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29 Marzo 2024, Puebla, México.

Historia de carne y hueso / Héctor Aguilar Camín

Cultura | Opinión | 15.DIC.2021

Historia de carne y hueso / Héctor Aguilar Camín

El historiador Edmundo O’Gorman era un maestro singular. Quería que sus alumnos aprendieran a pensar en los hechos y los personajes de la historia como un asunto cercano, personal.

Al efecto solía preguntar a sus alumnos con qué personajes de la historia de México les hubiera gustado convivir, en qué circunstancias, haciendo qué cosa con cada quién.

O’Gorman era famoso por la inteligencia y la belleza de sus alumnas. Y a ellas las desafiaba, al fin del curso, con preguntas personalísimas, en aquellos tiempos sacrílegas, pero que en el fondo no buscaban sino estimular su imaginación histórica, volver el pasado un campo cercano, de carne y hueso.

Me ha contado en estos días uno de los alumnos hombres de O´Gorman, de los que tuvo muchos también, de gran talento, como Eduardo Blanquel, Jorge Alberto Manrique o Andrés Lira, de la vez que O’Gorman preguntó a sus alumnas estas tres cosas:  

1. ¿Con cuál personaje de la historia de México te hubiera gustado pasar la noche?

2. ¿Con cuál te hubiera gustado irte de viaje?

3. ¿Con cuál te hubiera gustado casarte?

La respuesta memorable que dio una de las alumnas, cuya belleza era tan legendaria como su sentido del humor, fue todo un tratado de historia y de realismo femenino.

“Me van a lapidar ”, respondió, “pero a mí con quien me hubiera gustado pasar una noche es con Hernán Cortés. Viajar por el mundo, lo que se llama viajar, pues con el loco de Fray Servando Teresa de Mier. Y casarme, sin duda con el mejor marido registrado de nuestra historia, que es Lucas Alamán”.

De modo que: aventura con el aventurero, viaje con el juglar, y casa y sustento con quien probablemente fue la mayor inteligencia de su tiempo, pero no por esta razón, sino por su condición de pareja estable y proveedor seguro. Impecable selección, diría yo, y buena lección de historia.

La sola imaginación de pasar una noche con Cortés, hacer un viaje con Fray Servando o casarse con Lucas Alamán acerca la lejana historia a nuestra piel y nos ayuda a pensarla como cosa propia. 

Ni Cortés ni Fray Servando ni Alamán son los mismos luego de estas respuestas.

 

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Un día nuestra maestra de historia en El Colegio de México, Josefina Vázquez, durante unas clases sobre la Independencia trató de hacernos sentir lo que pudo haber sido, para la próspera comunidad de Guanajuato de 1810, la aparición de su ilustrado contertulio, Miguel Hidalgo y Costilla, Padre de la Patria, convertido en el jefe de una rebelión sangrienta.

Dijo:

—Es como si un día se apareciera aquí frente a El Colegio don Daniel Cosío Villegas, al frente de una turba armada de machetes, y diera la instrucción de quemar el edificio y degollar a los que estuviéramos adentro.

El Colegio de México estaba entonces en las pacíficas calles de Guanajuato de la colonia Roma, era un modesto edificio de cuatro plantas, la mayor de la cuales, la primera, estaba dedicada a la biblioteca.

Cosío Villegas era entonces el supremo sacerdote de la pequeña comunidad que era El Colegio, la cual él había ayudado a fundar, de la que había sido director exigente, donde había radicado el proyecto de su Historia Moderna de México y empezaba a plantearse el de la Historia de la Revolución Mexicana.

Creo que aquella comparación de Josefina Vázquez era una chispa salida del hogar de la enseñanza de la historia de su maestro Edmundo O’Gorman quien, como referí aquí el lunes, buscaba unir la experiencia del conocimiento de la historia a la imaginación personal, inducir la analogía del pasado con el presente de cada quien.

Lo hacía mediante preguntas que los alumnos debían responder, no porque hubiera respuestas correctas o incorrectas a ellas, sino porque les invitaba a sentir lo que la historia significaba o podía significar para ellos, lo que podía decirles sobre sus ideas, sus creencias, sus pasiones.

La historia parece lejana, pero está muy próxima a nuestro corazón en las admiraciones y los rechazos que nos provocan sus tiempos y sus actores. El pasado vive en nosotros y nosotros en él, con más carne y hueso de lo que pensamos. 

Es por eso que quien pretende cambiar o reescribir el pasado puede sacudirnos más íntimamente que quien quiere simplemente gobernar el presente.