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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Entender el sur profundo desde la mirada del sacerdote Gustavo Rodríguez

Historia |#54acd2 | 2020-05-06 00:00:00

Entender el sur profundo desde la mirada del sacerdote Gustavo Rodríguez

Sergio Mastretta

Mundo Nuestro. Entender el sur profundo, el México campesino asomado desde sus montañas a una modernidad que nunca lo alcanza, por los ojos del Padre Gustavo Rodríguez Zárate. Recordarlo en alguno de esos pueblos a los que su sacerdocio lo llevó en los años ochenta y noventa. Ver con él este retrato realizado en el otoño de 2004 cuando realizamos el documental Contigo al Norte, Guadalupe. Y mirar así la vida de un hombre entregado a su trabajo, y que recién ha cumplido 50 años de una vida religiosa entregada a los pobres de México.

 

 

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El Sur profundo, entrevista con el padre Gustavo Rodríguez Zárate

 

Texto extraído del libro digital Contigo al Norte, Guadalupe

 

El sur profundo

 

Zacapala, en el arranque de la depresión del Balsas, guarda una historia que enlaza al viejo sur con el ánimo nacional. 10 de marzo de 1911, los mexicanos han soltado al tigre: la rebelión de los pueblos cunde por todo Morelos con la conciencia de la tierra y la libertad en las carabinas alzadas contra el régimen porfiriano y las haciendas. Emiliano Zapata, hijo de Gabriel Zapata y Josefina Salazar, nacido en 1879 en Anenecuilco, del otro lado del río, en los campos yermos, fuera del verdor de los cañaverales regados con esas aguas por los españoles propietarios de la hacienda de El Hospital, y educado para entender, como decía su padre, “que para comer en casa hay que sudar en el surco y en el cerro, pero no en las tierras de las haciendas”, se va a la guerra para marcar la historia trágica de una nación. Punto de quiebre: Chema Zapata, hermano de Emiliano, acusado de asesinato por los hacendados, huye de Morelos al estallido de la revolución y se refugia en Zacapala, tierra de matones a orillas del río Atoyac, en el olvido mixteco, 50 kilómetros al sur de la ciudad de Puebla. Salvo la memoria que de él guardan sus nietos, poco se sabe de quien fuera uno de los nueve hermanos que tuvo Emiliano. De Eufemio, que le acompañó en la insurrección campesina, sabemos más, por ejemplo que fue quien calificó de “tierno” para ser el caudillo de la revolución a Madero, justo en 1912, cuando los porfiristas conspiraban contra el prócer y mandaron al general Huerta a Morelos a exterminar a los zapatistas. Eufemio firmó el Plan de Ayala en las montañas poblanas. Pero de Chema, nada, no llegan tan lejos las biografías de Zapata. Sólo la memoria de Zacapala, de que un día llegó a ese vallecito, regado por el río en medio de la aridez de la mixteca baja, para fundar descendencia.

Cualquier día de 1983. En Houston, Texas, Eulogio Huesca Zapata, sobrino nieto del general Zapata, recibe a un grupo más de paisanos de Zacapala que han cruzado la frontera en Texas para trabajar en la limpieza de tiendas y escuelas en esa ciudad petrolera. Eulogio salió veinte años antes, arrojado por la pobreza de la tierra que repartió la revolución que no ganó su tío abuelo, pero en dos décadas ha logrado levantar un negocio indispensable en el trasiego de los ilegales mexicanos a los Estados Unidos: presta los dólares para el viaje; les da cobijo a los mojados mientras arreglan acomodo en un trabajo; después, cobra disciplinadamente quincena tras quincena su capital y sus intereses. Poco a poco, y desde lejos, se convierte en el nuevo cacique de su pueblo. Punto de quiebre: dos catástrofes se ciernen sobre los campesinos de la región de Zacapala: La sequía de 1982 arrecia en los campos del sur de Puebla, el hambre y la muerte azota las familias, en un hecho histórico que no forma parte de los anales de la historia de Puebla. Y llega a su término el régimen del presidente de la república José López Portillo, por lo que los matones contratados por el jefe de su Estado Mayor, el general Godínez, nativo de Zacapala, y contratados por él para servir a la república, regresan al pueblo. Es una historia larga la del pistolerismo en el sur de Puebla, se remonta por lo menos al XIX, con la banda de los Platones azolando al régimen de don Porfirio. Pero en 1982 los matones encuentran un pueblo en guerra, con los bandos partidos y en refriega, todos escudados con charolas de soldados y judiciales. Es una guerra absurda, pero los campesinos mueren. Matanzas y hambre. El éxodo. Don Eulogio Huesca Zapata, allá en Houston, prospera.

