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20 Abril 2024, Puebla, México.

Memoria de un mejor mundo por Francisco

Sociedad |#c874a5 | 2020-09-01 00:00:00

Memoria de un mejor mundo por Francisco

Sergio Mastretta

Mundo Nuestro

 Para nuestra querida amiga Ingrid.

Se ha ido el lunes al caer la tarde Francisco. En la soledad de la muerte le ha acompañado Ingrid, su compañera. Los dos, en el silencio absoluto de una larga noche.

Son tiempos ingratos los que vivimos en este mundo nuestro. Recuerdo a Francisco sonriente siempre. Lo recuerdo alumbrado por sus flores. Y por la vista del golpe del mar en el arrecife que buscaba de cuando en cuando en Oaxaca. Un mundo colorido y vivo el que encontró en México. No lo vimos irse. Pero nos ha dejado la sabiduría de su sonrisa asomada al abismo. Y sus flores.  

(Escribí para Mundo Nuestro hace unos años esta historia de los viveros de Atlixco. Uno de ellos el de Ingrid y Francisco. La rescato, con la vista de las flores de su vivero en Atlixco, como memoria del mejor del mundo nuestro que él ayudó a construir.)

 

 

Flores y sueños en los viveros de Atlixco. Febrero de 2013



Un pensamiento grato: flores y sueños desde una vida simple, dominada por el sol del sur y el agua de la montaña. Una vida fincada en la tierra negra, la del maíz antiguo y el trigo europeo, la del aguacate negro, esplendor del fruto mexicano, la tierra conocedora de sus riesgos añejos, de sus insectos y sus fríos, atenta siempre a sus cambios impredecibles, a los rumores del viento, al silencio de la cigarra, a la descarga de la tormenta.

Son, de los trabajadores de la tierra, los floricultores de Atlixco. Una historia grata y colorida, como una flor de pensamiento en este mundo nuestro tan espinudo.

 

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Hay una cuenta sencilla para entender lo que ocurre en el barrio Cabrera, al norte del cerro de San Miguel, cada vez más absorbido por la ciudad de Atlixco: en 1998, y con mucho esfuerzo de unos cuantos productores, apenas se producían 30 mil plantas de nochebuena en los viveros; esta temporada que terminó en diciembre arrojó al mercado un millón cuatrocientos mil Euphorbia pulcherrima. La nochebuena, el cuetlaxóchitl  o planta de cuero para los antiguos mexicanos que allá por Taxco, en Guerrero, tal vez en 1830, tuvieron a bien o a mal mostrársela a Joel Roberts Poinsett, botánico, político y gringo de todos nuestros pleitos recién hallados en la vida independiente, quien para su tierra la llevó para rebautizarla (poinssetia) y convertirla después de la rosa en la planta más vendida en el planeta.

Si, las nochebuenas, comercializadas en los viveros de Atlixco en macetas igual a 18 que a 35 pesos, según el tamaño de la planta y la habilidad del vendedor, quien al mismo tiempo puede ser uno de 180 productores de flores que en más de sesenta hectáreas de invernaderos dan empleo a por lo menos mil quinientas personas. Así, domingo tras domingo, los viveristas, como se llaman a sí mismos, se han convertido en uno de los principales sectores productivos de la economía de Atlixco.

Y en los provocadores de sueños para los corazones ilusionados, para las mujeres prevenidas que alumbran de colores los balcones y jardineras en sus casas.

 

 

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Martes 5 de febrero en el “Vivero Cabrera La Unión”. La comercializadora de plantas, flores y árboles celebra su primer año de existencia. Ocho asociados y sus familias. Barbacoa, cervezas y baile para la tarde entera. No es la única, si la más nueva. Y no hay muchas más: Megaviveros, con siete años de trabajo, es sin duda la más avanzada, igual por el sinfín de sus productos (más de 250 variedades) que por sus instalaciones (área de estacionamiento, restaurante, sanitarios,etc). Pero la del festejo le sigue la huella, de entrada por un servicio fundamental en Los Cabrera, por lo menos dos mil metros de estacionamiento. Y una enorme variedad de flores.

