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27 Julio 2024, Puebla, México.

Polarización. Un eco clásico de Tucícides  / Héctor Aguilar Camín

Política | Opinión | 14.JUL.2023

Polarización. Un eco clásico de Tucícides / Héctor Aguilar Camín

Día con día

Lo que sucede en los hombres, según Tucídides, cuando la polarización los lleva a la guerra:

“Cambiaron, para justificarse, el ordinario valor de las palabras. La audacia irreflexiva fue considerada valiente adhesión al partido; la vacilación prudente, cobardía disfrazada; la moderación, una manera de disimular la falta de hombría, y la inteligencia para todas las cosas, pereza para todas.

“Los exaltados eran siempre considerados leales, y los que les hacían objeciones, sospechosos. Si uno urdía con éxito alguna maquinación, era inteligente, y más hábil aún si la descubría; en cambio, el que tomaba precauciones para que no le hiciera falta apelar a estos procedimientos era considerado como traidor al partido y temeroso de los enemigos.

 

“En una palabra, el que se adelantaba a un enemigo que quería causarle algún mal, era alabado, e igualmente el que invitaba a comportarse así a otro que no tenía esa intención.

 

“Y hasta tal punto fue esto así, que los lazos de la sangre llegaron a tener menos fuerza que los de partido, ya que éste estaba más dispuesto a mostrar una audacia sin miramientos; pues estas asociaciones no buscaban un beneficio público, guiándose de las leyes en vigencia, sino, violándolas, el abuso del poder.

 

“Las promesas de fidelidad recíproca no las confirmaban tanto con los ritos tradicionales, como con la complicidad en el crimen.

 

“Vengarse de alguien era más deseable que no haber sufrido daño inicialmente; y si alguna vez se pactaba bajo juramento la reconciliación, este juramento, a los ojos de ambos partidos, tenía un valor momentáneo.

 

“Y el que en la ocasión oportuna era el primero en cobrar ánimos al ver indefenso al enemigo, se vengaba con más gusto a causa de su confianza que si lo hiciera en lucha abierta.

 

“Y tomaba en consideración no sólo la mayor seguridad, sino también que al vencer con engaño lograba por añadidura la gloria de una victoria conseguida por la inteligencia.

 

“En efecto, los hombres, en su mayor parte, se oyen llamar con más gusto astutos cuando no pasan de criminales, que tontos cuando son hombres de bien: de esto se avergüenzan y de aquello se jactan”.

 

(Historia de la Guerra del Peloponeso, III, 82, Trad. de Francisco Rodríguez Adrados).

 

 Polarización. Segundo eco clásico

 

Completo el pasaje de Tucídides sobre la polarización que precedió y guió la guerra entre Esparta y Atenas (431-404 A.C):

 

“Los jefes de partido de las diferentes ciudades, aunque unos y otros se servían de hermosas palabras—la igualdad del pueblo ante la ley o bien un régimen aristocrático moderado—, pretendían consagrarse al bien común mientras hacían del poder público su botín.

 

“Y en su lucha sin cuartel por derrotar al partido enemigo, osaban los mayores horrores y buscaban venganzas aún peores, pues no las realizaban dentro de los límites de la justicia y de los intereses de la ciudad, sino que las decidían de acuerdo con el capricho del partido propio.

 

“De esta forma, ni unos ni otros se dejaban conducir por la virtud, y los que mejor fama adquirían eran los que lograban adornar con hermosas palabras acciones cometidas por efecto de la envidia.

 

“Los ciudadanos neutrales perecían a manos de ambos partidos, bien porque no les ayudaban, bien por envidia de que pudieran sobrevivir.

 

“De esta forma, la buena fe desapareció en medio del escarnio, prevaleciendo los antagonismos recíprocos y la desconfianza.

 

“No existía ningún compromiso solemne ni ningún temible juramento que fuera capaz de obrar la reconciliación.

 

“Generalmente, salían favorecidos los hombres de inteligencia más vulgar, porque, como temían su propia insuficiencia y la inteligencia de los enemigos, pasaban audazmente a la acción.

 

“En cambio, los más inteligentes, pensando que eran capaces de darse cuenta a tiempo y que no tenían que tomar con la acción precauciones que podían tomar con su ingenio, perecían indefensos en mayor número.

 

“En estas circunstancias, al quedar perturbada la vida de la ciudad, la naturaleza humana, que ya de por sí suele obrar mal a despecho de las leyes vigentes, sometió las propias leyes a su imperio y dejó ver, llena de gozo, que es incapaz de dominar la pasión, violadora de la justicia y enemiga del mérito.

 

“Si la envidia no poseyera su maléfico poder, no se preferiría el crimen a la virtud y la codicia a la inocencia. Los hombres no vacilan entonces en derrocar las leyes comunes a todos que dan a todos la esperanza de salvarse, aunque caiga su fortuna”.

 

Historia de la guerra del Peloponeso, III, 83 y 84.

 

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