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La memoria nostálgica en El amor en los tiempos del cólera / Revista Elementos

Cultura /Universidades | Reseña | 7.OCT.2022

La memoria nostálgica en El amor en los tiempos del cólera / Revista Elementos

Si la memoria selecciona los recuerdos, la nostalgia los sublima

 

Por Noé Blancas Blancas

Profesor Investigador de la Facultad de Humanidades de UPAEP. Doctor en Ciencias del Lenguaje (BUAP), maestro en Letras Mexicanas (UNAM) y licenciado en Literatura Iberoamericana (UAGro). Miembro del SNI (1). Ha publicado La escritura circular y concéntrica en El apando, de José Revueltas (2014) y Pedro Páramo, novela aural (2015).

 

Nostalgia: neuralgia de los recuerdos. Ramón Gómez de la Serna (1990: 60)

 

 

El narrador de El amor en los tiempos del cólera (1985) afirma que “la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos” (García Márquez, 1981: 119).1 Y el epígrafe de Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” (García Márquez, 2002: 7). Federico Campbell –yo también dejo que mi memoria elija–, habla de “La ficción de la memoria”: “Más que reproducir, la memoria inventa. Recategoriza. Reclasifica. No repite: reorganiza” (2003: 433).

            En ese sentido, Pozuelo Yvancos advierte que en la autobiografía y otros géneros memorísticos lo que aparece es una narración de sí mismo frente a los otros (2006: 32), así, en tanto reconstrucción de alguien que ya no es el que fue en el pasado que se rememora, tal narración tendrá entonces “una virtualidad creativa más que referencial, de poiesis antes que de mimesis: no es ya un instrumento de reproducción sino de construcción de identidad del yo” (33).

Si la memoria selecciona los recuerdos, la nostalgia los sublima. Según la RAE, nostalgia es la “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”.2 El griego nóstos significa “de regreso”, “vuelta a la patria” (Muñoz, 2007: 115); y algos: dolor. Este sufrimiento se ilustra en el canto X de La Odisea. Ulises les dice a sus compañeros que Circe no les permite ir a casa:

 

De seguro pensáis ya volver al hogar y la patria / bien querida, más Circe señala muy otra jornada: / al palacio de Hades mansión de Perséfona horrenda, / a pedirle su oráculo al alma del cadmio Tiresias.”

     Tal les dije; quebró el corazón en su pecho; sentados / en el suelo exhalaban sollozos sin fin; se arrancaban / de pesar los cabellos, más nada el gemir les servía. (Ilíada, X, 561-568; Homero, 2006: 168-169).

 

Johannes Hofer, en su tesis preliminar de doctorado, “Dissertatio medica de nostalgia oder Heimweh” (Disertación médica de nostalgia o añoranza) habría acuñado el término en 1688 para referirse a una enfermedad, próxima a la melancolía, que sufrían los soldados que luchaban en tierra ajena (ver Garrocho, 2019: 676).

El dolor por el regreso a la patria responde a una memoria sublimada que se tiene de ella. Si relacionamos la idea de la memoria selectiva o inexacta con la de un relato nostálgico –y por ende sospechosamente no-factual–, tendríamos que la nostalgia termina siendo una ficción del pasado,3 elaborada por el memorista por la necesidad de sublimar ese pasado.

Marianela Muñoz considera a la nostalgia una reconstrucción del pasado basada tanto en la memoria como en la ficción (Muñoz, 2007: 113). Y esto mismo podemos decir de los géneros relacionados con la memoria: la autobiografía, la confesión, etcétera. José Pozuelo identifica dos corrientes críticas respecto de este tipo de relatos: a) “toda narración de un yo es una forma de ficcionalización” (2006: 24); lo cual se conecta con la idea de que toda literatura es autobiográfica; y b) la autobiografía no es ficción, sino que afirma una naturaleza histórica, pragmática –algunas ni siquiera son literatura– (2006: 24).

La oposición es irresoluble en tanto la memoria del autor de carne y hueso es siempre una memoria selectiva; mientras que la literatura remite eventualmente a hechos históricos...

