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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Tío Toño, el abuelo imaginado / Crónica de José Luis Pandal

Sociedad | Crónica | 28.DIC.2020

Tío Toño, el abuelo imaginado / Crónica de José Luis Pandal

El abuelo imaginado

Mi abuelo paterno, Antonio Pandal Villar, hijo de Manuel y Serafina, nació el veintiuno de Agosto de mil ochocientos setenta y cinco en el pueblo y parroquia de Porrúa, del término municipal y partido judicial de Llanes, provincia de Oviedo, según se lee en el acta correspondiente.

Porrua Fotos e Imágenes de stock - Alamy

Porrúa, en Asturias. Foto en la actualidad.

Nunca lo conocí porque murió el 10 de febrero de 1949, años antes de mi nacimiento, en el hospital de la Beneficencia Española de la ciudad de Puebla, por colapso cardiaco según certificó el médico que lo atendía, doctor Eduardo Vásquez Navarro y consta en el acta levantada por el Juez del Registro del Estado Civil, Lic. Rodolfo Sarmiento.

Mi abuelo casó con Rosaura Martínez Marín -de quien no escribiré- originaria de Piaxtla, estado de Puebla, casi quince años menor que él, y procrearon nueve hijas e hijos, Serafina, Aurora, Rosaura, Manuel, Antonio, Gloria, Juan -mi padre-, Consuelo y Cristina. Antes de casarse, mi abuelo tuvo otro hijo, Maurilio, como veinte años mayor que mi papá, quien lo conoció, trató y quiso, ya adulto.

El matrimonio de mis abuelos paternos no fue feliz, supongo que por la diferencia de edades y el carácter fuerte de cada uno, entre otras cosas.

Como no lo conocí, mi imagen del abuelo Antonio pasa por lo que de él me contó mi papá, que fue al que más amó de sus hijos y el único que se quedó con él en Acatlán, donde decidió vivir, cuando su mujer y sus hijos se fueron a Puebla.


 

Sé que Antonio Pandal Villar llegó al Puerto de Veracruz hacia fines de los años ochenta del siglo diecinueve, que venía acompañado de dos paisanos de Porrúa, de apellido Haces, y que cada uno venía 'consignado', como se decía entonces, a un destino previamente definido, para trabajar con españoles ya afincados en la nueva tierra: un Haces se quedó en Veracruz, el otro se fue a Puebla y mi abuelo a Acatlán, en la mixteca poblana. Ahí lo esperaba don Lorenzo Díaz, en cuya tienda trabajó desde el día que llegó.

Hizo fortuna en el comercio, pero fue siempre hombre de campo, labrador, como su familia en España, y en cuanto pudo compró tierra y se dedicó a cultivarla, principalmente caña de azúcar, que era adecuada para la región, vendiendo la tienda y comprando un trapiche para moler su cosecha y elaborar panela, que entonces se utilizaba mucho y se vendía bien.

Por cierto, alguna vez busqué -mera curiosidad, porque no creo en blasones ni herencia de nobleza, que encuentro ridículos- un escudo de armas del apellido Pandal y encontré uno que decía: 'en plata, un arado, de gules'. Me dio mucho gusto saber que mi familia venía de trabajadores y labriegos -según entendí por el arado- pues de ese origen puedo estar orgulloso.

 

 

Contaba mi papá que mi abuelo era un hombre ordenado, simple, no dado a ningún exceso, metódico y serio, pero afable y atento con todo mundo.

Que se cuidaba poco en lo personal y se adaptaba a lo que la vida le deparaba sin dramas ni escándalo; por ejemplo, perdió los dientes en algún momento -común en la época- y se hizo una dentadura postiza que dejaba abandonada por ahí con frecuencia, por lo que aprendió a comer, de todo, sin dientes.

Y que tomaba una copa de jobo, fruta poco común de sabor peculiar, reposado en aguardiente de caña, antes de comer, y que sólo si iba a la romería de Covadonga, en septiembre, que se celebraba en Puebla y era fiesta grande para los asturianos de la región, tomaba más de un 'coñá' como se le decía al brandy español entonces.

Que era madrugador por naturaleza y a las cuatro de la mañana ya estaba a caballo, camino a la hacienda cañera, distante varios kilómetros del pueblo. El caballo era su medio de transporte y no una afición deportiva.

Que comía lo mismo que los peones de los campos y disfrutaba las tortillas, el chile, los frijoles y demás productos característicos de la tierra mexicana.

Que llegó a tener grandes extensiones de tierras hasta que la reforma agraria se las expropió durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, quedándose sólo con la pequeña propiedad autorizada de 100 hectáreas, aunque con el tiempo compró más terreno, pocas hectáreas que puso a nombre de mi papá.

Tío Toño, como se dice en nuestro pueblo, en lugar del muy formal 'Don', llegó a ser respetado por todos y su opinión era tomada en cuenta por autoridades y habitantes prominentes de la región. Conocía y lo conocían, respetaba y lo respetaban.

Para dar una idea de lo que digo, cuento los hechos siguientes.

