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19 Abril 2024, Puebla, México.

Fuera del tiempo y el espacio: los cuentos de Paulina Mastretta Yanes

Cultura | Reseña | 4.ABR.2023

Fuera del tiempo y el espacio: los cuentos de Paulina Mastretta Yanes

Reseña del Libro de los Mares Tormentosos de Paulina Mastretta Yanes

Cuando Jorge Luis Borges escribió: “¿Quién nos dirá las cosas que sentía / Dios, al mirar a su rabino en Praga?”, a través de la poesía no pone en duda la existencia de El Gólem, ese ser creado a partir de las combinaciones cabalísticas de un rabino checo, para defender a su pueblo.

Lo que Borges sí hace es recordarnos que ese ser hecho a partir de la arcilla, se encuentra en nuestro mundo; dice del ser: “Gradualmente se vio (como nosotros) / aprisionado en esta red sonora / de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, / Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.”

Agrego aprisionado por el tiempo, el espacio, lo cual rige la realidad que compartimos los seres humanos.

El tema del poema de Borges fue decisivo para el austriaco Gustav Meyrink, quien publicó en 1915 su primera novela con esa base, El Gólem, lo cual lo convirtió en un escritor exitoso, que vendió cientos de miles de ejemplares. El libro tiene varias versiones cinematográficas, la primera de ellas casi recién impresa la novela de Meyrink.

Borges, en su poema “El Gólem” no habla tanto de la recreación de Meyrink como de lo expuesto por el cabalista judío Gershom Scholem a quien, al parecer no sólo leyó sino habría conocido en Europa.

Scholem habría expuesto a Borges de manera directa los secretos de la Cábala que, para decirlo de manera resumida, un poco superficial y grosera, permite que la combinación de palabras (o la de los nombres de Dios que no se nombran, el decir el nombre innombrable de Dios) obre en prodigios. Entre ellos darle vida “humana” a la arcilla.

Es harto conocida la anécdota de la novela de Meyrink, y la reproduce Borges en su poema, por lo que no la citaré aquí, excepto para recordar que, así como en Haití se crean zombis (¿alguien que haya vivido ahí por años, en contacto con el pueblo, lo duda?) un cabalista diestro, podría crear un ser “algo anormal y tosco”, escribe el argentino, con una mirada menos que de perro.

Lo que se suele olvidar, dado el éxito y fama de la novela El Gólem, son los cuentos escritos por Meyrink, inscritos en lo que se da por llamar “fantásticos”. Tomaré aquí como fantástico (ya que está líneas antes) lo escrito por Borges: lo que no cabe en un mundo “cuya red sonora”, y física y temporal está compuesta de “Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora, / Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.”, lo temporal, lo que habita en el espacio. Mas, aquí, en ese mundo que reconocemos como “nuestro” ¿qué Otros? Los habitantes de la literatura fantástica.

Meyrlink mismo se hizo de una leyenda “fantástica”: a los veinticuatro años de edad se quiso suicidar y recibió un extraño documento, deslizado por debajo de su puerta cuando estaba a punto de darse un balazo en la cabeza, que no sólo le hizo desistir de su afán, sino que lo llevó a interesarse en lo que se ha dado en llamar ocultismo, pero no espiritismo; y en las tradiciones esotéricas, incluida las de la cultura judía (al parecer la suya, una madre soltera, era de origen hebreo).

Tal vez así conoció un mundo invisible que interactúa con el visible, ese que llamamos “nuestro”.

De ahí el Gólem, pero también, y es lo que quiero rescatar, sus cuentos: “El cardenal Napellus”, “Los cuatro hermanos lunares”, “Maese Leonhard”, “El juego de los grillos”, y los no menos sorprendentes: “De cómo el Dr. Job Paupersum le trajo rosas rojas a su hija”, “Amadeo Knödlseder, el incorregible buitre de los Alpes” o “La visita que J. H. Oberheit hace a las tempijuelas” y otros.

¿Qué caracteriza a esos cuentos, modelo para muchos escritores, ante todo anglos, de hace casi cien años? Borges lo dejó escrito así: “Meyrink creía que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible está, sin cesar, penetrado por otro invisible”.

