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19 Abril 2024, Puebla, México.

Marchar por el poder de las mujeres, y contra el oscurantismo

Sociedad |#c874a5 | 2019-10-20 00:00:00

Marchar por el poder de las mujeres, y contra el oscurantismo

Samantha Páez y Mayra Guarneros Bonilla

Mundo Nuestro. En días recientes el Congreso del Estado de Puebla aprobó una iniciativa del gobernador Miguel Barbosa en contra de la despenalización del aborto y el reconocimiento del derecho al matrimonio de una pareja del  mismo sexo en Puebla. A todas luces una decisión marcada por la coyuntura política y que confirma el oscurantismo de los grupos de poder en nuestro estado. La Marcha de las putas, llevada a cabo el pasado domingo 13 de octubre en la ciudad de Puebla, da una idea del pensamiento de muchas mujeres jóvenes, de su determinación y coraje frente a estructuras añejas que les niegan el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos. 

Esta historia contada por Samantha Páez, ilustrada con las fotografías de Mayra Guarneros, da cuenta de estos mundos enfrentados. La imagen de la verja de catedral es inigualable.

 

 

 

Ser puta es un elogio. Con esta frase termina la jornada de esta Marcha de las putas que he seguido desde el Paseo Bravo hasta el Zócalo. Son palabras de Huichita, la muchacha a la que he visto realizar con pasión este performance.

Es el centro de la ciudad de Puebla, en concreto frente a la iglesia de San Marcos. Parece una fiesta. Feministas vestidas de morado, rosa, verde, negro, bailan, gritan, cantan, alzan el puño. En la vanguardia del grupo, las mujeres tocan tambores o botes con frenesí; mientras, otras más mueven sus caderas, traseros, su cuerpo semidesnudo y lleno de brillantina. De frente al contingente personas vestidas de azul rezan padres nuestros y aves marías, pero sus rezos son apenas un murmullo.

Una las mujeres que baila, que perrea en el mejor estilo reguetonero, frente al grupo de católicos es Huichita. Su pelo es largo, peinado en una trenza. Viste un calzón negro, un pareo de color amarillo y unas sandalias negras. Ella porta consignas en la piel: “No a la trata”, “Vivas nos queremos”, “Derechos todos los días”. Ha ido a todas y cada una de las nueve Marcha de las Putas en Puebla.

Huichita me dice que el performance de este año se inspiró en los pueblos indígenas en pie de lucha. Las máscaras –de esas que abundan en los días de carnaval-- se las pusieron porque ninguna de ellas pertenece a alguna etnia.

 

 

 

Momentos antes que la marcha salga del Paseo Bravo rumbo al zócalo, Huichita y sus compañeras bailan alrededor de un palo de madera lleno de listones, que trenzaN con cada vuelta. También se colocan seis de un lado y seis del otro lado de la calle, toman los listones de punta a punta y, mientras la batucada feminista toca, las participantes de la marcha pasan por debajo siguiendo el ritmo. Es una imagen muy parecida a la de los huehues de cualquier barrio, sólo que esta vez ningún hombre estádisfrazado de mujer.

 

 

 

La marcha comienza con el grito de Aleeeerta. Las mujeres han cambiado los listones por bengalas moradas y verdes. Danzan en círculos. El resto del contingente responde con euforia: “Alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina”. El contingente baja por la avenida Reforma.

 

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En la iglesia de San Marcos un grupo de católicos resguarda el portón, las feministas les perrean un momento y siguen su camino. Cantan: “Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado, que va a caer”. La gente las mira, a veces con intriga, a veces con asombro, y otras tantas con vergüenza. Dos señoras miran a las mujeres semidesnudas y a las que llevan carteles a favor del aborto, luego niegan con la cabeza y se van. Las consignas rebotan contra su desconcierto. El sol de la una de la tarde aviva el grito unánime de las jóvenes marchistas: “¡Que te dije que nooo! ¡Pendejo noooo! Mi cuerpo es mío y yo decido”. Tan parecido a la consigna con que inició la Marcha de las putas en Canadá hace ya nueve años: “No es no”. Las feministas ondean sus banderas rosas, verdes, moradas. Alzan sus pancartas que aseguran que el aborto será ley, que exigen la separación del Estado y la Iglesia. Las rodean mujeres y hombres con chalecos verdes, quienes toman un cordón azul con las manos para marcar una distancia, para protegerlas de alguna agresión.

