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13 Octubre 2024, Puebla, México.

El segundo día del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles / Kathya Millares-Revista Nexos

Gobierno | Crónica | 23.MAR.2022

El segundo día del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles / Kathya Millares-Revista Nexos

Texto publicado originalmente en Revista Nexos

 

El segundo día del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles 

 

Kathya Millares / Editora en Revista Nexos

 

Hoy es 22 de marzo de 2022. Ninguna fecha especial en el calendario mexicano. Ayer, sin embargo, hubo doble festejo en el país: se recordó el natalicio de don Benito Juárez (este nombre invita a la solemnidad) y se inauguró el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (otro personaje histórico recurrente en los discursos del presidente López Obrador).

El primer día del AIFA se vivió a lo grande. El presidente salió de Palacio Nacional diez minutos después de las cinco de la mañana y aseguró que llegó poco antes de las seis al aeropuerto. Más tarde dio su conferencia matutina. Dos horas en las que se revisaron primeras planas de periódicos, se soltaron descalificaciones hacia los medios, se comentaron tuits de un youtuber, se dieron cifras sobre el nuevo aeropuerto y se dijeron reconocimientos que sonaban más bien a aplausos. Después, la visita a la torre de control, el rechazo a un chiste y los arcos de agua para los aviones. Sonaron las voces de orgullo: “¡Es un honor estar con Obrador!”. Por los pisos recién encerados iban y venían legisladores, gobernadores, empresarios y otros invitados especiales. Hubo jóvenes músicos que viajaron desde Oaxaca. Más discursos y más halagos: el presidente sólo como testigo (recuerden la veda electoral). Develaron una placa y se entregó una moneda conmemorativa. Y luego a pasear por todo el edificio, a conocer los baños y a comer una tlayuda.

Eso fue ayer. El viaje de hoy a Santa Lucía, sin el fervor de la fiesta y sin las bondades del día feriado, exige cierta templanza y varias consideraciones. Primero, haber indagado desde la semana pasada en periódicos, noticieros y cuentas de redes sociales la información disponible sobre “las rutas y puntos de conexión” anunciados por el gobierno. Las empresas de autobuses y aerolíneas titubeaban al solicitar estos datos. “Todavía no tenemos registrada esa información; le sugiero que esté pendiente de los avisos en nuestras redes sociales”; “Por favor, regálenos una llamada mañana”. El mismo día de la inauguración comenzaron a circular poco a poco los detalles. Segundo, elegir el punto de salida más cercano. En este caso: la Central de Autobuses del Sur (Taxqueña). Tercero, calcular el tiempo de traslado desde Tláhuac.

 

Por ahora, la empresa ETN sólo tiene programado un traslado desde Taxqueña hasta el AIFA. No hay otra opción: hay que viajar a las siete de la mañana, sin importar si el vuelo sale a las once de la mañana, al mediodía o a la una de la tarde. Así que para llegar a tiempo, es necesario tomar un microbús a las cinco y media de la mañana. Sin retraso, pues la avenida Tláhuac ahora tiene un metro que no funciona, un servicio de Metrobús, camiones y trolebús que se satura, más la carga de motos y automóviles que también intentan salir de esta zona.

En la base del microbús sólo hay una fila de ocho personas, no hay transporte. Todos están en la orilla de la banqueta, cuidan no recargarse en el altar a la Virgen de Guadalupe. Se distingue la luz de unos faros y la fila comienza a apretarse. A esta hora no hay quien anuncie la ruta, el ascenso es rápido. Todos traen las monedas en la mano. No hay manera de guardar sana distancia, pero sí se ajustan el cubrebocas. Al arrancar, la luz se apaga; hay quienes se acomodan en el asiento y aprietan con los brazos su mochila para iniciar otro ciclo de sueño. Se concentran los perfumes y el olor de la crema para peinar de las mujeres que aún traen el cabello húmedo. Los madrugadores de avenida Tláhuac corren para alcanzar un microbús o se amontonan en las paradas del Metrobús, que antes eran las de la Línea 12. Es la hora en la que las panaderías no están abiertas, pero los puestos ambulantes de café, tacos de guisado, tamales fritos, gelatinas, jugos y otros alimentos para el desayuno ya están alumbrados por focos. La penumbra hace que el camino parezca monótono, salvo por el ruido de los motores de los autos o por la fricción de las motos. En Periférico, la gente se amontona. De ahí, el camino es más o menos tranquilo hasta Culhuacán. Luego, el puente elevado, que muestra otra parte del rumbo en el que los comercios dominan, pero no dan servicio todavía. El sol anda perezoso y la baja temperatura se siente en las piernas: 14 grados centígrados. En la Voca 13, los alumnos anticipados se recargan en las rejas pintadas de color Politécnico o caminan a una tienda cercana para comprar café. En las puertas de los transportes públicos va gente colgando. Muchos pasajeros bajan en el cruce de Taxqueña con Miramontes, los que quedan llegan hasta la estación del metro.

