El apocalipsis de Los Ángeles era totalmente previsible
Harold Meyerson
Harold Meyerson es un veterano periodista de la revista The American Prospect, de la que ha sido director y es redactor jefe, ofició durante varios años de columnista del diario The Washington Post y fue director de L.A. Weekly. Considerado por la revista The Atlantic Monthly como uno de los cincuenta comentaristas más influyentes de Norteamérica, Meyerson ha pertenecido a los Democratic Socialists of America, de cuyo Comité Político Nacional fue vicepresidente.
Es una verdad casi universalmente negada que los apocalípticos incendios que asolan Los Ángeles -mi ciudad natal- no son más que una versión magnificada de lo normal.
Donald Trump culpa a Gavin Newsom [gobernador del estado de California], porque esa es la respuesta instintiva (o simplemente idiota) de Trump a cualquier desgracia que suceda en California. En una muestra similar de bilis políticamente dirigida, Rick Caruso, el republicano convertido en demócrata a lo Bloomberg que perdió las últimas elecciones a la alcaldía de Los Ángeles frente a la demócrata Karen Bass, le echa la culpa a Bass. Cualquier día de estos, los editorialistas del Wall Street Journal culparán al New Deal y algunos católicos de la misa en latín le echarán la culpa al Papa Francisco.
Si hay alguien cuyos análisis deberíamos tomarnos en serio, esa persona es el desaparecido Mike Davis. En 1998, Davis continuó City of Quartz [Ciudad de cuarzo, Arpa, Barcelona, 2023] -su disección de Los Ángeles, un éxito de crítica- con Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster [Ecología del miedo, Los Angeles y la imaginación del desastre, no traducido al castellano], que analizaba más específicamente los apocalipsis que eran y son una característica constante de la vida en Los Ángeles (yo edité varios de estos artículos de Davis en el L.A. Weekly durante los años 90). En la década transcurrida desde que escribiera City of Quartz, Los Ángeles había sufrido los disturbios de Rodney King, el terremoto de Northridge, incendios e inundaciones recurrentes en las colinas que rodean la ciudad, y una diezma de la clase media de la zona con la enorme reducción de plantilla posterior a la Guerra Fría de los mayores empleadores de la región, las empresas aeroespaciales financiadas por el Pentágono. Metiéndose de lleno en obscuros archivos, recorriendo las colinas secas como la yesca y las viviendas que son trampas de fuego de Los Ángeles, Davis relató y explicó la incesante combustibilidad física y social de Los Ángeles con el celo y la erudición de una Casandra revisada por pares académicos.
El capítulo tercero de Ecology of Fear: se titula «The Case for Letting Malibu Burn» [“En favor de dejar que se queme Malibú”]. Comienza señalando que los habitantes preeuropeos de Los Ángeles, los indios chumash y tongva, provocaban anualmente pequeños incendios en las colinas de Pacific Palisades y Malibú con el fin de limpiar una maleza que explotaría si se dejara en el lugar. Mike señala que Richard Henry Dana escribió en ese clásico naval que es Two Years Before The Mast [Dos años al pie del mástil, Alba Editorial, 2001] que, cuando navegó por primera vez por la costa de California en 1826, pudo contemplar un incendio que envolvía el Cañón Topanga.
Seguidamente, Mike documentaba los trece incendios que quemaron al menos 10.000 acres en las montañas de Santa Mónica, al oeste de Palisades, entre 1930 y 1996. Mike argumentaba de forma convincente que las resecas colinas que rodean Los Ángeles, de Pasadena, al este, a Malibú, al oeste, se incendian con regularidad cuando soplan los vientos de Santa Ana, y que construir casas en esas colinas es casi una garantía de que muchas de ellas se quemen, sobre todo cuando los vientos superan los 80 kilómetros por hora.
Puedo atestiguar personalmente lo que ocurre en esas colinas cuando descienden las Santa Anas. En 1961, cuando estaba en quinto curso en la escuela Kenter Canyon, todos los alumnos, profesores y personal tuvimos que ser evacuados repentinamente cuando un incendio que había estado ardiendo en Bel Air saltó la carretera 405, aún en construcción, y empezó a correr por las colinas de Brentwood. Algunos compañeros de clase perdieron sus casas, y el fuego se acercó a menos de 300 metros de la de mi familia.
