noviembre 18, 2025, Puebla, México

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La democracia de la transformación / Luis Alberto Fernández G.

¿Cómo saber quiénes son esos sectores populares? ¿Los pobres, los asalariados, los campesinos, los indígenas? O todos los anteriores. Y una categoría tan amplia, ¿se podría considerar un conjunto homogéneo, con los mismos intereses?  ¿Por qué los gobiernos de MORENA sí los representan?

La columnista Viri Ríos suele mostrar una gran agudeza y lucidez en sus artículos de opinión y acostumbra a ataviarlos con datos bien construidos y oportunamente citados. Si la conociera, me gustaría platicar con ella acerca de su artículo titulado El nuevo orden político mexicano, aparecido en el diario Milenio, fechado el día 13 de los corrientes.

Parece muy acertado afirmar que los triunfos de MORENA, desde 2018 y hasta hoy, significan “un cuestionamiento profundo al modelo democrático instaurado en los años noventa y, en consecuencia, una transformación en los mecanismos de acceso y ejercicio del poder”.

La “vieja democracia”, que, para la Ríos, sería la de las élites, limitaba “la capacidad de decisión de los sectores populares”. Esta afirmación implicaría que la democracia que hoy se construye, la que cada vez limita menos la acción del gobierno es, no solo nueva, sino que, ahora sí, posibilita la capacidad de decisión de los sectores populares. Precisamente, el gobierno actual sería la expresión misma de los “sectores populares”.

 ¿Cómo saber quiénes son esos sectores populares? ¿Los pobres, los asalariados, los campesinos, los indígenas? O todos los anteriores. Y una categoría tan amplia, ¿se podría considerar un conjunto homogéneo, con los mismos intereses?  ¿Por qué los gobiernos de MORENA sí los representan? Si el régimen que se consolidó a partir de los años 90, “resultado de una alianza entre el PRI neoliberal, el PAN empresarial y las élites intelectuales” fue “el gobierno de las minorías” ¿cómo asegurar que, con los solos mecanismos electorales propios de toda democracia, donde “quien gana tiene el derecho de cometer errores y ser juzgado por ellos en las urnas” esta, la democracia, se mantiene incólume? Es decir que, sin los mecanismos de control sobre el poder del gobierno y sin contrapesos, se posibilita por fin el servicio a los sectores populares ¿Por qué ahora sí si antes no?

Dice también Viri que la regla de no permitir que ningún partido pueda contar con más de 300 (de 500) diputados federales es un precepto sui generis, que prohíbe la formación de mayorías. En realidad, existen en el mundo muchos sistemas electorales que exigen mayor pluralidad cuando se trata de cambios constitucionales; y tenemos, al contrario, sistemas como el de Estados Unidos, que conceden la representación solo a los candidatos que obtienen mayoría en cada distrito -aunque esta no alcance la mitad más uno- y, de cualquier modo, el congreso se entrampa en algunas decisiones, tal como ocurre ahora mismo en la aprobación del presupuesto federal.

De cualquier forma, el partido en el poder ha podido manejar la regla de mayoría calificada de 2/3 (334 diputados, más 16 congresos locales) para modificar la Constitución bastante cómodamente, con la regla “vieja”, acomodándola un poco, con la colaboración del INE y el Tribunal Electoral de la Federación. Ello porque el Artículo 54 constitucional solo permite registrar las listas plurinominales a los partidos que hubieren registrado candidatos uninominales en al menos 200 distritos, condición que solo cumplió Movimiento Ciudadano; entonces, los órganos electorales consideraron a las coaliciones las cuales, ellas sí, como tales, cumplieron. Pero, al momento de asignar curules e impedir la sobrerrepresentación mayor al 8% del porcentaje de votos obtenidos, regresaron a considerar a los partidos como no coaligados.

Es palmaria la pertinencia de la crítica de Viri a los partidos PRI y PAN: las instituciones que limitaban el poder del gobierno les permitieron “tomar decisiones sin tener que construir consensos amplios ni dialogar con el territorio”. Pero lo que hemos visto en las decisiones del actual partido en el poder no parece caracterizarse por la construcción de consensos, sino todo lo contrario. A menos que se piense que, por ejemplo, los afamados acordeones de la elección judicial hayan sido construidos por las mayorías, en unas asambleas que nadie vio, en las cuales las mayorías debatieron la selección de candidatos.

No basta la creencia en que, ahora sí, tenemos el gobierno de las mayorías (antes no, aunque ambos se hayan formado con las mismas reglas). Es decir, la experiencia de ya varios siglos muestra que no son suficientes las elecciones para controlar el poder estatal (O’Donnell dixit) a fin de que no se voltee contra sus mandantes. A no ser que se considere que este gobierno nunca se va a extralimitar o, al menos, no contra ninguna persona (moral o física) del pueblo que forma esas mayorías y que, si llega a hacerlo, lo hará contra las élites; entonces, parece implicar la visión de Ríos, no importaría tanto, pues esas élites ya tuvieron sus muchos años de privilegios.

Es de dudarse. Pero suponiéndolo, ¿qué pasará cuando las mayorías -seguramente, diría, engañadas- reprueben en las urnas a este régimen y, engañadas, otorguen el poder a representantes de las élites; ¿qué vamos a hacer con un mal gobierno empoderado, sin límites ni contrapesos?  Imaginemos que Adán Augusto López fuera Presidente de la Unión y Hernán Bermúdez Requena -el de La Barredora- fuera Secretario de Seguridad del país; o, si lo prefieren, que lo fuera Ricardo Salinas Pliego. ¿Entonces?