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16 Marzo 2025, Puebla, México.

Eulalia Guzmán y la tumba de Cuauhtémoc / Julio Glockner

Cultura | Ensayo | 15.MAR.2025

Eulalia Guzmán y la tumba de Cuauhtémoc / Julio Glockner

Texto leído el 24 de febrero de 2025 en Ixcateopan, Guerrero, en el marco de la conmemoración del V Centenario del asesinato de Cuauhtémoc en 1525

Creo que una palabra bien aplicada a la vida de Eulalia Guzmán es la palabra prodigiosa.

I

Eulalia tuvo una vida intensa orientada por una curiosidad insaciable sobre el pasado de nuestro país, pero también sobre su presente, aquejado por la desigualdad social, la injusticia y la falta de escolaridad. Desde temprana edad se despertó su interés intelectual, su sensibilidad social y su compromiso político con las causas más nobles del pueblo de México. Estos datos biográficos no son secundarios, al contrario, son parte fundamental de su vida y están relacionados, no tengo duda, con la posterior descalificación ideológica y política de sus investigaciones, tanto de su monumental crítica a las Cartas de Relación de Hernán Cortés, como al hallazgo de los restos de Cuauhtémoc aquí en Ixcateopan. Investigaciones que irritaron tanto a los defensores de las versiones hispanistas de la historia de la Conquista, basadas sobre todo en las Cartas de Cortés a Carlos V, que la acusaron, como si esto fuera una falta en su trabajo científico, de comunista, feminista, activista intransigente y hasta de haber perdido la razón. Hoy sus detractores ya no se atreven a utilizar estos términos, ahora se refieren a ella, sarcásticamente, como la “Señorita Guzmán”, tal y como lo hizo Alfonso Caso en su momento. Es evidente que, al referirse a su persona con este término, aparentemente respetuoso, que alude a un estado civil, se borran sus notables credenciales académicas.    

Eulalia vivió 95 años, del 12 de febrero de 1890, cuando nació en el pueblo de San Pedro Piedra Gorda, Zacatecas, (hoy llamado Cuauhtémoc debido a su descubrimiento de los restos del último tlatoani mexica), hasta el 1 de enero de 1985 en la ciudad de México. Fue hija de peones acasillados en una hacienda zacatecana, esto es significativo mencionarlo porque más tarde le proporcionaría la perspectiva revolucionaria que tuvo.

Eulalia Guzmán hizo relevantes aportaciones como pedagoga y promotora de la educación pública en un ambiente de creatividad y libertad, sobre todo con la publicación de su obra La nueva escuela, pero fue además una acuciosa investigadora, tanto en bibliotecas y archivos como en exploraciones arqueológicas, que lograron fortalecer y esclarecer la memoria histórica de nuestro país. Como dije, fue también una tenaz activista en favor de los derechos de la mujer, activismo que tuvo uno de sus momentos culminantes cuando se logró el reconocimiento del voto femenino, en 1953.

Es importante subrayar que cuando ocurrió el descubrimiento de los restos de Cuauhtémoc 1949, las mujeres aun no eran ciudadanas con plenos derechos, esto facilitó el ninguneo del que fue objeto su persona y su descubrimiento. En su excelente libro sobre Cuauhtémoc, Pablo Moctezuma menciona cómo, tanto Ignacio Marquina, director del INAH en aquellos años, como un tal Alfonso Ortega, su secretario, descalificaron de antemano el hallazgo de Ixcateopan. El 14 de octubre de 1949, 5 días después de haber sido formada, la Comisión Marquina-Zavala, encargada de dictaminar la investigación de la maestra Guzmán, dio un veredicto negativo ignorando análisis químicos, biológicos, antropológicos, de mecánica de suelos y de medicina forense y, por supuesto, sin haber venido a Ichcateopan. Fue tan desaseado el trabajo de esta comisión que el arqueólogo Carlos Margain tuvo el prudente profesionalismo de no firmar el documento final diciendo que no tenía datos suficientes para emitir una opinión.[2]    

Cabe mencionar que en ninguna de las tres comisiones negacionistas se invitó a participar a la maestra Eulalia Guzmán, ni se tomaron en cuenta sus refutaciones a estas comisiones y, sin embargo, se tiene la desfachatez de seguirlas mencionando como pruebas irrefutables de la falsedad del entierro.    

