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23 Abril 2024, Puebla, México.

Una piedra Rosetta para descifrar la vida

Cultura | Crónica | 25.JUL.2021

Una piedra Rosetta para descifrar la vida

Vida y milagros

Ediciones Siruela

En el año 380 el emperador romano Teodosio decretó como religión oficial el cristianismo. Cualquier otra manifestación religiosa  fue proscrita en todo el imperio. Esa decisión afectó también al antiguo Egipto, dominado por los helenistas Ptolomeos, descendientes del general Ptolomeo, quien heredaría de Alejandro Magno una parte de los territorios conquistados por él, el de Egipto, el más rico productor de cereales del mundo occidental y lugar de la naciente Alejandría.

Ahí, los descendientes del inteligentísimo y sofisticado Ptolomeo I, fundador de la gran Biblioteca de Alejandría, cultivaron el culto por los libros de la antigüedad en todas las formas conocidas.  Lo cuenta divinamente Irene Vallejo en su libro El infinito en un junco, (1) una oda a la historia de los libros a través de los siglos.  La decisión de Teodosio unió las raíces judeo-cristianas y greco-romanas, pero sepultaría en la oscuridad de los tiempos la forma de escribir e interpretar los jeroglíficos de los antiguos egipcios, ya que los últimos sacerdotes y escribas fueron perseguidos por los romanos hasta aniquilarlos, y junto con ellos, se aniquiló también la posibilidad de entender la fantástica civilización que se remontaba a tres mil años atrás.  

 

El descubrimiento de la piedra de Rosetta

 

En sexto de primaria oí hablar por primera vez de la Piedra Rosetta gracias a una joven y maravillosa maestra inglesa, Vilja Woodcock,  quien una mañana nos narró el asombroso descubrimiento de la tumba de Tutankamen, y mencionó de paso al monolito clave para entender la escritura de las antiguas tumbas, una piedra grabada de 750 kilos, gracias a la cual se pudieron descifrar los jeroglíficos. Nunca volví a seguir una clase con tanta atención. Más adelante oí hablar de la piedra Rosetta sin comprender cómo es que soltó el secreto de tan rara escritura. Sabía que, como tantos tesoros egipcios, está en el Museo Británico. Los británicos fueron grandes saqueadores de ruinas, muchas veces de buena fe y otras de la manera más abusiva. La colección más grande de vasijas de la ciudad de Pompeya la logró un embajador de Inglaterra en el reino de Nápoles, Lord Hamilton,  poco después del descubrimiento de Pompeya en 1748. Los lugareños le llevaban a vender vasijas que extraían de lugares cercanos al Vesubio. Supo valorarlas y admirarlas.  Al comienzo de las invasiones napoleónicas, huyó a Inglaterra  y mandó su colección de vasijas en dos barcos . Uno se hundió, y el contenido del otro fue a dar al Museo Británico. 

 

El descubrimiento de la piedra de Rosetta

La piedra, ya en manos de los ingleses, en 1802.

La Piedra Rosetta fue encontrada casualmente en el norte de Egipto el 15 de julio de 1799 por Pierre-Francois Bouchard, miembro del ejército de Napoleón, quien, como tantos otros admiradores de Alejandro Magno, decidió darse su vuelta por Egipto para  invadirlo y conquistarlo. Como niños chiquitos toman lo que no es suyo. Los franceses la descubrieron por casualidad durante una excavación, pero se las quitaron los ingleses en 1802. Nadie sabe para quien trabaja: la Piedra Rosetta fue a dar al Gran Museo Británico de Londres y hasta hoy es la pieza más visitada del museo.

 

Pierre-Francois Bouchard. 1831. Retrato al óleo en el museo de Louvre.

 

Curiosamente fue el historiador francés Jean Francois Champollion, considerado el padre de la egiptología, quien en 1822, a sus escasos 32 años, finalmente entendió  el significado y conexiones de la Piedra Rosetta. Ese enorme pedazo de piedra es un fragmento de una antigua estela egipcia con la inscripción de un decreto del faraón Ptolomeo V, publicado en Menfis en el año 196 A.C.  El decreto fue escrito en tres escrituras distintas: egipcio, demótico, último lenguaje  hablado y escrito del antiguo egipto y griego antiguo. En los tres idiomas se decía lo mismo.  Dos palabras en la estela eran inconfundibles: Ptolomeo V y Cleopatra. Esas dos palabras fueron la punta de la hebra para entrar al mundo hasta entonces indescifrable de los jeroglíficos. Por ejemplo, para escribir la letra L se dibujaba un león.  Fue muy emocionante entender esto. Poco a poco y por la vía del griego antiguo fueron desenterrando los secretos que llevaban 1500 años ocultos. 

La Piedra Rosetta no solo fue el camino para descifrar los secretos de civilizaciones inimaginables, es también el símbolo de que la vida puede ser quizá comprensible. Cada quien tiene en su interior su propia piedra, su propio camino que recorrer para entender el significado de nuestro paso por el mundo. Creo que eso es posible cuando observo las fotos de la piedra, que ya en la computadora se puede ver en 3D. Tocas con los ojos y acaricias los complicados símbolos y los trazos estilizados; imaginas la huella de las manos que trazaron con maestría y sobre la piedra lo imposible, y en particular, emociona mirar los dos nombres que hicieron posible entender tanta complejidad: Ptolomeo y Cleopatra. Dos nombres inconfundibles: la última faraona de Egipto y el primer faraón helénico fundador de la biblioteca  de Alejandría. 

Pienso también en la mano mojada en pintura vegetal que un hombre o una mujer de las cavernas, plasmó sobre un trozo de sus paredes. La huella de una mano humana diciendo- como narra Hirari-  : "Yo estuve aquí".  

1-El infinito en un junco, Irene Vallejo. Editorial  Siruela
2- Sapiens, De animales a dioses de Yuval Noha Harari, Debate