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25 Abril 2024, Puebla, México.

¿Quién quiere los Juegos? La mayor amenaza para el futuro de las Olimpiadas

Sociedad |#c874a5 | 2016-08-15 00:00:00

¿Quién quiere los Juegos? La mayor amenaza para el futuro de las Olimpiadas

 

La revista Sin permiso publica este texto del periodista británico del periódico The Guardian

 

Hace dieciocho meses, la “familia olímpica” del COI se reunió en Montecarlo. “No podríamos tener un anfitrión más simbólico”, declaró el presidente, Thomas Bach, en su alocución, “que su serena alteza, el Príncipe Alberto de Mónaco”, monarca de un Estado descrito por Somerset Maugham de modo memorable como “un lugar soleado para gente sombría”.

Se trataba de una sesión extraordinaria, convocada para encarar “los retos a los que ya nos estamos enfrentando y, lo que es más importante, los retos que ya podemos ver en el horizonte”. Bach no se estaba refiriendo al régimen de dopaje estatal de Rusia, o a la disposición de Río para los XXXI Juegos de Verano que comienzan el viernes [5 de agosto] dentro una semana, sino de otro problema completamente distinto, un problema que para la conciencia colectiva del Comité Olímpico Internacional (COI), se sentía en conjunto como algo más apremiante. Si bien estos dos problemas dignos de titulares han dañado su marca, este tercero, del que se informa bastante menos, puede arruinarle el negocio. 

Dos meses antes, Oslo había cancelado su candidatura para las Olimpiadas de Invierno de 2022 debido a la falta de apoyo público. Y anteriormente, ese mismo año, Estocolmo se retiró por razones similares. Cracovia también la canceló después de que un referendum concluyera que casi el 70% de sus habitantes se oponía a la candidatura. Para la candidatura de Munich, la cifra se acercaba más al 60%. Para Davos, era del 53%. En Barcelona, la alcaldesa la pospusó hasta 2026, y luego archivó los planes por completo. Algo semejante pasó en Quebec ciudad. De manera que de nueve candidatos, el COI se quedó con dos anfitriones potenciales. Uno era Almaty, en la dictadura de  Kazakistan, y el otro era Beiying, que hasta ahora no se había destacado como uno de los grandes centros mundiales de deportes de invierno. Ganó Beiying, aunque la mayoría de las actividades tendrá lugar a unas 140 millas, en Chongli.

No son tan solo las ciudades de invierno con los pies fríos. En 2015, los EE. UU. designaron a Boston para los Juegos de Verano de 2024, hasta que Boston se retiró debido al escaso apoyo. Alemania designó a Hamburgo, pero la retiró después de que la corporación municipal perdiera otro referéndum. La candidatura de Toronto, sometida a debate, se abandonó cuando su comité de desarrollo económico votó en contra. Ahora mismo, las cuatro ciudades candidatas son Roma, Budapest, Los Ángeles y París. En Hungría, el Tribunal Supremo acaba de bloquear la propuesta de referéndum. Y en Italia, la nueva alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, ha declarado repetidas veces que se opone a la candidatura, y el Partido Radical italiano ha estado recogiendo las firmas necesarias para convocar un referéndum.

No hace falta ser un especialista académico para detectar cuál es el patrón. Pero  Christopher Gaffney sí lo es: profesor investigador de la Universidad de Zurich, la suya es una voz destacada en el movimiento antiolímpico, y esta es su descripción: “Allí donde tenemos una población formada que dispone de una prensa relativamente libre, niveles de transparencia gubernamental relativamente elevados, y que ha exigido un referéndum, en cada uno de estos casos hemos visto cómo se rechazaban las Olimpiadas. Sin excepción”. En Occidente, al menos, tal parece que nadie quiere hacer ya el papel de anfitrión.  

El COI ya se vio antes en una posición parecida, después de los desastrosos Juegos de Montreal de 1976. Treinta años tardó Montreal en pagar sus deudas olímpicas. El resultado fue que Los Angeles se convirtió en la única ciudad disponible para 1984. Debido a que se trataba de la única candidata, pudo así imponer condiciones. De modo que el COI se quedó sin los contratos de televisión y patrocinio, pero pudo recurrir a los apreciables beneficios de los que Los Ángeles sacó partido de otras maneras. Los utilizó para incentivar a otras ciudades a presentar candidaturas. Cinco solicitaron acogerlos en 1992. Ocho en 2000. Once en 2004. El COI se convirtió en propietario de los derechos en regimen de monopolio de un negocio que lo que busca es sacar dividendos de las ciudades”, tal como resume Gaffney. “Dependen de lo que es tener a un grupo de ciudades compitiendo unas con otras, para elevar las apuestas”.