Volvimos a nuestra casa al día siguiente, y mi recuerdo de las dos semanas siguientes es que estábamos viviendo en un cenicero. Cerca de 500 casas quedaron destruidas en ese incendio, que ostentaba el récord de destrucción de viviendas de Los Ángeles hasta esta semana.
Hace dos días, la escuela Kenter Canyon tuvo que ser evacuada de nuevo, al igual que la escuela secundaria (así es como se solía llamar a la escuela media) a la que yo asistía (Paul Revere). Mi instituto, Palisades, quedó parcialmente consumido por las llamas, al igual que las tiendas y casas donde mis amigos y yo pasábamos el rato a mediados de los años 60.
Ha desaparecido el mercado Safeway, al igual, supongo, que su letrero a modo de marquesina al que nos subimos en la medianoche anterior al desfile del 4 de julio de 1968 para soldar las letras que normalmente se muestran en el letrero para destacar los artículos a la venta en un lema contra la guerra de Vietnam (como el cartel se alzaba sobre el puesto de la Legión Americana de Palisades, uno de nuestros lemas era «La Legión Americana es un semillero de senilidad»).
En el más de medio siglo transcurrido desde los años 60, aquel Safeway se había visto eclipsado en cierta medida por el Gelson's Market, de muy alta gama, cuya llegada después de los 60 señaló el carácter cada vez más exclusivo de Palisades.
Ninguna de las casas que allí se quemaron esta semana existía en los años 60; formaban parte de esas urbanizaciones tan elegantes que se adentraban en las colinas de Palisades mucho más de lo que lo habían internado anteriormente.
Un lugar tan espléndido -con sus brisas marinas que mitigaban el calor del verano y vistas que se extendían hasta el centro de Los Ángeles, por un lado, y hasta islas lejanas por el otro- se convirtió en morada desproporcionadamente reservada a los ricos de verdad, y aumentaron por consiguiente los incentivos para que los promotores ubicaran mansiones en esas colinas.
Mike Davis nos contó lo que les ocurriría a esas casas y, cuando los vientos llegaran a su apogeo, como era de prever, lo que le sucedería también a las tiendas, casas y apartamentos situados en zonas llanas. Los chumash y los navegantes de principios del siglo XIX sabían lo que iba a pasar. Sólo que nosotros lo negamos.
The American Prospect, 8 de enero de 2025
¿Que arda Hollywood, que arda?
Joshua Frank
«Los Ángeles es enorme. Es una ciudad y un condado. Es un lugar global, un espacio de la cuenca del Pacífico, una metrópolis del «Tercer Mundo». Tiene todas las contradicciones del mundo y todo el mundo se condensa en ella. Han ardido los hogares de ricos, pobres, clase media, negros, blancos, asiáticos, hispanos. El fuego viene a por todos nosotros». - Viet Thanh Nguyen
Al sentarme a escribir, la luz que entra por la ventana de mi despacho muestra un nítido color anaranjado, y el cielo es tiene un turbio matiz marrón contaminado. La calidad del aire es horrible y tengo los ojos secos y me pican. Me duele la garganta. Dos grandes incendios siguen arrasando Los Ángeles, la ciudad que amo, sin escasa o nula contención. Acaba de estallar otro en Woodland Hills. Afortunadamente, estamos en una zona segura, lejos de los infiernos. Muchos otros no tienen tanta suerte.
Al hojear las últimas actualizaciones sobre los incendios en las redes sociales, me encuentro rápidamente con comentaristas que jalean las llamas como si se hubieran encendido para ahuyentar de sus mansiones a las élites adineradas. Están encantados. Los conspirativos con los que me encuentro creen que todo esto es una apropiación de tierras planeada (por quién no estoy seguro), mientras que otros difunden mentiras acerca de que el obscuro Estado Profundo, los que están detrás de las estelas químicas que alteran el clima, es de alguna manera el responsable.
Deduzco que la mayoría de estas personas no viven en Los Ángeles (¿o en el mundo real?), y estoy seguro de que muy pocos podrían señalar la ubicación de Eagle Rock en un mapa. Sin embargo, aquí están, expertos en ecología del fuego y en la historia de Los Ángeles.
Deduzco que la mayoría de esta gente no vive en Los Ángeles (¿o en el mundo real?), y estoy seguro de que muy pocos podrían señalar la ubicación de Eagle Rock en un mapa. Sin embargo, aquí están, expertos en ecología del fuego y en la historia de Los Ángeles.