 

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Lázaro Cárdenas en viaje por la Mixteca, en 1937. Los tiempos del agrarismo que le tocaron a Antonio Pandal Villar.

Cuando el gobierno de México supo que inevitablemente se vería envuelto en el conflicto bélico que se conoció como segunda guerra mundial y que tendría que alinearse a los intereses de Estados Unidos, el presidente Manuel Ávila Camacho tomó diversas medidas para parecer muy decidido en el apoyo, pero proteger a los mexicanos tanto como fuera posible.

Entre estas previsiones estuvo la de convocar, en 1942, a la instrucción militar a los varones nacidos en 1924, mi papá entre ellos, a los que se denominó conscriptos, en teoría para preparar una reserva entrenada en caso de necesitarla y cada año enrolar por sorteo a algunos jóvenes a los dieciocho años. Afortunadamente, los conscriptos nunca han hecho nada, más allá de desfilar en fechas patrias y poco más.

Mi papá, que siempre tuvo amor por el ejército y muchos amigos militares, hizo todo lo posible por ser llamado a filas, mientras su papá hacía todo lo posible por evitarlo; ganó mi abuelo, que solicitó al comandante de la plaza el favor de impedir que su hijo se enrolara voluntario.

Más adelante, ya declarada la guerra a 'las potencias del eje' el gobierno de Ávila Camacho tomo otras providencias, como nombrar al General Lázaro Cárdenas, expresidente, ameritado y respetado militar, Comandante de la Región Pacífico, donde se temían incursiones de la marina imperial japonesa y Secretario de Guerra.

Y también tomó decisiones, digamos pícaras y clandestinas, como armar y pedir a antiguos jefes regionales revolucionarios que se 'alzaran´ y soltaran algunos balazos, aquí y allá, para explicar a los aliados que nuestro ejército profesional, reducido como era, no podría incorporar elementos a las matanzas que se desarrollaban en los frentes de guerra, pues apenas alcanzaba para controlar los focos internos de inconformidad.

En la región de la mixteca se 'alzó´ Don Juan Herrera, líder revolucionario afamado, que contaba con respaldo popular.

Resultó que, ya resuelto el conflicto bélico mundial, algunos de los 'alzados' le habían tomado gusto a andar 'revolucionando' y no querían pacificarse, entre otros el nombrado, que era amigo de mi abuelo y su hijo, como el General que fue a sofocar el desacuerdo acabó siendo amigo de mi papá y su papá.

Con la intervención de los rancheros Pandal, el General y Don Juan Herrera llegaron a un acuerdo satisfactorio -"o se pacifica o me obliga a combatirlo en serio y si lo agarro lo fusilo", habría dicho el General-, y la paz volvió a la zona.

Esto lo cuento para explicar la influencia de Tío Toño en la gente importante de la región, pues el alzado no atendía llamados ni de las autoridades civiles, ni de los curas, siquiera.

Mi abuelo fue huraño, poco cariñoso, amargado por diversas razones, particularmente de índole familiar, pero su relación con mi papá siempre fue diferente, a él lo quería sin reservas; en los últimos años de su vida, mi papá le llevó a sus nietos, hijos de sus hijas mayores, con las que tenía conflictos y logró que se reconciliara con ellas. Contaba mi padre que era muy feliz como abuelo, jugando con sus nietos y tratándolos con el cariño que no prodigó a sus hijos.

Ya en el hospital, poco antes de morir, mi mamá, entonces comprometida con mi papá -la muerte de Don Antonio obligó a retrasar su boda un año, por el luto que se acostumbraba- fue a visitarlo; su futuro suegro le preguntó si ya casada se iría a vivir a Acatlán, a cuidarlo a él también, no sólo a su marido, y si le daría muchos nietos para disfrutarlos, cosas que mi mamá le prometió, pero la muerte impidió. Me hubiera gustado conocerlo, no lo quiso el destino.

Así recuerdo a mi abuelo Antonio, visto con los ojos de mi papá, con sus sentimientos de amor filial que transmitía cuando hablaba de él, en nuestras largas travesías por carretera, cuando empezaba sus relatos con "cuando íbamos a caballo rumbo a la hacienda, mi papá... "

Así surgían las historias y las anécdotas que escribo para mi hija e hijo, para mi nuera y mi nieta y nietos, para que tengan una memoria familiar que, aseguro, acompaña y estimula las horas largas de deterioro físico y vejez; además, me hace sentir útil, aunque sea como relator y cronista, me ayuda a encontrar algún sentido a las horas de encierro y soledad.

 

José Luis Pandal Vega y Juan Pandal Martínez en el camellón de la avenida Reforma Sur en Puebla, allá por 1963.

 

Espero que quien lea mis líneas encuentre algo interesante, evocador, que provoque el recuerdo de su familia y sus ancestros.

Gracias siempre por su atención.

En esta fotografías, que tengo en la portada del Face, aparecemos mi papá Juan y su nieto José Luis como de 8 años y yo y mi nieto Juan Santiago de 8 años. Se parecen las fotos, 30 años de diferencia. 4 generaciones de descendientes de Antonio Pandal Villar que llevan su apellido.

 
 
 

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