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Doña Paulina. El arte de la curación mazateca / Revista Elementos

Universidades /Ciencia y tecnología /Salud y enfermedad /Sociedad | Investigación | 27.SEP.2023

Doña Paulina. El arte de la curación mazateca / Revista Elementos

Revista Elementos BUAP. El investigador Jesús M. González Mariscal (BUAP, CONAHCYT e Instituto de Medicina Intercultural, Nierika, A. C. ) ofrece en este texto el testimonio de Doña Paulina Encarnación Sosa Cortés, anciana y sabia muy reconocida en la medicina tradicional mazateca.

"Lo que voy a contar es sobre un hecho por el que pasé, pues casi muero. Les contaré que en un lugar se quedó mi alma atrapada. Yo fui personalmente por mi alma y en ese lugar me explicaron qué debía hacer con mi cuerpo, que usara huevos de guajolote, huevos de gallina, plumas de guacamaya, papel y plumas de más aves. Asimismo, fui por cacao y lo puse todo junto. Cuidé mucho mi cuerpo." Paulina Encarnación Sosa Cortés.

Jesús M. González Mariscal

Doña Paulina Encarnación Sosa Cortés, anciana y sabia mazateca, tuvo la generosidad de compartir con nosotros los aspectos más íntimos de su vida a lo largo de algo más de tres años, sus últimos años de vida.. Ella era nombrada en su comunidad como chjota chjine chjon chjine, persona de conocimiento, mujer sabia, la que sabe. Es la categoría dentro de los diferentes especialistas de la medicina tradicional mazateca que está reservada para aquellos que trabajan con lo sagrado como vehículo de curación, empleando plantas u hongos con propiedades psicoactivas para dicho fin.

     Ellos llevan a cabo diferentes tipos de rituales y son consultados por la comunidad para atender una amplia diversidad de padecimientos que podríamos denominar, de forma general, como problemas existenciales: no solo refieren a dolencias del cuerpo, sino que también atañen al mundo afectivo, de la psique, del alma, pero asimismo de lo colectivo, a la esfera relacional del ámbito humano e incluso del no humano, del mundo anímico de la naturaleza, de los territorios del mundo-otro.

     La chjota chjine es la especialista del lenguaje que cura, de las palabras que son remedio. La parte crucial de la sabiduría de los sabios es el manejo del lenguaje para sanar a través de él (Munn, 1976). La relación con el lenguaje es la materia prima del arte de la curación mazateca.

     El acto de creación de lo que se dice en los ritos nocturnos está mediado por la inspiración embriagadora de las plantas y hongos sagrados. ¿Cómo nombrar lo inefable? ¿Cómo poner palabra a lo que no se puede decir? Ese es el arte de la sabia mazateca, develar la verdad que cura, narrar lo ocultado, mencionar aquello que no es aún vocablo, hacer nacer las palabras que alivian las enfermedades escondidas en la oscuridad del silencio. La sabia canta, reza, silba, baila, sacude, percute, zapatea, vibra y tintinea atravesando la noche. Ante su altar, ante la mesa de trabajo entregada por lo divino para el bien de su gente, de su comunidad y de la vida, despliega su arte sacro, entona sus plegarias y rogativas para que acontezca la curación.

     Para los mazatecos, “los que trabajan el monte, humildes, gente de costumbre” (López, 1944), las personas forman parte íntegra del universo, están vinculados y, por tanto, cumplen una función de reciprocidad con todo lo que les rodea para el mantenimiento del equilibrio en la vida. Cuando estas relaciones de correspondencia son transgredidas es cuando se presenta la enfermedad o malestar. Entonces, el sabio, el chjota chjine, técnico de lo sagrado, es el encargado de mediar entre el mundo sobrenatural y el de los seres humanos para saber dónde se ha quebrado este equilibrio y poder restaurarlo (Minero, 2012). A través del diálogo con lo sagrado, con Dios, los santos, los espíritus de la naturaleza y los ya fallecidos, el sabio negocia las posibles soluciones para el malestar que aqueja a su paciente.

     Además, la chjota chjine pide por la lluvia, las buenas cosechas, la prosperidad económica de su comunidad, el regreso de las almas perdidas, el buen tránsito de los que fallecieron. Su voz, su canto, se convierte en el vehículo para que la comunidad conozca el mensaje del mundo espiritual. Ella vela por el cuidado de este sagrado vínculo, de manera que el mundo de lo intangible siga actuando a su favor y el de su gente (González, 2017). No solo cura el cuerpo de las enfermedades físicas, emocionales y del alma, sino que cura a la sociedad, a su comunidad, mantiene la cohesión, la identidad y la práctica de las tradiciones por medio de sus ritos, ceremonias y la narración de su cosmovisión. Son una auténtica institución social y cultural en la región mazateca, desempeñando el papel de médico, sabio, sacerdote, místico, poeta y psicopompo, además de participar en los asuntos políticos. Son instruidos en la geografía mística a través de los procesos de iniciación para salvaguardar el equilibrio de la vida (Manrique, 2004).

