo--, intentar, mirar más allá de nuestros intereses, nuestras “ideas”. Y abrir espacio en nuestras mentes a las ideas de otros, las perspectivas distintas a las mías…

 

 

Intentar, intentar, callar oportunamente un comentario que incite al odio, mirar, de vez en cuando, aunque cueste, los ojos de aquellos a quienes no quieres mirar.

 

Encontrar, tratar, la belleza física real de aquel que miras con desprecio…

 

Una Yalitza con una Paulina Rubio, un conductor de microbús con un alto ejecutivo de la VW, un conductor furioso con un ciclista, un analfabeto con un letrado, un rockero con un trovador, un ingenuo con un realista, un abstemio con un drogadicto, un panista con un morenista, un agnóstico con un creyente, un matemático con un filósofo, una monja con una prostituta. Un humano con otro, ¿por qué no?

 

Un día quizá, tal vez… Como dice Arnulfo, un día que tú comprendas que no eres mejor que yo, y claro, que yo, también entienda que tampoco soy mejor que tú, que ambos tenemos nuestro propio valor.

 

Si, soy una soñadora…