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26 Abril 2024, Puebla, México.

Los primeros fumadores / Carlo Ginzburg en revista Nexos

Cultura | Ensayo | 30.JUN.2021

Los primeros fumadores / Carlo Ginzburg en revista Nexos

Revista Nexos

Carlo Ginzburg,  Historiador. Su libro El queso y los gusanos es un hito en la moderna historiografía.El gran historiador italiano se ocupa aquí de los testimonios más antiguos sobre el tabaco, la marihuana, el opio, la coca y otras sustancias embriagantes que los exploradores europeos descubrieron en sus viajes por las Indias orientales y occidentales, las regiones desconocidas del extremo asiático, mostrando así el mecanismo con que el conocimiento histórico se produce: “Yo creo que la acumulación de conocimiento siempre ocurre de este modo: a través de líneas interrumpidas y no continuas; a través de falsos comienzos, correcciones, panoramas y redescubrimientos; gracias a los filtros y esquemas que ciegan y, al mismo tiempo, iluminan”.

 

En un libro que se publicó en 1565 en Venecia, más tarde reimpreso y traducido varias veces, La historia del nuevo mundo, el milanés Girolamo Benzoni describió lo que había visto en el transcurso de catorce años de viaje por “las islas y mares recién descubiertos” de ultramar. Sobre la isla La Española, Benzoni relató lo siguiente:

En la isla, y también en otras provincias de estos nuevos países, hay algunos arbustos, no muy grandes, que producen una hoja con la forma de la del nogal, aunque algo más grande, que [allí donde se usa] es tenida en gran estima por los nativos, y es muy apreciada por los esclavos que los españoles trajeron de Etiopía.

Cuando estas hojas están en sazón, los nativos las recogen, las lían en manojos y las cuelgan cerca del fuego del hogar hasta que están muy secas; y cuando desean usarlas, toman una hoja de su cereal [maíz] y ponen una de las otras hojas dentro de ella, enrollan ambas muy apretadas, después prenden fuego en uno de los extremos y se ponen el otro en la boca y aspiran a través de él, y de este modo el humo les llega a la boca, la garganta y la cabeza; después lo retienen todo el tiempo que pueden porque hallan placer en ello, y se llenan tanto de este humo atroz que pierden la razón. Y hay algunos que toman tanto de este humo que caen como si estuvieran muertos y permanecen la mayor parte del día o de la noche estupefactos… Considérese qué pestilente y horrenda ponzoña del demonio tiene que ser esto. Me sucedió varias veces que, atravesando las provincias de Guatemala y Nicaragua, entré en la casa de algún indio que había tomado esta hierba, que en la lengua mexicana se llama tabaco.

Siguiendo los pasos de los formalistas rusos, sobre todo de Sklovski, hemos aprendido a buscar el extrañamiento en la mirada de un salvaje, de un niño o hasta de un animal: seres amputados de las convenciones de la vida civil, que ellos registran con ojos perplejos o indiferentes, apuntando por lo tanto de un modo indirecto a su falta de significado. Aquí enfrentamos una situación que es paradójicamente la inversa: el extranjero es el milanés Girolamo Benzoni; los que ejecutan el gesto sin sentido de prender un cigarrillo y fumarlo son los indios salvajes. En la huida de Girolamo Benzoni (“y al percibir de inmediato el olor penetrante y fétido de este humo verdaderamente diabólico y hediondo, me vi obligado a irme a toda prisa y buscar algún otro lugar”), uno está tentado de ver una anticipación simbólica del repliegue de los no fumadores ante la avanzada —que tal vez ha alcanzado su límite máximo— del ejército de fumadores.

El relato del viajero milanés es una de las innumerables narraciones de fuente original del encuentro entre los europeos y las desconcertantes novedades de ultramar: animales, plantas, costumbres. Hoy está de moda clasificar estos documentos en una categoría muy general, la del encuentro con el Otro: una expresión con un cierto sabor metafísico, aunque en el seno de estas relaciones pone de relieve la intersección de la otredad natural y la cultural. Unas cuantas páginas después de la invectiva de Girolamo Benzoni contra los efectos del tabaco (“Considérese qué pestilente y horrenda ponzoña del demonio tiene que ser esto”), sigue una descripción de cómo usaban la planta los médicos indígenas. “Embriagado” por el humo, “cuando [el inválido] volvía en sí, contaba miles de historias de su estancia en el consejo de los dioses y otras excelsas visiones”. Después, los médicos “hacían girar en redondo al inválido unas tres o cuatro veces y le frotaban bien la espalda y los riñones con las manos, haciéndole muchas muecas, todo el tiempo con un guijarro o un hueso en la boca. Las mujeres tenían esas cosas por sagradas porque creían que ayudaban al parto”. A los ojos del viajero milanés, los doctores indígenas eran sin duda brujos, y los efectos del tabaco que administraban, alucinaciones diabólicas.

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