Según nos informa la antropóloga Roxana Rodríguez Bravo, a los 14 años inició su carrera como maestra y a los 16 comenzó a participar en varias organizaciones feministas. En 1910 ya se había recibido como maestra en la Escuela Nacional de Maestros y en 1913 tomó un curso en la Escuela Internacional de Arqueología con Franz Boas, el antropólogo más connotado de la escuela culturalista norteamericana. Estudió en Berlín pedagogía, psicología y filosofía y José Vasconcelos la nombró jefa del Departamento de Alfabetización, donde procuró siempre impulsar la educación pública y libre.

En 1930 ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras y retomó su interés por la arqueología titulándose con la tesis “Caracteres esenciales del arte antiguo de México”, libro que antecede a los análisis que más tarde realizará Paul Westheim. En 1934 era jefa del Departamento de Arqueología del Museo Nacional, donde conoció a los hermanos Antonio y Alfonso Caso y éste último la invitó a participar en el proyecto arqueológico de Monte Albán.

Entre 1936 y 1940 fue comisionada para viajar a Europa, donde trabajó en archivos de varios países localizando documentos importantes para la historia de México. Estuvo en Berlín, Viena, Londres, Oxford, Copenhague, Bruselas, Milán, Bolonia y la Biblioteca Vaticana en Roma. Gracias a esta labor se darían a conocer, entre muchos otros documentos, manuscritos de fray Bernardino de Sahagún y las Cartas de Relación de Hernán Cortés, como veremos en seguida.

Las Cartas de Relación:

A Eulalia Guzmán le debemos seguir la pista de las Cartas de Relación de Hernán Cortés, según nos relata en su magna obra Relaciones de Hernán Cortés a Carlos V sobre la invasión de Anáhuac, monumental libro de mil páginas donde analiza minuciosa y críticamente las Cartas de Relación, desmintiendo en innumerables ocasiones los dichos de Cortés, basándose en otras fuentes históricas.   

Voy a relatarles la historia del descubrimiento de estas Cartas siguiendo lo que dice Eulalia Guzmán en el prólogo de esta obra: Resulta que en la segunda mitad del siglo XVIII el historiador escocés Guillermo Robertson insinuaba que la primera Carta de Relación, que en julio de 1519 Cortés envió al emperador Carlos V, podría encontrarse en la Biblioteca Imperial de Viena, puesto que allá residió varias veces el emperador.

Según escribió Pascual de Gayangos en su libro Cartas y Relaciones de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, editado en París en 1866, se buscó la carta en la biblioteca mencionada y no se encontró, en cambio, se descubrió un códice de 325 fojas, 310 escritas y 15 en blanco.

El códice tiene por título: Relaciones de Hernán Cortés y contiene, entre otros manuscritos, la copia de cinco Cartas de Relación de la Conquista de México, que son las siguientes: la que escribieron los oficiales del Ayuntamiento de la recién fundada Villa Rica de la Vera Cruz, antes desconocida, y las cartas segunda, tercera, cuarta y quinta, que escribió Cortés a Carlos V. De éstas, la quinta era también desconocida.

Eulalia Guzmán supone que por orden de Carlos V se reunieron estos documentos para obsequiarlos a su hermano Fernando II de Austria, su sucesor en el imperio, y desde entonces estuvo el códice guardado en la biblioteca privada de los emperadores y luego, en la de la Corte, pero ignorado de los historiadores, hasta que fue encontrado gracias a la insinuación que hizo el historiador Robertson.

Más de tres siglos después, en 1863 o 1864, Francisco José lo obsequió a su hermano Maximiliano de Austria, con motivo de su venida a México en calidad de emperador. Al morir Maximiliano, el volumen quedó aquí y después fue llevado a Viena como propiedad privada por el señor Jesús Zenil, primer ministro de México, ante Francisco José.

Al morir este embajador, sin familiares a su lado, los objetos de su propiedad quedaron en manos de los sirvientes y las Relaciones de Cortés fueron a parar a manos de su cochero. Años más tarde, este hombre, que no comprendía el valor del libro ni sabía de qué trataba, lo ofreció en venta a un empleado de una de las bibliotecas de la Corte, quien intervino para que la Biblioteca Imperial de Viena lo comprara por poco dinero; identificado el libro, volvió entonces a su primitivo lugar.

En otra fuente -continúa la maestra Guzmán- he podido informarme que, en México, Maximiliano obsequió el códice a un eminente historiador mexicano. De manos de éste pasó a las de don Alfredo Chavero, quien, según parece, años más tarde lo obsequió, a su vez, al entonces presidente Porfirio Díaz. Reanudadas las relaciones entre México y Austria, el general Díaz puso el códice en manos del ministro mexicano que envió a aquel país con el fin de que lo obsequiara, en su nombre, al emperador. La entrega no se llevó a cabo, como he dicho, debido a la muerte del ministro.