Veo, tal como resulta habitual durante un gran incendio en Los Ángeles, que unos pocos andan por ahí difundiendo ese fantástico ensayo de Mike Davis, «The Case for Letting Malibu Burn» [“En favor de dejar que arda Malibú?”], no por la tesis de Davis de que los pobres, por designio capitalista, son los que más sufren durante un desastre natural, sino porque parecen creer que le guiaba una especie de schadenfreude [alegría por el mal ajeno]. Le hacen un vergonzoso flaco favor a su legado y una retorcida interpretación errónea de la importante obra de Davis.
Fervoroso crítico de las condiciones que conducen a la desigualdad, Mike Davis no era de los que festejaban la desgracia. No habría sentido otra cosa que empatía por los afectados por estas llamas (quizás, de acuerdo, no por James Wood). Mientras pienso en Mike, me envía un mensaje su hija Róisín. La casa de su infancia y su colegio han ardido hasta los cimientos.
Otro amigo publica un breve vídeo de unos cimientos humeantes, restos de su garaje/estudio de arte. Lo ha perdido todo, años y años de trabajo. Su familia ha tenido suerte de poder escapar. Un amigo de un amigo necesita ayuda. El lugar que alquilan ha desaparecido.
Pero lo entiendo. Mucha gente no empatiza con Los Ángeles ni con quienes vivimos aquí, a pesar de que L.A. es una de las ciudades culturalmente más significativas, diversas y fascinantes del país. Odiar este lugar se ha convertido en una reacción natural. Los medios de comunicación, las revistas, el cine y la televisión no han cesado de describirla como una ciudad insípida, un bastión de liberales ricos y obsesionados con Hollywood, las autopistas y la contaminación. Es una ciudad fácil de despreciar si tienes miedo de lo que no conoces, y no hay persona alguna que lo sepa todo sobre Los Ángeles.
L.A. es infinitamente complicada, y la realidad de lo que hay detrás de estos incendios, que remodelarán para siempre su maltrecho paisaje y sus almas carbonizadas, no es diferente.
La totalidad de la destrucción de estas llamas es imposible de abarcar. Han destruido museos, escuelas, parques de autocaravanas, centros de ancianos, tiendas, restaurantes, campamentos, edificios de apartamentos, parques de bomberos, innumerables casas y muchos monumentos históricos y culturales. Es casi imposible hacer un seguimiento de lo que ha desaparecido. Cientos de miles de personas se han visto desplazadas. La histórica comunidad negra de Altadena ha quedado diezmada. Ha habido personas que han muerto, se han asfixiado animales y familias de todo el espectro económico lo han perdido todo.
Sí, Mike Davis y otros predijeron mucho de esto, pero nunca a esta escala ni con esta ferocidad. Como gran parte del Oeste, el sur de California lleva mucho tiempo marcado por los incendios forestales. Sabemos que los extremos de estos desastres podrían haberse mitigado si la ciudad hubiera instituido hace décadas códigos de construcción más estrictos, restringiendo el desarrollo de viviendas en las zonas más propensas a los incendios de Topanga, los cañones de Malibú y las estribaciones de San Gabriels. Y sí, como bien señaló Mike Davis, las plantas autóctonas de California adaptadas a los incendios forestales de la región fueron sustituidas por gramíneas invasoras traídas por los colonos europeos que buscaban «reverdecer» un paisaje cada vez más pardo, sólo para aumentar el riesgo de incendios. Estos incendios son, en parte, una nociva consecuencia colonial.
Por supuesto, esto es esencial para entender lo que está pasando, pero no lo explica todo.
Aún se desconoce la causa de estas llamas. Se sospecha que los incendios fueron provocados y se teme que la primera chispa la provocara un tendido eléctrico caído, nuevas víctimas de la tambaleante red eléctrica de California. Sin embargo, lo que sí se sabe es que estos incendios, los de Eaton y Palisades, son los peores que ha presenciado la ciudad en cuanto a volumen y daños. Sabemos también que el primordial culpable, que los medios de comunicación dominantes se niegan casi universalmente a abordar, es el rápido calentamiento de nuestro clima.
Los Ángeles lleva más de ocho meses sin precipitaciones significativas, y las plantas y el suelo están insoportablemente secos y listos para arder. Todo esto forma parte de unos patrones meteorológicos turbulentos de los que no puede escapar ninguno de nosotros puede. Cuatro de los diez años más secos, desde que la ciudad empezó a llevar la cuenta en 1877, se han producido en la última década. El verano de 2024 fue el más caluroso de la historia; desde 2014 hemos tenido ocho de los veranos más cálidos registrados. Vivimos en medio del trastorno climático más radical de la historia de la humanidad, lleno de furia e imprevisibilidad.
