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25 Abril 2024, Puebla, México.

1521, la conquista como alianza / Héctor Aguilar Camín

Sociedad | Opinión | 23.ABR.2021

1521, la conquista como alianza / Héctor Aguilar Camín

Día con dia

(Iustraciones de Izak Peón, revista Nexos)

 

La conquista de los indios

 

En lo que llamamos “la Conquista de México” participaron unos 2 mil 100 españoles. Entre 1519 y 1521, apenas hubo en un mismo momento más de mil.

Murieron en el intento seis de cada 10, proporción “mucho mayor que los que solían morir en campañas análogas de Europa”, precisa José-Juan López Portillo, autor de un ensayo sin desperdicio: “Cortés, el extranjero útil” (Nexos, septiembre 2019. https://bit.ly/3d6Txju).

Una proporción mucho menor, uno de cada 15, murió en el contingente de 6 mil españoles integrantes del ejército multiétnico de los Habsburgo que derrotó y capturó a Francisco I de Francia en los campos de Pavia, en 1525.

La pregunta obvia que suscitan estas cifras es: ¿cómo pudieron estos tan pocos y tan mortales aventureros conquistar México, es decir, la muy poblada y guerrera ciudad de Tenochtitlan, joya del llamado imperio mexica?

La respuesta es simple: no pudieron. No fueron sus poderes bélicos, ni el supuesto terror sagrado que infundían con sus caballos y sus arcabuces, los factores que explican lo que llamamos la Conquista de México.

Fue su capacidad de obtener aliados indios y de agruparlos en la causa antimexica, en una causa común que admite el nombre de “federación guerrera”. Esta federación, integrada en mayoría abrumadora por lo que llamamos indios, llevó a cabo lo que llamamos Conquista, es decir, la derrota del pueblo mexica y la caída de Tenochtitlan.

La pregunta interesante es cómo pudo Cortés crear esa federación. La respuesta al uso es que pudo hacerlo por su genio político, porque supo leer en los enigmas de aquel extraño mundo, absolutamente desconocido para él, la constante política clave: la opresión mexica y la disposición de los señoríos indígenas dominados por Tenochtitlan a rebelarse contra ella.

Del genio político de Cortés no hay duda alguna, pero sobre el mecanismo que utilizó para ir agremiando señoríos a su federación guerrera, hay muchas confusiones todavía.

José-Juan López Portillo ha descrito ese mecanismo. No tiene que ver tanto con el genio político de Cortés como con su capacidad de poner la violencia española al servicio de caciques que querían mantenerse en el poder o hacerse de él por la fuerza.

 

1521: La conquista como alianza

 

 

Para volver a ganar Tenochtitlan, luego de su derrota de la Noche Triste, Cortés construyó una federación guerrera resolviendo a sangre y fuego pleitos dinásticos de los señoríos indígenas (altepeme) que se lo solicitaron.

 

Por ejemplo: los de Cuachquechollan, hoy Huaquechula, en el valle de Atlixco; Izúcar, hoy Izúcar de Matamoros; Tepeji, hoy Tepeji de Rodríguez, Texcoco, Huexotzingo, y Tlalmanalco, en el fértil valle de Chalco.*

 

Mientras Cortés fraguaba estas alianzas zanjando pleitos sucesorios en los altepeme dominados por los mexicas, ¿qué hacían los mexicas? ¿Por qué no salieron a perseguir y exterminar a los diezmados españoles luego de su catastrófica Noche Triste?

 

Porque los mexicas estaban metidos en su propio enredo de sucesión dinástica después de haber matado a Moctezuma en una pedrea, y de que la viruela se llevara al vibrante sucesor de Moctezuma, Cuitláhuac, primer muerto célebre de los millones que vendrían en las décadas siguientes por aquella peste ciega, involuntaria, pero eficientemente genocida, que mataba sobre todo a la población indígena.

 

El ascenso de Cuauhtémoc al mando de Tenochtitlan derivó de una intriga palaciega complicada, pues Cuauhtémoc era principal de Tlatelolco, no propiamente de Tenochtitlan, y para hacerse del poder tuvo que matar a un hijo de Moctezuma.

 

En esos meses de desorden sucesorio en Tenochtitlan, Cortés pudo poner su espada al servicio de los altepeme (señoríos) que se lo pedían y cuajar lo que Federico Navarrete describe como la fórmula todavía mal leída de la conquista: las alianzas de los altepeme con los expedicionarios españoles.

 

La conquista, como expresión de las alianzas indígenas, tuvo implicaciones profundas para la fundación de la Nueva España.

 

No las hemos leído con claridad, sea porque miramos aquellos hechos desde la versión colonialista, que cuenta la historia de los españoles avasallantes, sea porque los miramos desde la visión de los vencidos, según la cual, también, todos los altepeme fueron sometidos a sangre y fuego.

 

Sangre hubo mucha y fuego bastante, pero hubo más alianzas que sometimientos y exterminios. La mezcla resultante de las alianzas es la que hemos olvidado o desvirtuado en nuestra memoria de lo que llamamos Conquista de México.

 

* “Cortés, el extranjero útil”, nexos: https://bit.ly/3d6Txju) y Federico Navarrete: ¿Quién conquistó México? (Random).

 

 La Conquista, Nueva España y nosotros

 

La visión de la Conquista como una hecatombe guerrera en la que triunfan los españoles, no como una red de alianzas indo-españolas en la que ganan también los indios, conduce a una visión maniquea de la Nueva España.

La Nueva España que se desprende de la visión colonizadora es la de una sociedad indígena oprimida de principio a fin por sus conquistadores. La Nueva España que surge de la narrativa de las alianzas indo-españolas como origen de la conquista ofrece la idea de la sociedad posterior a la conquista como una red de intercambios, como un lienzo complejo, negociado.

Con los siglos, la corona española echó sobre ese lienzo su impronta institucional, su fuego religioso, distintas formas de subordinación y explotación indígena.

Pero la misma corona produjo la más impresionante colección de leyes protectoras de los pueblos nativos, reconoció noblezas indígenas, entregó tierras, mercedes y fueros indígenas, tratando de reconocer y proteger aquel mundo como lo que era: un tejido complejo con el que era necesario convivir.

José-Juan López Portillo ha leído un hilo muy fino, constitutivo del tejido nuevo, inmediatamente posterior a la Conquista. Es el hilo de la fragilidad de los vencedores. Y de su marca de ilegitimidad.

Vencida Tenochtitlan, los aliados de Cortés siguieron necesitando de él para resolver disputas y para evitar represalias de aquellos que habían sometido en la oleada española.

“A cambio del apoyo español”, dice López Portillo, “élites indias restablecieron el sistema tributario, de servicio militar o de mano de obra, que había regido al Imperio de los mexicas, pero ahora en beneficio de los españoles”. Por su parte, el rey español no confió en sus conquistadores, les negó “las grandes mercedes que ellos habían esperado, porque sospechaba de sus intenciones, de la legitimidad de su conquista y de sus capacidades para gobernar fielmente en su nombre”.

Los primeros ciudadanos de la Nueva España fueron desconfiables para la Corona: unos por indios, otros por aventureros. “El arreglo político” entre ambos, concluye López Portillo, “tuvo como eje la interdependencia característica de hombres de poder conscientes de su ilegitimidad” (https://bit.ly/3d6Txju).

 

Alianzas, mezcla, interdependencia, ilegitimidad. Palabras fundadoras de la sociedad novohispana. Nos acompañan todavía.