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24 Abril 2024, Puebla, México.

El valor y la mar/El Puerto Libre de Ángeles Mástretta

Sociedad |#c874a5 | 2016-05-02 00:00:00

El valor y la mar/El Puerto Libre de Ángeles Mástretta

Ángeles Mastretta

 

El valor y la mar/El Puerto Libre de Ángeles Mástretta

 

 

Haberle encontrado nombre al viento que a veces trastornaba mi cuerpo, convocó una tranquilidad misteriosa. Decir la palabra fue conjurar el peor de los hechizos: la oscura incertidumbre.

Epilepsia: deriva del verbo griego epilambaneim, que significa ser tomado, quedar avasallado por la sorpresa. Saberlo me llevó a enterarme de que entre los grandes desórdenes cerebrales convulsionar es uno de los más comunes. Y que lo provocan tan distintas causas que cuesta saber cómo curarlo. Por eso, por su condición de imprevisible, de repentino, de estupor, desde los tiempos más lejanos suele estar rodeado de mitos y prejuicios que es difícil desafiar.

He contado ya que descubrí un reporte médico en el escritorio del ingeniero Mastretta tras el naufragio que fue perderlo. Sin duda la epilepsia era un mal menor en mitad del verdadero asalto: la mejor mezcla de melancolía y humor que ha dado la especie humana dejó de hablar un sábado por la noche. Murió en la madrugada del martes. Frente a ese abismo, el miedo a la epilepsia era una canción de cuna: Yo te lego el valor y la mar, decía la tonada que una bisabuela llevó a Puebla desde un puerto abierto al Atlántico. 

 El tiempo es un miserable, por eso todo pasó hace tanto y tan apenas. Era mayo de 1971, hace cuarenta y cinco años. La sonrisa exhausta de ese hombre al que por décadas consideré un traidor traicionado me recibió con su dueño ya metido en cama. Ahí entré a preguntarle una sandez. Había vuelto de la universidad con la tarea de buscar cinco invenciones que justificaran la guerra de Vietnam. No olvido su gesto, ahora lo reconozco en mí cuando oigo de nuevo una de esas preguntas que se instalan sin más tregua entre nosotros: “¿quién delibera semejante necedad?”.

 

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Ilustración: Gonzalo Tassier

 

He contado ya que descubrí un reporte médico en el escritorio del ingeniero Mastretta tras el naufragio que fue perderlo. Sin duda la epilepsia era un mal menor en mitad del verdadero asalto: la mejor mezcla de melancolía y humor que ha dado la especie humana dejó de hablar un sábado por la noche. Murió en la madrugada del martes. Frente a ese abismo, el miedo a la epilepsia era una canción de cuna: Yo te lego el valor y la mar, decía la tonada que una bisabuela llevó a Puebla desde un puerto abierto al Atlántico.

 

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Ilustración: Gonzalo Tassier