Nadie se fija en eso ahora. La tarde es de fiesta, y las familias y amigos de los floricultores cuentan su historia, y nombran a sus amores: primaveras (prímulas), conchitas, lágrimas de niña, malvones, crisantemos, petunias, dalias, helias, belenes, verónicas, fresas, peces, árnicas, zapatitos, alfombrillas, pecesitos, hojas santas, orquídea, violas, clavellinas, margaritas, anémonas, arañas, tulipanes, alcatraces, jacintos, anturios, polares, cyclamen, ranúnculos, aquilegias, cuna de moisés, palos de Brasil, violetas, y por demás, italianas…

Y pensamientos, bellísimos, para estos difíciles tiempos.

 

 

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A la petunia también la descubrieron los norteños del mundo en los años veinte del siglo XIX. Fueron los franceses y en Brasil, en 1923, y petunias las nombraron por su parecido la planta del tabaco en territorio guaraní.  Las blancas son las más comunes, pero las hay rosa mexicano, rosa pastel, moradas, lilas, rojas bordeadas en blanco, rosa mexicano bordeadas en rosa claro. Y todas con mil ramificaciones atrapadas en el centro. Leo en una liga de botánica que el género Petunia comprende dieciocho especies en Sudamérica, y que pertenecen a la familia de las Solanáceas. En los territorios tropicales su momento de floración dura todo el año, y no tienen espinas, y como me lo prueba la fragancia de una petunia morada, pueden envolverte con su aroma.

Y puedes llevarte una maceta por 7.50 pesitos en cualquiera de los viveros de Cabrera.

 

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El ingeniero Manuel Santiago llegó a Atlixco en 1994, recién egresado de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, allá en Coahuila. Nació en Cardel, en la costa veracruzana, pero se fue a estudiar a esa antigua escuela cardenista en La Laguna. Trabajó un tiempo en el INEGI, pero no le gustaron los modos de los burócratas en Monterrey, y por un amigo, vino a dar a Puebla. Justo al valle de Atlixco, cuando no se hablaba de invernaderos pero sí del auge de las flores de corte para la exportación, con las flores estatis y latifolia, muy socorridas en Estados Unidos. Casi todas se producían en Rancho San Agustín y en La Joya, y  uno de ellos llegó como encargado.

“Ni dos mil nochebuenas se producían entonces --cuenta--. No había más de tres productores, y en Los Cabrera la mayor parte de la flor que se vendía era de reventa, la traían de Morelos, de Guerrero, de Veracruz y de la Sierra Norte, mucho malvón, belén, cuarterón, bugambilia, cedros limón, cipreses y rosal en bolsa.”

En 1997, después de algunos años de “observador”, como él dice, arrancó con su propio espacio de trabajo, “Vivero Multiflor”, y hasta la fecha. Aquí y allá, siempre en la zona de Los Cabrera, ha rentado tierra para la producción de su propia planta. Y vio cómo poco a poco empezó a cambiar la historia de la floricultura atlixquense.

“Aquí no se producía rosal --dice--, y fueron los productores de San Martín los que la trajeron, porque por allá les hiela mucho. Con ellos inició el viverismo en Atlixco. Eso sería hace unos cuarenta años, cuando lo que por aquí se sembraba era lo tradicional, la flor de corte, el cempaxúchitl, el trigo, la alfalfa, la fresa, los frutales como el aguacate. No pasaban de cuatro o cinco mil metros el plástico en Atlixco. Quince años después, somos 54 productores nada más de nochebuena, ya ocupamos el quinto lugar nacional.”

Manuel Santiago tiene claro que la unión es la única salida para los productores de flores. Fue de los fundadores de Megaviveros hace siete años, y en febrero del 2012 inició el segundo grupo, la comercializadora Vivero Cabrera La Unión.

“Fuimos a Holanda a conocer cómo trabajan por allá, pues muchísima de la flor que producimos de allá viene, como las dalias, los tulipanes, los alcatraces de color. Allí nos dimos cuenta que lo más importante está en la comercialización. De qué te sirve producir si no tienes una buena salida de venta.”

 

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Pregunto por las flores más vendidas. El rosal se produce todo el año, en corte y en maceta. Son sesenta productores en Atlixco. A ocho pesos la maceta. Así que cada planta tiene su tiempo. La nochebuena, con 54 productores, tiene su venta en noviembre y diciembre, entre 18 y 35 pesos. El malvón, mejor conocido como geranio, lo venden todo el año, a 10 pesos la de seis pulgadas. El belén, a 7.50 la maceta.