Allí donde ha habido resistencia, esta ha provenido de los márgenes. En Amsterdam quines protestaban enviaron bolsas de marihuana a los funcionarios del COI, y luego les arrojaron huevos y tomates cuando aparecían en público. En Berlín, una coalición de  “anarquistas, inconformistas, punks, gays y lesbianas, los alternativos, los que tiran piedras, los tragafuegos, los pobres, los borrachos y los locos” se manifestó por las calles cuando el COI llevó a cabo la inspección final de la ciudad. La diferencia es que la resistencia a las Olimpiadas se ha convertido en algo central. “Lo que estamos viendo”, afirma Gaffney, es que “cuanta más información tienen los ciudadanos acerca de cómo funciona el COI, menos probabilidades hay de que quieran meterse en ese tipo de contratos de negocios”.

Chris Dempsey fue uno de los líderes de la campaña “No Boston Olympics”. Trabajó antaño para la consultoría de gestión Bain y fue vicesecretario de transporte de Massachusetts. “Nosotros éramos los que aparecían en las reuniones de traje y con presentaciones de PowerPoint”, declara Dempsey. “Nos sentíamos cómodos trabajando desde dentro, por así decir”.

Dempsey y su grupo lo consideraban simplemente una cuestión de prioridades cívicas. “Las Olimpiadas supondrían un ingente coste neto para nuestra ciudad y nuestro Estado, en el sentido de que si nuestro gobernador y nuestro alcalde se concentraban en construer un estadio y un velodromo, se centrarían menos en mejor la educación y arreglar las carreteras”. Fue, añade Gaffney, “una forma de verlo clara y pragmática, a la americana, para decir: ‘No vamos a gastar el dinero de los contribuyentes en acoger una fiesta de tres semanas’”.

En el curso de dos meses a principios de 2015, la opinión pública de Boston basculó por completo. En enero se había registrado un 54% en favor de la candidatura. Para marzo, la cifra cayó a un 38%. Entretanto, “No Boston Olympics” recogió los detalles de la candidatura, diseccionó los brillantes folletos qué mostraban qué aspecto tendrían los recintos de la sede” y dejó claro que “los contribuyentes estaban entrampados”.

La candidatura de Boston se hizo insostenible. Dempsey afirma que se trató de “una reacción a los excesos de años recientes. Sobre todo, a los de Beiying, pero también de Londres, porque cuando se echa un vistazo a lo que realmente se gastó en esas Olimpiadas, es algo así como cuatro veces el presupuesto original”.

En Hamburgo, por otro lado, el movimiento antiolímpico tenía raíces en la izquierda.  Florian Kasiske se ocupó de las relaciones públicas de la campaña NOlympia. “Había todo un abanico”, declara. “Combinaba estudiantes, miembros de las juventudes de los partidos de izquierdas y un montón de trabajadores del puerto que estaban también en contra de las Olimpiadas, porque veían sus trabajos amenazados”.

Kasiske afirma que uno de los grandes problemas era la “gentrificación” de la ciudad, espeialmente en torno al puerto. “Los Juegos son un gran impulsor del desplazamiento de los pobres del centro de las ciudades”. El otro era la crisis migratoria. “La gente seguía preguntándose: ‘¿Cómo podemos organizar las Olimpiadas cuando tenemos que encontrar alojamiento para tanta gente como ha llegado a la ciudad? ¿Esta gente está durmiendo en tiendas, y los politicos quieren un nuevo velódromo?’”.

En Boston y Hamburgo, movimientos de protesta pequeños y bien organizados se enfrentaron a ponderosas coaliciones políticas y empresariales. “La gente que promovía la candidatura era gente que esperaba sacar tajada”, afirma Dempsey. En Hamburgo, NOlympia venció a la candidatura respaldada por el alcalde y la Cámara de Comercio. Ambos casos reflejaban la opinión de Gaffney de que las Olimpiadas se han convertido en algo que tiene que ver con “la venta de la ciudad a cargo de las élites mismas de la ciudad”.  Cuanta más información tiene la opinión pública sobre todo esto, “menos probabilidades hay de que quieran comprometerse”. Dempsey coincide en ello: “Las ciudades están empezando a comprender que las exigencias del COI son irrazonables”.

“El COI solo tiene poder si hay ciudades que quieran presentar candidaturas. Podemos acabar llegando a un punto de ruptura en el que COI tenga que emprender reformas de verdad”.

En Mónaco, Bach introdujo la Agenda 2020, un plan para reducir los obstáculos a las candidaturas. Dempsey sugiere que eso no basta. “Yo pondría en cuestión que desplazarse a una ciudad distinta cada cuatro años sea un modelo que tenga sentido en el mundo de hoy. Tal vez en la década de 1890 tuviera sentido, pero hoy vivimos en un mundo en el que el 99.9% de la gente que le presta atención a las Olimpiadas lo hace en la pantalla. Cree que los Juegos deberían tener una sola sede permanente que los acogiera”.

Gaffney se muestra más radical. “Se cometen los mismos errores una y otra vez. Así que no puede ser un accidente, y si no es un accidente, entonces tenemos que entender que el modelo empresarial del COI resulta nocivo”, afirma. “Tenemos que volver a pensar en serio acerca del modo en que estos acontecimientos impulsan la desigualdad a escala global. Y la mejor forma de hacerlo consiste en pararlos. Punto final”.