La temporada normal de incendios en Los Ángeles suele terminar en noviembre. Cuando los vientos cálidos de Santa Ana arrecian en esta época del año, como es el caso, no suelen causar mucho alboroto, ya que normalmente hemos tenido suficiente lluvia para atemperar los riesgos que los acompañan. Este año, sin embargo, los vientos secos y huracanados de Santa Ana que soplan desde la Cuenca del Pacífico han sido los más fuertes que hemos experimentado en más de una década, superando los 160 kilómetros por hora. Por supuesto, al fuego le encanta el viento, y el viento propaga el fuego. Aunque es posible que estos vientos no estén directamente relacionados con el cambio climático (hay cierto debate al respecto), se están registrando ahora, bien entrado el invierno, prolongando e intensificando las amenazas de incendio en el sur de California, que ya están empeorando.
Decir que estas llamas no tienen precedentes en la era moderna sería quedarse corto. Ya sólo el incendio de Eaton es el peor que ha sufrido Los Ángeles; combinado con el incendio de Palisades, es todo inconmensurable. Sólo en Palisades han ardido más de 5.000 estructuras. Aún se desconoce el número de viviendas destruidas en Altadena y Pasadena, pero siguen en peligro 8.000. En su conjunto, estos incendios son los más costosos de la historia de los Estados Unidos.
Una cosa es segura: L.A. no estaba en absoluto preparada para el caos, y la alcaldesa Karen Bass, con su recorte de más de 17 millones de dólares del presupuesto del Departamento de Bomberos, debe asumir parte de la culpa. Pero la saga va mucho más allá de los flagrantes errores de Bass. Como tantas ciudades de todo el país, Los Ángeles no estaba preparada para esta calamidad climática singular (¿se acabó el agua?), de la que sabemos que vendrán muchas más. ¿Se aprenderán las lecciones o se repetirán los errores? Yo apuesto por lo segundo.
Una vez que las cenizas se enfríen, el humo retroceda y el sol brille, Los Ángeles volverá a intentar reconstruir lo que ha perdido, como ha sucedido tras muchas otras catástrofes. Me temo que habrá poco debate, y cuando estos incendios vuelvan a producirse, los trolls de la Red sostendrán que Los Ángeles se merece su destino, a la vez que evitan denunciar al cártel de los combustibles fósiles por avivar las llamas.
Entiendo que es más fácil culpar a los angelinos que enfrentarse a la verdad de que nuestro mundo está cambiando para siempre, pero, por favor, por el bien de las víctimas del incendio (y de mis redes sociales), dejemos la lógica del castigo colectivo para quienes están perpetrando un genocidio en Gaza.
Counterpunch, 10 de enero de 2025
La conflagración de Los Ángeles
David Dayen
David Dayen es director ejecutivo de la revista The American Prospect. Entre otros medios, ha publicado artículos en The Intercept, The New Republic, HuffPost, The Washington Post y Los Angeles Times, Su libro más reciente es ‘Monopolized: Life in the Age of Corporate Power.’ [Monopolizados: La vida en la era del poder corporativo'].
Normalmente, escribiría esto desde el oeste de Los Ángeles, donde vivo la mayor parte del año. Ahora mismo me encuentro a unas dos horas hacia el este, lejos de lo que ha asolado la región. Pero tengo amigos que se han visto obligados a su evacuación. El restaurante de pescado de la autopista de la costa del Pacífico donde llevé a mi entonces novia (ahora esposa) a conocer a mis padres ha quedado destruido. Envío mensajes de texto a amigos y familiares y recibo noticias continuamente. Me entero de que algunos conocidos han tenido que evacuar el lugar donde se había declarado un incendio para llegar a un destino que resulta ser el lugar donde se ha declarado otro incendio. Me siento como si estuviera allí sin estar allí.
