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20 Abril 2024, Puebla, México.

El desgobierno de las pequeñas cosas

Sociedad |#c874a5 | 2017-07-31 00:00:00

El desgobierno de las pequeñas cosas

Héctor Aguilar Camín

 

Día con día

 

I

 

Dice muy bien Luis Rubio en su artículo de ayer (http://bit.ly/2vOu31X) que son las pequeñas cosas y no las grandes reformas las que moldean la opinión que los ciudadanos se hacen de sus gobiernos.

Luis Rubio se refiere a las pequeñas terribles cosas que les suceden, individualmente, a millones de personas cada día.

Por ejemplo, dice Luis, el infierno del transporte público de Ciudad de México que toma dos y hasta tres horas diarias del tiempo de quienes van de su casa al trabajo y de regreso. O la terrible experiencia del enfermo al que le dan turno para su consulta en un hospital público para dentro de un mes.

En mi columna del viernes pasado, cedí la voz a un padre de familia de Zapopan que refería sus dificultades para inscribir a su hijo en una escuela pública primaria.

Hace tres semanas, mi refrigerador dejó de hacer cubitos de hielo. Vinieron a arreglarlo unos pillos especializados que lo acabaron de descomponer. Luego de la compostura, el aparato, que solo había dejado de hacer cubitos de hielo, dejó simplemente de enfriar.

Una diligente sobrina que cree en las instituciones fue a poner su queja a la Procuraduría Federal del Consumidor. La atendieron más que amablemente, pero le dieron como fecha para una junta de conciliación con los pillos ¡el 14 de octubre!

Todos los días millones de mexicanos se topan con alguna forma ofensiva de gobierno ineficaz y malos servicios públicos. Cuando no, con golpes irreversibles a sus personas o a su patrimonio por la inseguridad.

Me divierte todavía la sorpresa de mi cuñado Carlos cuando supo, hace 40 años, que el muchacho texano que estaba de intercambio en su casa no sabía lo que era “un apagón”: una interrupción brusca de la luz eléctrica.

Las pequeñas cosas son el último eslabón de las grandes, el verdadero escaparate de qué es lo que funciona y lo que no funciona en una sociedad.

El estado de las banquetas, por ejemplo, es un síntoma elocuente de la calidad del gobierno local. Y la manera como manejan los automovilistas, una expresión de su cultura cívica.

Todo esto, para decir que Luis Rubio tiene razón: al final de cada día, las pequeñas cosas son las verdaderamente grandes.

 

II

 

Si los gobernantes quieren saber realmente de dónde viene el rechazo o la aceptación que reciben de los ciudadanos, quizá les sea útil hacer cada semana por sí mismos un trámite o un viaje en transporte público, como los ciudadanos de a pie.

En las pequeñas cosas descubrirán probablemente quizá por qué no funcionan las grandes. O por qué no pueden convencer con las grandes.

México ha tenido en estos cuatro años un ciclo de grandes reformas y su gobierno es el más impopular de la historia reciente.

Acaso porque las reformas, como sabe hoy Macron en Francia, desafían lo existente en grados irritantes, y la sociedad real, bien prendida a sus hábitos y a sus intereses, se vuelve contra el reformador.

Las grandes reformas o los grandes propósitos asumidos por gobiernos ineficaces pueden empeorar notoriamente las pequeñas grandes cosas de la vida pública, hasta volver a los gobiernos insoportables.

Piénsese en el lugar de inseguridad y violencia a que nos ha llevado la gran decisión radical de sangre y fuego al narcotráfico.

Un gobierno eficaz con un mal proyecto de reformas puede ser mejor gobierno y más deseable que un gobierno ineficaz con el proyecto adecuado.

El reformador, dice en algún pasaje Turguénev, debe levantar la mirada por encima del horizonte de sus contemporáneos, pero mantener los pies puestos en el mismo piso que ellos.

Es justamente célebre el pasaje de Maquiavelo sobre el profeta desarmado: quien quiera cambiar un orden político encontrará que tiene en contra los intereses que quiere cambiar y la adhesión tibia de los intereses que su reforma creará.

El profeta armado puede cumplir su propósito de cambiar el orden, porque puede imponerlo. El profeta desarmado acaba quemado en la plaza pública, como Savonarola, o perseguido implacablemente y ejecutado en la derrota, como Trotski.

El acento terminal de estos ejemplos parece impertinente para órdenes políticos fundados en la democracia y en la gradualidad de los cambios inherentes a ella.

Pero su dimensión extrema habla con elocuencia de la dificultad de cambiar que tienen las sociedades y los gobiernos pese a que la esencia misma de su curso sea el cambio.

 

III

 

Hay un genuino espacio para sorprenderse por la baja calidad de nuestros gobiernos. Nunca han tenido más dinero público, nunca han tenido tantos instrumentos de administración y planeación más refinados, rápidos y baratos como tienen hoy.

Y quizá nunca hayan tenido un rechazo y una molestia mayor de parte de los ciudadanos.

Es verdad que sus equivocaciones nunca habían estado tan desnudas y tan visibles ante los mil ojos digitales de la ciudadanía y la ubicuidad de los medios.

Lo cierto, pese a todo, es que nuestros gobiernos actúan todavía sobre una masa ciudadana desorganizada y aguantadora.

La invocada sociedad civil es de altas calidades pero de bajos números en México. No hay organizaciones horizontales de consumidores, capaces de poner su experiencia diaria de estafas y sobreprecios en la agenda de los grandes abusos nacionales.

