noviembre 11, 2025, Puebla, México

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Crónica de un camaronero del Mar Tileme / Misael Sánchez

 
Yo soy Mauro, hijo del viento y del mangle. Camaronero por terquedad, por herencia, por hambre. No tengo patrón ni horario, pero sí tengo mar. Y eso, créeme, pesa más que cualquier reloj.
Mi lancha se llama “La Ingrata”. No por despecho, sino porque nunca vuelve con lo que promete. Salimos antes de que el sol se acuerde de salir. El motor tose, yo rezo. Y el Mar Tilemenos recibe con su humor de viejo: a veces generoso, a veces cruel.
—¿Y si hoy no hay nada? —me preguntó una vez mi hijo, cuando aún creía que el mar era justo.
—Entonces nos traemos el silencio —le dije—, que también alimenta.
He pescado en todas las bocas del sistema lagunar Huave. En la Occidental, donde el camarón se esconde como si supiera que lo buscan. En la Oriental, donde el agua huele a promesa. En la Inferior, que es como una mujer cansada: da poco, pero lo da con ternura. Y en el Tileme, mi casa, mi condena.
Aquí el camarón no se deja. Se escurre entre la turbidez, se burla de las redes. Y uno aprende a leer el agua como quien lee los ojos de un mentiroso. La salinidad, el oxígeno, la temperatura… todo habla. Pero hay que saber escuchar.
Una vez, en San Dionisio, me topé con un viejo que decía que el camarón ya no quería nacer. Que el mar estaba triste. Que los manglares lloraban. Yo no le creí. Hasta que vi que mis redes salían vacías. Y entonces entendí que el mar también tiene duelo.
Los puntos de captura son como estaciones de un viacrucis. En Copalito, el camarón es blanco, tímido. En Guamúchil, café y descarado. En Jaltepec, se esconde entre los rumores. Y en Santa María, se mezcla con la política, con los permisos, con los “usos y costumbres” que a veces se usan y otras se olvidan.
—¿Y tú por qué sigues? —me preguntó una mujer con voz de manglar.
—Porque el camarón no es solo comida —le dije—. Es memoria. Es resistencia. Es lo que queda cuando todo se va.
He visto cómo el mar cambia de humor. Cómo los jóvenes prefieren la ciudad. Cómo los cooperativistas discuten por cuotas. Cómo los mapas se llenan de zonas, de límites, de prohibiciones. Pero yo sigo. Porque el mar no se negocia. Se vive.
Y cuando vuelvo, con las manos vacías o llenas, siempre hay alguien que pregunta:
—¿Cómo estuvo el mar?
Y yo respondo:
—Callado. Como siempre. Pero con algo que decir.
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Redacción de Misael Sánchez / Reportero de Agencia Oaxaca Mx
Fragmento de “Yo, tú, él y sus cuentos”