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25 Abril 2024, Puebla, México.

Desde el ALDIVI: ¡Llegamos a los atolones en Tahiti!

Sociedad |#c874a5 | 2019-08-13 00:00:00

Desde el ALDIVI: ¡Llegamos a los atolones en Tahiti!

Bernadett Sánchez del Castillo

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Atolón Fakarava, en las islas Tuamotu, en Tahiti. Foto tomada de Welcome Tahiti.

 

Martes 14 mayo 

 

A diferencia de las Marquesas, vemos de pronto una sombra, como una nube muy bajita en el horizonte, difícil de percibir, es FAKARAVA, llegamos a nuestro siguiente destino: los atolones, las islas TUAMOTU. Prometen ser paraísos, estamos muy emocionados y un poco nerviosos pues leímos que las corrientes que salen de la laguna son fuertes y hay bajos por todos lados, debemos ir muy atentos, el capitán decidió llegar con luz y bajó la velocidad del velero durante la noche, son las 6:00a.m. el sol empieza a salir y con él aparecen también los colores del día.

Las siluetas de unas palmeras y un pequeño faro que aún deja ver su luz nos dan la bienvenida. Me parece muy impresionante la diferencia de la majestuosidad de las montañas que dejamos 300 millas atrás y ahora este paisaje al ras de la superficie del mar que, a simple vista, hasta ahora, no dice mucho. Nos ponemos a pensar en la cantidad de barcos que encallaron en sus casi invisibles corales y rocas, deben haber sido muchísimos. Estos volcanes hundidos son el resguardo de gran cantidad de especies y vida marina, toda la orilla son corales y arena blanca, lo que provoca que el agua sea de colores especiales, ya queremos llegar a ver eso, por ahora sólo debo irme a la punta y ayudar a mi capitán, que confía en mis ojos y los de Diego para avisarle si vemos algo con lo que podamos chocar. En las cartas de navegación está marcado el canal de entrada a la isla, pero aun así es un poco aterrador ver ese cambio en la textura del agua cuando hay una roca debajo queriéndose asomar a la superficie.  Logramos entrar, a motor y a toda potencia, pues la corriente que sale efectivamente es muy fuerte, el mar que choca y se revuelve en esta barrera, pasa de estar muy revuelto a tranquilo y plano, sólo vemos parte de ésta inmensa circunferencia que forma la isla. El sol se pone las pilas y nos alumbra intensamente para poder ver en esas aguas transparentes las rocas del fondo, está perfectamente señalado lo más peligroso, con una especie de postes de color rojo. A la derecha vemos el aeropuerto, la pista de aterrizaje es prácticamente del ancho de la isla y de un lado tiene un mar azul oscuro y profundo y del otro, dentro del cráter, aguas de mil tonos azul claros que descubrimos y que nuestros ojos comienzan a admirar.

 

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El atolón de Fakarva, en Tahiti.

 

Estamos en el lado norte de la isla, alcanzamos el lugar de anclaje. Como magos serpenteamos a otros veleros y a todos los bajos que como baches de ciudad mal pavimentada, nos marcaron el atajo correcto. Ya estamos aquí, es un placer sentir la calma y la quietud del mar. El barco casi no se mueve y me toma tiempo adaptarme, mi cuerpo y cerebro ya estaban en modo movimiento.

Alexa, ve la orilla azul turquesa y la playa con arena blanca y nos ruega apurarnos, ella lleva esperando ver estos tonos demasiado tiempo. Ha hecho dibujos y más dibujos imaginándose un lugar así. Diego ya está en traje de baño y Vital solo quiere su desayuno.

Nos acercamos al primer muelle que vemos, es largo, se mete en dirección al mar y al final de su estructura sobresale una casita de madera y techo de palma que parece flotar.  Nos amarramos y bajamos ahí, no sabemos si está permitido, vamos a preguntar. La casita tiene un letrero que dice PEARL FARM, y varías fotos en su interior de conchas y perlas. En estos atolones nacen la mayoría de las perlas del mundo, con tonos inigualables, grises tornasol de mil formas y también como las conocemos, perfectamente esféricas. Es como de fantasía que una concha tenga dentro un tesoro así. Muero de ganas de que me expliquen el proceso y entender bien esta creación perfecta de la naturaleza. 

Los niños corren por el muelle hasta la playa, resulta que es un hotel y que podemos pasar aquí nuestro día. Yo no doy crédito de la suerte que tenemos; de toda la costa, larga y con varios muelles, nos anclamos y bajamos en el indicado.

¡Es un lugar precioso, con mesas, bancas y palapas metidas en un mar color turquesa, transparente y lleno de corales y peces de colores que de pronto se dejan ver! Que gozada, los niños se meten a nadar de inmediato, con sus visores observan y descubren un nuevo mundo. A mí me hace ojitos la palapita dentro del mar, es el sitio perfecto para sentarme a observar y refrescarme. Yo no bajé mi visor, pero mis hijos emocionados me obligan a meter la cabeza y abrir los ojos para ver lo que ellos ven. Diego, que ve siempre un poco más allá de lo que los mortales vemos, observa cómo se abre y cierra una concha que dentro tiene una perla, y está ahí, al lado de mi asiento perfecto, pegada a una roca que yo veo como si estuviera en una pecera, la intenta abrir y la concha de inmediato se cierra con todas su fuerzas, se corta los dedos y se va en busca de alguna herramienta, palitos o piedritas de la playa que le ayuden a sacar su perla, está decidido. Vital sube y baja el metro y medio que hay de fondo y puedo darme cuenta de que se jura en una misión de buceo submarino, y en su infinita imaginación seguro cuenta hasta con tanque de oxígeno. Alexa, mi princesa, se metió al mar despacito, arrastrando los pies en la deliciosa arena, movía sus brazos de un lado a otro tocando con la punta de sus dedos el agua, y así bailando, con su personalidad definida, al final de todo ese ritual, se sumerge y asoma su cabeza como sirena del agua y me dice, ¡soñé con este momento mamá!

