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29 Marzo 2024, Puebla, México.

Cultivos tradicionales entorno a la Gran Pirámide de Cholula

Sociedad |#c874a5 | 2016-12-05 00:00:00

Cultivos tradicionales entorno a la Gran Pirámide de Cholula

Julio Glockner

 

 

Texto leído en el zócalo de Cholula el 3 de diciembre del 2016 en el Foro de Participación Ciudadana en Defensa del Patrimonio Cholulteca

 

 

El corregidor Gabriel Rojas, que según René Acuña hablaba bien el náhuatl, escribió en  1581 la Relación Geográfica de Cholula. En ella describe muy brevemente una ciudad que antes de la conquista calculaba estar habitada por 40 mil habitantes, pero después de dos epidemias de peste redujo su población a 9 mil habitantes. Describe un clima templado con fríos y calores soportables en invierno y verano y una tierra que produce una buena diversidad de flores como clavellinas, lirios y azucenas. Habla de las lluvias y los vientos saludables del norte y el este y de las que son algo dañosas que provienen del sur, con vientos fuertes en febrero, como todos sabemos. Menciona la existencia del río Atoyac y de pequeños arroyos y dice que la ciudad se abastece de agua mediante pozos que han sido cavados por todas partes. “Es tierra abundosa de mantenimientos y frutos –dice- y falta de pastos y montes, por ser poca tierra y estar toda cultivada de sementaras [que en su lengua llaman milpa] y nopales, en que se coge la grana”.

“El mantenimiento que usan es maíz, que ellos llaman tlaolli (maíz seco y desgranado) y en España trigo de las indias”. Después de describir el procedimiento de nixtamalización, molienda y elaboración de las tortillas, Gabriel Rojas se refiere al gusto por el chile, la carne de vaca, el guajolote, los pequeños y gordos perros, así como el pescado, los frijoles y las calabazas. Hace un repaso de las frutas y verduras traídas de España que comenzaron a cultivarse en los huertos y hortalizas de los conventos, que desde entonces se incorporaron a la dieta del mexicano, y se refiere extensamente a la producción de grana cochinilla asociada con el cultivo del nopal. 

 

 

Antes de referirme en forma más extensa al maíz, el cultivo más importante en Mesoamérica, como todos sabemos, quisiera detenerme un poco en la mención que el corregidor hace del maguey, que los nahuas llamaban metl y del que obtenían hilo para cordeles, sogas y calzado. “Tienen los remates de las pencas –dice Gabriel Rojas- unas púas tan largas como el dedo y tan duras como clavos: son de color negras y con un canal al principio. Para sacar la miel le cortan el cogollo de en medio, y ahí se recoge un agua... Esta yerba o árbol es el que dicen tiene agua y miel, agua e hilo y otras cosas. Es tan medicinal que con el zumo de sus pencas  se sana cualquier herida, aunque sea en la cabeza y que llegue al casco, desta manera: hender una penca por medio y echarla a las brasas, y estando algo asada, exprimir la una parte de aquellas y con el zumo caliente lavar la herida y mojar en él las mechas o hilas que se han de poner en ella; y después, poner la otra parte de la penca asada encima, en lugar de parche, todo esto cuan caliente se pudiere sufrir. Y sana en ocho o diez días sin otro beneficio alguno. Es cosa muy probada y experimentada, así en indios como en españoles, y hay algunos españoles y religiosos que tienen esta medicina en mucha estima y secreto”.

En otros lugares de la Nueva España, donde había cultivos de riego, se sabe que las pencas de maguey se usaban, empalmadas como tejas al fondo de los canales o apancles, para evitar la absorción del agua en la tierra y aprovecharla mejor. Por otro lado, las púas de maguey que menciona Rojas se usaban como agujas para coser pero también como instrumentos rituales con los que se perforaban distintas partes del cuerpo para ofrendar la sangre a las deidades de la lluvia y la fertilidad.

Llama la atención que Gabriel Rojas no se refiera al pulque, bebida refrescante y nutritiva que, bebida en buenas cantidades, produce una agradable embriaguez. Tampoco menciona las deidades asociadas al pulque, como Ometochtli, Mayahuel, Tepoztecatl, Cuatlapanqui y otras. Debieron pasar casi 400 años para que fuera descubierta, en 1969, la magnífica pintura al temple que hoy conocemos como Mural de los bebedores,una de las obras pictográficas más extraordinarias del México antiguo, que muestran a 110 personajes, la mayoría jóvenes, algunos con máscaras, y algunas ancianas, bebiendo pulque.   

