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11 Diciembre 2024, Puebla, México.

Elecciones norteamericanas: El desastre de los demócratas y Harris

Mundo | Ensayo | 10.NOV.2024

Elecciones norteamericanas: El desastre de los demócratas y Harris

Dossier de la revista Sin permiso

 
Ilustración de portadilla: Wolf walker, de Zdzisław Beksiński (SanokPolonia, 24 de febrero de 1929-Varsovia, 21 de febrero de 2005), pintor, fotógrafo y escultor polaco.
 
Jeffrey St. Clair es director de la contestataria revista electrónica CounterPunch. Su último libro es “Orgy of Thieves: Neoliberalism and Its Discontents” [“Orgía de ladrones: El neoliberalismo y sus descontentos”].
 
Bhaskar Sunkara es presidente del semanario The Nation, es editor fundador de Jacobin, columnista de la edición norteamericana de The Guardian y autor de “The Socialist Manifesto: The Case for Radical Politics in An Era of Extreme Inequalities” [“Manifiesto socialista: Defensa de una política radical en una era de extremas desigualdades”].
 
Matt Karp es profesor asociado de Historia en la Universidad de Princeton y colaborador de la revista Jacobin.
 
Harold Meyerson es un veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.
 
Romaric Godin es periodista desde 2000. Se incorporó a La Tribune en 2002 en su página web, luego en el departamento de mercados. Corresponsal en Alemania desde Frankfurt entre 2008 y 2011, fue redactor jefe adjunto del departamento de macroeconomía a cargo de Europa hasta 2017. Se incorporó a Mediapart en mayo de 2017, donde sigue la macroeconomía, en particular la francesa. Ha publicado, entre otros, La monnaie pourra-t-elle changer le monde Vers une économie écologique et solidaire, 10/18, 2022 y La guerre sociale en France. Aux sources économiques de la démocratie autoritaire, La Découverte, 2019.
 
 

Crónica de una derrota anunciada

 

Jeffrey St. Clair

+ ¿Cómo se repite la historia después de la farsa?

+ Kamala Harris demostró ser demasiado cobarde hasta para dirigirse a sus partidarios el martes por la noche, a medida que su derrota ante Trump se hacía cada vez más inevitable. Pero, ¿qué podía decir realmente? No podía decir honestamente que había llevado a cabo una campaña vigorosa en defensa de los pobres, los oprimidos y los que no tienen voz, o que había luchado por la paz y la dignidad humana, y en favor de remediar un clima que se desarma. Me interesaría mucho oírle decir de qué creía que iba su campaña, pero ni siquiera Harris podría haber precisado el propósito o el significado de su malograda candidatura...

+ Desde fuera, toda la campaña de Harris parecía tratar de salvar un sistema económico (el neoliberalismo) que ella describía falsamente como «democracia», y que no está funcionando para amplios segmentos tanto de la izquierda como de la derecha políticas; al mismo tiempo, ella y Biden se burlaban de un sistema internacional de leyes, a fin de armar y financiar un genocidio en Gaza. Las hipocresías eran demasiado transparentes como para sostenerlas.

+ Ese fue un momento fatal en los amistosos confines del programa nocturno de Stephen Colbert, más o menos cuando su empuje posterior a la convención/debate empezó a desinflarse y nunca mejoró...

+ Stephen Colbert: «Con una administración Harris, ¿cuáles serían los principales cambios y qué seguiría igual?»

Harris: «Claro. Bueno, quiero decir, evidentemente yo no soy Joe Biden. Eso sería un cambio. Pero también creo que es importante decir, a 28 días del final, que no soy Donald Trump».

+ Al igual que Hubert Humphrey, Harris tuvo que cargar con una guerra impopular (una guerra y un genocidio en su caso) que andaba librando su propio jefe. Humphrey intentó romper con LBJ [Johnson] en Vietnam, pero fue demasiado tarde. Harris nunca lo hizo.

+ La obstinada negativa de Harris a separarse de Biden hasta el punto de entregar su [de ella] a su [de él] equipo de campaña, las mismas brillantes mentes estratégicas que lo tenían a la zaga de Trump por 10 a 15 puntos en julio...

+ Harris tenía políticas muy diferentes cuando se presentó contra él en 2016, tal vez debería haberse quedado con algunas de ellas, en lugar de decir cosas como que sus creencias no han cambiado, pero su posición sobre el fracking/la sanidad nacional/la frontera/sí....

+ En lo que evidentemente iba a resultar una elección de «cambio», cuando Harris tuvo la oportunidad de diferenciarse de Biden, declaró que no había «nada en lo que pudiera pensar» que haría de manera diferente...

+ El cambio de postura de Harris sobre el fracking es emblemático de toda su campaña, una cuestión relativamente menor que ofrecía una visión demoledora de la vacuidad de su carácter político. Nunca pudo explicarlo porque la única explicación era puro cálculo político (y del malo). Estaba dispuesta a invalidar su política climática para ganar unos miles de votos en Pensilvania. Era el equivalente de Hillary diciéndole a Goldman Sachs que tenía una política en público y otra en privado. Pero aún más inepto. ¿Cómo puedes hacer campaña sobre la honestidad y la confianza, una vez que has demostrado ser deshonesta y poco digna de confianza en un tema que has descrito como una amenaza existencial para la vida humana en la Tierra?

+ Harris vendió el movimiento climático (y el clima) y aun así perdió Pensilvania...

+ Harris, al perder Pensilvania, deja casi seguro que los demócratas recurran a Josh Shapiro [gobernador del estado y judío sólidamente proisraelí] como campeón en 2028 y no darán marcha atrás en su ciego apoyo a Israel.

