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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Férrea memoria, el milagro de la vida en el Parque Izta—Popo

Sociedad |#c874a5 | 2019-05-09 00:00:00

Férrea memoria, el milagro de la vida en el Parque Izta—Popo

Moisés Ramos Rodríguez

 

Tiempero

 

Nieve, granizo y lluvia. Bastaron unos minutos para que el milagro pudiera ser visto. El tiempero, el trabajador del tiempo, Antonio Analco Sevilla, profundamente ensimismado había terminado sus oraciones, su comunicación y su ofrenda con y para el volcán Popocatépetl cuando una gran nube cargada de agua apareció sobre él y los peregrinos que le acompañaron hasta El Ombligo, el lugar sagrado en la cara oriente de don Gregorio, a más de cuatro mil metros de altura, para pedir y agradecer una buena lluvia para la cosecha de este año.

Era el jueves 2 de mayo. Una semana antes, sus vecinos, campesinos como él, le habían preguntado por qué no llovía, que cuándo iba a llover. El hombre, de 72 años de edad y más de 50 de ellos dedicados a trabajar con la nube, el agua, el rayo, la centella, el granizo “por obra de mi Padre”, vaticinó que la lluvia llegaría después de que él sembrara.

Agricultor de Santiago Xalixintla, junta auxiliar del municipio de San Nicolás de los Ranchos, Puebla, la municipalidad más cercana al cráter del Popocatépetl en el Estado de Puebla, don Antonio Analco comenzó a sembrar el domingo 28 de abril. El martes 30 cayó la primera lluvia para alimentar no sólo su siembra, sino de la de todos los campesinos que están al lado oriente del volcán, hasta el Citlaltépetl.

Así que dos días después, el jueves 2 de mayo, cuando Analco y una media centena de peregrinos subieron a “florear” las cruces en el sitio sagrado El Ombligo, la lluvia cayó generosamente: en forma de nieve en la cumbre del Popo; en forma de aguanieve o granizo desde los arenales hasta el bosque, en forma descendente desde el sitio sagrado, y en forma de lluvia desde los linderos del bosque de coníferas hasta el pueblo de Santiago Xalixintla.

¡Y cómo no iba a llover, si don Antonio Analco, absolutamente convencido de su don de poder hablar con el volcán y poder trabajar con los elementos de la Naturaleza, subió a “florear” sus cruces para pedir, pero también para agradecer el agua que cayó desde el martes 30 de abril y seguirá cayendo durante la temporada!              

 

 

 

 

 

El tiempero había salido de Xalixintla a las seis de la mañana del jueves 2 de mayo, con cerca de 50 peregrinos, hombres, mujeres y niños, los primeros de los cuales estaban en El Ombligo, a unos cuatro mil 200 metros sobre el nivel del mar, poco después de las diez de la mañana.

En una camión de redilas se acomodaron los peregrinos que llevaban flores, cuetes, fruta, pan, dulces, regalos y una mole especial para ofrendar a don Gregorio.

El camino, con tierra seca pese a las nevadas en lo alto del volcán en los últimos días, lo hicieron los peregrinos sin contratiempos hasta los linderos del bosque. Ahí descendieron del camión y unos con la comida, otros con la cazuela para el mole, otros con las flores y uno más con los cuetes, fueron ascendiendo sin prisa pero sin pausa, de tal manera que don Antonio Analco, listo para oficiar, ya estaba en el sitio sagrado a las 10.40 am.

Sin dilación, el tiempero sacudió la ropa de la cruz que, representación de la Rosa de los Vientos, también se presta para cuerpo de don Gregorio, pues ella es vestida con la ropa que don Antonio y su esposa, Andrea (o Inés) Campos, le compran, como sucedió el 12 de marzo, día del cumpleaños de Don Gregorio.              

Después, el tiempero pidió fuera limpiado el piso de una entrada en la mole rocosa de más de ocho metros de altura y unos quince de longitud que es El Ombligo. Así, procedió a poner un sencillo mantel de plástico floreado sobre el que, previa oración y ofrecimiento, fue poniendo uno a uno los regalos de la ofrenda, comenzando por las cuatro esquinas del mantel, representación de las cuatro esquinas, los cuatro rumbos del universo.

Su acompañante y chofer del camión de peregrinos, don Román, también rezandero, comenzó a orar y a cantar alabanzas. Doña Andrea Campos siempre cerca de su esposo, no sólo atestiguaba el ritual, sino que contribuía a él, pasando la comida y los regalos a don Antonio.

Una vez cubierta la superficie del mantel, como quedaban huecos, el tiempero colocó en ellos pétalos de rosas y sahumó la ofrenda, poniendo especial cuidado de hacerlo en los cuatro rumbos de la misma.

