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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Los niños, rehenes de guerra de las parejas rotas

Sociedad | Opinión | 14.FEB.2021

Los niños, rehenes de guerra de las parejas rotas

El divorcio es la terminación de un contrato con un procedimiento jurídico que puede ser civilizado

La gente se enamora. El amor, como tantas otras cosas de la vida, suele ser una ilusión, entendiendo la palabra ilusión, según el Diccionario de la lengua española, como un "error del entendimiento y los sentidos, que nos hacen tomar las apariencias por realidad."  Ese periodo de ilusión en las parejas puede ser sustituido por una realidad correcta que derive en una relación estable, basada en cualidades y afinidades mutuas. Cuando no, cuando lo único que había eran errores de apreciación de la personalidad del otro o solo una fuerte atracción sexual, las parejas tienden a romperse cada vez más rápido y con más frecuencia. El INEGI reportó un aumento en la tasa de divorcios del 57% en la última década en México, 169 mil divorcios solo en 2019.

El problema es que durante el periodo de ilusión, las parejas suelen reproducirse. Cuando la ilusión acaba, los niños ya están ahí, en medio de guerras conyugales que pueden ser feroces. Suele suceder que los hijos son utilizados por padres inmaduros e irresponsables como correos de mensajes agresivos entre uno y otro. En otros casos, son usados como confidentes de ambos aunque sean muy pequeños, y reciben información que les es imposible digerir. Los niños suelen sufrir secuestro auditivo, es decir, los dos padres hablan mal del compañero con los niños, los cuales quedan atrapados en una guerra verbal que les producen sentimientos ambivalentes y angustia, porque es normal que los niños tengan sentimientos de afecto hacia ambos padres y no saben cómo manejar la información que reciben de quienes están en guerra. El peor de los casos es cuando finalmente la pareja se rompe y los niños son tomados como rehenes de la guerra conyugal por parte de uno de los miembros de la pareja, castigando al otro con la privación física de sus hijos, cuando en realidad a quienes castigan es principalmente a las víctimas inocentes de sus estupideces. Por supuesto que hay casos en que por orden de un juez y por razones plenamente justificadas se impide que un padre o madre esté en contacto con sus hijos, las causas están tipificadas por la ley, por ejemplo cuando algún miembro de la pareja es violento, abusador sexual, cuando sufre de un trastorno mental, adictos no controlados, etc., pero eso debe ser dictaminado por un juez y por los psicólogos que hacen las evaluaciones de la familia cuando hay rupturas necesarias y se acaba el contrato matrimonial. Eso debiera ser el patrón regular en un proceso de divorcio. Sin embargo, los que cometieron el error, los que se casaron cegados por ilusiones sin sustento, suelen pasar la factura de sus errores a los niños, víctimas inocentes del mal juicio de los adultos. Y así, lo niños acaban oyendo cosas terribles de su mamá o papá, cuando ni siquiera entienden el significado de las palabras que escuchan, pero sí la carga emocional con que son pronunciadas.

He sabido de casos en que se separa a los niños de alguno de sus padres sin que exista una orden judicial que avale y justifique ese acto. He visto como padres poderosos o arbitrarios castigan a las mujeres que algún día amaron, tomando a los hijos como botín de sus desacuerdos. Me ha tocado conocer algunos casos: niños que fueron separados de su mamá   por el único motivo de intentar rehacer su vida después de que el marido le pidiera el divorcio. Casos en que el marido o la madre desaparecieron a los niños durante años, cambiándolos de ciudad innumerables veces, sin dar a sus hijos la oportunidad de juzgar por ellos mismos al progenitor del que fueron separados.  Algunas veces los hijos vuelven a encontrarse con ellos y logran restablecer una buena relación. En otros, nunca. Habrá casos en que son los padres los castigados por las mamás, pero en general es el que tiene el mayor poder económico o el más soberbio el que cree ganar ilusoriamente una guerra, en la que, como en todas las guerras, pierden todos, pero los que más sufren son los niños.

Las razones y responsabilidades de las desavenencias de los padres suelen estar equitativamente distribuidas, pero la factura al l00 % la pagan los niños. Se supone que para eso existen las autoridades y los jueces, para mediar e impedir que los niños salgan profundamente lastimados de estos procesos de ruptura.  Parte del gasto gubernamental en comunicación social debería de promover una cultura del respeto a los derechos de la infancia, que es poder convivir con su progenitores y las familias de ambos aunque estén separados, y en concientizar a la sociedad  y a las familias sobre los daños irreversibles que  las rupturas de pareja pueden dejar en los menores.

El divorcio es la terminación de un contrato y tiene un procedimiento jurídico que puede ser civilizado.  ¿Por qué volverlo un proceso sembrado de víctimas infantiles, siempre inocentes?

(Imagen de poradilla tomada de e-consulta)