El microbús entra a las 6:23 horas en el paradero. Lo que sigue es andar hasta la estación del metro, subir unas escaleras, avanzar por un pasillo sobre los andenes, seguir por un corredor comercial, bajar otras escaleras, sortear otros puestos de comida con olor a salchicha frita, atravesar una calle y entrar a la central camionera. Suena largo, pero sólo lleva seis minutos.

En el mostrador de ETN confirman que la salida del camión hacia el nuevo aeropuerto será a las siete y que no hay otra corrida programada. Lo que sí hay es un viaje de regreso a las 12:30 horas. Sólo queda sentarse en la sala de espera. “Ahí van a indicarles el momento para abordar”. En un pequeño cubo delimitado por paredes de cristal hay nueve personas; algunas llevan maletas que les llegan casi a la cintura y otras cargan con equipaje mediano o un costal. Suena cómo sellan cajas con cinta adhesiva; en la televisión dan el pronóstico del tiempo; los torniquetes giran (la jaula de un perro se queda atorada). Los camiones van hacia Iguala, Chilpancingo, Acapulco-Papagayo. A las 7:02 alguien pregunta: “¿Ya va a salir el camión hacia el Felipe Ángeles?”. “En un momento los llamamos, por favor”, responde una de las encargadas de la taquilla. Once minutos después anuncian el abordaje. El proceso es el habitual (pospandemia): “Voy a tomarle la temperatura; le obsequio un poco de gel; permítame ver su boleto”. Al abordar, sólo se ocupan nueve lugares de los 34 que tiene el camión. Algo extraño, pues un día anterior el sistema electrónico indicaba que sólo quedaban seis asientos disponibles. Antes de salir, la misma persona que revisó que nadie tuviera la temperatura elevada, avisó que se haría una parada en la central camionera del norte. Hubo un par de voces de queja.

Fotografía: Kathya Millares

Fotografía: Kathya Millares

El camión salió a las 7:18 de Taxqueña con la encomienda de llegar a las 9:30 hasta Zumpango. Siguió por calzada de Tlalpan y tomó Río Churubusco, inconfundible por sus camellones amplios y puentes peatonales en zigzag. A las 7:39 se asomó el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Después, los letreros de la Línea B. Por la ventanilla se observan plazas comerciales con la fachada maltratada, cines abandonados, bolsas negras de basura y árboles secos. En la avenida Central se enfilan lavanderías, hoteles de paso, casas a medio construir, negocios de venta de autos dañados. Se impone el Río de los Remedios con sus aguas verdes y todo tipo de basura. Después del Centro de Mando y Comunicaciones del Estado de México, más tiendas departamentales. Y luego vienen las hileras de unidades habitacionales en tonos ocres y con sus antenas de televisión color rojo o gris. Hay obras viales sin terminar. Aparecen terrenos baldíos con hierba seca muy crecida. Los “Amigos de Tecámac” colocaron un anuncio espectacular que dice: “Bienvenidos y gracias a ya sabes quién por el AIFA y la modernización de la México-Pachuca”. El paso por la caseta es rápido. Pronto aparece un letrero de Tecámac. Más adelante, el camino de San Jerónimo Xonacahuacan.

Comienza la cuenta regresiva de kilómetros para llegar al aeropuerto. Hay hileras de lámparas de luz solar, terrenos estériles con cascajo, casetas del destacamento de seguridad. Están la terminal de combustibles, los servicios aeroportuarios, puestos de vigilancia de la Policía Militar. Se asoma la glorieta con la estatua ecuestre del general Felipe Ángeles con banderas y bancas alrededor. También le pusieron su nombre a la Central de Cogeneración. El estacionamiento de empleados es la señal de que por fin se ha llegado al edificio principal. Son las 8:53.

