SUSCRIBETE

19 Abril 2024, Puebla, México.

Bill: del seductor del salón oval al rendido admirador de su señora

Sociedad |#c874a5 | 2016-08-01 00:00:00

Bill: del seductor del salón oval al rendido admirador de su señora

Verónica Mastretta

 

El Partido Republicano quiso enjuiciar a Bill Clinton y quitarlo de la presidencia de la república por, literalmente, una mamada. Bueno, no solo por eso, sino por envidiosos, pues además de lo ya mencionado, Bill se dio el lujo de jugar a las muñecas con sus finísimos puros  en el salón oval  antes de fumárselos. La vida privada y secreta del presidente Clinton se filtró junto con el humo de sus Cohibas por debajo de la puerta y por ello estuvo a punto de  perder no solo la presidencia de los Estados Unidos,  sino a Hillary, su inteligentísima esposa, compañera y cómplice desde 1971.

 

 

Grandes expectativas hubo en la convención demócrata acerca del discurso que daría Bill Clinton para apoyar a su esposa en sus aspiraciones a la presidencia. Si forma es fondo en política, digamos que Bill con sus bonitas formas dio en el fondo correcto  con una elegante manera de  mencionar y disculparse al mismo tiempo del famoso " error oval"  sin tener que arrastrarse ante el llamemos "repetable" público americano. Mucho se especuló sobre si mencionaría el específico episodio de su original aventura en el corazón de la Casa Blanca. Pues no, claro que no, si el hombre es muy inteligente y ella puede que un poco más que él; las obviedades burdas no son para ellos, así que hizo un despliegue de su talento para cruzar el charco de lodo del obligado paso sobre el tema con una elegancia y equilibrio dignos de un malabarista del Cirque du Soleil: "Ella y yo hemos pasado por momentos felices, por momentos de tensión y trabajo arduo y por duros momentos de corazones rotos". ¡Qué tal! Lo dijo todo en dos palabras: corazones rotos, en plural. No sé si a él se le rompería el corazón por haber sido descubierto o por el genuino pesar de haber hecho sufrir a quien, por lo visto el miércoles en la convención, lo tiene comiendo de su mano. Pero más dijo con su cara de marido viejo y embobado. Nada mal. Un viejo gavilán cansado, echando a su paloma, pan.

 

 

 Yo no había vuelto a ver una foto o un video de Bill Clinton desde hace varios años. La última vez que  lo vi estaba pasado de peso, jugando golf  y proyectando una sensualidad y despreocupación seguramente acompañada de placeres varios, pero mayoritariamente gastronómicos, que le habían dejado la figura de un perro San Bernardo con el que se podría retozar amigablemente en un sofá. Claro, en el sofá quizá podría fumarse aún un puro o dos. A la Convención Demócrata del miércoles llegó otro Bill. Un hombre que, o es un gran actor, o está absolutamente cautivado por lo que él llama coloquialmente "la chica que conocí en 1971". Ahora, pensándolo bien y como decía el poeta, los amantes son infieles, pero no desleales. La fidelidad es una cualidad perruna, la lealtad, humana.  No tiene por qué ser un gran actor para aparecer embobado ante una mujer a la que clara y lealmente admira y apoya, aunque haya existido hace mucho tiempo, en ese Camelot moderno y pervertido de la Casa Blanca, un suceso amoroso con una dama de la corte, mientras jugaban con un puro en el sillón de brocado del salón oval. Lástima que la dama de la corte se llevara un recuerdo estampado en el rojo vestido. Lástima que una mala amiga, de esas que nunca faltan, haya decidido contar las confesiones quizás no tan inocentemente contadas, y que la señorita hubiera decidido guardar el vestido de recuerdo con todo y ADN  del fumador de puros. Lástima, porque sin ese vestido y esa prueba no hubieran existido los corazones rotos. Nunca es bueno que las personas sufran por asuntos de celos que solo pueden ser evitados si se ignoran. La vida secreta dejó de serlo y obligadamente llegaron  los corazones rotos. Y no dudo que Hillary supiera de otros deslices, pero una cosa es saberlo uno y otra que lo sepa la república entera. Por eso digo que fue inteligente. En lugar de darle gusto a su ego y a la masa, privilegió las cosas que solo ellos saben que tienen, lloró en el hombro de buenas personas , fortaleció su propia vocación y su carrera y regresó con su marido.

 

 

Pues ahí estaba Bill, muy delgado, dando su discurso con una chispa en los ojos que es indudablemente una forma de amor, una variante, porque el amor tiene miles de formas, y solo a veces logramos conocer algunas de sus caras.

Como sea, este matrimonio está junto desde hace 43 años y tienen una complicidad y una unión que de momento parecen imbatibles. De todos modos, los supuestamente liberales demócratas y los archí conservadores republicanos aún levantan la ceja ante el episodio del salón oval y aún pasan la factura si hay ocasión propicia.

 

 

Y fíjense en la paradoja: los republicanos, tan castos, mustios y rígidos, tan mencionadores de Dios en todo momento y discurso, tan cuestionadores de las infidelidades de Bill al grado de haber tratado de derrocarlo llevándolo ante un juez a jurar sobre una biblia  acerca del tipo de relación sexual que había tenido con la dama de la corte, hoy tienen como su candidato a la presidencia al hipopótamo sin gracia corporal alguna que es Donald Trump, casado varias veces, promiscuo como pocos, un grosero echador de sus atributos sexuales y de las medidas de su seguramente disminuido miembro. Toda una ficha.

 

Volviendo a los Cohiba y al asunto de los corazones rotos, que bueno que Bill fumaba puros, porque de otra manera, es muy probable que lo hubieran derrocado de la presidencia y también que hoy no estaría a los pies, como parece estarlo, de la mujer que hoy aspira con sobrados méritos a la presidencia de su país.