 

 

 

 La Gran Pirámide

 

Gabriel Rojas hace mención también de lo que hoy conocemos como la Gran Pirámide, que llamaban y se llama aún Tlachihualtépet (Cerro hecho a mano) de esta manera:

“En un cerro que hay en esta ciudad, en lo alto dél, en una emita que ahí tenían hecha, estaba un ídolo llamado Chiconah Quiahuitl, que quiere decir “El que llueve nueve veces”, porque al llover llaman quiahuitl y al número nueve dicen chiconahue. A este ídolo hacían oración cuando tenían falta de agua, y le sacrificaban niños de edad de seis a diez años que cautivaban y compraban para este efecto, porque este era su abogado de las lluvias. Y cuando querían sacrificarlos subíanlos al cerro como en procesión, en donde iban unos viejos cantando, y delante de aquél ídolo, abrían al niño con una navaja por medio del cuerpo, y sacábanle el corazón y sahumaban el ídolo, y después enterraban la criatura allí delante del ídolo. Esto hacían siempre que tenían falta de agua para sus sementeras, y fuera desto, le hacían una fiesta general cada año, a donde concurría todo el pueblo. Además de estos ídolos, que eran los principales de la ciudad, había por toda ella bien ochocientos ídolos menores, en sus iglesuelas o ermitas por todos los barrios, donde así mismo hacían sus ritos y ceremonias, adoraciones y sacrificios de los hombres que a cada barrio le cabían en la guerra. Y estos ídolos tenían, también, unos cerrillos menores hechos a mano… con su ermita en lo alto, llamada teocalli, que quiere decir “Casa de Dios”, donde los ídolos estaban. Destos cerrillos duran hoy dos, que están cerca del cerro grande… y aún hay hoy, por toda la ciudad, reliquias de otros muchos menores que, con los edificios de las casas, se han ido gastando…” (Rojas: p. 132)

Tengo la idea de que la antropóloga Ligia Rivera planteó que esos pequeños cerros eran una gigantesca maqueta en la que se reproducían los volcanes que se alzan al poniente del valle. Si es así, se trataría de un espacio ceremonial urbano en el que se reproduce el paisaje ritual de la geografía sagrada que predominó en tiempos mesoamericanos, pues como es bien sabido, se ofrendaba, y aún se ofrenda, al Popocatépetl y la Iztaccíhuatl en rituales de petición de lluvia.  

La deidad que menciona Gabriel Rojas, Chiconauh Quiahuitl, permanece sin ser identificada plenamente, aunque su asociación con Tláloc es evidente. Chiconauh Quiahuitl (9-lluvia) es un nombre calendárico y corresponde al noveno día de la onceava trecena del calendario adivinatorio de 260 días, conocido como Tonalamatl. Quiahuitl, que significa “lluvia”, es el décimo noveno día de la veintena o mes de los antiguos mexicanos. Se representa con una nube de la que se desprenden gotas de agua, pero otras veces se representa con la imagen de Tláloc, deidad de la lluvia, o mejor dicho, la lluvia divinizada. En la cosmovisión mesoamericana la lluvia era sagrada, no era una simple caída de agua del cielo, era considerada como lo que realmente es: una fuerza genésica que, con la tierra y el calor del sol, produce el prodigio de la vida vegetal que hace posible la vida toda en el mundo. Por esta razón se le llamaba también Quiahui-Teotl, que en la lámina 37 del Códice Viena se representa como un árbol cruciforme que destila sangre de su raíz. Este árbol simboliza los cuatro rumbos del universo, como Nahui Ollin, y las cuatro estaciones del año. Fueron los toltecas quienes lo llamaron Quiahui-Teotl, es decir, Dios-lluvia o Lluvia Sagrada.

 

 

El maíz

 

Voy a referirme ahora a la planta sagrada por excelencia del mundo mesoamericano: el maíz.