Los mayores problemas, aparte de las más de mil estructuras ya consumidas por el fuego y de un cambio previsto en los vientos que llevará el humo tóxico a zonas mucho más habitadas de la cuenca de Los Ángeles, parecen ser de infraestructuras. No hay agua suficiente para hacer frente a las llamas en Pacific Palisades, Altadena ni Sylmar. Las bocas de riego están secas y se están conservando otros recursos hídricos. Se ha cortado el suministro eléctrico a 400.000 personas de la región, en algunos casos intencionadamente para alejar la amenaza de chispas y de más incendios. Si las condiciones de humo empeoran, el sistema de salud podría sufrir algunas tensiones, ya que las personas con enfermedades respiratorias buscarán algún alivio.
Los fuertes vientos están empezando a amainar, pero siguen siendo lo bastante potentes como para cancelar y retrasar vuelos y perturbar las labores de extinción. Incluso a unas horas de distancia, en Palm Springs, seguía azotando el viento anoche. He oído hablar de numerosos camiones que han volcado en las autopistas entre Inland Empire y Los Ángeles. Esto no aislará por completo a la ciudad de una importante fuente de suministros (los almacenes salpican el paisaje en las zonas periféricas de los condados de San Bernardino y Riverside), pero dificultará las cosas.
Se supone que en estos momentos debemos abstenernos de hablar de cualquier cosa que huela siquiera a política, y centrarnos en la devastación y los esfuerzos de rescate. Pero lo cierto es que hemos creado una bomba de relojería en la atmósfera. Hace casi 300 días que no llueve en Los Ángeles, un dato que me asombró cuando lo oí, y yo vivo aquí. Los incendios forestales en nuestro entorno actual, en California, se propagan con mayor rapidez y al azar, y aunque pueden comenzar en bosques deshabitados, pueden alcanzar zonas densamente pobladas con bastante rapidez. Hasta ahora, las advertencias de evacuación se han detenido en Montana Avenue, en Santa Mónica, pero eso está peligrosamente cerca de algunas zonas muy pobladas; mi casa está a unos ocho kilómetros al sur. Es un cálculo que no quieres tener que llegar a hacer nunca.
La idea de que se puede reforzar la infraestructura para hacer frente a incendios forestales impredecibles y fuera de control resulta muy ilusoria. El Departamento de Bomberos del condado de Los Ángeles ha reconocido que «no estábamos preparados para este tipo de desastre generalizado», ¿y cómo iban a estarlo? Sencillamente, no tenemos la infraestructura necesaria para vivir en lugares que el clima, la sequía y las condiciones meteorológicas extremas han hecho inhabitables, al menos en parte.
Es la culminación de un proyecto de décadas que consiste en ignorar la realidad. Sólo en los 20 años que llevo viviendo en Los Ángeles, los cambios en el clima han sido notables y rigurosos. Es un lugar diferente, y así lo han moldeado los seres humanos. Tenemos que tomar un montón de decisiones difíciles, y una cultura política y social que se abstiene de tomarlas. Resulta difícil no sentir algo parecido a la desesperación ante todo esto. Soy una persona racional a la que le gustan las soluciones, pero ¿qué hacer cuando las soluciones no están preparadas para las llamas?
The American Prospect, 8 de enero de 2025
Tarifas de itinerancia: Huracán de fuego
Jeffrey St. Clair
Jeffrey St. Clair es director de la contestataria revista electrónica CounterPunch. Su último libro es “Orgy of Thieves: Neoliberalism and Its Discontents” [“Orgía de ladrones: El neoliberalismo y sus descontentos”].
«La crisis climática revela que nuestra civilización nunca se ha organizado realmente en torno a la ciencia, contrariamente a la narrativa habitual de la Ilustración. Está organizada en torno al capital. La ciencia se adopta cuando sirve a los intereses del capital y a menudo se ignora cuando no es así».
- Jason Hickle
No hay nada tan terrorífico como una pesadilla que acaba por cobrar vida. Los vientos de Santa Ana llevan décadas atormentando los sueños de los angelinos del sur. Como los chinooks de las Montañas Rocosas y los mistrales del valle del Ródano, estos vientos juegan con la mente. Te dicen que vienen a por ti. Susurran los peligros que traen consigo. Van Gogh creía que el mistral inflamaba su locura. Otro tipo de locura parece infligirle a Los Ángeles la locura del consumo sin límites.
Algunos escuchan las advertencias del viento. Otros no. Los que escuchan se vuelven locos por los que no lo hacen. En los chaparrales del sur de California, la advertencia de las Santa Anas siempre ha sido: fuego. Incendios que corren ladera abajo y por los cañones, más rápido de lo que puede conducirse cualquier Tesla. Incendios que saltan carreteras, autopistas, centros comerciales. Incendios que cabalgan sobre el viento.
