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55 años del linchamiento de Canoa / Nicolás Dávila Peralta

Justicia /Sociedad | Opinión | 18.SEP.2023

55 años del linchamiento de Canoa / Nicolás Dávila Peralta

Texto leído el pasado 14 de septiembre en el acto y homenaje conmemorativo del 55 aniversario a los mártires del linchamiento en San Miguel Canoa en el del 55 aniversario de estos trágicos hechos.

A 55 años de la masacre de Canoa, quiero enfocar mi reflexión en torno a las razones que llevaron a los pobladores de ese lugar a linchar a estos compañeros de la Universidad Autónoma de Puebla. La acusación fue que eran comunistas y, por tanto, iban a atentar en contra del santo arcángel patrono del pueblo. ¿Por qué esta reacción violenta de un pueblo?

Para entenderla, hay que seguir la huella del anticomunismo a partir de los años 40 del siglo pasado y el contexto que se vivía en Puebla en 1968.

Desde el siglo XIX, la Iglesia Católica alertó sobre lo que llamó los peligros de socialismo y después de la Revolución Rusa vio en el comunismo al peor enemigo de la religión. Esta convicción se fortaleció con la encíclica de Pío XI sobre el comunismo y se convirtió en una actitud anticomunista durante la guerra fría por la fuerza política, militar e ideológica que asumió la Unión Soviética.

El mismo papa Pío XI, creó la Organización del Russicum, que algunos autores consideran como una agencia de espionaje por parte del personal diplomático del Vaticano a los países de Europa Oriental.

Además, el mismo papa Pío XI impulsó una estrategia de combate al comunismo a través de sociedades secretas, reservadas las califican sus miembros, estrategia creada en Polonia y que se denominó Intermarium, expresión latina que significa entre mares, para indicar que el combate al comunismo y la defensa de la fe católica se daría de un mar a otro mar.

El Intermarium, dirigido por sacerdotes de la Compañía de Jesús, fue heredado al papa Pío XII; los jesuitas, por su parte, orientaron esta estrategia hacia la juventud estudiantil, ellos crearon la Organización Nacional del Yunque, en 1953, denominada así por una homilía del cardenal alemán Clemens von Galen, en la que llamaba a los jóvenes alemanes a resistir como el yunque los ataques contra la fe.

El anticomunismo, formó parte de las enseñanzas de la iglesia en la primera mitad del siglo XX y así lo entendieron los obispos mexicanos desde el inicio de ese siglo, pero a través del Intermarium se tradujo en organizaciones estudiantiles anticomunistas. El Yunque lleva ya 70 años activo en México, en España y otros países de América Latina.

Creado por los jesuitas del Instituto Oriente en 1953, el Yunque contó con la guía del arzobispo de Puebla Octaviano Márquez y Toriz, en los años 50 y 60 uno de los obispos más influyentes en el país y amigo personal de Gustavo Díaz Ordaz.

No es momento de narrar con detalle el movimiento anticomunista dirigido por este arzobispo y ejecutado por el Yunque a través de su organización abierta: el Frente Universitario Anticomunista, en 1961. Pero hay que puntualizar que la gran concentración católica del 4 de junio de ese año, sembró en las mentes de la gente sencilla la idea de que los comunistas eran enemigos de Dios y había que combatirlos a toda costa, y esos comunistas se había apoderado de la Universidad Autónoma de Puebla.

El anticomunismo radical del arzobispo Márquez y Toriz, lo llevó a escribir en la carta pastoral que se leyó en todas las parroquias de la arquidiócesis de Puebla el 15 de mayo de 1961, en referencia al comunismo:

Hasta el comercio más pequeño, hasta la tienda más humilde, toda porción de dinero queda absorbida por el Estado. El hombre no puede ser ya propietario ni de un pedazo de tierra, ni de una cabeza de ganado, ni de un puñado de maíz, ni del más humilde taller, ni de la industria más sencilla. Todo es propiedad del Estado.

Estas palabras fueron conservadas en la memoria colectiva de los pueblos campesinos. Para ellos, los comunistas no solo eran ateos y destructores de la religión, sino que -además- los despojarían de sus tierras, de sus cosechas, de su ganado, de sus pequeños negocios.

A raíz del movimiento estudiantil de 1968, el anticomunismo, tal como lo había pintado el arzobispo siete años antes, volvió a ser la preocupación de muchos sacerdotes, entre ellos el párroco de Canoa Enrique Meza, y de los fieles católicos. Además, el Yunque, a través de sus principales organizaciones: el FUA, el MURO, Cristianismo Sí, Juventud Nueva, se puso a las órdenes de Gustavo Díaz Ordaz. A través de miembros del MURO, el gobierno estuvo informado de las decisiones del movimiento en la ciudad de México; en tanto, en Puebla, los yunquistas espiaron y denunciaron ante las autoridades a los líderes del movimiento.

No hay que olvidar que desde 1963, cuando se aprobó la Ley Orgánica de la Universidad, el Yunque declaró que la Institución estaba en manos de los comunistas.