+ Quizás en el caso de Harris hubiera tenido ella más posibilidades de ganar Wisconsin si se lo hubiera saltado como Hillary. Podría ser que cuanto más veían de ella, menos había que ver..

+ Encuesta a pie de urna en Wisconsin: Trump duplicó su apoyo entre los votantes negros. Ahora dispone de cerca del 20% del voto negro, frente al 78% de Harris. Hace cuatro años, Trump sólo obtuvo alrededor del 8% de los votantes negros en el Estado del Tejón.

+ John Kerry perdió en parte porque su campaña «Listo para servir» hizo hincapié en su carrera militar mientras se desataba la guerra de Irak. Harris hizo hincapié en su papel de fiscal dura en un momento de récord de tiroteos policiales, por lo que no es de extrañar que su apoyo entre los hombres negros e hispanos se desplomara.

+ Como escribí en mi columna de hace dos semanas, la estrategia de Harris de utilizar a Liz Cheney como substituta para ganarse a los míticos votantes de Nikki Haley [republicana y trumpista extremista], cuando la propia Haley estaba haciendo campaña por Trump, estaba condenada al fracaso. Y fracasó estrepitosamente. Recordemos que cuando Cheney dejó el cargo, era una de las figuras más vilipendiadas universalmente en la historia de los Estados Unidos, con un índice de aprobación del 13%.

+ Los mensajes de la campaña de Harris fueron tan malos que perdieron frente a Trump en el tema que ella atacó con más fuerza, su movimiento MAGA como amenaza a los valores democráticos...

+ El gambito de Cheney no la ayudó con los independientes. En Pensilvania, los independientes fueron en un 50-44 para Donald Trump.

+ Si algo bueno pudiera salir de este desastre, sería clavar los últimos clavos en los ataúdes de los Clinton, los Biden, los Bush, los Obama y los Cheney...No será el caso. Todos ellos volverán en una encarnación u otra. Lo único con lo que podemos contar es con que no se aprenda ninguna lección de esta debacle. Los demócratas perdieron con Trump de la misma manera que lo hicieron en 2016, sólo que peor.

+ Ryan Grim [periodista y autor progresista]: «Los Cheneys les han robado ya dos elecciones a los demócratas, pero realmente no se les puede culpar de la segunda».

+ Enviar al Bill Clinton del NAFTA/TLCAN a regañar a los votantes árabe-norteamericanos de Michigan (¡de todos los sitios, ese!) y a Obama a arengar a los varones negros en Pensilvania durante la última semana de campaña parece que ha sentado lo que se dice bien....

+ La campaña de Harris se negó a permitir un solo orador contrario al genocidio [de Gaza] en su convención, ni siquiera a uno dispuesto a pronunciar un discurso amansado, no conflictivo y aprobado de antemano.

+ Harris perdió el sur de Dearborn, estado de Michigan, una zona musulmana al 90% que Biden ganó con el 88% de los votos hace cuatro años...

Trump: 46,8 %

Harris: 27,68 %

Stein: 22,11 %

+ Dr. Gassan Abu Sitta: «Se fue un presidente genocida demasiado hipócrita para admitirlo. Y entra un presidente genocida que lo ostenta como si fuera motivo de orgullo».

+Harris se esforzó poco por cortejar el voto de los jóvenes y, en ocasiones, pareció desdeñarlo activamente. Le pagaron con la misma moneda. Encuesta a pie de urna de CBS News en Michigan: «Los votantes más jóvenes (entre 18 y 29 años) se decantan ahora mismo por Trump por un estrecho margen... Este déficit de Harris se debe en buena medida a que los hombres más jóvenes de Michigan son más partidarios de Trump».

+ Alrededor del 67% de los votantes calificaron la situación económica como «no tan buena/debilitada». La insatisfacción con la economía post-pandémica ha sido evidente durante al menos dos años. Pero Biden y Harris no hicieron nada por la cuestión central de las elecciones, salvo decirle a la gente que la angustia económica que estaban sintiendo era psicosomática.

+ Según el Votecast de AP, los miembros del sindicato votaron a Harris por 57-39. Tal vez la campaña de Harris debería haber contado más con Shawn Fain [líder sindical de la industria automovilística] y menos Liz Cheney y Mark Cuban.

+ Hogares de 100.000 dólares o menos...

2020: Biden 70%, Trump 29%

2024: Harris 48%, Trump 49%

+ Tanto Harris como Biden le dieron la espalda a las políticas económicas más exitosas y populares de la primera época de Biden en un intento de convencer a la opinión pública de que la pandemia había terminado -aunque el COVID siguió haciendo enfermar, matando y empobreciendo a la gente- mientras Biden seguía extendiendo cheques en blanco a Israel y Ucrania.

+ ¿Recuerdas cuando los demócratas prometían cheques de estímulo de 2.000 dólares y sólo entregaban 1.400? Las personas que viven en los márgenes de la economía, como la mayoría de nosotros durante la pandemia, tienen buena memoria...

+ Los votantes del estado republicano de Misuri votaron a favor de aumentar el salario mínimo estatal a 15 dólares para 2026 y garantizar días de baja por enfermedad remunerados a los trabajadores. Los votantes de Nebraska también aprobaron la Iniciativa 436, que otorga a los trabajadores el derecho a obtener una baja por enfermedad remunerada. Harris esperó hasta las dos últimas semanas de la campaña para pedir una subida del salario mínimo federal.

+ Aparte de Gaza y la economía, el equipo de Harris pareció malinterpretar totalmente al electorado, creyendo quizá que podía ganar sólo con la brecha de género (21 puntos). No pudieron. El 71% de los votantes eran blancos (por encima del 67% en 2020), el 11% eran negros (por debajo del 13%) y el 12% eran hispanos (ligeramente por debajo del 13%. Este «aumento blanco» y «reflujo negro/marrón» se debe, al menos en parte, a que Harris no les dio a negros e hispanos muchas razones afirmativas para acudir a votar y sí muchas razones para quedarse en casa.