En el primer piso, frente a las taquillas de autobuses, Esmeralda barre con cuidado el polvo. Lleva un año haciendo tareas de limpieza en el AIFA. Después de la inauguración le ha tocado dedicarse a los pisos, vidrios y baños. Mientras explica esto, se acerca su supervisor y le pide: “Ahorita que termines, quitas toda la pintura que haya salpicado en las taquillas; deben quedar listas”. Asegura que esta obra ha sido una gran oportunidad para ella, pues durante la pandemia perdió su empleo. Su hijo, quien era ayudante general y a quien despidieron en enero, le avisó que estaban contratando a muchas personas. La única desventaja que manifiesta es el transporte para llegar aquí. Ella vive en Sierra Hermosa; tiene que tomar una combi que hace media hora hasta la puerta en donde otro camión recoge a los empleados del aeropuerto. Su horario es de siete de la mañana a cuatro de la tarde, con el intermedio de comida a la una. El sueldo le parece justo: 1800 pesos más un bono por puntualidad y asistencia, en total recibe 2170 pesos a la semana. Dice que le comentaron que tendrá trabajo otros dos meses.

Antes de entrar al edificio de salidas y llegadas, el señor Noé y la señora Alejandra van admirando cada detalle de la construcción. Ella arrastra una maleta y él graba con una cámara pequeña que se colocó en la muñeca. Son dos de los pasajeros que salieron desde la estación Taxqueña. Van a tomar uno de los vuelos que sale hoy desde Santa Lucía. Su hijo les regaló un viaje a Cancún por cumplir 50 años de matrimonio, pero lo habían pospuesto: “El año pasado no se pudo por la pandemia”. Salieron a las seis y media de la mañana desde Cerro de la Estrella, en Iztapalapa, y a las nueve ya están haciendo algo que habían planeado: “Queríamos conocer el aeropuerto, caminar, recorrerlo […] Qué impresionante es. Me imagino que con tanto terreno van a hacer un vergel, un bosque”, dice el señor Noé. El rumbo de Zumpango no es desconocido para ellos, pues es su ruta habitual para ir a Hidalgo. El señor Noé relata que en la conferencia matutina se enteró de las rutas de transporte privado, así que ayer fue a la central de Taxqueña a pedir informes. El único inconveniente es que olvidó comprar su boleto: “Me arriesgué a dejarlo para hoy”. “Le dije que cómo era posible que hubiera hecho eso, si ya estaba allá”, completa entre risas la señora Alejandra. Otra alegría que sumaron fue que al mostrar su credencial del Inapam les descontaron el 50 % de los 90 pesos que cuesta cada pasaje.

El edificio que ayer estaba abarrotado de funcionarios, invitados especiales y visitantes hoy luce sin espíritu. Hay botes de pintura en uno de los muros del primer nivel, cerca de la puerta de las llegadas internacionales (tal vez porque aún falta tiempo para que se use); las escaleras eléctricas están apagadas; en la cafetería que ayer obsequió bebidas no hay empleados preguntando el nombre del cliente para escribirlo en un vaso, sólo se mueven los globos dorados y plateados y las flores se marchitan. Las bandas del equipaje de interconexión no se mueven. Si alguien quisiera rentar un “auto pequeño”, el servicio cuesta 1500 pesos el día y se tiene que devolver en este aeropuerto o dejarlo en el de la Ciudad de México. En el mostrador de los taxis que ayer tantos comentarios provocaron, una de las encargadas comenta que no tienen disponible en ese momento la tarifa hasta Tláhuac, pero “al Benito Juárez sale en 680”. También explica que los Taxal pertenecen a habitantes de la comunidad indígena Xaltocan, afectada por estar a dos kilómetros de distancia del aeropuerto. “Nos afectó por los terrenos, el ruido y el polvo”. Pero, a la vez, destaca que el AIFA “genera trabajos, fuentes de ingreso para la comunidad y para el municipio”. Y otro detalle: como ellos mismos son los permisionarios, no tienen un horario de trabajo.