Cada socio de la comercializadora tiene sus camas en el vivero. Y por camas entienden esos rectángulos alargados y separados por pasillos en los que se exponen plantas y flores. Compiten entre sí. Y no hay precios amarrados. Si trabajaste más tu planta, si le invertiste más recursos y tiempo, si te respetó el clima, o como quieras verlo, valoras más tu planta que el vecino. Y que el cliente escoja.

Y se aplican recursos de mercadotecnia.

“Tenemos los carritos --me dice una señora--, como en los supermecados. Nos dimos cuenta que así la gente no se cansa, y como va en con su carrito, pues lleva más”.

Y cada planta y cada flor contempla sus sumas y restas. Por ejemplo, lo que viene del extranjero. El bulbo de la dalia holandesa cuesta .9 euros, contra los tres pesos del bulbo mexicano; el tulipán, también de los holandeses, vale un cuarto de euro, y lo tienes en floración a las cinco semanas, y como viene frío, rápido agarra energía y revienta; los alcatraces de color cuestan dos euros; y los amariles entre 80 y 90 pesos, pero los venden hasta en 180; y los anturios, que viene en plántula que sacan in vitro, 18 pesos, y se  lleva un año para la floración.

 

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Y luego viene el problema mayor, la falta de tierra. Porque no queda un metro libre en la calle de Cabrera.

Para llegar a Cabrera tomas la avenida que te lleva por la vieja entrada al centro de Atlixco, pero muy pronto, después de la gasolinera, tomas la calle que derechito apunta al Popocatépetl. Unas cuadras adelante encuentras los viveros, a izquierda y derecha, en un largo de dos kilómetros. Los viveristas organizados o no en comercializadoras, tienen ahí sus puntos de venta, y si pueden sus invernaderos y campos de producción.

La mayor parte de esa tierra está en renta. Pocos son los propietarios que producen flor. Y se entiende si por una hectárea en esa zona pueden sacar hasta 300 mil pesos anuales por la renta. El punto principal es el agua que baja del volcán desde Atlimeyaya: las acequias cruzan en laberinto con sus derechos de agua y le dan valaor a la tierra. Terrenos en Coyula, Axocopan o Metepec cuestan entre 20 y 50 mil pesos hectárea al año, y eso se tienen agua; sin embargo, los viveristas no pueden imaginarse fuera de Cabrera.

Cada productor instala su propia infraestructura en el terreno que renta, y es una inversión sin la que sería imposible volver productiva para las flores a la tierra: una o dos pozas cisterna de más de 180 mil litros; oficina, bodegas, cuartos para los trabajadores, puentes de acceso y cruce de acequias, cercas, maquinaria, herramientas, y los propios invernaderos con sus fierros y plásticos de por medio. A ojo calculan el costo por hectárea de uno de ellos en 800 mil pesos.

Por eso identifican con claridad los beneficios de una comercializadora: bajan los costos de producción del vivero (renta, instalación de invernadero, personal, mantenimiento, insumos, etc.); multiplican la variedad de especies; logran espacio suficiente de estacionamiento al público; se aseguran de contar con una administración eficiente con gerencia, código de barras, seguridad y servicios al público (baños, restaurante, etc.); discuten y analizan colectivamente los asuntos, entre todos se vigilan; se facilitan el acceso a la capacitación y a la tecnología.

 

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Francisco es uno de los fundadores del Vivero Cabrera La Unión. Recorro con él sus invernaderos y las parcelas agrícolas en las que ha sembrado a medias cebollines, alfalfa y calabacitas. Señala el paso de la acequia y explica el trabajo de los poceros en el llenado de las pozas y el manejo del riego rodado. Como la mayor parte de los viveristas, Francisco no ha logrado modernizar el sistema de riego,  por lo que la tarea todavía es fundamentalmente manual: pozas distribuídas en puntos estratégicos del campo, motobombas y mangueras con regaderas con las que los empleados y él mismo recorren las galeras de sombra. Al igual que muchos otros viveristas, sus invernaderos están a medio camino en el propósito de la habilitación técnica: el control de temperatura, el riego computarizado, la esterilización del espacio y otros recursos tecnológicos apenas anunciados en uno o dos de los galerones --como el uso de plataformas móviles para la producción de plántula--, y dan idea de los sueños de todos los floricultores.