Los muertos. Cuestión decisiva. Juan Rulfo nos enseñó que hay un mundo de murmullos que él supo traducir, y nos lo entregó: Dorotea, Susana San Juan, Miguel Páramo, Fulgor Sedano o Donis están en un mundo que Rulfo nos muestra y es harto creíble, el de los muertos: Juan Preciado duerme en los brazos de Dorotea, o de quien quiera que sea una mujer u hombre con la que comparte un cajón de muerto, y nadie que haya leído la novela, lo pone en duda: desde ahí nos habla.

Es decir, en Rulfo, podemos ver la misma creencia que, según Borges tenía Meyrink: “… que el reino de los muertos entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible está, sin cesar, penetrado por otro invisible.” ¿A qué mundo envió Dolores Preciado a su hijo a cobrarle a su padre el olvido en que los tuvo?

Al leer a Meyrink, tomando en cuenta la apreciación de Borges, entramos en un mundo no sólo de muertos, sino de seres inmortales que han pasado por diversas “vidas” sin fallecer o han tenido longevas existencias; pero al contrario del Orlando de Virginia Woolf, los del austriaco no pasan de ser hombre a ser mujer, y viceversa: permanecen en una vida que se prolonga y, al leerlas, nos damos cuenta de lo que guardan.

Está bien que consideremos los cuentos de Meyrink como fantásticos, pero entonces ¿no es igualmente “fantástico” el mundo que nos plantea Rulfo en Pedro Páramo? Y más aún, ¿no es igualmente fantástico que un pueblo, una población, nos cuente su historia y, al leerla de tan bien hecha que está, no la pongamos en duda cuando arrostramos Los recuerdos del porvenir de Elena Garro?

Garro, quien al parecer ya había escrito Los recuerdos…, pero los mantenía inéditos, publicó Un hogar sólido, obra de teatro donde, aquí también “el reino de los muertos entra en el de los vivos” y donde el “mundo visible está, sin cesar, penetrado por otro invisible”. Cuando uno lee o ve representada la pieza teatral, no pone en duda lo propuesto por Garro, quien en una niña trae a un protagonista de ese mundo invisible que penetra al que conocemos, acompañada de siete seres más.

No basta con que estén bien contadas las historias de Meyrink, Borges mismo, Rulfo o Garro; para mí el asunto radica en ¿cómo lograron esa comunicación y nos la han traído? En Edgar Allan Poe podemos entender que, al ser bebedor contumaz y privarse de la bebida, tuvo delirium tremens y, así, quizá sólo así puedo “ver”, “conocer” o “traducir” y escribir lo que dejó escrito y nosotros consideramos fantástico.

Pero ¿Meyrink, Borges o Garro eran dipsómanos y llegaron a tener delirium tremens, y así el austriaco conoció al Gólem, Borges ideó “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y Elena Garro vio y escuchó a Catalina, la protagonista de Un hogar sólido y a los siete que le acompañan? 

Rulfo era un bebedor, pero me da la impresión de que, si pudo escuchar “los murmullos” (así se iba a llamar originalmente su novela), más bien bebía para no escucharlos más; o escucharlos menos.

Borges no era dipsómano ni por equivocación; Meyrink conoció de cerca a grupos esotéricos, abrevó en fuentes populares, leyó y buscó en el pueblo y así como Hoffmann años antes vio volver al hijo muerto en la guerra contra los ratones en Navidad, Gustav Meyrink ve y escucha a seres que no caben en nuestro mundo de espacio y tiempo: son otros.

Paulina Masttreta Yanes ha logrado emparentarse con Poe, Rulfo, Meyrink, Garro, Borges a través de una delgada colección de cuentos —breves y contundentes como son los mejores cuentos—: Libellus de mare procellos o como ella misma lo ha traducido: El libro de los mares tormentosos: ve a seres que no son de este mundo visible, pero que han entrado a él a través del cuento.

¿Cómo logro verlo y escucharlos? Eso es otro cuento.   