No se trata de algo nuevo. Los vientos de Santa Ana vienen con el territorio, que son las cuencas desérticas detrás de las montañas y cañones costeros. Son vientos catabáticos que se precipitan cuesta abajo, secos y feroces, a través de los pasos de Cajón, San Gorgonio y Soledad. Los crea la geografía. El cambio climático y una rapaz industria inmobiliaria que ha hecho oídos sordos a su mensaje los han convertido en asesinos.
Históricamente, las Santa Anas (reflexionen sobre la resonancia de ese nombre en nuestra época de xenofobia masiva) son vientos de otoño, vientos cálidos que arrastran el polvo del Mojave. Ahora, las Santa Anas pueden estallar en cualquier época del año. Así es el cambio climático. Sin embargo, una amenaza que es omnipresente parece de alguna manera menos ominosa, por lo que es más probable que te pille desprevenido.
Aun así, a Los Ángeles no le pilló esto del todo por sorpresa esta semana. Tuvieron dos días para prepararse. Las Santa Anas crean por sí solas las condiciones para que se produzcan incendios catastróficos. Son fenómenos meteorológicos que provocan incendios y secan paisajes ya resecos, reduciendo la humedad y aumentando la temperatura a medida que soplan.
El 13 de noviembre, vientos de Santa Ana de 80 kilómetros por hora convirtieron una hoguera encendida por estudiantes universitarios en un infierno que se extendió por barrios de Montecito y Santa Bárbara. El Tea Fire ardió durante tres días y destruyó 210 casas. El entonces gobernador Arnold Schwarzenegger describió el paisaje carbonizado como algo «parecido al infierno».
Al día siguiente, los vientos, que seguían rugiendo y alcanzaban los 130 km/h, avivaron un incendio en el valle de Santa Clarita que arrasó la ciudad de Sylmar. El incendio de Sayre ardió durante una semana y destruyó más de 600 edificios, entre ellos 480 casas móviles.
No sabemos cómo se originaron los incendios de esta semana: cigarrillos, hogueras, chispas de camiones, cables eléctricos caídos o incendios provocados. Pero las colinas de Hollywood, Santa Mónica y las montañas de San Gabriel ya estaban preparadas para arder. El chaparral nace con el fuego y prospera en él. En su estado natural, los paisajes de chaparral del sur de California sufren incendios de baja intensidad una vez cada 20 o 50 años.
Tras un par de años relativamente húmedos, la costa del sur de California ha vuelto a la sequía. Lleva ocho meses sin precipitaciones apreciables. El cambio climático ha hecho que el sur de California sea más seco, aumentando la frecuencia e intensidad del régimen natural de incendios de la región. Ni siquiera los hidrantes que funcionan a pleno rendimiento podrán reemplazar la cantidad de humedad que el cambio climático le ha robado al ecosistema.
Se habla de la interfaz «urbano-silvestre». En el sur de California, esa interfaz se está viendo asediada sin tregua a medida que ascienden inexorablemente por laderas y cañones nuevas casas de lujo, condominios y edificios de «uso mixto», sin inmutarse por la accidentada geografía, las fallas o la inflamabilidad. Los límites entre lo natural y lo fabricado se han hecho añicos, tanto en el suelo como en la atmósfera. Las zonas de amortiguación han desaparecido y ahora nada se interpone entre nosotros y el viento.
Sí, se nos advirtió. Pero no hay banderas rojas que te preparen para lo que se avecina; ninguna preparación a estas alturas puede salvarte de los vientos de 160 kilómetros por hora de un huracán de fuego.
Hasta los palacios arden.
Y ADEMÁS:
+ No hace falta estar muy versado en The Ecology of Fear, de Mike Davis para entender que la gente que siempre paga el precio más alto por este tipo de cataclismos en el sur de California -incluso en códigos postales de élite como Pac Palisades- no son los magnates de Hollywood o los fondos de cobertura, sino los trabajadores pobres de Los Ángeles, en su mayoría morenos y negros...
+ Afropunk ha creado una lista de familias negras desplazadas por los incendios en Los Ángeles y cómo pueden hacerse donaciones para ayudarles a rehacer su vida...