En este trabajo voy a referirme solo al relato literario; concretamente, al relato nostálgico del personaje, relato generalmente analéptico, homodiegético y, eventualmente, metadiegético. Abordaré el asunto en El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, a partir de dos cuestiones: en tanto relato ficticio sobre una vivencia que se ha percibido como feliz; y en tanto relato proléptico (orientado hacia el futuro), apoyándome en las nociones aportadas por la narratología.

 

LA FELICIDAD FICCIONARIA

 

Comencemos por la cuestión de la intencionalidad: ¿hasta qué punto el memorista ficcionaliza voluntariamente? En El amor en los tiempos del cólera, las metáforas de que se vale el narrador para describir la memoria nostálgica son bastante clarificadoras. Cuando Fermina Daza adolescente es llevada por la fuerza a un viaje de varios años para que olvide a Florentino Ariza, ella habrá de recordar aquel viaje mejor de lo que fue.

             Al construir su relato nostálgico, ella no sabe que está modificando la realidad. La nostalgia le impone un filtro que la obliga a falsificar los hechos, pero inconscientemente:

 

Fermina Daza se reconoció, se sintió dueña de sí misma por primera vez, se sintió acompañada y protegida, con los pulmones colmados por un aire de libertad que le devolvió el sosiego y la voluntad de vivir. Aun en sus últimos años había de evocar aquel viaje, cada vez más reciente en la memoria, con la lucidez perversa de la nostalgia (García Márquez, 1991: 100; cursivas mías).

 

Bien visto, es el narrador quien, sutilmente, advierte al lector que Fermina recordará aquel viaje de manera equívoca: la nostalgia la proveerá de lucidez, pero una lucidez que pervertirá los hechos mismos. El narrador introduce así su propia perspectiva, desde la cual el viaje no habría sido tan maravilloso como Fermina lo recordará en sus últimos años, a pesar de la lucidez o, más precisamente, debido a que tal lucidez es "perversa”.

La disparidad entre la realidad y la memoria aparece también en el recuerdo que el doctor Juvenal Urbino, en París, guarda de su ciudad; él la recuerda hermosa y repite constantemente que “no había otra igual en el mundo”:

 

Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado. Pero cuando volvió a ver desde la baranda del barco el promontorio blanco del barrio colonial, los gallinazos inmóviles sobre los tejados, las ropas de pobres tendidas a secar en los balcones, solo entonces comprendió hasta qué punto había sido una víctima fácil de las trampas caritativas de la nostalgia (García Márquez, 1991: 119; cursivas mías).4

 

Aunque aquí parece que el narrador adopta en todo momento la perspectiva del personaje, en realidad, también deja entrever su propia perspectiva. Por otra parte, el recuerdo nostálgico se presenta como una doble analepsis: el doctor Urbino recuerda no “su Caribe en abril” (119) -primera analepsis–, sino cómo lo recordaba en París, “paseando del brazo de una novia casual en un otoño tardío” (118) –segunda analepsis–. Él es consciente, al volver a ver su ciudad, de que sus recuerdos en París falseaban la realidad. Quizá esto es lo que lo hace llorar:

 

Todo le pareció más pequeño que cuando se fue, más indigente y lúgubre, y había tantas ratas hambrientas en el muladar de las calles que los caballos del coche trastabillaban asustados. En el largo camino desde el puerto hasta su casa, en el corazón del barrio de Los Virreyes, no encontró nada que le pareciera digno de sus nostalgias. Derrotado, volvió la cabeza para que lo viera su madre, y se soltó a llorar en silencio (120).

 

La alegría del retorno se esfuma porque la patria que en París le producía nostalgia, ya no existe; y esto, aún más que la imposibilidad del retorno, suprime absolutamente la posibilidad de “volver a estar en casa”. Hay, por supuesto, una gran diferencia entre la nostalgia de Fermina Daza y la de Juvenal Urbino.

Ella vive, en casa de su prima Hildebranda, días que percibe como felices. El reconocerse, el sentirse dueña de sí, acompañada, protegida, sosegada y con voluntad de vivir, modifica evidentemente su manera de ver las cosas. La vivencia se ha alojado en su memoria de manera distinta a la realidad, desde el momento en que la percibe. Sea que Fermina decida guardar en su memoria ese viaje mejor de lo que fue, o sea que lo haga inconscientemente, lo relevante es que la vivencia se percibe de manera distinta.