Las pequeñas cosas que afrentan el bolsillo y el humor de millones de consumidores es una cadena invisible, y por lo tanto impune, de millones de desfalcos cotidianos.

Algo similar sucede con el trabajo. Nadie pelea ahí por derechos y garantías de los que trabajan. Los tribunales laborales son parciales al trabajador que litiga, pero, salvo en los grandes cascarones del viejo sindicalismo mexicano y las grandes empresas, los trabajadores de México no tienen representación ni asociación que los defienda, por ejemplo, del escándalo de sus bajos salarios, de la baja calidad de sus pensiones y seguros, de la baja calidad de los servicios públicos a que están obligados por sus ingresos.

Es un hecho notorio: nuestra economía produce millonarios de clase mundial pero no salarios decentes para millones de trabajadores.

Nadie pelea organizadamente contra estos enormes desgobiernos de las pequeñas cosas, que son al final las verdaderamente grandes, las que definen en última instancia de qué sustancia está hecha una sociedad.

La nuestra, hay que decirlo, es una sociedad menos presentable en sus pequeñas cosas que en sus grandes, aunque podría hacerse un elogio largo de las pequeñas cosas de México que lo salvan como país.

Primero que ninguna: la resistencia de su gente, y a resultas y a pesar de ella, la cordialidad, su cauta forma de la alegría.

 

IV

 

El desgobierno de las pequeñas cosas alude al gobierno, pero el mundo privado no canta mal sus rancheras kafkianas.

El martes pasado, como a las 2 de la tarde, di de alta una cuenta electrónica en el sitio de mi banco de los últimos años, “El banco fuerte de México”.

Para activar una cuenta ahí, hay que entrar dando el nombre de usuario, la contraseña y el número que aparece en un maravilloso aparatito llamado token, que cambia algorítmicamente sus cifras y no repite nunca un número.

Hecho esto, hay que poner los datos de la cuenta que se quiere activar (número, propietario y un alias) y escribir de nuevo la contraseña propia y el número que hay en el token.

Luego, hay que esperar media hora a que llegue un correo del banco con un código de seguridad para activar con él la cuenta. Luego, hay que esperar hora y media para que la cuenta se active de verdad.

A las 9 de la noche de ese martes, ya con la cuenta activada, traté de hacer el depósito que me urgía. Puse los datos de usuario, mi contraseña y el token, pero el sistema del banco rechazó cinco veces mi contraseña, la que yo he usado y el sistema aceptado todos estos años.

Al quinto rechazo, me informaron que mi token había sido bloqueado y que debía llamar a un número 1 800. Una voz grabada me remitió a otro número, donde esperé varios minutos a que hubiera un ejecutivo disponible.

El ejecutivo disponible me dijo que él no podía reactivar el token, sino un compañero especializado en eso. El compañero especializado le dijo al disponible que tampoco él podía, porque tenía caído el sistema. Que llamara yo a las 11.  Llamé a las 11 y una voz grabada me dijo que las horas de ventanilla se habían vencido a las 10.

Pasé parte de la mañana del miércoles tratando de hablar con otro ejecutivo, hasta que llegué a la ejecutiva correcta como a las 2 de la tarde, hora en que mi token quedó felizmente reactivado y yo con material para esta columna escarmentada sobre el desgobierno de las pequeñas cosas.

 

V

 

Decía Carlos Castillo Peraza que los gobiernos podían medirse por la cantidad de tiempo que robaban de sus ciudadanos. Y que la política podía ser pensada como el arte de no quitarles tiempo a los ciudadanos.

Un gobernador mexicano del siglo pasado declaró convincentemente a sus gobernados que no podía prometerles hacer nada de lo que esperaban de su gobierno pero que haría su mejor esfuerzo para no estorbarles.

Las burocracias torpes son especialistas en robar el tiempo de los ciudadanos y en inventar formas de perderlo ellas.

Hace algunos meses fui invitado a participar en una obra notable: Cien años. Cien ensayos, para conmemorar el centenario de la Constitución de 1917.

La obra, convocada desde el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, está circulando hace meses.

A mí me llegó a principios de junio un pequeño pliego de instrucciones sobre cómo cobrar mis honorarios correspondientes. El mensaje dice así:

De acuerdo con lo establecido por la Secretaría Administrativa del IIJ, sería necesaria la expedición de un CFDI (antes recibo de honorarios) con fecha de junio 2017 para proceder al pago de los honorarios correspondientes a esta obra.

Antes de que se pueda proceder a la elaboración del contrato, es necesario que nos haga llegar por este medio los siguientes documentos:

  • Constancia de inscripción al RFC (donde aparece tanto el RFC con homoclave como la dirección fiscal).
  • CURP
  • Fotocopia del comprobante del último grado de estudios obtenido (i.e.: título de doctorado).
  • Comprobante de domicilio (con antigüedad no mayor a tres meses).
  • Fotocopia de la credencial para votar expedida por el INE (antes IFE)
  • CV resumido (semblanza curricular).
  • Fotocopia del acta de nacimiento (reducción a tamaño carta)
  • Permiso de trabajo expedido por la Segob (*en caso de no ser mexicano/a).

Por lo pronto, le solicitaría me confirmara por este medio su nombre completo, a efectos de elaborar la orden de pago y pasarla a firma de los coordinadores.

Si reunir estos documentos llevara una hora, los colaboradores de la obra deberían gastar en cobrar cien horas de trabajo: cien horas de costo por el desgobierno de tan pequeñas y fundamentales cosas como cobrar una colaboración.