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19 Abril 2024, Puebla, México.

Del fogón a la boca: Salpicón para las niñas y niños

Sociedad |#c874a5 | 2020-04-21 00:00:00

Del fogón a la boca: Salpicón para las niñas y niños

Antonio Ramírez Priesca

Mundo Nuestro. Una más de las entregas de las las crónicas de cocina poblana Del fogón a la boca, escritas por el anticuario poblano, experto en arte popular, Antonio Ramírez Priesca. Mirar la ciudad a través de la comida. Saborearla y aprender con ella a conocer la historia que la contiene. Por la historia y por nuestra comida, valorar la extraordinaria ciudad en la que vivimos. Publicadas originalmente en el portal urbanopuebla, las crónicas de Antonio Ramírez Priesca serán reproducidas semanalmente aquí con su autorización.

 

Las celebraciones para el Día del Niño – y de las Niñas, por supuesto – eran en mi lejana infancia de los 1960’s muy diferentes. Se trataba de un día cualquiera de colegio, con apenas mención en las aulas, y dado que no veíamos televisión - ni ningún otro multimedio electrónico tampoco - el festejo era si acaso, en cada uno de los hogares.

‘Acompáñenme a la carnicería, vamos con los Güeros al Parral’ nos indicó nuestra madre llegando a casa en el camión del colegio. En ese entonces, el Mercado Nicolás Bravo – o del Parral – como lo llamamos los poblanos por el antiguo barrio al que pertenece, era muy diferente a lo que es ahora. Fundado muy recientemente por esos años, se distinguía por ser limpio y ordenado, con pisos de cemento pulido y techumbre de lámina, todas sus paredes muy bien encaladas.

Eso sí, era muy bullicioso y había absolutamente de todo para comprar del ‘mandado’ familiar. Al fondo, del lado de la 7 poniente, estaba la renombrada carnicería de Los Güeros, donde toda la familia compraba. ‘Deme por favor 1/2 kilo de falda de res, muy bien despachada’ le solicitaba mi madre al carnicero, un grandulón de mejillas sonrosadas, ataviado con un eterno mandil blanco. Nosotros los chamacos no parábamos de reír, imaginándonos a una enorme señora vaca, ataviada con falda a cuadros, que en ese momento mi madre se disponía a comprar.

En casa, mi madre hervía la carne con cebolla, pimienta, sal y hojas de laurel; una vez cocida y fría, se dedicaba a deshebrarla. Ya tenía hervidos chicharitos, zanahorias cortadas en cubitos, ejotes verdes en pequeños rombos y lo mezclaba con aros de cebolla blanca muy bien desflemada, hojitas de perejil, pimienta molida y sal. Antes de meterla al refrigerador para enfriar la mezcla, la bañaba con un generoso chorrito de aceite de olivo, que escanciaba de una lata azul.

A continuación preparaba la enorme canasta: primero un paño de cuadro rojos y sobre él, ponía en orden, nuestros platos de aluminio de colores ‘del diario’, los vasos del mismo material, la servilletas de tela de cada uno, un tenedor para cada uno del diario, un pequeño salero de cristal, unas tostadas previamente fritas, un refractario de vidrio con tapa, lleno de frijoles refritos que había hecho la misma mañana, un mantel de telar de Oaxaca y una bolsa de papel conteniendo la sorpresa para cada uno de nosotros.

‘Niños, nos vamos’ y canasta en mano, a prisa bajábamos la suave colina que era la recientemente asfaltada Calle de Compostela, en la colonia de Las Palmas, perteneciente a la junta auxiliar de San Baltazar Campeche, en el sur de la Ciudad. Muy pocas casas había en esa recién inaugurada colonia, verdes alfalfares y árboles frutales en flor, nos acompañaban en el camino hacia el río.

Terminando la calle, llegábamos al paraíso: un inmenso mar de enormes piedras blancas al abrasante sol se extendía hasta donde nuestra infantil vista alcanzaba, e inmediatamente el cadencioso sonido del Río San Francisco, de cristalinas aguas, llegaba a nuestros oídos. Solo resaltaban en el horizonte, al otro lado del río, los enormes silos de trigo del Molino de Huexotitla, rodeados también de un espeso conjunto de encinos y fresnos.

Exactamente donde terminaba la calle y topaba con el río, se levantaba un majestuoso fresno de enorme y rugoso tronco, bajo cuyas frondosas ramas daban fresca sombra, mi madre extendía el mantel y de inmediato empezaba a preparar las Tostadas de frijoles y salpicón acompañadas de agua de limón: el manjar para celebrar el día. La mejor sorpresa vendría al final: ¡pirulís de sabores que nos encantaban, porque competíamos quién podía estirar más largo el caramelo de colores!

¡Esa fue la mejor celebración del Día del Niño que recuerdo!

¡Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!

#tipdeldia: para esta muy calurosa primavera poblana - de confinamiento voluntario - les recomiendo mucho preparar esta exquisita y fresca receta, que además de saludable, ¡es deliciosa!