En el caso del doctor Urbino parece suceder lo contario: al volver a ver su ciudad miserable, él cae en la cuenta de que la hermosura que le atribuía en el recuerdo era producto de “las trampas caritativas de la nostalgia”: aparentemente, la distancia, y no la vivencia, le había hecho concebir su ciudad –equívocamente– como una ciudad hermosa.

Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que, en París, recuerda fielmente su primigenia percepción. Si lo vemos bien, el doctor Urbino llora no por reconocer la falsedad de su recuerdo, sino porque su ciudad ahora no se corresponde con la de su percepción pretérita. De no haber regresado, él habría conservado intacto su recuerdo. Por otro lado, Fermina Daza no puede volver a vivir el viaje de su juventud para desengañarse: su nostalgia está asegurada. El doctor Urbino cobra consciencia, al volver a su ciudad, de la falsedad de su memoria, mientras que Fermina, en su vejez, no es consciente nunca de que aquellos días con la prima Hildebranda no fueron tan buenos como ella lo cree. Sin embargo, en ambos casos, la memoria nostálgica es una ficción. Si la nostalgia es el dolor por un goce pasado que se ha perdido, podríamos desprender que el disparador de la nostalgia es la pérdida. Pero, ¿de qué manera reconocemos el goce pasado como tal? Según hemos esbozado aquí, también es necesario atender otro disparador: la percepción misma, es decir, lo que percibimos de la vivencia. Ejemplifico con una declaración de Rulfo sobre la memoria que él guardaría de Jalisco:

 

Conservé intacto en la memoria el medio en que vivía. La atmósfera en que se desarrolló mi infancia, el aire, la luz, el color del cielo, el sabor de la tierra [...]. Lo que la memoria me devuelve son esas sensaciones, no me devuelve hechos (apud Campbell, 2003: 433; cursivas mías).

 

¿Por qué ciertas sensaciones no se correspondan con los hechos?, ¿qué distorsiona la percepción, ya sea para mejorarla o para empeorarla?

En el caso de Fermina, tal distorsión proviene del hecho de sentirse dueña de sí, acompañada, protegida, sosegada, y con voluntad de vivir; podíamos decir: el sentirse feliz. No percibe esos días como los vio, sino como los sintió; y los sintió como felicidad. No es que la nostalgia haya pervertido la memoria; sino que la memoria remite a una percepción pervertida en su origen. La nostalgia remite, entonces, no a la vivencia, sino a la felicidad en medio de la cual ocurrió la vivencia –también podría darse el caso de que se trate de la felicidad producida por la vivencia. La nostalgia se ha instalado no en el momento de la añoranza, sino en el momento mismo de la vivencia. Así, la de ella es una nostalgia por la felicidad. Esto queda claro cuando, recién casada, se enfrenta a sus “adversarios”, decidida a ayudarlos para que la conozcan mejor:

 

Nadie fue distinto de como ella quiso que fuera, tal como le ocurría con las ciudades, que no le parecían mejores ni peores, sino como ella las hizo en su corazón. A París, a pesar de su lluvia perpetua, de sus tendederos sórdidos y la grosería homérica de sus cocheros, había de recordarla siempre como la ciudad más hermosa del mundo, no porque en realidad lo fuera o no lo fuera, sino porque se quedó vinculada a la nostalgia de sus años más felices (García Márquez, 1991: 231; cursivas mías).

 

Fermina ha percibido París como la ciudad más hermosa, porque “la hizo en su corazón”, porque en ella fue feliz. Su recuerdo es una ficción; pero solo porque es un recuerdo nostálgico.5

Por otro lado, en ambos casos, el relato nostálgico cumple una función clara: permite la construcción de una nueva felicidad presente: Fermina podrá olvidar a Florentino Ariza y aceptar al doctor Urbino. Este trabajará arduamente para dar a su ciudad la belleza que él le atribuía en su recuerdo.