Desde hace miles de años las hileras de maíz se alinean en los límites de la naturaleza y la cultura, sus raíces se hunden simultáneamente en las leyes del desarrollo natural y en la persistente creatividad humana. A lo largo de unos 8 mil años los cultivadores han logrado desarrollar y diversificar esta planta y establecer con ella una dependencia tan fuerte que si los hombres dejaran de sembrarla desaparecería de la faz de la tierra, pues es incapaz de reproducirse por sí misma ya que el viento o los animales nada pueden hacer para dispersar sus semillas, cubiertas por una gruesa envoltura.

A lo largo de estos inmensos periodos los hombres concibieron el mundo como un ámbito sagrado. En la actualidad, esta cosmovisión perdura como un elemento fundamental que ordena no sólo la vida religiosa de los pueblos indígenas y campesinos de México, sino también varios aspectos de su organización social y su cultura.

La importancia que el maíz tiene en la cultura mexicana no se reduce a la producción y consumo de un cereal con cualidades nutritivas y una amplia variedad culinaria, que ha conducido a reconocer la gastronomía mexicana como un patrimonio más de la humanidad. Su importancia tiene una dimensión histórica fundamental al haber hecho posible, mediante su cultivo, el paso de las sociedades seminómadas a las sociedades sedentarias, y con ello, al surgimiento de las antiguas civilizaciones que tuvieron su esplendor en lo que hoy conocemos como Mesoamérica. Las grandes ciudades antiguas que hoy nos enorgullecen como mexicanos: Chichen Itzá, Palenque, Bonampak, Monte Albán, Mitla, Tula, Teotihuacán, Cholula, Tenochtitlan, El Tajín, Tzintzuntzan, Xochicalco, Casas Grandes, Tulum y tantas otras, sólo fueron posibles gracias al cultivo del maíz. En cada una de estas urbes y su entorno agrícola se rindió culto a esta planta y se le representó de muchas maneras, ya convertida en dios, en obras escultóricas y pictóricas, en la arquitectura, la poesía y los códices, en los relatos míticos y los cantos chamánicos, en las invocaciones a las deidades de la fertilidad y la lluvia, de la tierra, las montañas y la selva. En los cientos de lenguas y sus dialectos que hablaron los pueblos  antiguos se pronunció su nombre con reverencia y  gratitud  por haber sido favorecidos con esta planta.  

 

 

 

Mito nahua del maíz

 

Un mito nahua refiere cómo Quetzalcóatl, después de haber traído desde el inframundo los "huesos preciosos" con los que fueron creados los hombres en Tamoanchan, puso en un aprieto a los dioses que ahora se preguntaban qué cosa comerían estas criaturas. La hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder, pero ante la insistencia del dios finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero enseguida los dioses se preguntaron ¿Qué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, el Adán y la Eva nahuas, que al ser también los primeros chamanes, realizaron un acto de adivinación en el que emplearon semillas de maíz. Entonces revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Fue así que se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder. Nanahuatl desgranó el maíz a palos y los tlaloque lo recogieron esparcido ya en estos cuatro colores, que son los que conocemos actualmente, junto con todo el demás alimento que se regó al apalear el Tonacatépetl.[1] 

Es notable en este mito no sólo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores, también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo muelen en sus bocas. La molienda y la cocción, el metate y el comal, son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, además, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos.

 

Descubrimiento arqueológico del maíz

 

No es casual que muchos siglos después, para conocer su antigüedad, el maíz fuese encontrado justamente en el interior de una "grieta", es decir, en cuevas que son accesos al interior de la tierra y que tradicionalmente representan entradas al inframundo. En estos sitios ceremoniales, donde se establece contacto con las deidades y los espíritus de los antepasados, encontró el arqueólogo Richard S. MacNeish, en excavaciones arqueológicas realizadas durante los años sesenta del siglo pasado, algunos de los restos más antiguos de maíz hasta ahora descubiertos. Sus investigaciones en las cuevas de La Perra en Tamaulipas, El Murciélago en Nuevo México, La Golondrina en Chihuahua y San Marcos en Tehuacán, han aportado una rica información sobre el origen, la domesticación y el cultivo del maíz, el frijol, la calabaza, el chile, el aguacate, el amaranto, el agave, la ciruela y el zapote, estableciendo una secuencia cultural de doce mil años que logró explicar el paso de la vida nómada a los primeros asentamientos agrícolas.