+ Harris no es ninguna Claudia Scheinbaum...

Hombres latinos, 2020: Biden 59%, Trump 36

Hombres latinos, 2024: Harris 45%, Trump 53%.

+ El condado de Hidalgo, estado de Texas, es hispano en un 92%. Hilary Clinton ganó con el 68,5%. Biden ganó con el 58% de los votos. Harris y Trump están 50/50.

+ En 2016, Clinton consiguió el condado de Cameron, en Texas, que es 80% hispano, por un 16%. Anoche, con más del 95% del voto escrutado, Trump aventajaba a Harris por 52% a 47%.

+ Ted Cruz se impuso entre los votantes latinos por 6 puntos, según los sondeos a pie de urna de NBC News. En su última contienda en 2018, Cruz perdió a los hispanos por 29 puntos, una oscilación de 35 puntos.

+ Algunos sectores esperaban que Harris tuviera posibilidades de ganar Carolina del Norte. No fue así. De hecho, Trump ganó el condado de Anson, Carolina del Norte, que es un 40% negro. Esto convierte a Trump en el segundo republicano que gana este condado desde la Reconstrucción [posterior a la guerra civil].

+ Pero no se trata sólo de hispanos y negros. En Nueva York, con más del 95% de los votos escrutados, Kamala Harris obtenía un 67,8%. Si eso se mantiene, será el peor resultado para un candidato presidencial demócrata en la ciudad desde Dukakis en 1988....

+ Parece probable que Harris pierda también el voto popular, lo que libraría a los demócratas de tener que fingir que toman medidas respecto al Colegio Electoral.

+ Los candidatos demócratas al Senado aventajan a Harris entre 1 y 3 puntos porcentuales, pero ya han perdido escaños en Virginia Occidental y Ohio, y es probable que pierdan también Montana a manos de un republicano que mintió diciendo que le habían tiroteado en Afganistán.

Doug Henwood: «Tim Walz. ¿Recuerdas cuando era una cosa?»

+ Walz era una cosa a la que nunca se le dejó hacer su cosa...

+ Que Biden escogiera a Merrick Garland como Fiscal General fue la elección de gabinete más contraproducente desde que Obama eligió a Tim Geithner para dirigir el Tesoro y rescatar a los mismos banqueros que habían jodido a la gente que lo eligió.

+ Al final, Harris no superó a Biden en un solo condado del país.

+ ¿Quizás deberían haber celebrado unas primarias...?

Counterpunch, 6 de noviembre de 2024

Traducción: Lucas Antón

 

Perdieron los demócratas porque perdieron a los trabajadores

Bhaskar Sunkara

Después de conocerse los resultados de las elecciones, puse la cadena MSNBC y escuché textualmente el siguiente comentario: «Ha sido una campaña histórica, impecable. Tenía a Queen Latifah, [que] nunca apoya a nadie. Tenía a todas las voces famosas, tenía a las Taylor Swifties, tenía a la Beyhive [fans de Beyoncé]. No se podía hacer una campaña mejor en tan poco tiempo». Al parecer, los demócratas ya están achacando su derrota de esta semana a una serie de factores contingentes y no a sus propios defectos.

Es cierto, por supuesto, que la inflación ha perjudicado a los gobiernos en el poder en todo el mundo. Pero eso no significa que Joe Biden no pudiera haber hecho nada para resolver el problema. Podría haber puesto antes en marcha medidas contra la especulación de precios, haber impulsado impuestos sobre los superbeneficios empresariales y mucho más. Con una legislación bien diseñada y los mensajes adecuados, la inflación podría haberse mitigado y explicado. Eso es lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador ofreció a sus partidarios en México y su coalición de gobierno gozó de un apoyo arrollador.

Sin embargo, más que una política, lo que los norteamericanos ansiaban un villano. Biden, un incompetente comunicador entrado en años, no podía proporcionárselo. No podía alardear de llevar a los especuladores ante el Congreso ni de enfrentarse a los multimillonarios. No pudo utilizar eficazmente su púlpito de matón para pregonar sus éxitos en la creación de buenos puestos de trabajo en el sector manufacturero ni para situar la inflación (y el crecimiento del PIB) de los Estados Unidos en el contexto mundial. No pudo hacer casi nada.

Como resultado, el 45% de los votantes, la cifra más alta en varios decenios, declaró que estaba peor económicamente que hace cuatro años. A estas personas no las engañaron los medios de comunicación, se lamentaban de lo que resulta evidente para todos los que viven en los Estados Unidos: el aumento vertiginoso de los costes de los comestibles, la vivienda, el cuidado de los niños y la atención sanitaria son problemas tanto de distribución como de oferta que el Gobierno no ha abordado con urgencia.

Donald Trump, por su parte, hizo una campaña poco impresionante. No fue tan coherente como en 2016, cuando hablaba con más frecuencia de las quejas económicas y las experiencias personales de los trabajadores de a pie. Con un talante menos populista, Trump se sintió lo suficientemente cómodo como para complacer abiertamente a multimillonarios impopulares como Elon Musk.

En cuanto a Kamala Harris, su problema comenzó en 2020, cuando fue seleccionada por motivos identitarios como candidata a la vicepresidencia a pesar de haber tenido un rendimiento terrible en las primarias demócratas. En un debate celebrado en marzo de 2020, Biden prometió que propondría a una mujer como vicepresidenta. Una serie de influyentes ONG le instaron entonces a elegir a una mujer negra. Desde el principio, Harris fue una elección impulsada más por la óptica que por los méritos.