Esto podemos observarlo también en este otro ejemplo. Insatisfecha con su matrimonio, dadas las imposiciones de la suegra y la actitud de un marido “paralizado de terror ante la potestad de la madre”; convertido en “un débil sin redención: un pobre diablo envalentonado por el peso social de sus apellidos” (226), Fermina Daza se siente infeliz. Entonces siente nostalgia de otro viaje, el de su luna de miel, y tal recuerdo le permite reconstruir, aunque instantáneamente, la felicidad perdida:

 

De vez en cuando, al regreso de una fiesta loca, la nostalgia agazapada detrás de la puerta los tumbaba de un zarpazo, y entonces ocurría una explosión maravillosa en la que todo era otra vez como antes, y por cinco minutos volvían a ser los amantes desbraguetados de la luna de miel (García Márquez, 1991: 229; cursivas mías).

 

2. EL RELATO PROLÉPTICO

 

El relato nostálgico está, evidentemente, orientado al pasado, en tanto constituye una remembranza, una analepsis, si consideramos su condición de discurso. Sin embargo, también está necesariamente orientado al futuro, en tanto la vivencia feliz deja su impronta en la memoria, y esta no ha de actualizarse –no existirá como tal– sino en un relato nostálgico que habrá de configurarse en el futuro –uno probablemente no-feliz o, en todo caso, desprovisto de la felicidad de la vivencia actual–: el memorista nostálgico, aun sin proponérselo, ha sabido, en el momento de vivenciar la felicidad, que habrá de recordarla no como un hecho sino como una sensación. El que percibe presupone al memorista futuro.

Esto ocurre también en el famoso íncipit de Cien años de soledad, que remite, simultáneamente, al pasado (“el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota”, García Márquez, 2007: 9), y al futuro (“Muchos años después”, 9).

Vale traer a cuento esta fórmula porque es la misma con la que se introduce la memoria de Fermina: “en sus últimos años había de evocar aquel viaje [...] con la lucidez perversa de la nostalgia” (García Márquez, 1991: 100; cursivas mías).

De tal manera, la temporalidad queda subvertida: el relato nostálgico constituye una prolepsis, más que una analepsis. Si bien comienza a formularse en la vivencia de la felicidad, se consuma solo en el futuro, en una especie de oráculo no trágico sino benévolo: “La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro”, dice Luis García Montero.

El recurso aparece constantemente en El amor en los tiempos del cólera: Fermina “había de evocar aquel viaje”; a la ciudad de París “había de recordarla”. Este recurso, típico de García Márquez, permite confirmar que la ruptura entre la realidad y la memoria sería producida, no por el paso de los años, sino por la percepción de la vivencia en el momento en que ocurre. Fermina recordará en su vejez ese viaje no como fue sino como lo percibió; y los percibió con la certeza de que más tarde habrá de añorarlo.

El relato nostálgico orientado al futuro se puede relacionar con lo que Juan Sebastián Muñoz define como nostalgia “anticipada”: “a través de la imaginación nos trasportamos a un momento del futuro en que aquello que es objeto de la nostalgia [...] ya no está en nuestra posesión o alcance [...], la nostalgia es un deseo de retorno al momento actual” (Muñoz, 2013: 53); si la nostalgia por el pasado es traída por la memoria, la nostalgia del futuro es traída por la imaginación, cuando la pérdida es augurable (Muñoz, 2013: 54).

Si, como afirma Mircea Eliade, la nostalgia no puede ser sino respecto del Paraíso (Eliade, 1961: 29), y si sobreviene por un “descontento con el presente” (Muñoz, 2007: 113; ver Cabrera, 2013: 18), podríamos redefinirla entonces como un “anhelo del retorno” (Muñoz, 2013: 14). Sin embargo, imposibilitada para volver al Paraíso de la casa de Hildebranda, Fermina Daza encuentra en su nostalgia los fundamentos para un nuevo futuro.