Veamos ahora el destino del libro crítico de Eulalia Guzmán sobre las Cartas de Relación de Hernán Cortés, pues me parece que aquí reside una de las razones más poderosas para negar posteriormente su hallazgo de los restos de Cuauhtémoc.

Escribe doña Eulalia lo siguiente:

"Durante el invierno de 1936-1937, en que por comisión de la Secretaría de Educación Pública estuve trabajando en los manuscritos mexicanos que se guardan en la Biblioteca Nacional de Viena, tuve oportunidad de examinar detenidamente el códice, y, en primer lugar, las copias de las cinco Cartas de Relación; del cotejo que hice de ellas con las impresas en la edición de Gayangos, y en vista de los múltiples errores de copia que ésta contiene, me pareció que era necesario publicarlas nuevamente. Mandé sacar copia fotográfica en micropelícula del códice, de la que me he servido para hacer la paleografía de la presente edición, la cual he preparado por orden del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México."

El trabajo paleográfico que realizó la maestra Guzmán fue enriquecido, para fortuna nuestra, con un inteligente y bien documentado cotejo de las Cartas de Relación de Hernán Cortés con otras fuentes históricas, estas fuentes son, dice la autora, “exclusivamente las narraciones de testigos de la Conquista, o de personas que de estos testigos recibieron información”.

El resultado de este minucioso y arduo trabajo fue una edición crítica en la que se cuestiona seriamente, con sólidos argumentos, la veracidad de lo dicho por Hernán Cortés. No obstante, esta obra ha sido ignorada, ya sea por negligencia o por no convenir a la narrativa hispanista de la Conquista de México. 

Veamos las dificultades que encontró Eulalia Guzmán para publicar esta magnífica obra, en la que trabajó siete largos años, pues me parece que en este libro se encuentra el fondo político de la descalificación que más tarde tendría el hallazgo de los restos de Cuauhtémoc en Ixcateopan. Digo el fondo político porque el libro muestra, paso a paso, las mentiras y distorsiones de Hernán Cortés en las Cartas a Carlos V, según su propia conveniencia. Falsedades y versiones a modo que se han venido repitiendo durante siglos, tanto en la educación básica como entre los académicos de alto nivel que han leído estas cartas acríticamente, como si de una fuente de información verdadera e incuestionable se tratara. Entonces el libro de Eulalia Guzmán, que se puede encontrar hoy en formato digital, es un duro golpe a la versión hispanista de la Conquista, algo que resultó inadmisible en su época y, todo parece indicar, continúa siendo inadmisible en ciertos sectores de la academia.

Escuchemos cómo relata la propia maestra Guzmán lo que sucedió con su libro:  

La historia del libro

“Iniciado el trabajo de paleografía del manuscrito de Viena, en la segunda mitad del año de 1940, me dediqué en cuerpo y alma a la crítica mediante laboriosa investigación y la terminé en 1947. Había emprendido el trabajo por encargo del doctor Alfonso Caso, entonces jefe del INAH, para publicarse después, pero al terminarlo, de sólo una obra bien paleografiada, se había convertido en edición crítica; la jefatura del Instituto estaba en manos del arquitecto Ignacio Marquina y al entregarle el trabajo me advirtió que por ese año no había presupuesto para este libro; que me dirigiera al Fondo de Cultura Económica”. Debo recordar que Ignacio Marquina formó parte de una de las comisiones que más tarde descalificaron las investigaciones de Ixcateopan.

“Al entregar el libro en el Fondo de Cultura -continúa Eulalia Guzmán- fue un español quien se encargó de revisar mi trabajo. Al principio se acogió con gusto la idea de la publicación; fui entregando, primero, el plan de la obra, luego los textos, notas de pie de página, etcétera, y al final las notas de rectificación a Cortés. Entonces se me dijo que no se podía publicar allí el libro por ser una obra crítica ¡demasiado bien hecha! Tengo en mi poder la breve correspondencia que cambiamos el director de la editorial y yo. De ella saqué copias y las mandé a más de 20 personas bien conocidas en México y al licenciado Manuel Gual Vidal, entonces secretario de Educación Pública, correspondencia que explica por sí sola por qué no se publicaba la obra.

