Gobierno | Ensayo | 10.OCT.2024
¿El Ejército está en contra de la militarización? / Rubén Aguilar Valenzuela
Introducción del libro "Tensiones en el Ejército. Diálogo con altos mandos" (Cal y Arena, 2024).
He tenido la oportunidad y el privilegio de conversar de manera regular, por más de veinte años, con algunos de los altos mandos del Ejército y la Marina. Durante el sexenio que acaba de terminar, escuché de viva voz su preocupación sobre la marcha del país. Varios de ellos encuentran en las decisiones del Ejecutivo federal un camino de regresión en términos democráticos. Me veo en la obligación de apuntar aquí, en el inicio de este libro, que la información que aquí expongo y comparto viene en buena parte de dichas conversaciones. Aprovecho este espacio también para agradecer su amistad, confianza, su valor y compromiso con el Ejército y con México.
A partir de lo expuesto anteriormente puedo decir que los generales en retiro, sobre todo los divisionarios, no simpatizan con las ideas y la manera de ser del expresidente López Obrador. Les molesta su discurso, pero sobre todo les parece que violenta de manera sistemática la vida institucional. Ellos fueron formados en el respeto a las instituciones de la República. Además, están bien informados sobre lo que sucede con los procesos de militarización de la vida pública. Ellos son civilistas. Dicen que en el Colegio Militar y la Escuela Superior de Guerra aprendieron la división de las responsabilidades entre militares y civiles en la conducción del Estado.
La tensión y el malestar al interior del Ejército fue creciendo, a la par de las decisiones que tomó el Ejecutivo sobre esta institución. Es muy difícil, prácticamente imposible, saber la dimensión, en términos de números, de los que se ubican en este campo. Quienes no están de acuerdo en cómo se manejan las cosas en el Ejército son muy cuidadosos en expresar sus posiciones. Pueden ser sujetos de represalias. Temen, con razón, que si hacen público lo que piensan serían sancionados y podrían perder los derechos adquiridos a lo largo de una vida de servicio. Buena parte de ellos está ya al borde de la jubilación. Esto los obliga a tener mucho cuidado. Con todo, no se eliminan los niveles de descontento y desacuerdo.
El secretario de Defensa y el presidente
La historia que en este libro pretendo reconstruir comenzó en el año 2018, después de las elecciones federales, durante el extraño proceso de transición entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador. Un profesor, con muchos años de dar clases en la maestría del Colegio Militar en Popotla, me contó que en aquellos meses, el Secretario de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos Zepeda, entregó al entonces presidente electo una lista con cinco nombres de generales de división que podía considerar como secretarios de la Sedena.
Días después, el ahora expresidente le pidió que le entregara una lista con diez nombres más, cosa que hizo el general. El entonces presidente elaboró así una lista de 15 generales, en la cual hacía a un lado a algunos de los generales de mayor prestigio y reconocimiento en el Ejército. Lo único que manda la ley, para que un militar pueda ser nombrado por el Ejecutivo como Secretario de la Defensa, es que sea general de división.
El presidente entonces en funciones eligió a uno de los últimos cinco de la lista, el general Luis Cresencio Sandoval, un hombre con poco conocimiento y prestigio dentro del Ejército. Por la manera en que funciona esa institución, Sandoval nunca hubiera pensado que podría ocupar el cargo de Secretario de la Defensa.
El presidente optó por una persona débil y con poco conocimiento en el Ejército. Viene de la caballería y no de la infantería. ¿Porqué lo hizo? Para tener más poder. Sandoval sabe que estar ahí se lo debe a la "generosidad" de su comandante en jefe. Tiene que estarle eternamente agradecido. Algunos de los altos mandos se molestaron con la decisión de López Obrador. Había muchos otros que, por su historia y desempeño, debían haber sido nombrados secretarios de la Defensa. Sin embargo, optaron por dar el "beneficio de la duda" al general Sandoval, al final de cuentas uno de los suyos, formado en el Colegio Militar. La expectativa de estos militares era que Sandoval defendiera la institucionalidad del Ejército, como una instancia del Estado mexicano, frente a un presidente que a lo largo de dieciocho años los había insultado e incluso despreciado.
“Es de sabios cambiar de opinión”
López Obrador se comprometió a enviar a los soldados de vuelta a los cuarteles en caso de llegar a la presidencia. Ya como mandatario electo, él y gente de su entorno consideraron que la única dependencia del gobierno federal, que ahora encabezaba y que podía sacar adelante sus obras prioritarias, era el Ejército.