 

 


Éxodo

 

Gustavo Rodríguez es un sacerdote marcado por la tierra campesina, uno de esos casos que la jerarquía de la iglesia católica quisiera guardar en el desván al que ha arrojado ese anatema hiriente de la teología de la liberación. Pero ahí está él, encargado de la Antorcha Guadalupana en la región poblana, dando cuenta de una movilización social que rebasa fácilmente la burocrática repuesta de curas y párrocos al ánimo de los migrantes organizados en Nueva York. Es un hombre corpulento que sobresale por su estatura y la sotana blanca que cubre su voluminoso cuerpo. Su mirada serena contempla el bullicio armado en el atrio de la iglesia de Guadalupe, en Tepexi de Rodríguez, ante un tendido de fotos de la carrera del 2003 a su paso por la región. No llega a los 55 años, con casi treinta como cura de pueblo, primero en Zacapala, por donde a mediodía pasarán los corredores, después en Santa Clara Ocuyucan, en las inmediaciones de la ciudad de Puebla, y desde hace unos siete años en la parroquia de Momoxpan, ese pueblo cholulteca arrasado por el crecimiento disparatado de la capital poblana, de la mano de la desquiciada y criminal ambición de los políticos y funcionarios que en los últimos quince años han expropiado y ordenado el desarrollo de la Angelópolis. Con su morral de convicciones y la paciencia de un hombre de fe, Gustavo relata en una conversación igual la historia de uno de tantos pueblos de migrantes en la mixteca –y la de un campesino convertido en magnate en Houston--, que la tozudez de los curas que, como él, sostienen la posibilidad de un iglesia católica comprometida con lo pobres del mundo, o la trayectoria de su amigo, también párroco, Marcos Sotomayor, principal organizador de la Antorcha Guadalupana en México, fallecido en el 2003. Gustavo mira al país y a la iglesia católica con los ojos inteligentes y amorosos que esa institución pareciera haber perdido hace mucho tiempo. No revela otro México, lo ilumina, te obliga a mirarlo; pero sí perfila otra práctica cristiana, la que se funda en la solidaridad y la compasión por el dolor de los otros.

Zacapala, atado a la depresión del Atoyac, entre Tepexi y Matamoros, su parroquia entre 1982 y 1987, justo cuando el pueblo se metió de lleno en una pequeña guerra civil, como las que vivieron en esos mismos años los pueblos de Calmecac, Coyuca, aquí en el sur, y Huitzilan en la sierra norte, es el punto de arranque de una conversación serena sobre el México profundo.

--De entrada, ¿qué pasó en Zacapala a principios de los ochenta –le pregunto.

--Mucha matanza –responde en corto--, muertes, masacres.

Y es que hay respuestas cortas y largas. Empieza por la historia remota:

--La historia de la violencia en Zacapala es muy antigua, viene del siglo XIX, 1840, 1860, cuando el pueblo se convirtió en guarida de unos asaltantes llamados “los plateados”. El pueblo era una guarida de malhechores. Y hubo pleitos de familia, entre los descendientes. Y de ahí, tres acontecimientos históricos para el pueblo, uno cuando la revolución, el segundo en los años cincuenta, y dos justo en la coyuntura de 1982. Primero la historia de los Zapata.

--En 1911 –cuenta--, el hermano de Emiliano Zapata, Chema Zapata, asesinó a alguien allá en Morelos, y vino a esconderse a Zacapala, de ahí salen las nuevas generaciones de Zapatas, de ahí viene Alfonso Huesca Zapata, que con el tiempo se convirtió en uno de los empresarios mexicanos más importantes en Houston.

Pero vamos poco a poco. Antes un hecho increíble, que explica como comportamiento natural del poder en México, y sus ligas con las profundidades violentas: en 1976, un poblano fue nombrado jefe del Estado Mayor Presidencial por el presidente López Portillo, era el general Godínez, que se llevó a varios pistoleros de Zacapala con él, gente que era buena pal tiro, cada uno con dos o tres asesinados en su cuenta. Cuando termina de presidente López Portillo, toda esa gente queda desempleada. Y por supuesto, regresan a Zacapala.