 

Contar el cuento

 

Contar cuentos debe ser uno de los oficios más antiguos de la humanidad, desde los tiempos en que se hacía alrededor de una fogata al aire libre o dentro de un inipi o un iglú, hasta hoy que suelen contarse de diversas formas (escrito, leído, ilustrado, cinematográfico), incluso a través de dispositivos móviles, es decir, con imágenes en movimiento sin ser cine.

Entonces tenemos que el gusto de los seres humanos por contar cuentos (y leerlos, verlos o escucharlos) no ha cambiado desde que pudimos, como homo sapiens comenzar a comunicarnos a través de un lenguaje propio, hasta hoy que incluso en Tik Tok puede que se practique una nueva forma de hacerlo.

¿Y para qué contamos cuentos? Debe haber muchas razones, pero creo que, esencialmente escribimos cuentos para indagar en el alma humana, y conocerla, conocernos, saber quiénes somos.

Así, desde los cuentos —por su estructura— que relatan los más antiguos mitos, hasta los de ficción científica que nos llevan a mundos y realidades que damos por sentadas, sin más, al ser leídas, indagamos quiénes son los seres humanos, estos tan peculiares, tan empeñados en su propia destrucción, los que insisten en el “¡Esto es mío, sólo mío!” e inician el desastre o lo continúan.  

Entonces, indagamos en el alma humana a través del cuento y, cuando éste está bien contado, cuando toda su ficción es verosímil, lo tomamos por válido, no por cierto, pues lo cierto, lo verdadero más aun, depende de tantas variantes como subjetividades de cada uno de los billones de seres humanos en este planeta, aun cuando damos por sentados algunos principios que nos permiten, al menos por ahora, seguir sobre la Tierra que parecemos empeñados en destruir.

Ya instalados en dar por creíble lo que se nos cuenta bien, podemos pasar al hecho de que hay cuentos que no tienen relación con la vida que vivimos y llamamos cotidiana, es decir, donde las personas nacen, crecen y mueren, habitan por un tiempo y en un espacio, elementos estos dos que rigen nuestra existencia. Hay cuentos que nos llevan a realidades donde esas premisas no están incluidas y, por tanto, no se cumplen; o tienen sus propias leyes.

Así, lo contado por Edgar Allan Poe, por ejemplo, al no ser “de este mundo” lo damos por fantástico, más al ser literatura, es decir al estar bien estructurada y contada, con un manejo diestro del lenguaje, de la trama, lo tomamos por cierto: entonces, en “El corazón delator”, la asesina del hombre de un solo ojo, realmente escucha in crecendo el latido del órgano del viejo al que acaba de asesinar, para terminar confesando lo sucedido.

Meyrink nos introduce a un mundo parecido al de Rulfo pero, claro, lejano a él: allá en la vieja Europa “han habitado” vampiros (no sólo lo dicen las consejas populares sino los propios escritores como el austriaco), en tanto que en México Cihuacóatl, desde antes de que llegaran los españoles a lo que hoy es nuestro país, recorría las calles lamentándose por la pérdida de sus hijos. No es una vampiresa, pero sí un ser “sobrenatural”, lo cual la emparenta con aquél: penetra su mundo en el nuestro, un mundo invisible en el visible. 

Y hoy, ya sin el nombre de Cihuacóatl, sino popularmente llamada “La Llorona”, es vista lo mismo en Quaunáhuac que en Xochimilco, en Milpa Alta, en Cholula que en Cuetzalan. Así, cuando Rulfo nos relata una historia donde seres que sólo pueden pertenecer a un mundo donde Cihuacóatl es la referencia (nadie la ve, pero la escuchan; no tiene edad, no tiene un cuerpo, no sabemos a qué hijos se refiere), lo creemos. Cómo Ocampo, Borges y Bioy Casares le creyeron a Garro y publicaron su Un hogar sólido en su famosa antología de literatura fantástica: una obra de teatro cuya acción sucede dentro de una cripta familiar.

Cuando Silvina Ocampo, Borges y Casares publicaron su antología hace ochenta y tres años, Bioy escribió en la introducción: “Este volumen es, simplemente, la reunión de los textos de la literatura fantástica que nos parecen mejores". Es decir, son los que más les gustaron y no gasta tiempo, espacio o páginas en querer dilucidar lo que Kafka o cualquier otro de los autores incluidos “trató de decir”, si “es una metáfora” o “una alegoría”. No: lo que sucede en los cuentos, poemas, obras de teatro y extractos de novelas “es real” en su ficción.  