Lo convencieron también de que sólo el Ejército podría resolver el problema de la inseguridad y la violencia en el país, y que para eso era necesario eliminar a la Policía Federal y crear la Guardia Nacional, supeditada a esa dependencia. Ya en el poder, el ahora comandante en jefe vio que las Fuerzas Armadas, en particular el Ejército, por su formación y disciplina, le iban a ser absolutamente fieles e incluso sumisas. Así ha sido.
De manera consciente se inició entonces el proceso de militarización de la administración pública. Al Ejército y a la Marina se les dieron nuevas responsabilidades antes en manos de los civiles. El expresidente asumió, como ningún otro mandatario en el pasado, su condición de comandante en jefe, que le da poderes extraordinarios y que ejerció de forma inmediata durante su mandato.
En una conferencia mañanera, esa tribuna pública desde donde se ha condenado a todos los que no concuerden con sus posturas, López Obrador aseguró sin pudor alguno que “es de sabios cambiar de opinión", y que él nunca dijo lo que sí dijo. El Ejército no sólo no volvió a los cuarteles, sino que su presupuesto aumentó al 150% y su relevancia en la vida pública ha tomado dimensiones superlativas. En aquella ocasión el ahora expresidente declaró: "Soy un convencido de que los dos pilares del Estado mexicano en la actualidad, que garantizan la posibilidad de crecimiento(y) en buena medida la creación de empleos, son la Secretaría de Marina y la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)”.
Para López Obrador la militarización es una decisión asumida de manera plena, y en su valoración considera que ésta le ha dado muy buenos resultados. El Ejército ha violentado la ley en más de una vez. Además, en la más absoluta opacidad, ha construido todas las obras que el expresidente planeó en su larga carrera como candidato. Su sueño se hizo realidad. La militarización que impulsa tiene sólo dos posibles explicaciones. Por un lado es una decisión pragmática, sin medir las consecuencias futuras, para manejar a su antojo una institución que opera con gran eficacia. Y por otra parte, en el marco de su proyecto, llamado por él mismo y sus propagandistas, la cuarta transformación del país, quiere tener a los militares y a los marinos de su lado, para garantizar su lealtad en los proyectos futuros del partido.
Hay sectores de generales en activo y buena parte de los generales de división en retiro que no están de acuerdo con este proceso de militarización. Aseguran que las ambiciones del expresidente “distorsionaron” a la institución castrense, por lo cual ésta ha dejado de cumplir sus tareas sustantivas señaladas en la Constitución. La identidad que el Ejército construyó a lo largo de décadas se encuentra amenazada.
El Ejército distorsionado
En la medida que pasaron los meses y los años el "beneficio de la duda" empezó a gastarse. Para un grupo de altos mandos, Sandoval ha cedido ante el comandante en jefe. Se le sometió y no defendió la esencia misma del Ejército, el mandato preciso que le da la Constitución. La Secretaría de la Defensa perdió, y se convirtió en una secretaría que hace de todo, y que incluso ahora es parte del campo de los negocios privados.
Desde los primeros dos años, a los generales con los que he podido dialogar les ha quedado claro que el general Sandoval no estuvo a la altura. Ha actuado como un empleado del presidente y no como un militar institucional. A partir de entonces su análisis se hizo cada vez más crítico, siempre con base en una visión informada que se propone ser objetiva. Para ellos su máximo orgullo es ser "generales de la República", siempre dispuestos a defenderla. Desde ahí, siempre más allá de simpatías o antipatías personales, es desde donde hacen su análisis crítico.
Consideran que el general Sandoval se somete al comandante en jefe en detrimento de la institucionalidad del Ejército como órgano del Estado mexicano. En su concepción de la doctrina militar, el cumplimiento irrestricto a la Constitución está por encima de las órdenes del comandante en jefe y piensan que en la actual gestión la Sedena el ejército ya no es lo que era antes, tanto en su concepción como en su modo de acción, que se ha extraviado el centro de su misión histórica, la razón para lo que fue creada, que es la garantía de la seguridad nacional, la defensa de la Constitución y la democracia. Su identidad histórica se ha distorsionado.