Por una parte, al volver de su viaje maravilloso, el recuerdo de un Florentino superior, la obliga a romper con él debido a su aspecto lastimoso:

 

Ella volvió la cabeza y vio a dos palmos de sus ojos los otros ojos glaciales, el rostro lívido, los labios petrificados del miedo, pero [...] no sintió la conmoción del amor sino el abismo del desencanto. En un instante se le reveló completa la magnitud de su propio engaño, y se preguntó aterrada cómo había podido incubar durante tanto tiempo y con tanta sevicia semejante quimera en el corazón. Apenas alcanzó a pensar: “¡Dios mío, pobre hombre!”. Florentino Ariza sonrió, trató de decir algo, trató de seguirla, pero ella lo borró de su vida con un gesto de la mano.

–No, por favor –le dijo–. Olvídelo (García Márquez, 1991: 116).

 

Por otro lado, tras la muerte de su esposo, sin recuerdos nostálgicos del antiguo novio adolescente, Florentino Ariza no despierta en ella ninguna añoranza. Hasta que lo asocia con el viaje:

 

Cuando ya lo creía borrado por completo de la memoria, reapareció por donde menos lo esperaba convertido en un fantasma de sus nostalgias. Fueron las primeras auras de la vejez [...]. Mientras que los recuerdos nuevos se confundían en la memoria a los pocos días, los del viaje legendario por la provincia de la prima Hildebranda se iban volviendo tan vívidos que parecían de ayer, con la nitidez perversa de la nostalgia (García Márquez, 1991: 244; cursivas mías).

 

La expresión “fantasma de sus nostalgias” es inquietante por cuanto Florentino aparecerá como un personaje de ese relato nostálgico del antiguo viaje. Y así, se revela también el doble filo de la nostalgia: el recuerdo de un noviazgo feliz, de un joven extraordinario, se estrella contra la imagen del “pobre hombre” que se encuentra en el mercado; y esto lleva a Fermina Daza a romper con él. Pero, al final, luego de haberlo “borrado” de su vida, la ausencia de esa memoria nostálgica le ha de permitir el feliz amorío senil. En este sentido, no es nada casual que el amor otoñal elimine la nóstos, la necesidad de volver a casa, pues los ancianos resuelven al final continuar su viaje en buque por el río Magdalena durante “toda la vida”.

Con esta decisión, en realidad terminan fundando su nueva patria, paradójicamente, en un viaje eterno, reafirmando la idea de filosofía que ha expresado Novalis: “la filosofía es propiamente nostalgia, un impulso a estar en todas partes en casa” (apud Pineda, 2018), y aludiendo sutilmente a los ríos de Jorge Manrique.

En este punto tal vez sea pertinente recordar la nostalgia del propio García Márquez por el río Magdalena, bastante devastado para el momento en que la novela fue escrita:

 

El 19 de enero de 1961 [...] lo recuerdo como un día ingrato, por un amigo que me llamó por teléfono a México para contarme que el vapor David Arango se había incendiado y convertido en cenizas en el puerto de Magangué. Colgué con la conciencia horrible de que aquel día se acababa mi juventud, y de que lo poco que ya nos quedaba de nuestro río de nostalgias se había ido al carajo (García Márquez, 2002: 216; cursivas mías).

 

Frente a la noción de nostalgia como enfermedad, dada su trágica convicción de que no es posible volver a ser feliz; y a su negación edípica de volver a ver el mundo, en El amor en los tiempos del cólera el relato nostálgico suscita la fundación de una nueva patria, precisamente en la negación de volver a tierra.

El dolor por volver al Paraíso (obsérvese la capacidad de futuro del verbo volvervolver a ser) nos recuerda precisamente que la única aspiración legítima del relato, como dice Aristóteles respecto de la Retórica deliberativa, es la felicidad. Y nos recuerda también que, en términos de Heidegger: el no-estar-en-casa es “el fenómeno más originario”, “la forma de ser del hombre” (apud Pineda, 2018).

 

CONCLUSIONES

 

Quisiera terminar con una refutación anunciada. Todo lo dicho sobre la nostalgia podría llevarnos equívocamente a una falacia: la felicidad es una ficción. Pero no es esta una conclusión necesaria. Porque la ficción ocurre en el momento en que se produce el “relato nostálgico”, y no en el momento en que se percibe la vivencia.

