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26 Abril 2025, Puebla, México.

Pensar lo que ocurre en Gaza desde nuestras propias guerras / Sergio Mastretta

Sociedad | Opinión | 12.OCT.2023

Pensar lo que ocurre en Gaza desde nuestras propias guerras / Sergio Mastretta

Iustración tomada de la revista Nexos

Ahora mismo, en cualquier morgue del país, una familia espera que le entreguen a su muerto para la vela y el entierro.

¿Por qué se mata tan fácilmente en México?

La noche es negra pero las llamas son tan intensas que alumbran la exposición en el teléfono celular. La casa arde sin remedio.

Tepexilotla es un caserío de no más de veinte casas en el corazón de la Sierra Negra de Puebla. A buena parte de ellas sólo se llega caminando. Muy probablemente así lo hicieron los hombres que calcinaron a un matrimonio, Angélica y Uriel y sus dos hijos de nueve y seis años de edad, el 8 de octubre pasado. Las notas de prensa refieren como fondo la creciente desaparición de personas y el cobro de piso en la región fronteriza de Puebla y Veracruz. Las autoridades identifican a un tipo conocido como “El Malverde” como responsable de la violencia. El día 12 el gobernador Céspedes Peregrina informa del esclarecimiento de los hechos con la detención de dos personas y achaca la  violencia a “la colindancia con Veracruz”. Y a otra cosa.

¿Sirve de algo llamarle a este crimen un acto de guerra?

Acompaño la semana pasada a la Doctora Emma Yanes a un acto con artesanos en la comunidad de Tlayacapan, en Morelos. Al evento no pudo asistir el presidente municipal, y la disculpa que presentan sus colegas funcionarios del ayuntamiento es la de que el acalde está amenazado de muerte y se encuentra refugiado en su casa.

Nuestras pequeñas guerras, diré. Las que escuchamos todos los días para después buscar refugio en el silencio. Todos los días, con esta violencia descarnada, mejor miramos hacia otro lado.

Ahora mismo se suceden innumerables explicaciones sobre lo que ocurre en la frontera entre Israel y la franja de Gaza. Elaboradas disquisiciones sobre las causas de esta guerra y el hecho simple de que no hay manera de preservar la paz en un territorio cuyas crónicas de muerte rebasan fácilmente los 2,500 años de historia.

¿Vale mirar en ese espejo de la historia para confirmar que la guerra es un elemento fundamental de la condición humana? Miro a los muertos palestinos e israelitas. Y contemplo a nuestros propios muertos. ¿Qué clase de guerra es la nuestra? Y como aquella, ¿no tiene remedio ya?

Un país con tantos muertos en los últimos quince años, más incluso que los que produjeron dos décadas de batallas de la guerra civil que llamamos Revolución Mexicana. Los libros de historia dicen que tuvo sentido: sentó las bases del moderno Estado mexicano.

No es esa la última de nuestras guerras. Entendemos en ella también la rebelión delahuertista (Diciembre de 1923-marzo de 1924), y despuesito (1927-1929) la guerra cristera, ambas con un recuento de cincuenta mil muertos. La Guerra Sucia, medio siglo más tarde (1971-1990) mereció tal nombre por la atrocidad de los crímenes cometidos por el aparato de seguridad del Estado, la Dirección Federal de Seguridad, responsable junto con el ejército del exterminio de quienes buscaron en la lucha armada la alternativa al despotismo de un régimen autoritario. Y por esos años también el inicio de la guerra contra el narco, inaugurada en tiempo de López Portillo como Operación Cóndor en las montañas de Sinaloa y Durango, mantenida a fuego bajo durante treinta años hasta su verdadero estallido en el 2007 con un presidente Felipe Calderón enfundado en una camisola militar una talla más grande, como prefiguración grotesca de los tiempos del horror en los que nos encontramos.

¿Qué Estado es este cien años después de su mito? ¿Y por qué se mata tan fácilmente en México? ¿Los que llamamos asesinatos comunes, los que todos los días refrescan encabezados en los portales de noticias, forman parte de una guerra?  ¿Vale en algo llamarle guerra a este impulso homicida que nos azota en estos últimos quince años? No podemos echar mano de mitos revolucionarios para encontrar respuesta a tantas palabras asociadas al horror: Ciudad Juárez, Aguililla, Ayotzinapa, Tlataya, Fresnillo, Allende, San Fernando, Familia Michoacana, Zetas, Caballeros Templarios, Beltrán Leyva, Cártel de Sinaloa, Cártel Jalisco Nueva Generación, Chapo, Chapitos, Tuta, Nemesio.

Una guerra que se libra a saltos, con sus subrayados regionales, como ahora mismo en la frontera con  Guatemala. Nos preguntamos todos los días por sus causas. Leemos estudios estrictos sobre una contienda cuyo calibre figuramos en la cifra de muertos por cada cien mil habitantes. ¿Qué tipo de guerra vivimos? Tiene que serlo si son los soldados los que la libran en las calles y carreteras de todo el país. Nuestra guerra propia, entonces. Con sus lamparones encendidos aquí y allá en el tiempo, casi siempre Michoacán, ahora mismo Guerrero y Tamaulipas, Chiapas y Zacatecas. Pero también nuestros Texmelucan, Izúcar. Tepeaca o Palmar de Bravo. Puntos rojos en los que no se puede entender un Estado sino como uno rebasado, tomado, por el crimen organizado.

Los acontecimientos en Gaza ahora mismo nos permiten por unas horas pensar en otras guerras. Pero yo no puedo pensar en Palestina sino desde la guerra propia. 300 mil muertes violentas y más de cien mil desaparecidos en los últimos quince años es la cuenta mexicana. ¿Cómo hemos llegado a esto? Hay una guerra civil soterrada, fundada en los bajos salarios y la explotación laboral. Un caldo que hierve desde hace décadas, cuando éramos jóvenes y la explicación la encontrábamos en la lucha de clases. Ahora las palabras se revuelven sin tino, desgastadas, incapaces de fundar, bien informadas, explicaciones coherentes y simples. Creemos tener certezas que nos abrigan en medio del desvarío. Pero lo cierto es que cada quien se pierde en su incertidumbre.