“El señor secretario se interesó en el asunto y encargó al licenciado Guillermo Héctor Rodríguez, que era director del Departamento de Investigación Científica de la citada Secretaría, que se informara conmigo de la cuestión. Las cosas caminaron hasta formularse un proyecto de contrato y dictar el acuerdo del secretario para que el Departamento de Publicaciones de la Secretaría tomara a su cargo la edición, mediante mi conformidad y firma. El entonces jefe del citado departamento me llamó, como decía el acuerdo, me pidió la información necesaria y cuando supo que se trataba de una edición crítica con notas de rectificación a lo dicho por Cortés, me pidió ejemplos. Le di dos: la prisión y la muerte de Motecuhzoma. Me preguntó con enérgico tono si me hacía responsable de lo que yo decía; le contesté: ‘No, porque no vi la conquista; pero cito a los que la vieron, con indicación del libro, tomo, capítulo, página y edición, donde lo dicen’. Me respondió: ‘Pues mientras yo esté aquí no se publicará en este departamento un solo libro que hable mal del hombre a quien más admiro, que es Cortés’.

“Solicité audiencia al señor secretario del ramo; esperé mucho. Vi entrar y salir a los señores jefes respectivos del INAH y del departamento citado. Advertida de que fuera breve, cuando entré, que fue al último, dije: ‘Señor, en ese Departamento no se va a publicar el libro; le ruego reiterar su acuerdo o cambiarlo de Departamento’. La respuesta fue rápida: ‘Es que para ese libro no hay presupuesto’. Entonces pedí autorización para publicarlo por mi cuenta y se me concedió.

“El doctor Alfonso Pruneda, enterado del caso, me prometió llevar el asunto a la Universidad; accedí escéptica. Di copia del plan del libro. Se me contestó afirmativamente por el rector, doctor Luis Garrido, a condición de cumplir un requisito: poner el libro en manos del grupo que dirigía el Instituto de Investigaciones Históricas, para su aprobación. Dicho grupo estaba integrado por un honorable personaje de aspecto aristocrático que se honra en ser primo político del Duque de Alva; otro, era presidente de la Sociedad Cortesiana; un tercero se jactaba de ser descendiente de Cortés y de la Malinche, y el último, era un ardiente admirador de Cortés, que había intervenido en el descubrimiento de los restos del conquistador.

“Me negué, por razones obvias. Unos amigos míos me sugirieron una colecta entre ellos; en aquel año de 1949, la edición de 2 000 ejemplares en dos volúmenes de 500 páginas cada uno, incluyendo prólogo, mapas y anexos, costaba poco más de 10 000 pesos. El general Cárdenas me prometió su ayuda.

“Pero he aquí que hacia el 8 de febrero de ese año apareció en El Universal una noticia pequeña en espacio: habían aparecido dos documentos en Ixcateopan, Guerrero, en que se decía que la tumba de Cuauhtémoc, último rey y señor de los mexicanos, se encontraba bajo el altar mayor de la iglesia de aquel lugar. Iniciada desde luego la polémica acerca de la validez de aquellos documentos, el arquitecto Marquina, jefe del INAH, me comisionó para ir a Ixcateopan, examinar los papeles y dictaminar sobre su validez. El día 17 marché a aquel lugar, y a partir de entonces me entregué a otra investigación, auxiliada por el señor Salvador Rodríguez Juárez, poseedor de los documentos que tratan de la tradición referente a Cuauhtémoc y por la señorita Gudelia Guerra. La investigación terminó felizmente con el descubrimiento de la tumba que contenía los restos del héroe, en el lugar señalado, el 26 de septiembre de 1949. Al descubrimiento siguió la polémica sobre la autenticidad de los restos hallados, y los intentos de publicación de las Cartas de Relación de Hernán Cortés quedaron en suspenso…

“En noviembre de 1956 conocí al doctor en derecho Ignacio Romerovargas quien estaba preparando la edición de su tesis doctoral Organización Política de los Pueblos de Anáhuac. Se informó de mis trabajos y me propuso la edición de las Cartas de Cortés; le advertí de las posibles dificultades para encontrar editor que quisiera afrontar la tarea y entonces decidió fundar su editorial para publicar tanto su libro como el mío y otros de carácter histórico acerca del antiguo México o Anáhuac.

“Desde luego emprendí nuevamente la revisión de las notas y con las luces que me proporcionó su libro, vi claro en muchos vacíos históricos de aquella época, cosa que me fue de gran utilidad para mi objeto, y gracias a lo cual he llevado la crítica más lejos de lo que antes me había sido posible. Gracias a él ha sido posible la edición de la obra y le estoy profundamente agradecida”.

Hasta aquí las palabras de Eulalia Guzmán y de ahí la importancia de los libros de Pablo Moctezuma y de Jorge Veraza, cuyos análisis, además de reivindicar las investigaciones de la maestra y su equipo, posicionan la figura de Cuauhtémoc como símbolo de la resistencia indígena de ayer y de hoy.