Harris tuvo una ardua batalla desde el principio. Se vio obligada a gobernar junto a un presidente cada vez más senil y se le asignaron tareas envenenadas, como la de «zar de las fronteras». La tardía salida de Biden de una carrera que no podía ganar vino a significar que Harris no consiguió la legitimidad que le habrían otorgado unas primarias abiertas, unas primarias que, de haberse celebrado con suficiente antelación, podrían haber tenido como resultado un candidato más fuerte, como el senador por Georgia Raphael Warnock.

Una vez que tomó las riendas del partido, la vicepresidenta dirigió una campaña que, tanto en estilo como en substancia –igual que el Partido Demócrata actual en su conjunto-, estaba impulsada por la clase profesional. Los débiles anuncios populistas dirigidos a los estados indecisos casaban mal con los intentos de hacer que la contienda versara sobre el derecho al aborto o el desprecio de Trump por la democracia. No había un mensaje económico unificador que culpara a las élites de los problemas del país y presentara una visión creíble del cambio. La gente sabía que Harris no era Trump, pero no sabía qué iba a hacer para resolver sus problemas. Tenía la carga de estar en el poder sin sus ventajas.

Harris fue lo suficientemente inteligente como para no hacer demasiado hincapié en su propia historia personal y en lo histórica que habría sido su victoria. Pero los demócratas en su conjunto seguían asociados a la retórica identitaria y al énfasis en la antidiscriminación por encima de la redistribución basada en la clase social que impulsó la elección de Harris como vicepresidenta. Muchos de nosotros dimos la voz de alarma desde el principio sobre la importancia de iniciativas como “White Women: Answer the Call” [“Mujeres blancas: Responded a la llamada”] y “Asian American, Native Hawaiian and Pacific Islanders for Kamala” [“Mujeres asiático-norteamericanas, hawaianas nativas e isleñas del Pacífico con Kamala”] que se centraban en la movilización a través del color de la piel y el género, en lugar del interés de clase compartido. Pero un partido cada vez más divorciado de los trabajadores funcionó con la base de activistas que tenía, en lugar de hacerlo con la base de votantes que le hacía falta tener.

El resultado fue un cambio asombroso en el apoyo de la clase trabajadora en todos los grupos demográficos. Las encuestas a pie de urna sugieren que Harris perdió 16 puntos entre los «votantes de color» sin titulación, en comparación con Biden, con pérdidas especialmente acusadas entre los latinos. El énfasis en el aborto tampoco dio resultado: Biden aventajó en 38 puntos a los que creían que el aborto debería ser «legal en la mayoría de los casos». Harris parece haber empatado con Trump entre esos votantes.

En el período previo a las elecciones de 2016, el senador Chuck Schumer argumentó de modo infame: «Por cada demócrata de cuello azul que perdamos en el oeste de Pensilvania, conseguiremos dos republicanos moderados en el extrarradio de Filadelfia, y eso se puede repetir en Ohio e Illinois y Wisconsin». Sin una visión económica de la envergadura que tuvo el New Deal, con una clase trabajadora unificada en su centro, los demócratas han visto fracasar ese cálculo por segunda vez en ocho años.

The Guardian, 8 de noviembre de 2024

Traducción: Lucas Antón

 

Ha vuelto a pasar

Matt Karp

«Otra vez vuelve a pasar». Esta mañana, con Donald Trump al frente de otra aplastante victoria presidencial, las terribles palabras de Twin Peaks de David Lynch caen como plomo en muchos estómagos. Como clímax de una campaña frenética y triunfo de tantas cosas feroces y corrosivas de la sociedad norteamericana, la segunda elección de Trump llega como una conmoción. Y, sin embargo, en tanto que acontecimiento de la historia contemporánea, difícilmente puede considerarse una sorpresa.

Primero y más prosaico, está la inflación. ¿Realmente han elegido los Estados Unidos a un dictador porque los Frosted Flakes llegaron a estar a 7,99 dólares en el supermercado? Volvamos a leer esta frase y no nos parecerá tan absurda.

A un nivel más profundo, 2024 nos ha enseñado una dura lección: en una sociedad global definida por el consumo más que por la producción, los votantes detestan las subidas de precios y están dispuestos a castigar a los gobernantes que están en el poder. A lo largo del mayor año electoral de la historia moderna, con miles de millones de votantes en todo el mundo, han recibido una paliza a gobernantes en el cargo a izquierda, derecha y centro: los tories en Gran Bretaña, Emmanuel Macron en Francia, el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica, el BJP de Narendra Modi en la India, el kirchnerismo en Argentina el pasado otoño. Hoy, la inflación post-pandémica, agravada por las guerras de Ucrania y Oriente Medio, se ha cobrado la cabellera de otro gobierno en funciones.

En los Estados Unidos, la situación de los demócratas era doblemente apurada. A lo largo de la última década, el patrón que ha definido la política nacional ha sido el desalineamiento de clase: una gran migración de votantes de clase trabajadora que se han alejado del Partido Demócrata, acompañada de una avalancha de votantes de clase profesional que se han alejado de los republicanos. Este fue el factor decisivo en 2016, cuando a Hillary Clinton se la llevaron por delante los mismos proletarios del Rust Belt [“Cinturón del óxido”] que habían elegido a Barack Obama. Y continuó, más silenciosamente pero con un movimiento desenfrenado, en los años en que los demócratas compensaron sus pérdidas logrando el apoyo de mayor número de profesionales de los barrios residenciales del extrarradio, en 20182020 y 2022.