--Es cuando llego a la parroquia –sigue Gustavo--, me toca coincidir con ellos. Creo que gran parte de las masacres fueron una competencia de pistoleros desempleados, gente de varios mandos, protegidos algunos por el ejército y otros por la procuraduría estatal. No era un asunto de cacicazgos o de pleitos por la tierra, eran simples pleitos de familia, pleitos de que me viste feo, da machismo puro. Aquí dice un refrán que la pistola se saca para matar, no para asustar. En Zacapala la gente era agresiva, sin más. Por ejemplo, mis catequistas, todas llevaban pistola, y eran buenas para el tiro. Una vez vine por aquí a un ranchito, preparaba una primera comunión, catorce niños de once, doce, catorce años, todos cargaban pistola. Esa era la realidad en 1982, ibas por los caminos y te encontrabas a la gente con metralleta por el campo, como si en esa misma época te estuvieras en Nicaragua o en El Salvador.

--¿Y cómo te trataban a ti, un sacerdote?¨

--Hay respeto por el sacerdote, y más si está cerca de ellos. Indistintamente, sean asaltantes, gatilleros, judiciales. Yo estaba con ellos en sus ranchos, en sus cerros. Cuando llegó Antorcha Campesina a la región, trató de matarme, pero los que encomendaron dijeron: “A ese padre no lo toquen, ese padre es del pueblo, no lo toquen”.

Son historias que escucha un cura en confesión. El mando de su propia muerte y el gatillero que le confiesa el encargo que no cumplirá. Pleito de un cura con la organización política Antorcha Campesina, cuando se proyectaba para convertirse en una de las principales organizaciones políticas del México rural. No era un cacicazgo, dice Gustavo, era la búsqueda del control de la región, y en Zacapala las pandillas, las bandas de asaltantes, no se dejaban. Tampoco de Antorcha Campesina.

--Empecé a investigar las raíces históricas de la violencia –sigue--, y luego la coyuntura, me di cuenta de que había tráfico de drogas, de armas, de fayuca. Aquí, en estas lomas, bajaban las avionetas. Y había proteccionismo, del ejército y de la judicial, por ejemplo para una banda llamada de “Los Gatos”. Así de simple, Zacapala vivía en el pistolerismo. Hice una estadística, familia por familia, todas tenían un asesinado.

--Y alguien en la cárcel…

--No había ni cárcel, por más que se quisiera hacer justicia, nunca había ministerio público. Se levantaba al muerto: murió de muerte natural, se decía. Y si se intentaba acusar a alguien, nada, no había escrito. Tuvieron que ocurrir muchas muertes, hasta que el pueblo dijo ya basta, y finalmente también la justicia apoyó, empezó a meter a los asesinos a la cárcel, fue cuando se acabaron los asesinatos.

Era 1982, tiempo para el tercer acontecimiento histórico: el hambre. La desbandada por el hambre.

--El primer año no llovió en ninguna parte, no llovió ninguna tarde, ningún día. Entonces empezaron a morir los animales, las plantas, empezó a morirse la gente. Fue cuando yo llegué aquí, fue la desbandada por el hambre. Recuerdo a una señora, en una de las barrancas de por aquí, parecía tener 60 años, pero era de 30, rascaba el suelo con una pajita, succionaba la humedad, y la llevaba a una ollita. “¿Qué haces”, le pregunté. Dice: “Pus la voy a hervir con raíces de sábila, esa es la comida que tenemos que hacer, no tenemos otra comida”. Así descubrí el valor de la sábila, cómo curaba la úlcera del hambre.

Fue en 1983. Nadie entonces habló del hambre en la mixteca. Acababa de entrar Miguel de la Madrid, con la palabra modernización en la boca, con la llave del desmantelamiento del aparato económico del Estado y la puerta abierta al neoliberalismo del capital y las trasnacionales. Acababa de quebrar el Estado petrolero en 1982, acababa López Portillo de estatizar la banca. Fue el presidente que afirmó que defendería al peso como a un perro, que nadie volvería a saquear a México. Cuántas cosas puede decir tan tranquilamente un presidente en México. Pero nadie, entonces, habló de la desbandada por el hambre en la Mixteca, en el pozo profundo del sur de México.

