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19 Abril 2024, Puebla, México.

Para mí, ella siempre será la Seño Spo... / Sergio Mastretta

Sociedad /Cultura | Crónica | 15.MAY.2022

Para mí, ella siempre será la Seño Spo... / Sergio Mastretta

En el Album de Recuerdos aparece con su nombre, Magdalena Spho Mondrack. Para mí ella siempre será la Seño Spo. La mujer más dura y dulce que mi memoria escolar puede encontrar. Ahí está, recibiendo un reconocimiento del maestrillo jesuita Maximino Verduzco. 1967. Sexto A de Primaria en el Instituto Militarizado Oriente. El salón de clases, de los principales, junto a las oficinas de Dirección y Administración en aquel edificio junto al Alfa 1; llegas a él por el pasillo de mozaicos trapeados con esmero y como constancia de que la vida antes que cualquier cosa, es intendencia; a la derecha, el patio con sus postes de espiro y un par de canastas basquetboleras; a la izquierda, al fondo, ya en el rincón, el territorio de una mujer que marcó mis días en este mundo: que la vida puede no tener sentido, pero siempre será  posible intentar comprenderla.

 

Magdalena Spho Mondrack, La Seño Spo, mi maestra.

Ella llega todos los días, no falta nunca, de 8 a 12.30 de la mañana y de 3.30 a 5.30 de la tarde, a sus clases. Ya no somos niños, ya no rezamos el rosario, y ya estamos a punto de dejar de ser de los "grandes" para pasar al zoológico de sudores y descubrimientos que llamamos "secundaria" en el que la vida pasa por el infierno de ser de los enanos de primero en el mítico colegio de San Manuel.

 

El recreo. Los amigos que se fueron. El mundo más allá del salón de clases. La vida más allá del 6 A.

Afuera, en el patio, a la hora del recreo, alguien retrata a Antonio Quintana Ramos y a Oscar Macip Monterrosas, de frente; nunca sabré quién nos da la espalda. Esa es la memoria que el álbum me deja de mi 6 A. De Antonio nunca supe nada más, pero lo recuerdo inteligente y callado, el único con anteojos en el salón, y no jugaba futbol. De Óscar, que murió hace unos veinte años, y nada más. Pero ahí están, los dos acompañan al grupo de chamacos que cargaremos con el estigma de ir en el A en esa compleja trama jesuita con la que una inteligencia rayana en la ficcion acomoda los apellidos y sus personitas en los estancos A, B y C. Y ahí estamos, los del 6 A, los chamacos que miraba todos los días la Seño Spo.

 

 

Magdalane Sphor Mondrack no es ciencia ficción, en todo caso la imita la abuelita de la caricatura de Piolín y Sivestre. La Seño Spo es el aterrizaje diario a una realidad en la que no hay rostros ocultos e inciertos. Los quebrados eso son, piedras que te muelen la conciencia y que te obligan a enteder que si nada es lo que es, pues entonces tienes que dividirlo hasta que entiendas que hay un infinito. Y la botánica no empieza por el latín ni por los jardines, sino por la tortura de calcar de un viernes a un lunes las 127 ilustraciones del libro de ciencias naturales por motivo de que en la clase no puede haber una insurrección y como  prueba están los estigmas y estilos, ovarios y filamentos, estambres y polen delineados por el lápiz afilado mil veces sin los que simplemente no existirán nunca los pétalos para enamorar ni el concepto mismo de la belleza de una flor. Cálcalo, entonces, 127 veces, 127 ilustraciones y la promesa de que la vida no es más que repetición y que no somos más que calcas de un pasado que algún día seremos.

 

Ese día que algún día seremos y que nunca verá La Seño Spo.

 

Pero ahora mismo son las cinco de la tarde. No hay fantasía en la escena. Pepín Suárez ha logrado sacar de sus cabales a Magdalena Spho Mondrack, y ella responde con la serenidad que le otorga la disciplina de la vara de mimbre, Doce colores Printacolor han caído de su pupitre. Doce varazos será la pena. La Seño Spo, con su mano de dedos pálidos y delicados --que reconozco de mirarlos todos los días gis en mano contra el pizarrón descubrir con palabras y geometrías que el mundo en negro es sobre todo uno en el que la realidad se inventa y se descubre, copias y borras, tachas y enmiendas--, afianza la regordeta mano derecha de Pepín. No es nuestra mano, no fueron nuestros colores los que se cayeron al piso, nos toca ser espectadores, no nos punzará la sangre remolida: Pepín figura la vida de los otros, el dolor que se le impone no será nuestro, ¿pero por qué eso tampoco será cierto? Doce colores en el piso, dicta sentencia, doce varazos para que aprendas. Me impongo entonces que en la vida hay dos reglas que deben aprenderse: las que dicta la vara y las que impulsan a la mano a retirarla al tercer varazo. Pepín, al que no le conocemos oficio deportivo y sí el brillo rojiizo de su rostro redondo, calcula el movimiento de la Seño pues ya lo ha aprendido en los dos primeros aciertos y que no le sacaron una queja, así que la vara no encuetra palma y sigue su camino hasta la rodilla de la mujer impone el castigo. Ella no pierde el estilo. Ella repite el movimiento y Pepín el suyo. Todo un concierto. Y ahí me detengo. Disciplina y ruptura. Eso extrae mi memoria de un instante en mi vida con la Seño Spo.

La Seño Spo. El articulo sustantivo, feminino, singular. Las palabras para nombrarla. Sujeto-verbo-predicado. Y el análisis gramatical para entender que es posible domesticarlas. Convertirlas en uno, como si de verdad fueran propias. Con el tiempo construir con ellas una profesion. Periodismo. Contar el padacito de mundo que me toca vivir.

Nunca más volví a saber de ella. Peo allá, en esa esquina del rincón, no hay recuento más certero que esta memoria de una mujer serena, dulce y fría. Mi maestra.