La campaña de Kamala Harris fue encarnación de este cambio. Ella misma siguió una carrera cautelosa, pero sobre todo competente, moviéndose a la derecha en cuestión de fronteras, tal como parecían exigir los votantes, machacando a Trump en materia de aborto, y - al menos en sus mensajes pagados - cortejando a los votantes de clase trabajadora con un enfoque de ganarse las lentejas. Pero al final, estas limitadas decisiones tácticas se vieron abrumadas por la alterada naturaleza del Partido Demócrata en su conjunto.

Hasta cuando trató la propia Harris de evitar la tóxica política identitaria de Hillary en 2016, se vio superada por el «partido en la sombra», una constelación de ONGs, medios de comunicación y activistas financiados por fundaciones que ahora constituyen la base institucional de los demócratas. Así, «White Dudes For Harris» [«Tíos blancos con Harris»] y sus afines, el esfuerzo por promocionar a los republicanos de «Trump, jamás» en los medios de comunicación, y los embarazosos intentos de ganarse a los hombres negros con promesas de marihuana legal y protección de las criptoinversiones. Estas intervenciones del partido en la sombra en la carrera ayudaron a recaudar sumas históricas de dinero -más de 1.000 millones de dólares en pocos meses-, pero también marcaron a Harris como propiedad de una clase profesional educada, centrada por completo en la «democracia», el derecho al aborto y la identidad personal, pero en gran medida desinteresada de cuestiones materiales.

En las últimas semanas de campaña, Harris giró claramente en esa misma dirección. En mítines y entrevistas, se centraba en Trump mismo como amenaza mortal para las instituciones existentes en los Estados Unidos. Recorrió los estados indecisos con Liz Cheney, calificando el ataque verbal de Trump a Cheney de incidente «descalificatorio». En su última gira por el Medio Oeste, hacías una pausa en sus propios discursos para poner clips de Trump en el Jumbotrón, y parecía creer que el expresidente se derrotaría a sí mismo en cierto modo con sus propias palabras.

Funcionó, en el sentido de que Harris se ganó a los votantes con títulos universitarios por 15 puntos, un margen mayor que el de 2020. Los votantes que ganan más de 100.000 dólares al año se inclinaron por los demócratas en cifras récord. Los republicanos moderados de los barrios de las afueras, célebremente invocados por Chuck Schumer hace ocho años, siguen colándose en la coalición demócrata. Parece que les sirve de mucho en las elecciones de mitad de mandato, pero no tanto en las grandes contiendas. Este año, los demócratas de Liz Cheney se han visto eclipsados por un ingente giro de la clase trabajadora hacia Trump, con muchos matices: votantes rurales, votantes de bajos ingresos, votantes hispanos y votantes negros, de Texas a New Hampshire. Mientras los expertos progresistas aclamaban la brecha de género post-Dobbs incluso, jactándose de que los republicanos iban a la ruina con las votantes femeninas para toda una generación, las mujeres sin educación universitaria se inclinaron por  Trump por 6 puntos.

Por encima de todo, Harris y los demócratas no lograron llegar a los votantes que tienen una visión negativa de la economía, no sólo a los partidarios republicanos, sino a dos tercios del electorado de ayer. Con su modesto paquete de iniciativas económicas específicas, unidas ocasionalmente a una retórica populista a medias, ¿es una sorpresa que no lograra convencer a estos votantes frustrados? Casi el 80% de los votantes que señalaron la economía como su principal problema votaron por Trump. ¿Cuánto pueden hacer unos meses de publicidad dirigida, en comparación con un partido demócrata en la sombra que lleva más de un año pregonando la salud de la economía: bajo desempleo, crecimiento salarial y un mercado bursátil en auge? Si los votantes no creyeron que Harris tenía un plan real para mejorar sus vidas, materialmente, es difícil culparles.

Por último, es justo añadir que Harris se enfrentaba a una tarea singularmente difícil en estas elecciones. Durante más de un año, un presidente demócrata ya impopular ha carecido de la capacidad física para comunicarse con el público. Sin embargo, el partido en la sombra se aferró a Joe Biden, lo apuntaló, reprimió a gritos a cualquier disidente que cuestionara si sus habilidades políticas -por no hablar de su juicio sobre Israel/Palestina y otros lugares- habían entrado en un declive terminal.

Después de que Biden fallara finalmente en el debate, los demócratas tardaron un mes en sacarlo de la candidatura (a pesar de todos los memes que alababan a Nancy Pelosi por su «implacable» papel en este esfuerzo de última hora, pocos se molestaron en señalar la irresponsabilidad de la dirección demócrata que había permitido que Biden durase tanto tiempo). Harris entró así en la carrera con una campaña improvisada, ya muy por detrás en las encuestas. Elegida para unirse a la candidatura de Biden en 2020 como senadora de California en su primer mandato, carecía de experiencia a la hora de derrotar a los republicanos en unas elecciones competitivas en algún estado.

Entre el maleficio global de la inflación, el lento deslizamiento de la desalineación y el fiasco de Biden, las perspectivas de una victoria republicana en 2024 fueron siempre grandes. El propio Trump pareció reconocerlo mejor que la clase de los expertos, llevando a cabo una campaña arrogante que desechó gran parte de su «populismo» retórico para sumarse a multimillonarios recortadores de presupuesto como Elon Musk. Su arrogancia se ha visto recompensada con otro mandato. Como la mayoría de los segundos mandatos, es probable que acabe en decepción para sus partidarios, malgastado en bandazos políticos impopulares, una avalancha de escándalos y mucho tiempo en el campo de golf. Pero hasta que los demócratas no encuentren la forma de recuperar a buena parte de los votantes de clase trabajadora, los sucesores de Trump se verán favorecidos en las próximas elecciones presidenciales.