“Todo este campo era una huerta de aguacates --me dice Francisco mientras observo una cama con más de mil malvones en producción--. Cuando llegamos hace quince años la antigua propietaria ya los había cortado todos. Nosotros quisimos empezar con una granja de ovejas, pero poco a poco nos fue llamando la atención la flor. Empezamos con la nochebuena y ahora ya ves, tenemos de todo, aunque igual nos especializamos en malvones y crisantemos o en plantas como el amaranto y la duranta. Es un gran esfuerzo, mucho trabajo. Ahora estoy contento, he logrado una buena relación con mis ayudantes.

 

 

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Domingo a mediodía. Estamos en la temporada más baja del año, me dicen. Cuento tan sólo tres grandes estacionamientos, dos de ellos precisamente de las dos comercializadoras. Son costumbre los embotellamientos en Cabrera, nada distinto a cualquier mercado de pueblo. Pero ese es justo el sueño de Manuel Santiago. Convertirse en un verdadero mercado de flores, 8, 10 hectáreas con productores bien organizados y sin las broncas que ahora no están resueltas.

“Mire a los ambulantes, todos en la calle y lo primero que logran es quitar espacio a los visitantes --dice Manuel--. Afectan las acequias, afectan la calle. Venden de todo, macetas, perros, comida. Por más que le exigimos al ayuntamiento no lo resuelven. Por un lado los quitan, por el otro se ponen.”

“El boom empezó con las ferias”, me dice Manuel Santiago. Hace once años organizaron la primera. Contaron con el apoyo del ayuntamiento de Atlixco, que puso el recinto ferial, la seguridad, la cruz roja, los bomberos, los eventos de promoción. 120 stands de productores a 50 pesos el día. Si ellos ponían de inversión cien mil pesos, otros tantos ponía el ayuntamiento. “Íbamos a las estaciones de radio a Puebla, regalábamos flores al público, eso nos funcionó muy bien. Luego nos trajimos la feria aquí a Cabrera, y nos fue todavía mejor. Así estuvimos hasta que entró un gobierno priista, el de Eleazar Pérez Sánchez que ya no nos quiso apoyar, y tampoco lo ha hecho el que está ahora, el panista Ricardo Camacho. No lo entiendo, cada vez más gente viene a Atlixco por las flores. No lo entiendo, pero estas últimas autoridades no nos apoyan.”

 

 

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Tiene un sueño el ingeniero Manuel Santiago. Me lo dice después de que le pregunto por lo que en su vida significan las flores.

“Todo --dice--, significan todo.”

Me ha planteado sus principales problemas: el alto costo de la tierra, el ambulantaje y la desorganización de los servicios urbanos que ofrece Cabrera como mercado de flores, y la desunión entre los productores, con la política de partidos que los divide, las envidias hacia todo aquel que prospera con su esfuerzo y el distanciamiento que ya provocan las religiones entre las personas.

Las ha dicho así, de corrido, sus preocupaciones.

Pero así de rápido describe sus sueños: “Es un mundo tan grande el de las flores, por eso mi sueño es que pronto podamos contar con un mercado digno para las familias que nos visitan, y que demos mejores empleos para que las familias estén unidas. Mi sueño es que podamos introducir nuevas y mejores variedades en la región, porque el mercado es cada vez más exigente. Pero tengo la esperanza de que produciremos flores de primer nivel internacional, y creo que si nos concentramos, nos sacrificamos y nos unimos en forma organizada, sin envidias ni divisiones, podemos lograrlo.”

 

 

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Busco en wikipedia la flor pensamiento:

“Los pensamientos son plantas híbridas ornamentales, cultivadas por sus vistosas flores, obtenidas de la especie silvestre Viola tricolor; aunque a veces se la llama Viola tricolor hortensis, en rigor el nombre científico correcto para los híbridos es Viola x wittrockiana. Pertenecen al género de las violetas, dentro de la familia de las violáceas.”

De regreso a Puebla por la autopista. Atardece. Mantengo el sueño de este ingeniero floricultor como un pensamiento en mis manos. México florido y espinudo, escribió alguna vez Pablo Neruda. Lo recuerdo y me digo que esta tarea mía de contar historias de otros es, simplemente, mi grata, florida historia.