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17 Abril 2024, Puebla, México.

Miguelángela (2005-2019)

Sociedad |#c874a5 | 2019-02-25 00:00:00

Miguelángela (2005-2019)

Sergio Mastretta

Miguelángela nació para nosotros en el andén de la estación del Metro Miguel Ángel de Quevedo.

Alicia, en su primer año de la carrera de Biología en la UNAM, la vio de lejos, justo cuando un convoy frenético arribaba a la estación. Un pequeño bulto negro contra la tromba de aire caliente y escándalo que arrojaba el tren, una breve vida de pelo negro acosada por un policía con la macana desenfundada.

"Es mía, es mía", gritó. Y se avalanzó sobre el cachorrito inerme y corrió con ella escaleras arriba para convertirla en su más importante amiga en su vida. Y desde entonces la tuvimos, de hija, de hermana, de madre, de abuela. Nuestra Miguelángela de Quevedo.

 

Migue, en la semana de su rescate. Verano del 2005.

 

 

Migue conoce la casa de Puebla. 2005

 

Migue, como nos acostumbramos a llamarla, acompañó a Alicia en esos años estudiantiles. La perra descubrió en los charcos en las calles y en la fuente prohibida de Prometeo que la vida estaba para el chapuzón permanente y el aprendizaje. En las clases en la Facultad de Ciencias prestaba más atención que los mismos prospectos de biólogos que miraban con recelo a su extraña compañera. Pronto le acompañaría en sus correrías por cerros y ríos. Y al Ixta, y a la Malinche, y al Pico y al Sierra Negra, siempre en recolecciones de plantas y flores y secuencias genéticas que ayudarían a Alicia a entender un poco más que cualquiera en estas tierras sobre la particular manera de subir y bajar la montaña que los bosques de la franja volcánica mexicana tuvieron con las glaciaciones. El paso del tiempo, menearía la cola Migue. "Eso no cualquiera lo entiende", expresaba desde sus ojos encendidos la experta perra al escuchar a la bióloga disertar sobre el corrimiento de los pinos del Izta-Popo hacia el valle cuando los hielos dominaban el planeta, o trepar airosos hacia las cumbres tras los calentamientos. "Así que los oyameles y harteguis --casi me parece escuchar a Migue replicar a su bióloga-- que hoy resisten a los 3,000, 3.500, 3,800 metros de altura, por aquí se encontraban en el valle de Puebla, a los dos mil metros, muy sonrientes".

Pensar con Alicia y Migue entonces, los bosques de México, su persistencia, su fragilidad, su riesgo. Pensar con ellas en el agua, la evolución, y la vida.

 

Miguelángela y Alicia en el Monumento al Perro Callejero, en Tlalpan, en el 2009.

 

Migue en sus correrías por montes y ríos. Aquí en el Atoyac, tal vez en el 2009.

 

Migue, con sus alforjas de campo, en una colecta botánica en el Cerro del Ajusco, 2010.

 

Y de cuando en cuando, con Alicia enfundada en unos oscuros lentes, tan negros como su acompañante, regresarían a los andenes del Metro como una melancólica pareja de joven ciega y perra guía, alumbrando las dos la vista de una ciudad distinta, capaz de guardar historias simples que levantan campos gratos contra toda idea de violencia, corrupción y muerte. Por un instante, la vida detenida en una joven bióloga y su perra.

 

 

Hija, hermana, madre, abuela. La Migue. ya cumplidos los 14 años. Muchos más de cien para nuestras pasajeras vidas.

 

Luego vinieron los cuatro años del Doctorado de Alicia en Inglaterra. No fue sencillo hacerse a la idea. Pero con Miiguelángela en casa, la distancia se escurrió como los bosques en busca de su hábitat. Con ella pronto dijimos Alicia sigue en casa. Y la palabra como empezó a difuminarse. Cada día la perra se hizo más nuestra cuarta hija, nuestra cuarta hermana. Y con el paso de los años, en una madre que vigila el paso de la familia. Y en los últimos años, en la abuela que todos buscamos para sentir que el tiempo no dará cuenta nunca de nosotros, que siempre será la vida el alegre meneo de la cola de Migue batiendo el aire de la vida juntos.

En memoria de Miguelángela de Quevedo (2005-2019)

 

 Migue.