Jacobin, 6 de noviembre de 2024

Traducción: Lucas Antón

 

La democracia descarrila: El triunfo de Trump señala una nueva era de obscuridad

Harold Meyerson

Cuando se eligió presidente a Donald Trump por vez primera en 2016, el resultado sorprendió al país, a sus élites políticas e incluso al propio Trump, que en realidad no se esperaba ganar. El miedo y la ira se apoderaron de las filas de liberales y moderados, que no habían contado con que este demagogo, este fanático outsider se hiciera con el poder del Estado. ¿Podría haber algún resultado que fuera peor?

Pues sí. El resultado de este año es decididamente peor. Por un lado, a Trump ya lo conocen casi todos los norteamericanos y, según las encuestas a pie de urna, su índice de aprobación sigue siendo negativo. La campaña que acaba de librar ha sido más vituperable, más basada en calumnias racistas y misóginas y en grandes mentiras que las que había librado en 2016 y 2020. Sin embargo, a pesar de todo ello, cuando se cuenten todos los votos, saldrá probablemente vencedor no solo en el Colegio Electoral, sino también, lo que no fue el caso en las dos últimas elecciones, en el voto popular.

Y esta vez la marea Trump también ha barrido a la mayoría demócrata en el Senado, lo que significa que Trump podrá nombrar a todos los jefes de gabinete y de agencias, y a los jueces federales que desee, ya que estas confirmaciones, en virtud de las normas del Senado, requieren una mayoría simple en lugar de las supermayorías que se necesitan para aprobar leyes. Cuando se cuenten todos los votos, los republicanos también podrán aferrarse a su estrecha mayoría en la Cámara de Representantes, lo que en la práctica le dará a Trump carta blanca para desmantelar leyes y reglamentos que garanticen la salud pública, mitiguen el cambio climático, proporcionen cierta supervisión a los mercados financieros y garanticen unas elecciones libres y justas.

Los avances de Trump en el electorado se produjeron principalmente entre los votantes de clase trabajadora, que, como en muchos países europeos, se han desplazado hacia la derecha a medida que la transformación de una economía industrial en economía de la información ha disminuido sus perspectivas económicas y su influencia política. Como muchos partidos de centro-izquierda, la base demócrata se centra ahora en votantes con estudios universitarios y, por tanto, más prósperos. Las encuestas a pie de urna mostraban que Trump ganaba por un estrecho margen entre los votantes cuyos ingresos familiares anuales eran inferiores a 100.000 dólares, y que Harris se imponía por un estrecho margen entre los votantes con ingresos familiares superiores a esa cifra.

Irónicamente, la presidencia de Biden fue la primera presidencia demócrata desde la de Lyndon Johnson que situó los intereses de la clase trabajadora en el centro de su programa económico, provocando un aumento histórico de la construcción de fábricas y poniéndose claramente del lado de los sindicatos en sus disputas con la patronal. Pero Biden, debilitado por el deterioro de su salud, rara vez apareció en público para defender sus medidas políticas, y su principal logro macroeconómico -proporcionar un estímulo económico tan masivo que provocó la recuperación económica más rápida que haya experimento cualquier país tras la caída en picado que supuso la pandemia del COVID- pasó prácticamente inadvertido. Los votantes tienden a ignorar aquellas medidas políticas que evitan que ocurran cosas, aunque sean cosas malas. Sin embargo, lo que el público sí advirtió fueron los elevados precios, que en parte constituían un subproducto del funcionamiento de una economía tan caldeada, pero que eran más consecuencia de unas cadenas de suministro mundiales disfuncionales y de perturbaciones geopolíticas como la guerra de Rusia contra Ucrania.

Y así, la Administración Biden-Harris siguió el camino de numerosos regímenes que han tenido la desgracia de gobernar durante una oleada mundial de subidas de precios. Pero diciendo esto sólo se comienzan a abordar los problemas a los que se enfrenta el Partido Demócrata. Un factor que subyace claramente a su postura cada vez más débil entre los votantes de la clase trabajadora es la casi completa desindicalización de esa clase trabajadora. Los trabajadores de cuello azul y rosa de hoy tenían abuelos que podían mantener a sus familias gracias a sus salarios y prestaciones sindicales. Hoy en día, cuando apenas hay un 6% de los trabajadores del sector privado afiliados a sindicatos, la capacidad de los trabajadores de negociar y ejercer influencia política ha desaparecido en buena medida. Al carecer de cualquier capacidad real de actuar, muchos se vuelven receptivos a un demagogo como Trump, que promete deportar a millones de inmigrantes y argumenta que esa política les va a permitir de alguna manera mejorar su suerte.

Del mismo modo que las encuestas a pie de urna revelaron el papel decisivo de la clase social en la victoria de los republicanos, también revelaron el papel decisivo del género. Entre los votantes blancos, la diferencia de apoyo a Trump entre hombres y mujeres blancos era de siete puntos porcentuales. Entre los votantes negros, era de 14 puntos porcentuales, y entre los latinos, de 16 puntos porcentuales. Mientras que los inmigrantes fueron el principal blanco de los ataques de Trump, el Partido Demócrata «feminizado», personificado por Harris, fue su segundo blanco preferido. La estrategia básica de Trump no fue ni de lejos tan amplia como la de Harris, pero su elección de objetivos de participación -jóvenes de clase trabajadora de todas las razas, que suelen ser el grupo menos propenso a votar- también se reflejó en la violencia del discurso de Trump. Como todas las coaliciones políticas, el movimiento MAGA está formado por un conjunto de grupos dispares, desde especuladores de criptodivisas hasta evangélicos cristianos, pero en el fondo es un movimiento de virilidad precaria, razón por la cual Trump buscó encarnar y rodearse de presuntos ejemplos de hipermasculinidad (como los actores que interpretan a luchadores profesionales).