Lo recalca Casares: los aparecidos y los relatos que los incluyen, son anteriores a las letras; hay aparecidos los cuentos de Paulina Mastretta Yanes; los vampiros y los castillos teutones quedaron fuera de la antología de los argentinos por su vulgaridad; los vampiros que incluye la autora poblana (Puebla 1990), superan la vulgaridad y, además, se mezclan con otras historias, como la de la “Ô pâle Ophélia!”, la tristísima Ophelia, como llamara Rimbaud a la protagonista de Hamlet.

Además, en este cuento de Mastretta, como en las muñecas rusas, se mezclan otros personajes, libros e historias. Lo fantástico llevado a una reunión donde todo es posible. Metatextos, sí, pero mejor aún un texto matrioshka., esa muñeca que contiene una muñeca, que contiene una muñeca, que contiene…

Escribió Bioy Casares en la antedicha obra: “Aun en los relatos fantásticos encontramos personajes en cuya realidad irresistiblemente creemos: nos atrae en ellos, como en la gente de carne y hueso, una sutil amalgama de elementos conocidos y de misterioso destino.”

Así los de Mastretta Yanes: “Caliente y crujiente” y su diversidad de personajes en uno; “La sirena eterna” que, con lo fantástico casa la preocupación por el presente.

También los cuentos “Los misterios de la Mansión Mirror” 1 y 2: los espejos, la duplicidad, la multiplicación. “El espíritu de los cables”, divertida mirada a lo que interrumpe nuestra mirada en la ciudad cuando queremos ver el cielo; o “La voz no escuchada”: estos tres citados son fantásticos, pero los temas y la solución dada a la trama, los hace de terror (sobre todo “La voz…”), y nos dejan perplejos.

Entonces, tenemos en esta autora lo terrible, lo sobrenatural, lo fantástico o la ficción científica (donde un robot interactúa con una tortuga galápago) y no se extiende, no se anda por las ramas; como quería Quiroga:

“No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.”      

Claro está que tenemos las reflexiones sobre el cuento de no sólo de Quiroga, sino de Seymour Menton, de Raymond Carver y de Guillermo Samperio (Después apareció una nave); o, en el ejemplo, de Rulfo, pero me sigue pareciendo claras, para el caso del cuento fantástico las de Casares, no exentas de influencias de Borges y de Ocampo, sobre todo cuando el prologuista a la antología de literatura fantástica, en su Postdata de 1940 afirma:

“A un anhelo del hombre, menos obsesivo, más permanente a lo largo de la vida y de la historia, corresponde el cuento fantástico: al inmarcesible anhelo de oír cuentos; lo satisface mejor que ninguno, porque es el cuento de cuentos, el de las colecciones orientales y antiguas y, como decía Palmerín de Inglaterra, el fruto de oro de la imaginación.”

A ese anhelo, al simple y sencillo anhelo de contar el cuento responde Paulina Mastretta Yanes. Y más: si el fantasma ha de aparecer, no arrastra cadenas ni se pasea lamentándose: irrumpe en la vida “consuetudinaria y doméstica” del lector y con una seguridad de cirujana, nos deja con lo fantástico en la página.

¿Dónde conoció Paulina a sus personas, dónde los oyó, cómo logró traducir lo que “le dijeron”, sus historias? Ese cuento, tal vez, nos lo cuente posteriormente ella. 

  

Paulina Mastretta Yanes, entonces, contadora de cuentos de piratas a través de sus novelas, es una cuentista certera, sin afectaciones tan propias de lo sentimental o lo folclórico: es contundente, breve y memorable. Harto recomendable para leer, ahora que se evita la languidez, lo patético, que se lee con prisa, pero sobre todo ahora que pervive el anhelo de que se nos cuenten cuentos.

Libellus de mare procellos o El libro de los mares tormentosos está a la venta en
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Centro Histórico de la Ciudad de Puebla

 

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