Hay que volver la vista, también, al contexto político que se vivía en Puebla, donde los estudiantes de la Universidad Autónoma de Puebla se unieron al movimiento estudiantil del 68 desde el mes de julio. En agosto la UAP tenía presencia en el Consejo Nacional de Huelga y el 4 de septiembre se realiza en el zócalo de Puebla el primer mitin de apoyo al movimiento y el día 11 hay una marcha estudiantil.

En Puebla, el momento político era un tiempo preelectoral, se definían ya las candidaturas oficiales para gobernador del estado y presidente municipal de Puebla. La preocupación del gobierno era que el movimiento estudiantil interfiriera en ellas; por esto y por la dinámica política de ese tiempo, en donde el líder máximo del PRI era el presidente de la república, el gobierno del ingeniero Aarón Merino Fernández expresó en una carta dirigida al presidente Gustavo Díaz Ordaz y en una manifestación su total apoyo al presidente de la república en sus acciones en contra del movimiento estudiantil.

En la primera mitad de ese año, el gobierno había reprimido a estudiantes, en el contexto de una pugna al interior de la Universidad y se mantenía alerta frente a cualquier manifestación que fuese considerada como amenaza a la paz social.

En los sangrientos hechos de Canoa influyeron tres factores:

Uno, el más importante, el adoctrinamiento religioso anticomunista cuyo antecedente fue la carta pastoral y la magna concentración católica de 1961 y las prédicas del párroco de Canoa que llamaba a defender la religión y atacar a los “comunistas” (así, entre comillas porque era una calumnia identificar a cualquiera que estudiase o trabajase en la UAP como comunista).

Dos: la campaña orquestada por el Yunque, el empresariado y un amplio sector del clero católico donde se calificaba a la Universidad Autónoma de Puebla como una universidad comunista.

Tres: la preocupación del gobierno del estado por mantener la llamada paz social y evitar las manifestaciones estudiantiles que calificaban como acciones desestabilizadoras orquestadas por comunistas, tal como lo veía el presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Respecto al adoctrinamiento religioso anticomunista, éste había derivado en una feligresía católica que veía la “amenaza comunista” como un riesgo de que el país volviera a vivir el conflicto religioso de 1926 y de que se estableciera en México un gobierno comunista que les arrebatara sus tierras, sus animales, sus tienditas, sus cosechas, como lo había advertido el arzobispo Márquez y Toriz.… Y los comunistas, de acuerdo con la campaña desplegada por el Yunque y sus correligionarios, eran los universitarios.

Canoa fue, pues, el fruto sangriento de un fanatismo anticomunista revestido de fidelidad religiosa, exacerbado por la campaña de la extrema derecha de que ser universitario era ser comunista y un gobierno que apoyó sin reservas las acciones represoras de Gustavo Díaz Ordaz.

El grito que exacerbó los ánimos de los pobladores de San Miguel Canoa fue contundente: “¡Llegaron los comunistas!” “¡Ya llegaron los asesinos!” y el pueblo salió a las calles a matar a los trabajadores de la Universidad Autónoma de Puebla, trabajadores ajenos a cualquier interés político, religioso e ideológico, cuya intención era escalar la Malinche.

Cuatro muertos: los trabajadores universitarios Ramón Gutiérrez Calvario y Jesús Carrillo Sánchez, así como los hermanos Lucas y Odilón García, quienes les habían dado refugio en su casa; y tres gravemente heridos: Miguel Flores Cruz, Roberto Rojano Aguirre y Julián González.

Su linchamiento fue a manos de un pueblo fanatizado, pero los verdaderos culpables fueron quienes los condugeron a ese tipo de fanatismo: quien desde el púlpito parroquial de San Miguel sembró en sus mentes la idea de combatir a los comunistas, de un arzobispo que les infundió el miedo a perder sus pocas propiedades a manos de un gobierno comunista; una derecha yunquista, apoyada por los empresarios y la alta sociedad poblana, quienes crearon y difundieron la idea de que ser universitario era lo mismo que ser comunista.

A esto hay que añadir la actitud de las autoridades estatales y municipales, más preocupadas por mostrar su fidelidad a Gustavo Díaz Ordaz y los intereses políticos de las inminentes elecciones estatales, que en velar por una verdadera paz social.

Después del 15 de septiembre de ese 1968, el gobierno reaccionó con el encarcelamiento de algunos habitantes de San Miguel Canoa, culpables o no, eso poco importó. El arzobispo minimizó el caso y únicamente cambió de parroquial al párroco Enrique Meza, de San Miguel Canoa a Santa Inés Ahuatempan. Pero el Yunque y sus organizaciones se pusieron al servicio del gobierno diazordacista como espías y delatores del movimiento estudiantil, apostando al olvido con el correr de los años.

Pero los hechos sangrientos de Canoa no se pueden olvidar; por el contrario, hay que destacar que este es un crimen impune, que hace falta que los culpables, los que sembraron el fanatismo, los que calumniaron a los universitarios, las autoridades que le dieron carpetazo a estos hechos, asuman legal y socialmente su responsabilidad. El pueblo de Canoa no puede cargar con toda la culpa.

 

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