--El coraje sigue siendo fuerte –sigue Gustavo--. Entonces la gente se organizó pasa comer. Trajimos gente valiosa, como un doctor de la ONU, Arturo Aldama, que se pasaba medio año en Ginebra, en la Organización Mundial de la Salud, y medio año aquí en la MIxteca, en el campo. Nos dio cursos de nutrición a base de soya y amaranto, de cacahuate. Y ya después la gente pasó a la cooperativa de ahorro y crédito, y de ahí a defender sus derechos humanos, y de ahí a luchar por sus autoridades y sus organizaciones. Se hicieron marchas en Houston, se participó en las parroquias, en los centros de atención a migrantes. Pero eso se empezó aquí mismo, en el pueblo…

Es la ruta del cuarto acontecimiento histórico que refiere la plática del padre Gustavo. El éxodo. Inició legal, con la contratación de braceros en los años cuarenta y cincuenta. Ahí arrancó el viaje mixteco a los Estados Unidos. Los mojados, como tales, siguieron cuando el programa bracero terminó. Justo en el momento que un sobrino nieto de Emiliano Zapata, nacido en Zacapala, se fue muy pobre, con deudas, con la responsabilidad de sus nueve hermanos más chicos a los que, con el tiempo, sacó adelante. Alfonso Huesca Zapata, con el parentesco como único patrimonio que le heredó la revolución que mató a su tío abuelo. Cuarenta años después de que abandonara su pueblo es hoy el hombre poderoso de Zacapala. Empezo poco a poco, como tantos otros migraos que supieron encontrar el eslabón clave de la cadena migratoria: el préstamo para el viaje. Y después el cobijo mientras se consigue trabajo. Y por qué no, la chamba misma, digamos casi como contratista, como administrador del trabajo de sus paisanos como limpiadores de tiendas, de cines, de lo que se pueda. Chamba no falta. Y después, a cobrar con disciplina y rigor en las quincenas,  aunque que sean sus familiares o los hijos de sus compadres.

--Fue en Houston –dice Gustavo--, les pagaba los coyotes. Cuando llegaban los migrantes les daba de comer un mes. Ya cuando los tenía trabajando les iba quitando cada quincena la mitad.

--Hasta que recuperaba su parte…

--No, más, mucho más –Gustavo sonríe--, les quitaba mucho más.

--¿Han platicado ustedes de eso?

--Sí, él tiene un corazón bueno, pero una estructura negativa. Si quieres estar en Estados Unidos, sólo metiéndote en ese sistema capitalista puedes hacer algo, ¿no? Ahora él llega aquí, ayuda a los viejitos, a los enfermos, da dádivas para purificar su conciencia, pero lo fuerte fue la explotación. Algunos le han metido pleitos últimamente, y se los han ganado, y ha tenido que pagarles lo que les quitó, conservaban sus tiquets y lo demostraron. Los que los tiraron no pudieron demostrar el robo.

Gustavo termina con la historia de Marcos Sotomayor, un cura diez años más joven que él, a quien conocí como párroco del pueblo de San Juan Tianguismanalco, cercano a Atlixco. Marcos fue el sacerdote que inició el vínculo con los migrantes y, particularmente, con los organizados en la Asociación Tepeyac, en Nueva York.

--Trabajó conmigo desde que se ordenó –recuerda--, en la pastoral juvenil, se dedicó a crear grupos en mi parroquia. Después lo mandaron a Ixcamilpa de Guerrero, en el sur, ahí empezó a estar cerca de los migrantes. Él con la gente de Chila de la Sal e Ixcamilpa, yo con la gente de Zacapala, ahí empezamos este movimiento de migración. El vivió ahí en ese pueblo del sur lo mismo que yo, a él le tocaba con frecuencia levantar los cadáveres en Ixcamilpa.

Marcos murió en el 2003, luego de un tiempo de fuerte deterioro de su salud. Tuvo que dejar Tianguismanalco. Intentó involucrarse más con la gente de Nueva York, justo cuando ocurrieron los atentados a las torres gemelas, en el 2001. No tuvo más tiempo. Así lo vio Gustavo:

--Marcos murió en la desesperación de ver que no había respuestas oficiales, apoyos eclesiales. Murió en la soledad, entre los atentados, las muertes, los asesinatos, el hambre y la migración que deja sola a la gente…