A horas que concluya el sexenio encabezado por Andrés López Obrador el país reporta momentos que difícilmente nos hubiéramos imaginado formaran parte de una historia donde el país le abrió la puerta a un movimiento que, durante estos seis años, se encargó de vulnerar sus propios preceptos que regían su “moralidad política” frente a un pueblo que fue desplazado por las cúpulas morenistas que hoy detentan el poder.

Los gobernantes morenistas cierran sexenio con un alud de señalamientos y muchas voces que los increpan para exhibir su incapacidad para gobernar en momentos de emergencia social.

Evelyn Salgado sigue en calidad de espectadora como si Acapulco que se haya devastado por el agua de la tormenta John pudiera resurgir sólo con palabras mágicas.

En Sinaloa sigue la batalla entre los cárteles del crimen organizado que durante sólo 19 días reportan alrededor de 118 muertos.

Los jueces y magistrados del poder judicial deambulan en marchas y plantones por diversas partes del país. En algunos puntos coincidiendo con el presidente a quien le ha tocado su despedida con los gritos de: ¡Dictador, dictador!

Culiacán es territorio de nadie, donde el gobernador Rubén Rocha Moya ha quedado rebasado por los enfrentamientos que libran las organizaciones delincuenciales que representan a Ismael “El Mayo” Zambada y a Los Chapitos (la descendencia de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” Guzmán.

Y como si las estampas no fueran suficientes, este fin de semana, posterior a la visita que el Presidente AMLO acompañado de la Presidenta electa Claudia Sheinbaum hicieran casi por octava vez a Sinaloa, apareció una camioneta con al menos 8 cadáveres y una leyenda de bienvenida a territorio “culichi”.

En tanto, en Oaxaca también enfrentan los efectos climáticos de John, donde los daños han sido mucho menores a los reportados en Acapulco.

En este panorama, es como Andrés Manuel cierra un sexenio donde predominó el espejismo del México fraguado en la burbuja de un fanatismo demoledor.

El caso Ayotzinapa nunca se resolvió, el ejército nunca abandonó las calles, el sistema de salud en México nunca fue como el de Noruega, las mujeres nunca gozaron de visibilidad, pero sí de un vergonzoso feminismo silencioso.

Se persiguió y denostó al periodismo, se perdonaron delincuentes, se construyó una narrativa dogmática que cuajó entre aquellos que siguen hundidos en la pobreza recibiendo dádivas gubernamentales.

Se encumbró a los viejos dinosaurios del PRI y se pactó con la delincuencia a costa de ganar elecciones, modificar la constitución y salvaguardar intereses que despertaron fundadas sospechas en torno a los hijos del Presidente.

Con habilidad magistral se hizo gala de un nepotismo de las familias izquierdistas que llenaron nóminas y nuevos espacios de aviadores.

Nunca se investigaron denuncias ni se actuó en contra de quienes durante el actual sexenio fueron señalados o increpados por sospechas de corrupción.

El presidente fue permisivo con los suyos a quienes protegió y blindó frente a cualquier cuestionamiento, ungiéndolos con el poder que confiere estar en las simpatías del mandato presidencial.

El arribo de una mujer Presidenta como lo es Claudia Sheinbaum pronto desdibujó el poder las mujeres en México.

Y así ocurrió al ver la sumisión de una mujer que, si bien ya es mandataria electa, sigue actuando como la mejor auxiliar de un Presidente que se niega a aceptar que su poder debe caducar y no continuar con un breve disfraz de liderazgo moral.

Son los tiempos de un México que luce con varios territorios minados cuya explosión se puede suscitar cuando la Presidenta electa pretenda poner orden en una casa donde ni siquiera podrá mandar, pues aún peso y seguirá pesando el mandato de su antecesor,

México de los nuevos y viejísimos tiempos de poder.

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