     El chamanismo mazateco es una de las más ricas expresiones actuales de la medicina tradicional indígena mexicana. Además del aspecto curativo, incluye contenidos de tipo agrícola, social, político, económico, productivo y adivinatorio. El uso de los hongos y plantas sagradas es la característica que le confiere una gran complejidad: los estados no ordinarios de consciencia en los que se sumergen tanto el sabio como los enfermos o personas que consultan constituyen la fuente de conocimiento principal para encontrar la solución a los problemas, a la enfermedad, para la toma de decisiones y la propiciación del bienestar. Las “veladas” constituyen el espacio y tiempo donde se consumen los vehículos sagrados de forma ritual. Ha sobrevivido a los procesos de colonización y aculturación a lo largo de más de 500 años (Bueno, 2009), a todas las transformaciones sociales y procesos políticos, siendo un fiel reflejo del dinamismo de la cultura indígena mazateca y su capacidad de integración de lo nuevo, del diálogo entre tradición y modernidad. En las veladas se cura a los enfermos, se retiran los daños por brujería, se predice el futuro, se piden buenos augurios y desempeños de las actividades, se localizan los objetos perdidos o personas desaparecidas, se conoce quién o qué es lo que está haciendo daño al enfermo, se establece comunicación con las personas que están lejos o han muerto. Los hongos (Psilocybe sp.), la pastora (Salvia divinorum Epling & Játiva) y las semillas de la Virgen (Turbina corymbosa & Ipomea violácea) hablan, tienen la facultad de la palabra, de manera que comunican al sabio las causas de la enfermedad (Samorini, 2001) y qué remedio utilizar o qué acciones deben realizarse para restaurar el equilibrio afectado.

     El proceso de curación en la mayoría de las ocasiones supone una toma de consciencia del enfermo acerca de sus conflictos internos, del estado en el que se encuentran sus relaciones y de la situación vital en un sentido amplio, de manera que acontece una reorganización del orden interno, social y sagrado de la vida en el proceso de resolución de las problemáticas individuales (Flores, 2003). La enfermedad es parte de un entramado colectivo cargado simbólicamente de la realidad de la comunidad. Los espíritus protectores y malignos, la concepción del equilibrio y la salud, los daños, los dueños de la naturaleza... forman parte de un sistema coherente en el que se sostiene la concepción misma del universo. Hay enfermedades que son una especie de castigo que los espíritus mandan sobre los transgresores de las normas divinas. Hay otras que ocurren cuando lo que se transgrede es el orden social, cuando no se cumplen las responsabilidades con la comunidad, los acuerdos tomados entre los integrantes del grupo de referencia.

     Todo esto nos enseñó doña Paulina en su particular lenguaje de palabras de un parco castellano entrecortado, un mazateco inaccesible a nuestro entendimiento y una cálida convivencia que hablaba más que su lengua materna y orgánica. La sabia trabajaba con un amplio abanico de plantas para atender la diversidad de afecciones con las que llegaban a su casa los pacientes. Veintiocho de ellas fueron recogidas por los estudiantes de la Universidad de la Cañada que se dieron por tarea compilar un “Herbario Medicinal” de San Mateo Yoloxochitlán y fueron referidos con la anciana. “Lugar del Yoloxochitl”, el nombre náhuatl de la Talauma mexicana. “Flor de corazón”. Doña Paulina vivía en esta pequeña comunidad indígena enclavada en la Sierra Madre Oriental que atraviesa Oaxaca. Su nombre, encierra la historia de dos diferentes conquistas. La denominación española sobre la azteca. Quizás lo que está detrás de ambas aparece simbólicamente cada 21 de abril en la comunidad: la fiesta a la magnolia, el árbol Yoloxochitl. La comunidad se reúne en torno a él para tirarle sus cohetes, tocarle su música, rezarle, bañarlo con agua de cacao, dejarle su ofrenda, agradecer por el agua de manantial que nunca falta y celebrar la vida.

     Como la fiesta, como el árbol y sus flores, con pétalos en forma de corazón, como el manantial y la música, así doña Paulina y su sabiduría. La anciana, además, había sido partera y huesera. Narraba orgullosa cuando la habían invitado al hospital, en un desafío de validación de su saber médico, históricamente despreciado, y sacaba adelante a las pacientes con partos complicados ante el asombro de médicos y enfermeras. También limpiaba con huevo, copal y tabaco, leía la vela, leía el maíz, usaba el agua de cacao, el temazcal, el aguardiente, chupaba la enfermedad, realizaba el ritual de la siembra y cosecha de la milpa, de petición de lluvias, al árbol del Yoloxochitl y cuando tomaba el cargo de nuevo presidente municipal. Preparaba los envoltorios de huevos de guajolota, pluma de guacamaya, papel amate y semillas de cacao, para la protección de su casa cada año, o en casos de enfermedades graves, como intercambio y petición de mediación a las fuerzas de la naturaleza. Era el costo que había que pagar por los servicios de sus “abogados”, me explicaba uno de sus hijos. Pero si entre todos los ingenios que para el arte de la curación empleaba destacaba uno, este era el hongo. Los honguitos, las cositas, los niños santos, el santo remedio, la carne y la sangre de Cristo. Los diferentes tipos de hongos que crecen en la sierra mazateca y contienen psilocibina. Eran su medicina predilecta, el remedio distinguido de su arte y oficio. Usaba para los mismos fines la ska pastora o las semillas de la Virgen del Rosario. Incluso nos hablaba de otra planta a la que llamaba Mariposa, dado que las visiones que le generaban siempre estaban acompañadas de vuelos de mariposas. Ya anciana y limitada en sus movimientos, nunca pudimos salir al monte para su reconocimiento. Ninguno de sus hijos o nietos supo identificarla. Pero entre este parnaso de vegetales sacros, los honguitos eran sus aliados preferidos, sus maestros más dedicados, más elocuentes y generosos.

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