+ En 2019, Eric Garcetti, entonces alcalde de Los Ángeles, le dijo a David Wallace-Wells: «No hay una cifra de helicópteros o de camiones que se puedan comprar, ni una cifra de bomberos disponibles, ni una volumen de maleza que se pueda limpiar que vaya a detener esto. Lo único que detendrá esto será el momento en que la Tierra, probablemente mucho después de que hayamos desaparecido, se relaje tendiendo a un estado meteorológico más predecible.»
+ Una estimación inicial de AccuWeather Inc. sitúa el coste total de los incendios de Los Ángeles entre 52.000 y 57.000 millones de dólares, lo que los convierte en los incendios más caros de la historia.
+ En julio, State Farm, una de las mayores aseguradoras de California, canceló 1.600 pólizas de propietarios de viviendas en Pacific Palisades. Un año antes, la misma aseguradora había cancelado más de 2.000 pólizas en los barrios cercanos de Brentwood, Calabasas, Hidden Hills y Monte Nido, todos ellos destruidos por devastadores incendios forestales. Pero las grandes aseguradoras que han cancelado pólizas para propietarios de viviendas y empresas en estados vulnerables al clima continúan asegurando las industrias de combustibles fósiles que hacen imposible asegurar los hogares de la gente.
+ Desde el año 2000 se han declarado 19 de los 20 mayores incendios de la historia de California...
+ El historiador medioambiental Stephen J. Pyne, autor de Fire in America: «Si seguimos librando una guerra contra el fuego, van a ocurrir tres cosas. Nos vamos a gastar mucho dinero, vamos a tener muchas bajas y vamos a perder».
+ Mike Davis: «La pérdida de más del 90% de la zona de amortiguación agrícola del sur de California es la razón principal, aunque rara vez mencionada, por la que los incendios forestales incineran cada vez más esas franjas tan espectaculares de inmuebles de lujo».
+ Cabe señalar que una de las razones por las que a California le gusta mantener sus cárceles lo más llenas posible es que los reclusos constituyen alrededor del 30% del cuerpo de bomberos del estado. Por arriesgar sus vidas en la línea de fuego, a los presos se les paga entre 16 y 74 céntimos la hora (con un máximo de 5,80 a 10,24 dólares al día) y se les recompensa con un bocadillo de mortadela y una manzana para comer en el trabajo.
+ Cuando hay un tiroteo masivo, la respuesta de MAGA es «pensamientos y oraciones». Cuando hay un cataclismo climático, la respuesta es: «Perfora, nene, perfora, aplana, nene, aplana, y tala, nene, tala».
+ Los incendios de Los Ángeles se utilizarán como el incendio del Reichstag de Trump en contra de las regulaciones ambientales.
+ Está (Trump) equivocasdo de un modo delirnte en todo en este mensaje [sobre los incendios y en cintra de Newsom] salvo en la incompetencia de Gavin Newsom, pretencioso sirviente de los sectores inmobiliario y energético.
+ Norman Maclean, Young Men and Fire: «En esta historia del mundo exterior y el mundo interior con un incendio de por medio, el mundo exterior de pequeñas meteduras de pata retrocede ahora durante unas horas para ser tomado por el mundo interior de las meteduras de pata, esta vez por una metedura de pata colosal pero formada por pequeñas meteduras de pata que encajaban cada vez más estrechamente hasta que todas se convirtieron en una misma cosa: la fatídica metedura de pata».
+ El viernes por la noche, el incendio de Palisades había avanzado desde la Villa Getty (en la costa) hasta el Centro Getty (en las montañas de Santa Mónica), por encima de Brentwood. ¿Se dirigirá también hacia el Museo Hammer (Oxy Petroleum)?
+ Hay fotos de una madre puma y sus cachorros huyendo del incendio de Palisades por el Bulevar del Cañón Topanga...
Counterpunch, 10 de enero de 2025
El escándalo de las sociedades de bomberos privados reservadas a los más ricos
Marianne
Marianne. Semanario francés de política y actualidad
En los Estados Unidos, siguen azotando California los incendios devastadores y «fuera de control». Desde el martes 7 de enero, reina el caos en varios barrios emblemáticos de Los Ángeles. Las imágenes que acabamos de ver de Pacific Palisades, por ejemplo, revelan escenas apocalípticas tras el paso de las llamas. Según los bomberos locales, se trata de «uno de los desastres naturales más destructivos de la historia de la ciudad».
En medio de todo este revuelo, un comentario publicado en X ha agitado especialmente a los internautas en las últimas horas, el de un tal Keith Wasserman. Este millonario norteamericano, director de una empresa de inversiones inmobiliarias, vio cómo su mansión era arrasada por las llamas y acudió a la red social para pedir ayuda el martes por la noche.