Los avances en las técnicas de fechamiento radiométrico han permitido reevaluar la antigüedad del maíz, dando como resultado que los más antiguos se han encontrado en el abrigo rocoso de Guilá Naquitz, en Oaxaca, con una antigüedad de 8,300 años, y en el valle de Tehuacan, en Puebla, con una edad calculada en siete mil años.[2]

A partir del momento en que aquellos hombres y mujeres comenzaron a cultivar una yerba silvestre se inició un largo proceso que culminaría en la creación de una planta alimenticia que sería el sustento primordial del complejo civilizatorio mesoamericano. En el bocado que hoy  comemos hay miles de años de observación de la reproducción de la planta, una selección minuciosa de sus semillas y experimentos en su hibridación que produjeron una favorable inducción genética, pero también está el cuidado proverbial del agricultor a la milpa y los rituales que desde el periodo preclásico hasta nuestros días ha realizado para propiciar su buen crecimiento y una cosecha abundante.

El maíz como deidad

El maíz ha sido una de esas entidades simples, nobles, imprescindibles en la vida de los pueblos, como el agua, la madera o la piedra. La domesticación del maíz no sólo permitió el desarrollo de los pueblos que lo cultivaron, sino que pasó a formar parte de sus características esenciales. México es impensable sin la presencia del maíz. Esto ocurrió desde épocas muy tempranas, cuando el hombre concebía su existencia y su relación con el mundo como algo sagrado. Todo lo que le rodeaba, las estrellas, los insectos, las flores, poseían un espíritu, una fuerza vital no exenta de voluntad. En el vasto mundo vegetal el maíz fue distinguido como símbolo del sustento humano  y se estableció con él una relación ritual que lo elevó a la condición divina. La planta apareció al lado de los grandes personajes olmecas esculpidos en piedra, en las manos,  la vestimenta y el tocado de las deidades de la lluvia, la fertilidad y los mantenimientos. Las mazorcas adquirieron rostros humanos en los sembradíos pintados en los murales del Templo Rojo de Cacaxtla. La planta alcanzó una fisonomía sacra en las figuras de Xilonen e Ilmatecuhtli, deidades del maíz tierno y maduro, pero sobre todo en la presencia de Chicomecóatl, la diosa Siete Serpiente, y de Centéotl-Xochipilli, el joven Príncipe de las flores, el canto, la danza y el maíz. Vemos representaciones del maíz en sitios tan distantes en el tiempo, pero culturalmente emparentados, como los relieves labrados hace tres mil años en las paredes del cerro de Chalcatzingo, en el estado de Morelos o, 2,800 años después, en la iglesia de Tonantzintla, donde aparecen cuatro rebosantes cuitlacoches al pie de la Virgen María en las esquinas del sotacoro de la iglesia.

 

 

"Centli", le llamaron los antiguos mexicanos, pero ya los primeros navegantes de finales del siglo XV habían recogido en las islas del Caribe la voz taína "maíz", que acabó predominando durante el largo proceso de aculturación colonial. En el siglo XVIII el naturalista sueco Carlos Linneo le dio el nombre botánico Zea mays con el que hoy se conoce. Mientras tanto, el maíz dejaba de ser una deidad en las grandes ciudades virreinales de la Nueva España. Sin embargo, se elaboraría con él una pasta para moldear los cuerpos de Cristo, la Virgen y algunos santos que serían consagrados en los alteres de las iglesias. En un curioso giro de la historia los términos se invirtieron: según el Popol Vuh los dioses crearon a los hombres con masa de maíz. Con el paso de los siglos, los descendientes de esos hombres crearon nuevas deidades dando forma a sus cuerpos con una pasta elaborada de maíz, como sucede con Cristo del Sacromonte venerado en Amecameca.  

Los dioses mesoamericanos son símbolos de fenómenos cósmicos. De este modo, las deidades más importantes del maíz, Centéotl y Chicomecóatl, están íntimamente asociadas con diosas de la tierra y la fertilidad, como Cihuacóatl-Tonantzin, Xochiquetzal y Chalchiuhtlicue, y a los númenes de la lluvia y la vegetación, como Tláloc, los tlaloques y Xochipilli, el dios de las flores, la danza y el canto, a Quetzalcóatl, dios del viento que acarrea las nubes. Sabemos también que algunas de las antiguas deidades eran andróginas y que podían manifestarse indistintamente en cualquiera de los dos sexos, como es el caso de los númenes del maíz.