Las victorias de Trump no sólo lanzan a los demócratas a jugar a defender (en el mejor de los casos) durante los próximos años, sino que también les obligan a pasar por un período desgarrador de redefinición y recomposición. Sospecho que algunas de las preocupaciones sociales del partido -el apoyo a los inmigrantes, algunas restricciones a la posesión de armas, etc.- dejarán de serlo durante algún tiempo. No creo, sin embargo, que el partido vuelva a adherirse a las políticas neoliberales de libre comercio mundial y desregulación de los mercados que caracterizaron las presidencias de Carter, Clinton y Obama y que desempeñaron un papel decisivo durante décadas en el abandono por parte de los trabajadores de sus hábitos de voto demócrata. Harris no perdió por apoyar el uso del poder gubernamental para reducir el precio de los medicamentos con receta; de hecho, las encuestas a pie de urna mostraron la preferencia del público por este tipo de intervenciones gubernamentales frente a la alternativa de una economía más laissez-faire.

Dicho esto, las elecciones dejan a los liberales, progresistas y demócratas norteamericanos -de hecho, a la mitad del país y a más de la mitad de sus élites políticas- aturdidos, descorazonados y al inicio de la búsqueda a tientas de formas de salir de la caverna en la que se ha sumido la nación. Sospecho que el partido encontrará sus nuevos líderes principalmente entre los gobernadores demócratas, ya que pueden promulgar políticas progresistas populares en sus estados, aun cuando los demócratas del Congreso se vean incapaces de hacer otra cosa que organizar una oposición retórica a los neofascistas que van ahora a controlar el gobierno federal.

Social Europe, 7 de noviembre de 2024

Traducción: Lucas Antón

 

Victoria de Trump: los demócratas caen víctimas de la ilusión del crecimiento

Romaric Godin

Muchos estadounidenses votaron en contra del historial económico de Joe Biden. Con demasiada frecuencia, los demócratas han rechazado esta realidad en nombre de halagadoras cifras de crecimiento. Han olvidado las dificultades cotidianas que experimentan los ciudadanos medios. Están pagando un alto precio.

La magnitud de la victoria de Donald Trump el 5 de noviembre de 2024 no puede explicarse sin entender el factor económico y la forma en que los demócratas abordaron esta cuestión. Los 4 puntos ganados por el multimillonario neoyorquino entre las elecciones de 2020 y 2024 demuestran que parte del electorado viró hacia los republicanos en estos cuatro años.

La pregunta entonces es qué determinó este cambio. Desde este punto de vista, las primeras encuestas postelectorales confirman lo que se había percibido durante toda la campaña: la economía fue el principal determinante del voto para el 39% de los electores, según un sondeo de la agencia AP.

La hipótesis de un rechazo del balance económico de la presidencia de Biden se ve confirmada por otros elementos, en particular por los resultados de los referendos locales. En los estados que eligieron abrumadoramente a Trump, el derecho al aborto se vio a menudo reforzado en las urnas, prueba de que su retórica reaccionaria no fue el principal motor de su victoria.

Mejor aún, en Missouri, estado en el que Donald Trump obtuvo 1,7 millones de votos y el 58,5% de los sufragios emitidos, los votantes no solo votaron un 52% a favor del derecho al aborto, sino también un 58% a favor de aumentar el salario mínimo a 15 dólares la hora en 2026 desde los 12 dólares actuales.

La cuestión del nivel de vida estaba en el centro de la campaña. Pero los demócratas cayeron víctimas de una ilusión fatal en este tema: que el crecimiento económico les aseguraría la victoria. Se mantuvieron fieles a la famosa frase «es la economía, estúpido» acuñada por uno de los asesores de Bill Clinton en 1992 para explicar la derrota de George Bush padre. En aquel momento, el país atravesaba una recesión, y el candidato demócrata representaba una alternativa.

Los demócratas de 2024 invirtieron la lógica. Si la recesión había ganado a Clinton, entonces en la oposición, en 1992, el crecimiento haría ganar a los demócratas en 2024. Las cifras hablan por sí solas: el PIB estadounidense muestra un crecimiento aparentemente insolente: un 2,5% en 2023 y todavía un 2,8% en tasa anual en el tercer trimestre de este año. Suficiente para provocar la envidia del resto del mundo, sumido en una lenta recuperación.

Los economistas próximos al Partido Demócrata se han deshecho en elogios por este crecimiento, logrado en un momento en el que el país experimentaba una elevada inflación. Y a pesar de todo, la productividad ha repuntado, los ingresos reales han aumentado un 11% en cuatro años y el desempleo se ha mantenido en mínimos históricos. Un verdadero «milagro» que debía asegurar la victoria al partido del burro.

La cruda realidad del crecimiento

Sin embargo, el estado de ánimo de los ciudadanos no coincidía con el entusiasmo de los economistas. Todas las encuestas mostraban que la mayoría de los estadounidenses tenían la sensación de que su nivel de vida se había deteriorado. Pero los economistas y los ejecutivos demócratas seguían aferrados a su fetiche estadístico: las cifras no mienten, así que eran los sentimientos de los votantes los que estaban falseados y manipulados.

Durante meses, y de nuevo recientemente, el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, columnista económico del New York Times, se dedicó a afirmar que los economistas tenían razón y la gente estaba equivocada. El sentimiento negativo sobre la economía no era más que el producto de otra noticia falsa trumpista.

Pero el presidente electo no necesitó usar sus habilidades de mentiroso para convencer al electorado sobre la economía. Hizo su campaña machacando con la pregunta: « ¿Estás mejor que hace cuatro años?». Y parte del electorado respondió a esa pregunta en las urnas.

