Cultura | Reseña | 19.NOV.2024
¿Cuánto pesa el mundo? Responde el teatro / Moisés Ramos Rodríguez
¿Por qué va el ser humano al teatro? En pleno auge de la tecnología digital, del video, de la inmediatez, de los mensajes visuales que no pueden durar más de un minuto porque (aun así) pocos los verán completos ¿para qué quiere una persona ir a una sala, ver a personas como ella y casi sentirlos respirar?
Algo debe tener el arte teatral que sigue atrayendo gente que se sentará en una butaca, esperará que las luces sean apagadas y una historia le sea revelada.
Esas y otras preguntas me hice al estar en la sala Samuel Beckett del Teatro Taller de Investigación y Experimentación Mexicano (Tetiem) el domingo, a las siete de la noche en pleno auge del Buen fin, cuando otros peleaban a puñetazos por una pantalla plana.
Una veintena de hombres y mujeres, todos adultos, estábamos ahí, a la espera de lo que la compañía teatral había anunciado como un trabajo en preparación, no como un ensayo abierto —como se decía hace años— ni como un prestreno.
¿Cuánto pesa el mundo?, así fue anunciada la obra. Al final, al agradecer al púbico y al presentar a los actores de la compañía, el director de ésta, José Carlos Alonso reveló que es un texto de un kosovar —o albanés— que él adaptó “libérrimamente”: Ojos de Gato, de Jetón Neziraj.
Antes, nos dejó entrar puntualmente a la sala donde no había escenografía propiamente dicha (sí unos muebles y algo como una antigua caseta telefónica) donde seis personas (dos mujeres, cuatro hombres) se movían por el escenario. La primera impresión era que podía tratarse de sobrevivientes a un accidente o a una guerra; a un ataque o a un desastre natural. Los personajes deambulaban como ebrios, ateridos, imposibilitados—uno de ellos con muleta y un pie recogido— y el ambiente era una especie de pesadilla escenificada.
No recuerdo la última vez que vi una obra de teatro donde hay una historia, un nudo y un desenlace, pero en la propuesta del Tetiem, la puesta en escena parecía haber comenzado hacía mucho o estar repitiéndose: una falla en la matriz (The matrix) o un hoyo negro donde no pasa nada; o lo que pasa, ya pasó y vemos su sombra.
Entonces, uno de los seis personajes, todos con rostro cubierto por vendas, gafas, cascos, grandes tocados de tul comenzó a hablar en off. Y se mostraron todos como humanos.
Debo decir que, después, caí en la cuenta de que el ambiente, la atmosfera, los personajes me recordaron a Un hogar sólido, de Elena Garro, pero como si esta vez se tratara de la parte obscura de esa historia.
Un acercamiento humano
Un sonido ambiental parecía remitir a una ciudad de tránsito vehicular y humano intensos. Y los personajes no hablaban entre ellos, y sólo la voz en off algo comenzó a decir sobre una madre y un padre. O sólo sobre una madre. De las dos mujeres que había en escena, una de ellas era esa madre (no lo sabríamos hasta tiempo después), pero permanecía inmóvil con su tocado verde.
Para ese momento de la obra, ya había inquietud del lado de las butacas: la cuarta pared permanecía, pero la angustia y la incomodidad —algo irritaba al público— eran evidentes.
Entonces el cronista se preguntó: ¿para qué va al teatro la gente? ¿Para angustiarse, para sentirse incómoda porque algo le están diciendo y no es precisamente agradable?
No revelaré cuál es la trama de la obra, pero sí debo decir que carece de diálogos: todo es moverse de cuerpos que parecen inanimados o mecanizados, y una breve guía, siempre en off, de quien se reveló como un niño, ahora hablando con su madre, ahora—al parecer—hablando solo.
Entonces, sí hay diálogos, pero son corporales, a veces evitando tocarse, a veces tocándose levemente, provocando diversas reacciones.
La música, con un obstinado de sonidos de baja frecuencia —tal vez estén en llave de fa— ayuda a que el espectador sienta algo que no le puede ser indiferente. Eligió ir al teatro y ahora permanecerá hasta que la trama sea develada; o permanecerá con una duda que no le hará feliz.
Los seis personajes muestran a un ser humano que habita en un mundo donde el estrés es la mayor enfermedad, que crece hasta convertirse en distrés, y donde hay una interrogante constante: “¿Qué…?”
He anotado que no revelaré la trama de la obra, pero no porque no quiera arruinar al espectador la sorpresa de lo que el Teatro Tetiem, a través de su compañía, le ha preparado, sino más bien porque aparentemente no hay trama: no una historia en la línea aristotélica de inicio, nudo y desenlace, sino una atmósfera que hace al espectador reconocer que ese es él.
Entonces, el cronista, lo mismo que sus vecinos de butaca, entienden para que fueron al teatro: va con el ánimo de encontrar un espejo que les muestre quiénes son, cuáles son algunas de las respuestas esenciales a preguntas torales: quién soy, qué hago aquí, de qué se trata de esta vida, y cuánto pesa un mundo, mi mundo, nuestro mundo.
José Carlos Alonso, director de Tetiem anunció que será hasta el próximo año cuando la compañía monte una temporada con esta obra de la cual presentó un adelanto. Mientras, él y la compañía querían saber del público su opinión sobre si este trabajo en curso va bien… o se regresan.
Más de diez años tardó la compañía poblana en montar esta obra del autor kosovar Jetón Neziraj. Ahora el espectador interesado deberá esperar, por lo menos dos meses para verla en temporada. Valdrá la pena el tiempo de espera. El trabajo es bueno. La compañía ha avanzado artísticamente, y los riesgos que corre con este montaje así lo muestran.
Cuando el lector vea anunciado ¿Cuánto pesa el mundo?, le recomiendo que vaya a ver la obra. Sabrá, en una porción por lo menos, qué es un ser humano.
El teatro del Tetiem está en la Calle 3 Norte 4248, Colonia Morelos, muy cerca, al suroriente de a fuente de la China poblana.
[La obra original presentada como trabajo en preparación por el Tetiem es Ojos de gato, de Jetón Neziraj, autor kosovar: ¿Por qué fue presentado el montaje como ¿Cuánto pesa el mundo? José Carlos Alonso reveló a quien esto escribe: “Íbamos a estrenar con ese nombre (original), pero cuando comenzamos a trabajar la propuesta, decidimos hacer un cambio”.
Los actores en este montaje son Sergio Adrián Alonso Meneses como “Luan”; Jonathan Paz Valerio como “Martin”, papá de Luan; Jazmín Maldonado Moreno como “Sphrressa” madre de “Drita” y “Buring”; Consuelo Meneses como “Drita”; Fernando Rivera como “Buring” (quien, además, es el compositor de la inquietante música original); y Édgar Gochez como “Gent”. El diseño escénico es de Aldo Alemán y la dirección y puesta en escena de José Carlos Alonso.]