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23 Abril 2024, Puebla, México.

Reflexiones de un católico sobre las marchas del “Frente por la Familia”/Revista Nexos

Sociedad |#c874a5 | 2016-09-09 00:00:00

Reflexiones de un católico sobre las marchas del “Frente por la Familia”/Revista Nexos

1) Punto de partida: por chocantes que nos parezcan, el Frente por la Familia y las asociaciones religiosas que lo respaldan están en todo su derecho de manifestarse públicamente. Una verdadera cultura democrática requiere de un debate amplio, plural y vigoroso, donde todas las expresiones puedan ser escuchadas y también discutidas. No hay que confundir el Estado laico con la exclusión de las voces religiosas.  

iglesia

Ilustración:Víctor Solís

 

2) Dicho esto, creo que detrás de este debate se esconde un viejo problema de nuestra cultura jurídica: la tendencia a imaginar que los conceptos legales —como el matrimonio— son “esencias” que condensan la realidad plena y verdadera de una institución social, algo así como lo que decía Borges en “El golem”: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’”. Me parece que esta vieja creencia es la que explica nuestra pasión por el debate ideológico y abstracto, y también el temor de muchas personas a que una reforma como ésta tenga consecuencias apocalípticas en la vida social (ojo: lo mismo sucede también cuando se asume que la mera inclusión de derechos en la Constitución creará el mundo feliz). Frente a esta creencia, me parece necesario insistir que la finalidad principal del derecho no es codificar ideales abstractos, por valiosos que estos parezcan, sino, más bien, proveer de reglas amplias y flexibles que permitan resolver —de la manera más justa y práctica posible— la infinidad de problemas que se presentan en la convivencia cotidiana de las personas. A mi juicio, la discusión tendría que fluir de abajo hacia arriba, desde la casuística hasta llegar al lenguaje constitucional, y no al revés.  

3) Si dejamos de creer que la suerte de todas las familias depende de la definición legal de matrimonio, y reconocemos (con toda lógica) que el río Nilo es más que la palabra Nilo, no veo por qué esta reforma deba ser considerada como una amenaza para nadie, y menos para quienes practican una fe religiosa, pues lo único que hace es ampliar el espectro de relaciones íntimas que gozan del reconocimiento y protección de la legislación civil. Considerando que el matrimonio religioso y el civil son cosas distintas, y que el primero no se vulnera en lo absoluto por esta reforma, no veo en dónde radica la amenaza para los creyentes o para la sociedad en su conjunto. Al contrario, me parece razonable que frente al surgimiento irreversible de “nuevas realidades” en la vida social (¿les suena el título Rerum Novarum?), los conceptos jurídicos se adapten de manera tal que las personas de carne y hueso encuentren en la legislación —y no al margen de ella— una solución efectiva para sus problemas.  

4) Como católico, me cuesta mucho identificarme con esta clase de protestas y me duele ver cómo degeneran, con mucha frecuencia, en manifestaciones abiertamente homófobas. Ya sé que el papa Francisco no es santo de la devoción de muchos católicos integristas (su antecesor tampoco lo fue, por más que lo invoquen con nostalgia), pero creo que la insistencia de este papa en la misericordia no es un tema menor: es cristianismo elemental. La identificación de la fe con un orden social y político del pasado (más imaginado que real), con reglas inflexibles y autoritarias, es más propia de una religiosidad farisaica que de un espíritu realmente evangélico. Por eso hago mías las valientes palabras del rector de la Universidad Iberoamericana, el padre jesuita David Fernández: “Algo que tiene que entender la Iglesia a la que pertenezco es que, mientras queramos seguir siendo cristianos seguidores de Jesús, debemos respetar a las personas gays y lesbianas… El Dios de Jesucristo es antes que nada misericordia, amor, perdón, cercanía, comprensión, ternura. Y no hace acepción de personas, no tiene preferencia entre sus hijos e hijas”. 1

5) Por último, me preocupa ver que las manifestaciones públicas de muchas organizaciones católicas se den casi siempre en el marco de estas “guerras culturales”, y casi nunca frente a muchos de los problemas que todos los días destruyen a las familias de carne y hueso, como la violencia, la crisis económica y la corrupción. Que lo católico se haya convertido en sinónimo de perpetuo escándalo frente a los cambios en la moral sexual es un síntoma grave de la pobreza cultural y política del catolicismo mexicano. Si la Iglesia no quiere terminar arrinconada en las sacristías, como de hecho sucede cuando la fe viva se sustituye por incesantes lamentos moralistas, es necesario que los católicos aprendamos a discutir de manera más tolerante e informada, extendiendo a los demás el mismo respeto que tanto costó conseguir tras una larga historia de violencia anticlerical en México.

 

Pablo Mijangos y González
División de Historia – CIDE