El nombre de Centéotl viene de Centli, voz que designa la mazorca del maíz seco y teotl, que significa dios o persona sagrada. Entre los antiguos nahuas se designaba de un modo distinto al maíz de acuerdo a los momentos en el proceso de su madurez. Cuando el maíz estaba tierno se le llamaba Xilonen y se le representaba como una deidad joven. Otra forma de nombrar a Centéotl era Chicomecóatl, que significa "Siete Serpiente". Chicomecóatl era el séptimo día de la séptima trecena del Tonalámatl o calendario adivinatorio. Todos los días de este calendario fueron deificados y adorados por los antiguos mexicanos, pero sólo algunos de ellos fueron personificados y representados en imágenes. Tal es el caso de Macuilxóchitl (5-Flor) nombre calendárico de Xochipilli-Centéotl y de Chicomecóatl, a quien el fraile Bernardino de Sahagún compara con Ceres, la diosa romana de la agricultura, que equivale a la diosa Demeter de los griegos.  De la misma manera en que Ceres da lugar al pan de trigo en la antigua Europa, Centéotl-Chicomecóatl da origen a la tortilla de maíz en Mesoamérica.

Las semillas de maíz y los muertos tienen en común que comparten su existencia en el inframundo. Por esta razón Quetzalcóatl se transfigura en hormiga, pequeño animal que habita también bajo la tierra y trae a la superficie tanto los huesos de los antepasados como el maíz para alimentar a los hombres que surgirán de ellos. El vínculo humanidad-maíz-muertos se cierra en un círculo mítico y ritual que perdura hasta nuestros días: el 2 de febrero, fiesta de La Candelaria, se bendicen las semillas en los templos donde la Diosa Madre, mediante el agua bendita, ejerce un efecto protector y fertilizador en las semillas que se sembraran tres meses después, cuando comiencen las lluvias; el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, se piden las lluvias y se inician las siembras; 29 de septiembre, día de San Miguel, se entregan las primicias; 1 y 2 de noviembre, días de muertos, se comparte las cosecha con los espíritus de los difuntos.    

 

 

 

Termino con una propuesta: Debemos esforzarnos por pensar en el reducido espacio de la gran pirámide en forma integral, quiero decir, intentar salvar lo más posible el vínculo entre la arquitectura y su cada vez más pequeño entorno. Propongo que los campos de cultivo que aún están disponibles se integren al recorrido que los visitantes hacen de la pirámide, pues de esta manera adquiere pleno sentido, un sentido vivencial, el antiguo culto a las deidades de la lluvia y el culto actual a la Virgen de los Remedios, que de ningún modo es ajena al ciclo agrícola y al bienestar de los pueblos campesinos que la rodean. Que se siembren algunos de estos espacios con la milpa tradicional, que combina maíz-frijol-calabaza, con magueyes para extraer pulque y con nopales. Mediante un sendero el visitante podría hacer un recorrido por el interior de la milpa, se le hablaría de la importancia de estas plantas, de sus cualidades naturales y culturales y cómo fueron deificadas en el México antiguo. Al terminar el recorrido se podría ofrecer una muestra gastronómica con platillos elaborados con maíz, nopales y, desde luego, pulque, mezcal y gusanos de maguey.

Con la finalidad de difundir, promover y desarrollar actividades en torno a la milpa como uno de los patrimonios biológico-culturales más importantes del país, la Secretaría de Cultura federal, por conducto de la Dirección General de Culturas Populares, auspiciará durante un año un proyecto multidisciplinario.

Esa iniciativa comienza con la exposición La milpa: espacio y tiempo sagrado, que fue inaugurada el 24 de noviembre del 2016 en el Museo Nacional de Culturas Populares. Aquí en Cholula se puede ofrecer exactamente lo mismo, pero no en un museo, sino en una milpa viva, como debe estar nuestra cultura.

 

 

 

 

[1] Códice Chimalpopoca,  Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los Soles, UNAM, México, 1992.

[2] McClug de Tapia, “El origen de la agricultura”, en Arqueología Mexicana, Vol. XIX, Número 120, marzo-abril-2013.