A la altura de la calle 5 Sur, las doce mujeres llenas de brillantina vuelven a sacar sus listones y bailan. La gente sale de las tiendas para averiguar de qué trata el escándalo: tras las danzantes van 150 mujeres que paran el tráfico, que atraen las miradas de las y los transeúntes y que dejan a los policías parados a la mitad de la calle sin saber qué hacer. De repente un hombre joven de camisa de mezclilla les grita que se pongan a trabajar, aun cuando es domingo. La mirada severa de una mujer de blusa verde, lo calla y hace que volteé a otro lado.

En la esquina de la 3 sur y Reforma, la marcha da vuelta, se encamina hacia el Congreso del estado, donde hace unos días una mayoría de legisladoras y legisladores votó a favor de un paquete de iniciativas propuestas por el gobernador Luis Miguel Barbosa Huerta, que dejan de lado la posibilidad de despenalizar el aborto y que parejas del mismo sexo puedan casarse. Mientras caminan, las manifestantes cantan: “Tuve que quemar a la policía, tuve que quemar a la comandancia, tuve que quemar y protestar”.

 

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Huichita dice que cada marcha a la que va la empodera. Siente la fuerza de ver a las jóvenes, a las viejas, luchando con un mismo fin. “Mostrar mi cuerpo también es poder –me dice--, porque el cuerpo de las mujeres ha sido cosificado, ha sido tomado por el patriarcado para vender. Así retomamos nuestro cuerpo para liberarnos. Retomamos lo que el patriarcado nos había quitado y lo retomamos para liberarnos.”

El poder del cuerpo como un instrumento de protesta también se siente en colectivo. Huchita recuerda que hace años, la primera vez que organizaron la Marcha de las putas, fueron vestidas de lencería. Ahora nota que cada año son más las mujeres que se desnudan, que muestran su cuerpo, que aportan con él a la lucha.

 

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Cuando la marcha llega a San Agustín, en la 5 Sur esquina con 3 Poniente, se escuchan decenas de voces cantar: “No queremos machos, que nos asesinen. No queremos machos, que nos asesinen”. Mientras la batucada feminista marca el ritmo de la canción de We Will Rock You, de Queen. En la acera contraria al templo, un señor de unos 65 o 70 años, sigue a una de las integrantes, parece que le quiere dar una explicación. Ella lo ignora, no necesita explicar el morbo con que ve a sus compañeras del performance.

Conforme el contingente se acerca al Congreso del estado, se siente la tensión. Los medios de comunicación se colocan frente a la puerta. Huchita y las otras mujeres semidesnudas se colocan frente a ellos y posan: doblan sus rodillas colocando sus manos en los muslos, como un equipo de futbol americano; luego alzan sus brazos en señal de triunfo y gritan consignas: “Las putas, las putas somos conscientes. Biestro, Biestro, Biestro delincuente” y “Barbosa asesino”. Se muestran molestas porque ni el Legislativo, ni el Ejecutivo, escuchó sus argumentos a favor de la despenalización del aborto y el matrimonio igualitario

Un grupo de mujeres con máscaras de Sor Juana Inés de la Cruz se acerca a las paredes del Congreso. Otras las cubren con las banderas de colores, para que puedan hacer pintas y colocar imágenes con engrudo. Hay una disputa: los fotógrafos y camarógrafos quieren la imagen de las pintas; alzan sus equipos lo más alto que pueden para sortear la barrera; entonces, llegan más mujeres con carteles y banderas, protegen a sus compañeras que no quieren ser fotografiadas o grabadas. Las personas con los chalecos verdes escoltan a las chicas disfrazadas de Sor Juana, para que regresen al contingente.

Cuando se van las sorjuanas, queda un fuerte olor a pintura. En las paredes blancas del Congreso de Puebla quedan las frases “Aborto ya”, “Gay power”, “Asesinos”, “Vivas nos queremos”, “Derechos para todos”. Hay también figuras de mujeres pegadas con engrudo, donde se escribieron los nombres de las víctimas de feminicidio de este año.

Las feministas caminan hacia la Catedral. Huichita y sus compañeras se colocan en ambos lados de la calle, vuelven a alzar sus listones para que el contingente pase debajo de ellos al ritmo de los tambores. Una persona, de edad avanzada, se las topa y mientras se aleja, grita: “Son los mata niños”. Curioso: ni son ellos, ni los fetos son niños.