A partir de esa distorsión, el Ejército asume una serie de responsabilidades y actividades que lo convierten en una institución "mil usos", al servicio discrecional del comandante en jefe. Su misión se ha desdibujado y tiene asignadas más de 250 tareas. Ahora, dicen, la Sedena es una oficina de la presidencia de la República al mando directo del comandante en jefe, no del Secretario de la Defensa, que la utiliza como más le conviene en el marco de sus planes y proyectos personales. En los hechos, su nueva concepción e identidad es la de una super secretaría que funciona como un comodín. El Secretario de la Sedena es sólo un operador de su superior jerárquico, el general de cinco estrellas.
El Ejército en las tareas de los civiles
Los altos mandos con los que platiqué no están de acuerdo en que militares activos asuman cargos en la administración pública, para dedicarse a tareas que deberían estar en manos de civiles. El expresidente utilizó a los militares para poder sacar sus proyectos "estrella”.
Una importante cantidad de integrantes del Ejército ahora realiza muchas tareas, que van desde construir bancos, aeropuertos y vías férreas, hasta administrar aeropuertos, aduanas y centros de migración. Esto distorsiona, dicen, las funciones propias del instituto armado.
Tampoco están de acuerdo en que el Ejército se comprometa en negocios privados. Como hombres informados conocen muy bien la historia de los ejércitos de Centroamérica y de Sudamérica que están metidos en negocios. La corrupción campea y México no es la excepción. La corrupción es el mayor enemigo que pude tener el Ejército. Los militares deben mantenerse alejados, al margen, de actividades que puedan prestarse a la corrupción. Los negocios propios abren el espacio para que ésta se pueda dar. Hablan de datos que demuestran cómo ya está sucediendo eso.
El expresidente despreciaba al Ejército
Los altos mandos con los que conversé coinciden en señalar que el expresidente despreciaba a su institución. A lo largo de toda su vida política siempre tuvo una posición en contra del Ejército, al que descalificaba e incluso agredía. Están seguros que ésta sigue siendo suposición. Ya en el poder supuestamente la cambió, pero sólo para aprovecharse de la institución y de sus capacidades, para lograr las obras que se había propuesto (cosa que realmente no logró). Una vez que había ganado la presidencia vio que la única institución del Estado, que por su disciplina y capacidad, podría sacar adelante lo que se proponía, en aras de su proyecto, era el instituto armado.
De uno de los diálogos que sostuve con altos mandos del Ejército y la Marina, tuve la oportunidad de conocer algunos de sus principales malestares. Intento ser fiel a lo que me dijeron:
Existe una importante carencia de materiales e insumos para realizar su trabajo. Ahora en esas dependencias se maneja mucho dinero, pero es para otras obras y no para fortalecer a la institución.
La única manera de recuperar los espacios del territorio que se han cedido al crimen organizado es con el uso de la fuerza militar. Si se quiere que el Estado vuelva a tener el control eso representa un costo de vidas, en el corto plazo, pero no hay otro camino.
En el Ejército y la Marina, las armas, los equipos y los vehículos de transporte y de combare tienen una obsolescencia de más de cuarenta años. Es un peligro que se sigan utilizando. Me dicen que: “un día en un desfile se va a caer uno de los obsoletos aviones F5 sobre la gente". Es urgente la renovación de todos los equipos y vehículos.
Es necesario que quien esté a cargo del gobierno, entienda muy bien la diferencia entre Seguridad Nacional, Seguridad Interior y Seguridad Pública. El actual gobierno de la República no la tiene clara y es el origen de decisiones equivocadas, que han tenido costos muy altos.
Es necesario un acuerdo de seguridad de América del Norte. Esto implica, entre otras cosas, que Canadá, Estados Unidos y México se pongan de acuerdo en definiciones de conceptos clave, que ahora son distintos. Un ejemplo, que tiene implicaciones, son las definiciones de terrorismo y terrorista. No coinciden.
Todos éstos son puntos de vista personales de un tema que considero fundamental en el marco de la militarización que vive el país bajo el impulso del expresidente López Obrador. Los artículos que reúno en el libro que abre con este texto fueron publicados originalmente en nexos, Animal Político y otros en la revista Etcétera, de 2020 a 2024. En algunos casos, hice modificaciones menores y algún añadido a la versión original. Hago votos para que, así reunidos, sirvan para dejar registro de los atropellos que el expresidente López Obrador cometió respecto de las Fuerzas Armadas.