Los rezos y cantos de don Román continuaban, en una salmodia que llevaba a los presentes a tiempos sin tiempo, a recuerdos de ceremonias semejantes hace décadas, hace siglos,  hace miles de años.            

Satisfecho, don Antonio rezó y agradeció. Nunca se desconcentró. Cuando se levantó y ordenó el regreso, la nube negra cargada de agua apareció en el cielo. Pero él “la mandó” hacia el sur, hacia Atlixco, para que no lloviera mientras él y sus acompañantes permanecían en aquellas alturas.

El grupo, encabezado por el propio tiempero, bajó sólo uno metros, y en el claro de un arenal obscuro, tocó su armónica para que la gente tomara un listón del bastón que fue de su padre, de cerca de dos metros y medio de altura, para “tejer” los colores y simbolizar con ello las nubes y su agua abundante.

Poco antes, doña Andrea había repartido tortas que la noche anterior había preparado en su casa. Cuidó bien que todos comieran.

Entonces, comenzó el descenso.

Pero no bien lo peregrinos habían avanzado un poco por los arenales que conducen al bosque, cuando el aguanieve comenzó a caer, primero casi tímidamente; después, con fuerza. Ya cerca de donde el camión de redilas había sido estacionado, era agua solamente, pero agua constante.

Todavía hubo lluvia que siguió a los peregrinos en el camino de regreso a Santiago Xalixintla en el camión sin lona. Desde ahí, como lo pudieron hacer desde el boque, más arriba, podía verse la Iztaccíhuatl, la “Mujer blanca” sobre cuyas alturas llovía, como si imitara o simplemente reflejara lo que sucedía en las inmediaciones altas de su pareja, don Gregorio.

Mujeres, hombres, niños, todos empapados, pudieron comprobar la efectividad del rezo, de la petición y el agradecimiento del tiempero don Antonio Analco respecto a la llegada de la lluvia, con cuya esposa, doña Andrea Campos, compartieron una sencilla pero reconfortante comida en su casa, en el pueblo “de la arenilla”, que eso es Xalixintla, palabra náhuatl, en español.

Todos se fueron a dormir, pues al día siguiente, viernes 3 de mayo, tocaba visitar a la Iztaccíhuatl, y había que salir cinco y media de la mañana.

Bueno, casi todos se fueron a dormir, porque don Antonio y doña Andrea no pararon hasta dejar todo listo para salir a dejar la ofrenda a la Iztaccíhuatl al día siguiente, incluidas las tortas para compartir después de dejar los regalos a “doña Rosita”.

 

 

 

 

Doña Blanca, doña Rosita

 

El viernes 3 de mayo, en el lugar sagrado donde está la cruz que representa a la Iztaccíhuatl, donde el tiempero Antonio Analco Sevilla deja su ofrenda y hace sanaciones a la gente que se lo pide, sucedió un hecho inusual.

Hace ya un par de años que pobladores de San Mateo Ozolco, cuyas tierras ejidales colindan con el Parque Nacional Izta—Popo en el lado oriente, hicieron en el lugar sagrado, cuya antigüedad como recinto ritual nadie conoce, pero se infiere que al menos tiene como tal cientos de años, un “altar”: pusieron un piso de cemento frente a la pequeña oquedad en la roca de varios metros de altura y más de diez de ancho; lo cubrieron con un techo de lámina, el cual sostuvieron con troncos de árboles que cortaron a unos pasos de ahí.

De esa misma tala, tomaron madera para hacer un gran “altar” de más de dos metros de largo por cerca de un metro veinte centímetros de ancho en forma de mesa.

Esa construcción contrarió al tiempero Antonio Analco, quien considera que la naturaleza “no pide ni necesita” construcciones, y menos como ésa, totalmente “antinatural” por sus materiales y por haber cubierto el piso de cemento.

Desde que se concluyó esa construcción, Antonio Analco Sevilla ha levantado la voz y ha recurrido a todos los medios posibles para pedir que esa edificación sea retirada, lo cual no ha sucedido hasta ahora.

Ese “altar”, simulacro de capilla, ahondó la división entre los pobladores no sólo de san Mateo Ozolco, sino entre algunos de San Nicolás de los Ranchos y los mayordomos anteriores de Santiago Xalixintla, con el tiempero: en busca de ser aquéllos quienes “lleven la ceremonia, conduzcan a los peregrinos” y sean reconocidos como quienes tiene el “poder” para convocar y hacer, hace años ya que de diversas formas se enfrentan a Antonio Analco y, por ende, a su esposa.

La forma más evidente de esa confrontación ha sido desconocer la autoridad de Antonio Analco como tiempero y nombrarse alguno de ellos como tal, como trabajador del tiempo: “Pero el mío es un don que me dio mi Padre Dios. No es algo se aprenda, que se enseñe, que se pueda comprar. Si Dios no te lo da no lo puedes tener. Y aquí el único que lo tiene soy yo. Y eso es lo que no les gusta”, afirma Analco Sevilla.