«Pagaré lo que sea»
«¿Alguien tiene acceso a bomberos privados para proteger nuestra casa de Pacific Palisades? Necesitamos una intervención rápida. Están ardiendo todas las casas de alrededor. Pagaré lo que sea. Gracias», reza el mensaje que publicó. Eso fue todo lo que hizo falta para que estallara la polémica, en un contexto especialmente tenso para muchos norteamericanos que se encuentran en el lugar...
El mensaje del director general californiano se vio más de 8 millones de veces antes de ser borrado. «Qué desfachatez», afirmó un usuario. «Evacuan a su familia, y él intenta contratar a bomberos privados que arriesguen sus vidas para salvar la casa, que sin duda está asegurada. Algo increíblemente fuera de lugar».
La «desconexión» de este norteamericano que solicitó los servicios de bomberos privados para proteger su casa -en un momento en el que cinco personas han muerto en las llamas- ha sido objeto de críticas al otro lado del Atlántico, provocando un acalorado debate en la Red. Tanto más cuanto que, al indagar en publicaciones anteriores del millonario, los usuarios de la plataforma X descubrieron que Keith Wasserman ya se había jactado... de no pagar impuestos.
Esto enfureció aún más a algunos internautas. De hecho, el agente inmobiliario afirmaba estar en contra del impuesto sobre bienes inmuebles, a pesar de que es la contribución con la que se financia el cuerpo de bomberos de Los Ángeles. Ante el escándalo, el director general se vio obligado a borrar tanto sus mensajes publicados en la red social como su cuenta en X.
«Yo sólo protejo las casas de mi lista».
Lo cierto es que en California, una región especialmente castigada por los violentos incendios de los últimos años, este servicio privado de bomberos existe desde la década de 2000. Ante este riesgo creciente, algunos propietarios adinerados de mansiones de lujo ya no dudan en recurrir a este tipo de empresas especializadas en la protección contra incendios forestales a fin de proteger sus viviendas. Por unos pocos miles de dólares, se pueden adquirir los servicios de un equipo de bomberos privados para complementar la labor del cuerpo de bomberos público.
Un sistema que desorganiza los servicios públicos de emergencia. «Yo sólo protejo las casas de mi lista. Esa es la diferencia entre los bomberos del estado y yo. Ellos protegen todas las casas. Yo no protejo más que las casas que están incluidas en mi programa», afirmaba un reportaje de la agencia France Presse en California publicado en noviembre de 2019.
Este tipo de empresas privadas ya habían estado en el punto de mira de la prensa norteamericana un año antes. Y con razón: la estrella de telerrealidad Kim Kardashian y el rapero Kanye West revelaron que habían recurrido a sus servicios para proteger su villa de 60 millones de dólares en el extrarradio de Los Ángeles durante los violentos incendios de 2018.
Además del escándalo provocado por la denuncia de este tipo de servicios, los precios especialmente elevados que se cobran por ellos también han causado indignación. Por un camión especializado en la extinción de incendios y un equipo de profesionales, se pueden llegar a pagar... hasta 25.000 dólares al día, unos 22.000 euros.
Las aseguradoras, detrás del auge de esas empresas
En los Estados Unidos, el auge de las empresas privadas de bomberos se ve impulsado... por las aseguradoras. De hecho, a veces es más barato pagar a bomberos privados que financiar la reconstrucción de viviendas de lujo que cuestan millones. Tras los devastadores incendios de 2018 en California, que redujeron a cenizas muchos chalés de este tipo, las aseguradoras empezaron a negarse a cubrir ciertas viviendas... Y sus residentes, a recurrir a los servicios de bomberos privados.
Por supuesto, esto plantea cuestiones éticas. «Nuestro único objetivo es salvar esta casa y evitar que arda. Si se quema la casa de al lado y se produce un efecto dominó que pudiera alcanzar la que vigilamos, entonces sí, haremos algo por los vecinos. Si no, no hacemos nada», explicaba en un reportaje de France 2 en 2019 uno de estos bomberos privados que trabajan sobre el terreno junto a bomberos de la administración -este último especificaba que le había contratado una compañía de seguros-. Con ello se abrirá de nuevo el debate sobre la desigualdad en los Estados Unidos, en un país más dividido que nunca.
Marianne, 9 de enero de 2025