Esta situación refleja un hecho significativo en comparación con la década de 1990: el crecimiento ha cambiado de naturaleza. Ya no refleja tan claramente el bienestar social. Esto se debe a dos razones. En primer lugar, las condiciones en las que se produce el crecimiento son más difíciles y a veces implican un deterioro de las condiciones de vida de los hogares. En segundo lugar, porque las crecientes dificultades para producir el crecimiento conducen a su captura por una minoría con fines de acumulación. En otras palabras: un crecimiento más rápido tiene un coste social creciente.

Y fue la incapacidad de economistas y demócratas para aceptar esta realidad lo que les costó las elecciones del 5 de noviembre. Así pues, detrás de la supuesta «buena salud del consumidor estadounidense» que tanto entusiasma a la prensa económica, hay realidades menos alegres para el ciudadano medio.

Esto se debe a que los aumentos de costes en primas de seguros y alquileres no se incluyen en la tasa de inflación, sino que se reflejan en un mayor consumo, sobre todo de servicios. Se trata de una distorsión estadística, que sugiere que los hogares estadounidenses se conforman con gastar una proporción cada vez mayor de sus ingresos en seguros médicos, alquileres y seguros de hogar.

A lo largo de 2023, el consumo de servicios sanitarios, servicios financieros y servicios de vivienda, a los que podemos añadir el gasto en «otros bienes no duraderos», que incluye el consumo de medicamentos, representó el 62,8% del crecimiento del consumo de los hogares. En el cuarto trimestre de 2024, la proporción de estas cuatro partidas era menor, pero seguía representando el 39% del aumento del consumo.

Además de este aumento del gasto limitado, los precios de los alimentos se dispararon un 9,9% y un 5,8% respectivamente en 2022 y 2023, lo que supuso una presión aún mayor sobre los presupuestos de los consumidores. Como, al mismo tiempo, los puestos de trabajo creados han sido principalmente empleos a tiempo parcial en sectores de servicios donde las condiciones laborales son duras, la gente ha tenido que multiplicar sus empleos para hacer frente a la situación. Una gran parte de los estadounidenses tenía la sensación de tener que trabajar cada vez más para consumir cada vez menos. No se trata de noticias falsas, sino de una realidad muy real.

Lejos de la retórica triunfalista de los economistas, el crecimiento estadounidense era en realidad el reflejo de una sociedad en mal estado. Porque siempre hay que recordar que, a pesar del aumento del gasto sanitario, la esperanza de vida al nacer ha disminuido en Estados Unidos y ha quedado por detrás de otros países avanzados. Esta es una realidad que el fetichismo económico ignora por completo.

Además, el crecimiento al estilo Biden se basa en dos pilares: el sector tecnológico, que es un crecimiento basado en la renta que aumenta aún más la sensación de restricción del gasto, y el gasto militar, un sector no productivo que, en el tercer trimestre de 2024, supuso el 21% del crecimiento total. Todo ello para alcanzar un crecimiento «medio» para los estándares de principios de la década de 2000.

Más desigualdad

El resultado de todo esto es un crecimiento cada vez más desigual. A pesar de la retórica pro-sindical de Biden y de las ocasionales victorias en ciertos conflictos laborales, como en la industria del automóvil el año pasado, la desigual distribución de la riqueza ha aumentado aún más. Uno de los signos de ello es el auge desmesurado de los mercados financieros, apoyado por el sueño de la inteligencia artificial y por el gasto público, pero concentrado en torno a un puñado de grandes empresas. En otras palabras: el déficit público ha beneficiado principalmente a los que poseen acciones y trabajan en Big Tech. En otras palabras: a los más ricos.

Otra señal, basada en los datos de las tarjetas bancarias, es la concentración del gasto de consumo en torno a los hogares más ricos. Según Oxford Economics (sin relación con la universidad del mismo nombre), el 40% de las rentas más bajas representa el 20% del gasto con tarjeta de débito, mientras que el 20% de las rentas más altas representa el 40%. Una brecha sin precedentes que refleja otra realidad del crecimiento estadounidense: «el» consumidor estadounidense es ante todo el más rico.

La situación económica de Estados Unidos es, pues, explosiva, y los demócratas la niegan. Al clamar constantemente « fake news», consiguieron alienar a una población que era crucial para su victoria. Kamala Harris intentó rectificar dejando de basarse en el historial de Biden, pero, obsesionada por ganarse el voto moderado, se negó a tener en cuenta la realidad concreta de los hogares. No se les dio ninguna respuesta real porque no se construyó ninguna política alternativa ambiciosa.

Por supuesto, resulta paradójico que Donald Trump, un candidato apoyado por gran parte de la casta de multimillonarios tecnológicos, se aproveche de esta desesperación en un momento en el que propone bajar aún más los impuestos a los más ricos y subir los precios mediante aranceles.

Pero hay que ver la situación en Estados Unidos. Trump ha sido capaz de movilizar tendencias muy arraigadas en el imaginario económico estadounidense, como la relación entre gasto público e inflación, en un sistema político bipartidista en el que los demócratas parecían haber renunciado a defender los intereses del ciudadano medio. Fue capaz de movilizar un discurso de protección mientras los demócratas bailaban sobre sus dificultades. Esto es lo que permitió a una parte de la opinión pública inclinarse hacia Trump, que además podía contar con su base de votantes racistas y reaccionarios.

A partir de ahora, los economistas producirán estudios en abundancia para explicar lo perjudicial que será la elección de Trump para el crecimiento y la inflación. Esto es indudablemente cierto. Pero debemos recordar que la «economía» no es solo la víctima de esta elección, también es responsable del regreso de la extrema derecha al poder. Más que nunca, la crisis profunda y estructural del capitalismo está produciendo monstruos políticos.

https://www.mediapart.fr/journal/international/061124/victoire-de-trump-...

Traducción: Antoni Soy Casals