Ubicado también a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, el altar “hechizo” en el sitio sagrado “arrinconó” la cruz que el tiempero llevó desde hace años, y a la cual viste con la ropa, los aretes y collares que su esposa, y veces otras personas, le llevan. Además, la lámina del techo de la construcción hecha contra natura, hace que el agua caiga sobre la cruz y la vaya pudriendo.

El tiempero Antonio Analco ha estado insistiendo en que la construcción no es del agrado de la volcana, conocida por él como doña Rosita, lo cual la tiene molesta, pero sobre todo, ha alertado, sólo ha servido para ahondar en las diferencias y acrecentar los enfrentamientos de quienes no respetan el papel de tiempero de Antonio Analco.                                   

Pero el viernes 3 de mayo sucedió algo que ya se venía fraguando días antes: un primer acercamiento, una primera reconciliación entre los mayordomos del templo de Santiago Xalixintla y el tiempero Antonio Analco, entre éste y algunos pobladores de San Mateo Ozolco.

Para hacer su petición, ofrenda y agradecimiento en el lugar sagrado de la Iztaccíhuatl, don Antonio, su esposa y quienes le quieran acompañar, le llevan ropa nueva a don Rosita, con la cual viste la cruz que hace muchos años llevó al sitio.

Una vez con su ropa y regalos nuevos (aretes, collares), la cruz es adornada con un par de ramos de flores. Todo mientras un rezandero (en esta ocasión don Román) reza y canta alabanzas.

Después, don Antonio, Analco, sólo acompañado de hombres, entra en una pequeña cueva donde deja la ofrenda de mole en una cazuela nueva, como la cuchara de madera que la acompaña, y fruta, pan y lo que el tiempero, su esposa y acompañantes deseen dejar.

El ritual concluye cuando, a unos metros de la pequeña oquedad, en una cascada de más de diez metros de altura, don Antonio recoge agua en una jícara y en una charola, y la “avienta” hacia los cuatro rumbos, para que con ello llueva y se logre la cosecha.

Ahí, bajo la fría y potente caída de agua, donde don Antonio ha ofrecido sandía y flores, cura a quienes padecen enfermedades “del frío”; el pasado 3 de mayo incluso lo esperaba, fuera del alcance del agua, un niño menor de seis años de edad, cuya madre pedía sanación “porque no habla”.

Don Antonio hace las sanaciones y recoge agua en su jícara y charola, la cual comparte con su esposa y sus acompañantes: hace partícipes a todos, sin excepción, del don de la vida que, a través  del agua ha recibido.

 

Reconciliación

 

El viernes 3 de mayo, como se ha escrito antes, sucedió en el lugar sagrado un hecho inusual: los recién estrenados mayordomos de Santiago Xalixintla participaron, en paz, con un pequeño eco de confrontación que todos supieron contener, en la ceremonia de floreado de cruces.

Los mayordomos reconocieron la autoridad del tiempero y éste les recordó que todos están convidados, son bienvenidos y nadie es excluido. Presentes había algunos pobladores de Ozolco que también, después de los últimos años de enfrentamientos, participaron o miraron pacíficamente en ese ritual.

Después, tiempero y mayordomos acudieron a dejar la ofrenda a la pequeña cueva. Atrás de ellos, un vecino de Ozolco, con su hijo, ofrendó su propia fruta a la volcana.

Un aire tranquilidad se pudo respirar durante toda la ceremonia ese 3 de mayo, después de años de tensión e incluso insultos.

Don Antonio estaba satisfecho, feliz, pero no quiso quedarse a la “celebración” que el grupo que no iba con él, se quedó a hacer en el sitio sagrado con comida y bebidas alcohólicas. Bajó con su gente hasta un claro en el bosque, y ahí condujo nuevamente con su música el baile de los listones de colores que perteneció a su padre, que debe tener, mínimo, 70 años de antigüedad.

El descenso hacia el camión de redilas en el que el tiempero, su esposa y acompañantes regresarían hacia Santiago Xalixintla, fue acompañado por una ligera aguanieve que, entre más bajaba la gente, era agua nada más.

Atrás quedaba la Mujer Blanca  (eso es la palabra náhuatl Iztaccíhuatl, en español) rodeada de nubes.

Y ya desde san Mateo Ozolco, acompañados de una ligera brisa, los peregrinos pudieron ver a los volcanes: él, don Gregorio Popocatepetzintli, nevado y cubierto de nubes. Ella, doña Rosita Iztaccíhuatl, nevada y con su manto de nubes.

El milagro de la vida, ante el cual se había inclinado el tiempero para pedir y agradecer, tendrá a sus testigos colosales por mucho tiempo en el Parque Nacional Izta—Popo.