En la esquina de la avenida 16 de septiembre, frente a una de las puertas laterales de la Catedral, la marcha se encuentra con una hilera de hombres rosario en mano. Ellos están tomados de los brazos, parece que quieren impedir que las feministas se acerquen. La batucada se queda allí unos minutos, cantando: “Somos malas, podemos ser peores. Somos malas, podemos ser peores. Y a quien no le guste, se jode, se jode”.

 

 

De manera repentina las chicas del performance corren a la puerta principal de la Catedral, se suben a las rejas y comienzan a bailar de forma erótica. Es demasiado tarde para los católicos, la puerta principal ha sido tomada por las feministas, que cantan una y otra vez: “Somos malas, podemos ser peores. Y a quien no le guste, se jode, se jode. Y la maldad, la maldad, la maldad feminista. Aquí nadie se rinde, aquí nadie se rinde. Aquí sí se hace lucha, aquí sí se hace lucha”.

 

 

Huchita está arriba de las rejas, se descubre el trasero y lo mueve de un lado a otro. Se da nalgadas, acerca su cuerpo a las rejas y luego lo baja levantando las nalgas. Sus compañeras también bailan a su manera, se contonean tomadas de las rejas. En el patio de la Catedral, las mujeres vestidas de azul se hincan cuando las ven moverse.

Los hombres con sus rosarios se acercan a donde están ellas, las organizadoras y las personas de los chalecos verdes hacen señas para que el contingente continúe hasta el zócalo. Una parte lo hace, pero otra parte se queda a defender a las feministas que son jaladas por las mujeres y los hombres vestidos de azul celeste: les gritan que son unas putas, que son unas pecadoras.

No pasa de ahí. Ambos grupos se separan. Las feministas caminan hacia el zócalo y ahí retoman su grito de lucha: “Aleeeeerta, alerta, alerta que camina, la marcha de las putas por América Latina”.

 

 

Mujeres vestidas de verde, morado, rosa y negro ocupan toda la calle. A los lados, decenas de personas las observan, las graban con sus teléfonos, no entienden muy bien qué es lo que pasa. Las mujeres llegan a la plancha del zócalo, allí han dispuesto un templete. Todas las participantes de la Marcha de las putas hacen un círculo, las chicas del performance vuelven a poner el palo con listones y danzan alrededor de él, trenzando sus listones. La batucada golpea con fuerza los tambores y los botes que llevan. Cantan: “Ahora que estamos juntas, ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven. Abajo el patriarcado, que va a caer, que va a caer. Arriba el feminismo, que va a vencer, que va a vencer”. Las demás mujeres corean, bailan yendo hacia abajo y luego hacia arriba. La energía y el poder se sienten.

 

 

Las organizadoras de la Marcha de las putas se suben al templete y exclaman: “Ante la violencia machista”, “Autodefensa feminista”, les responde el contingente. Entonces suben Huichita y sus compañeras del performance. Hacen un acto: primero se ponen en guardia, como si fueran a pelear contra alguien; en seguida danzan en círculos, parece un aquelarre; luego alzan sus puños tomando fuerza; dan un aplauso, y se vuelven a poner en guardia.

Las organizadoras toman el micrófono, reclaman al gobierno estatal las mentiras y la hipocresía por el paquete de iniciativas que aprobaron, todas van en contra de los derechos de las mujeres y de las personas de la comunidad LGTBI+. Piden a las personas vestidas de azul, que las agredieron y empujaron, que reflexionen sobre la violencia en la familia tradicional que tanto defienden y sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. “Si quieren salvar a niños, como afirman, que volteen a ver a los que viven en las calles.”

 

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Mientras las organizadoras hablan, las mujeres del performance se cubren el cuerpo y se van a un bar. Sentadas alrededor de una mesa de madera se ríen de las caras de los católicos cuando las vieron bailar. Hablan de los momentos en los que se sintieron más poderosas. Huchita señala que para ella fue cuando vio a las personas que rezaban, porque eso le daba más gasolina.

“Fue cuando hicimos el de pompa, pompa, pompa, pompa. Luego cuando nos trepamos a la reja, así es el poder ¿no? Que nos vean, que es ridículo que nos nieguen derechos.”

De hecho, cuando las llamaron putas para ella no fue una ofensa, le pareció un elogio, porque significa que son mujeres que piensan, que deciden sobre cuerpo, porque se defienden y defienden a sus hijas e hijos de la violencia, porque son las que van a denunciar.

“Entonces yo creo que es un elogio –cierra Huichita--, hoy es un elogio ser puta.”