El logotipo del aeropuerto es lugar obligado para tomarse un retrato. Los baños del piso de salidas ya tienen agua y los motivos olmecas y mayas siguen llamando la atención de niños y adultos. En el mirador los empleados van y vienen con distintas herramientas y materiales. Otros siguen ajustando elevadores. El hambre se manifiesta, pero el restaurante anunciado en el directorio aún no funciona. Un empleado no mayor de treinta años da un consejo: “Si quiere comer algo, vaya al comedor de empleados. Está allá abajo, enfrente de la central de camiones. Baje por las escaleras, cruce el pasillo (andador cultural) y ahí pregúntele a otro”. El otro guía dijo que era mejor bajar una rampa del estacionamiento, luego subir otra y de ahí cruzar hasta el comedor. La ubicación exacta: Frente 6 estacionamiento AIFA. Ahí hay una pequeña construcción a la que agregaron unas escaleras de madera que llevan al primer nivel. A las diez de la mañana hay pocos clientes. Están cómodos en las mesas y bancas de madera. Los manteles son de plástico con un patrón de cuadros azules y blancos. Como “el producto no ha llegado”, las opciones para esta mañana son torta o sándwich de huevo, torta de salchicha, chilaquiles con pollo o con huevo, omelet, yogur, galletas de chocolate, agua, refresco, té, café, licuados y jugos embotellados. Para la botana hay bolsas de frituras de harina con chetos (de venta a granel), a 20 pesos. Los vasos de plástico, que es común comprar con las botellas de refresco de dos o tres litros, cuestan un peso. Angélica, la encargada de la caja, dice que diario atienden un promedio de trescientas personas y la carga de trabajo de la cocina se divide entre cuatro. Al principio, explica, “venían obreros, pero con la inauguración ya vienen policías, militares y civiles”. Sin dudarlo, responde que lo más solicitado son los chilaquiles y la torta de milanesa. Si usted quiere probar el menú (58 pesos), debe apartarlo temprano, aunque esté disponible a partir de la una. La oferta de este martes es tortas de carne en salsa verde o pollo en guajillo con champiñones, con consomé de pollo, arroz blanco, frijoles, agua y tortillas.

Fotografía: Kathya Millares

Fotografía: Kathya Millares


De regreso al edificio terminal, se nota que los pasajeros que toman su avión al mediodía ya andan reconociendo el lugar. Hay dos mujeres y un hombre manejando pulidoras de pisos. Del Salón Oficial salen militares cargando en la espalda las sillas de la ceremonia de ayer, otro trae en cada mano una bolsa con las fundas blancas que las cubrieron. La fiesta se acabó.

Es momento de tomar el transporte de regreso a la Central de Autobuses del Sur. Ahora ya funciona el escáner que estaban probando para el control de seguridad de la sala de espera de la central de camiones. Son cinco pasajeros. La salida es a las 12:38, ocho minutos después de lo que dice el boleto.

Por el camino van quedando personas vestidas con pantalones de mezclilla, sudaderas, con gorro, chalecos de colores neón, cascos amarillos, cubrebocas obligatorio y botas de trabajo rudo. Rostros quemados por el sol y cubiertos de polvo. De nuevo, por aquí y por allá, herramientas, tubos grandes de plástico, vigas de metal, cables para la electricidad, carretillas, plantas que apenas se van a colocar en los jardines. Más adelante, el camino se desdibuja. Es como si pasáramos por un arenero en el que un niño, de manera caprichosa, ha decidido jugar con grúas, camiones de carga, pipas, excavadoras.

El camión avanza, pasa Tecámac, pasa Ecatepec. Vuelve la Línea B y por la ventanilla se observa el Bosque de Aragón. Toma Oceanía, sale en Bolívares y luego da vuelta en Manchuria y Florines. Pasa por el metro Terminal Aérea tres minutos después de las dos de la tarde. Siguen el Palacio de los Deportes y el Autódromo. Va por Río Churubusco y llama la atención una calle llamada Larga Distancia. Toma avenida Cerro de las Torres, luego un tramo de Miramontes y otro de avenida Taxqueña, gira y sale a la calle del Mercado de la Música. Al final, entra en la central camionera a las 2:31 horas.

Falta llegar a Tláhuac. Hay que tomar el microbús. “Súbale, súbale. Culhuacán, Lomas Estrella, Calle Once, Periférico, San Lorenzo”. Dieciséis personas van sentadas y quedan dos asientos libres. Da vuelta en calzada Taxqueña, que ahora es más lenta. Los comercios abrieron; los estudiantes cruzan corriendo; en las esquinas hay puestos de frutas y verduras; hay fila en los bancos; la rosticería no se da abasto. Sorprende ver que en la estación Culhuacán hay dos vagones. Avenida Tláhuac tiene momentos de respiro. Se antoja un agua de coco de Don Coco. No hay sorpresas: Periférico se enreda, lo mismo que las Torres y San Lorenzo. El panteón tiene las puertas abiertas. Los curiosos voltean a ver qué hacen quienes están trabajando en el tramo en donde se desplomó el vagón del metro. El viaje termina a las tres de la tarde con veintiocho minutos.

 

Kathya Millares / Editora en Revista Nexos