Ya estamos ahí, instalados y gozando. Alejandro se va a comprar unas cervezas y yo disfruto el lugar y a mis hijos. No pasan ni 10 minutos cuando da un brinco Alexa y enrosca sus piernas en mi cadera y sus brazos en mi cuello, yo no tengo mucho equilibrio en este piso inestable, pero logro cacharla y con una voz casi perdida, me dice, ¡ví un tiburón mamá! tiburón!!! ¡Un tiburón!!! ¡Sácame, sácame! Está asustada, doy 10 pasos hacia la playa y ya estamos sentadas en la orilla, no puedo creerlo, le pregunto de qué tamaño era, y me dice de tu tamaño mamá, estaba grande, le digo, ¿no te confundiste con la roca? Se enoja conmigo pues piensa que no le creo, volteo a ver a mis otros dos hijos que abandoné ahí en el mar y siguen sube y baja en la misma roca, como si nada, donde estábamos los cuatro observando a algunos peces y conchas. La tranquilizo y le digo que no pasa nada, que son tiburones de arrecife y no hacen nada y nos volvemos a meter para sentarnos juntas en la banquita, ella está asustada y no baja sus pies, yo también estoy un poco asustada pero insegura de lo que vio y decido sólo abrir bien los ojos para ver si lo veo. Llega Alejandro con nuestras cervezas Hinano y me dice, ¡me cae que en estos lugares no saben lo que es gozar una cerveza helada! Sí la tienen en un refrigerador, pero nunca están como a nosotros nos gustan, ¡bien muertas! 
 Chocamos tarros, ¡salud! ya estamos aquí!

A los cinco minutos pasa a nuestro lado, entre los niños y la mesa el famoso tiburón, mide como 3 metros, es oscuro y tiene una cabeza redondeada, se mueve lento y con esa escalofriante elegancia, yo casi escupo la cerveza y me subo de un salto a la mesa, Alexa me reclama, ¡te lo dije mamá! ¡Te lo dije! Enmudezco y la abrazo, pobrecita, con razón se asustó tanto. Ale les grita a los niños que volteen a ver al tiburón y nadan hacia la mesa para poder pararse a observarlo; necesitas estar en alto para distinguirlo bien, dentro del agua no lo ves. Diego lo quiere perseguir y yo me quiero morir, estábamos tan a gusto y ahora estoy angustiada y como con todos mis miedos, se me endurece la espalda y trato de no perderlo con la mirada.

 

Tiburones en el atolón de FakaravaFoto tomada de Welcome Tahiti.

 Alejandro me calma y me repite una y mil veces, ¡ no hacen nada!!! Ya quítate la pinche imagen de Hollywood de tu cabecita y disfruta el momento. No sé cómo, bajo mis piernas otra vez al mar y me tomo mi cerveza, disimulando mi angustia, pero engarrotada. Se va el tiburón tan tranquilo como pasó y los niños vuelven a nadar como si nada, yo me contengo, no quiero trasmitirles todos mis miedos, aunque con ALEXA ya es un poco tarde, a esta pobre sin querer creo que sí se los heredé, me da coraje.

Aunque me quedo ahí, no parpadeo, lo busco y lo busco, no se vé hasta que lo tienes a cinco metros, lo juro, se confunde con los muchos montículos salpicados de rocas grises que hay en el fondo y que puedo ver sin problema. Al ratito vuelve a pasar, ahora del otro lado de la mesa, o sea en una profundidad de no más de un metro, en la mera orilla. Alexa de plano se pone a jugar con la arena fuera del mar, está nerviosa, la entiendo y no la pienso forzar. Pasa otro más chico, y luego uno de un tono más claro. Yo ya no puedo más y saco a mis hijos con el pretexto de enseñarles a hacer túneles de arena, Ale por fin se está relajando, le duele el brazo todavía, lo veo cómo mueve y mueve el hombro.

 Me voy con los niños a caminar y explorar un poquito más el lugar; ¡hay una regadera con puerta! ¡Qué felicidad, vendré mañana con shampoos! Vemos a unos señores que preparan sus largos kayaks para salir a remar, caben cuatro personas y tienen un pontón para estabilizarlos, pregunto si puedo subir a los niños y me dejan, les tomo unas fotos y ya se bajan, se suben los señores y mis hijos divertidos los empujan, de pronto aparece de nuevo el tiburón, ahí al lado de los kayaks, uno de los señores grita, ¡LE REQUIN!!,  y yo siento cómo se me para el corazón, a carcajadas y un poco asustados se salen del agua y nos quedamos a observarlo pues decide echarse una siesta prácticamente en la orilla, se acurruca con la panza recargada en la arena y llegan los otros dos tiburones a hacer lo mismo. Desde el muelle se ven mejor, nos sentamos ahí y los vemos dormir. Se ven tan malos y al parecer son tan tranquilos.

Morimos de hambre, ya son las 5:30, se está metiendo el sol, regresamos al velero y Ale prepara unas hamburguesas espectaculares en el asador. Cenamos y nos dormimos a las 7:30. Eso me tiene tan feliz, dormirme cuando se mete el sol y despertarme cuando sale, es una delicia y el cuerpo lo agradece.