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18 Mayo 2024, Puebla, México.

Otra Puebla es posible/Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador

Voces en los días del coronavirus | 2020-03-30 00:00:00

Otra Puebla es posible/Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador

Antonio Ramírez Priesca

Voces en los días del coronavirus

 

Antonio Ramírez Priesca, anticuario e historiador experto en gastronomía poblana

 

(La fotografía que ilustra este texto probablemente fue tomada a principios de los años 40 del siglo pasado. Es el mostrador de la tienda "El Genio Mercantil", cuyo propietario era Hermilo Ramírez Gaspar, abuelo paterno del autor de este texto. La tienda estaba en la esquina de la 4 Norte y la 6 Oriente, frente a la iglesia de San Cristóbal, justo en la casona que ha albergado durante décadas el famoso restaurante "Nevados Hermilo".)

No hace mucho, en verdad, que en Puebla las cosas eran muy diferentes. Y de ello me acuerdo muy vívidamente ahora que nos toca estar en casa, guardando una reclusión que hacemos más por solidaridad con los nuestros, que por obligación.

Hace menos de 50 años, por ejemplo, no existían siquiera supermercados o centros comerciales. Y viene a colación esto, porque en mi lejana infancia sesentera del siglo pasado, la compra semanal o quincenal de abarrotes y alimentos que no se hacían en los Mercados Municipales – en ese entonces en La Victoria o en El Parral – se hacían precisamente en unas tiendas que hoy, casi no existen. Pero era, sobre todo, el modo en que se realizaban estas compras, que quiero resaltar. Todo se basaba en la confianza. Un valor, ese sí, que está ahora en peligro de extinción en Puebla.

Muy azarosa fue nuestra vida familiar cuando murió mi madre, dejando a seis chamacos entre 2 y 12 años, a cargo de un padre que se dividía entre dos trabajos para sacarlos adelante. A la cabeza, me tocaba realizar una tarea que había visto hacer incontables veces a mi madre y a mi bisabuela, que vivió un buen tiempo con nosotros: elaborar una lista, manuscrita a lápiz sobre papel de cuaderno de La Tarjeta, de la compra que se haría telefónicamente a Don Ernesto, el dueño de La Covadonga. Para esos años en Puebla existían varios comercios dedicados a la venta de abarrotes y ultramarinos en la Ciudad, entre los que figuraban, además, La Sevillana, La Luz y media docena más.

Mucho antes de cumplir los quince años, yo o cualquiera de mis hermanas, llamábamos los viernes a Don Ernesto, y le dictábamos por teléfono – un aparato de baquelita negra, con un auricular que costaba sostener por su peso, la lista de lo requerido: jabón para ropa, detergente, aceite para comer, pasta de dientes, pasta para sopa, papel higiénico, etc. Del otro lado de la bocina, un afable hombre de avanzada edad –o así me lo parecía entonces– tomaba pacientemente el pedido e invariablemente terminaba la conversación diciendo: ‘Allá se lo enviamos’.

Por la tarde del mismo viernes, tocaban el timbre de la casa –donde estábamos los chamacos completamente solos, mi padre estaba a esa hora en su segundo trabajo-- abríamos la puerta y un señor entraba con su bicicleta al patio, llevando una gran caja de cartón en su portabultos. Pasaba a la cocina donde, sobre la mesa, vaciaba el contenido de la caja y al mismo tiempo anunciaba parsimoniosamente cada artículo: ‘pasta para sopa’pasta de dientes’… y yo iba tachando de mi lista de cuaderno cada artículo recibido. Después ‘firmaba’ la nota de remisión y el señor volvía al patio, para irse con su bicicleta. Sabíamos que Don Ernesto mandaba cada mes a cobrar a papá a su trabajo, adjuntando las notas firmadas por nosotros.

¿Cuánto costaban las cosas que enviaba? ¿Estaban a precio y calidad competitivas y justas? ¿Quiénes eran esos amables y respetuosos señores que con su bici iban cada semana a casa de unos niños completamente solos a entregarles el mandado? ¿en que se basaba Don Ernesto para recibir una lista de compra telefónica de un preadolescente que semanas después mandaría a cobrar?

 Todo se basaba en la mutua confianza. No había nada que dudar o temer, así era Puebla. Y así o parecido, serían los usos y costumbres en nuestras ciudades mexicanas de entonces.

Muchas son las lecciones que yo he obtenido de estos recuerdos, ahora en esta muy cálida e inhóspita primavera poblana del 2020, y la reclusión me ha hecho voltear a ver mis propias vivencias. De alguna manera tenemos que regresar a una sociedad de convivencia de mutua confianza, de respeto a los demás y a las Leyes que rigen y sustentan el Estado de Derecho.