Si bien la felicidad pervierte la impronta y el recuerdo se vuelve falso (no olvidemos que, a fin de cuentas, eso significa ficción), la felicidad es genuina –sabemos que es incluso un fenómeno químico. Y en ese sentido, el relato o la impronta –al fin huérfana– remite a un hecho real: al hecho de haber sido feliz (quizá no haya una realidad más real que ésta).

Podemos afirmar, entonces, que el relato nostálgico despierta esa capacidad que desde la Antigua Grecia –con su catarsis– y hasta la era freudiana –con el psicoanálisis y la terapia (si lo vemos bien: es una capacidad fundada en relatos)–, nos permite el ejercicio de la felicidad.

Sin la clausura nostálgica por un pasado mejor, Fermina puede construir una nueva memoria, un nuevo amor, un nuevo hogar –en el buque peregrino– a pesar del cólera; hoy, a casi dos años de aquel primero de abril, diríamos: a pesar de la pandemia.

 

NOTAS

 

1 La frase aparece ligeramente alterada en Vivir para contarla: “La nostalgia, como siempre, había borrado los malos recuerdos y magnificado los buenos” (García Márquez, 2002: 26).

2 Por su parte, Marianela Muñoz afirma: “El concepto de nostalgia, al remitirse al pasado personal y por ende a los primeros años de vida de la persona, supone una apreciación subjetiva de aquella región lejana ‘donde memoria e imaginación no permiten que se les disocie’” (Muñoz, 2007:116).

3 Borges dice algo semejante de los sueños: “pensamos que el sueño es una obra de ficción (yo creo que lo es), y posiblemente sigamos fabulando en el momento de despertarnos y cuando, después, los contamos (1996: 53)”. A mi parecer, la nostalgia, en tanto puede considerarse también una especie de ensoñación, es también otro mecanismo de la ficción; pero lo más interesante es que Borges considera ficción no solo el sueño, sino el relato que después se hace de él.

4 La memoria como “trampa” aparece varias veces en Cien años de soledad.

5 En Cien años de soledad, la nostalgia aparece constantemente como una trampa de la memoria, en la que repetidamente caen los personajes: el término aparece en 35 ocasiones: 31 como sustantivo, 3 como adjetivo y una como sustantivo abstracto: “nostalgización” (ver García Márquez, 2007).

 

REFERENCIAS

 

Borges JL (1996). Siete noches. México: FCE.

Eliade M (1961). Mitos, sueños y misterios. Revelaciones sobre un mundo simbólico y trascendente. Buenos Aires: Compañía Federal Fabril Editora.

Heidegger M, Grundbegriffe der Metaphysik (1929-1930) apud Pineda César Alberto (2018). “Nostalgia y melancolía en Heidegger: la cuestión del “Enteignis”. Reflexiones marginales, 58, diciembre.

Homero (2006). Odisea, trad. de J.M. Pabón. Madrid: Gredos.

García Márquez G (2002). Vivir para contarla. México: Diana.

García Márquez G (1991 [1985]). El amor en los tiempos del cólera. México: Diana.

García Márquez G (2007). Cien años de soledad. Colombia: RAE/Asociación de Academias de la Lengua Española/Alfaguara.

Garrocho D (2019). “Nostalgia. Sobre el origen y el nombre de una patología sentimental”. Isegoría. Revista de Filosofía moral y Política, 61, julio-diciembre, 673-688. https://doi.org/10.3989/isegoria.2019.061.15.

Gómez de la Serna R (1990). Greguerías. Ed. de Rodolfo Cardona. México: REI, p. 60.

Muñoz Ocampo JS (2013). “La nostalgia como deseo de retorno: una comprensión desde la psicología de orientación psicoanalítica y la literatura”. Tesis de licenciatura. Universidad de San Buenaventura Seccional Medellín. Medellín.

Muñoz M (2007). “Nostalgia, guerra civil y franquismo en la narrativa española de finales del siglo XX”. Filología lingüística, XXXIII (2).

Pineda CA (2018). “Nostalgia y melancolía en Heidegger: la cuestión del “Enteignis”. Reflexiones marginales, 58, diciembre.

 

Noé Blancas Blancas
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla
(UPAEP)
[email protected]
 

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