No se trata de reivindicar un nacionalismo hueco y patriotero, como pretenden hacer creer los detractores de la maestra Guzmán, se trata, por un lado, de reconocer la importancia histórica, hace 500 años y hoy mismo, de un hombre que se opuso a una invasión despiadada en nombre de Dios y el rey de España, y, por otra parte, se trata de que la ciencia mexicana pueda por fin establecer una verdad definitiva, pues hasta ahora NO se ha hecho, acerca de si los restos mortuorios que reposan aquí en Ichcateopan son o no los del último tlatoani azteca.

Las tres comisiones del INAH que en 1950-51 y 1976 examinaron las investigaciones de la maestra Guzmán, lo hicieron sin su presencia, lo hicieron sin escuchar sus argumentos ni los de su equipo, integrado por una veintena de científicos integrado por antropólogos, criminalistas, geólogos, químicos, arqueólogos, arquitectos, paleógrafos e historiadores.

La disputa, científica e ideológica se prolongará seguramente por tiempo indefinido. Es cada periodo histórico de esta disputa hubo y habrá un posicionamiento político que respalda lo que el esqueleto representa simbólicamente:

Por un lado, la persistente resistencia indígena y la defensa de sus derechos colectivos; por el otro, la derrota y el sometimiento definitivo de los indios. Es decir, estamos ante un caso de eficacia simbólica con implicaciones políticas: 

1.- En el primer caso, la resistencia encuentra en estos restos un sostén material que refuerza la memoria y las acciones colectivas y reafirma su cobarde e injusto asesinato en lo profundo de la selva. Simultáneamente, reivindica la actuación rebelde e intransigente de Cuauhtémoc ante el invasor y se convierte en un emblema de la lucha de los pueblos originarios por sus legítimos derechos.

2.- En el segundo caso, negar que los restos son de Cuauhtémoc, apuesta al olvido, al desvanecimiento de la memoria colectiva y, por lo tanto, a una derrota simbólica que subestima, implícitamente, la resistencia y la secular lucha de los pueblos indígenas.  

Sin dejar de atender a la veracidad de los argumentos y a las pruebas científicas, el nuevo periodo histórico en que vivimos deberá asumir la responsabilidad de reconocer si ese esqueleto es o no el del último tlatoani azteca.

II

Se ha vuelto costumbre en algunos sectores de la academia subestimar la tradición oral como si no tuviera valor alguno, como si fuera mera invención producto de la imaginación individual o colectiva y, en consecuencia, es considerada como una narrativa fantasiosa y falsa.

Este exclusivo y limitante apego a la letra escrita, cancela la posibilidad de comprender y obtener información de la tradición oral, que es una rica fuente de conocimientos ancestrales que se nutren de la memoria personal, familiar y comunitaria que nos ha proporcionado saberes seculares, en muchos casos tan precisos como los textos impresos, en varios campos del conocimiento humano, desde técnicas de producción agrícola o artesanal, cría y domesticación de animales, técnicas de caza y pesca, conocimientos de herbolaria, medicina, astronomía, mitología e historia. Es absurdo pensar que la historia humana, sus conocimientos y saberes, comienzan con la escritura. Y, sin embargo, algunos lo piensan o, al menos, actúan como si eso pensaran.

Durante la mayor parte de la historia humana -dice con toda razón Enrique Florescano- los conservadores de la memoria colectiva fueron los cabezas de familia, los dirigentes de la tribu o los calpullis, los sacerdotes de los templos y los gobernantes de la ciudad. Durante cientos y miles de años la transmisión de la memoria se hizo a través de los ritos y el relato oral. A lo largo de estos siglos la memoria histórica se conservó gracias a la transmisión oral, que era la depositaria de los saberes ancestrales y conforma lo que hoy denominamos patrimonio cultural intangible.

El relato de los hechos más relevantes se concentró, entonces, en los acontecimientos que sustentaban la vida colectiva y que proporcionaban unidad e identidad al grupo. No se trata, por supuesto, de cualquier relato, ni que lo transmita cualquier persona, sino aquella a la que se le reconoce autoridad moral y credibilidad por parte de quienes escuchan la narración.

Ahora bien, esa tradición oral tuvo aquí, en Ixcateopan, también un respaldo escrito en papel. Se trata de los documentos examinados minuciosamente por la maestra Eulalia Guzmán a partir del 17 de febrero de 1949, atendiendo a la encomienda que le hiciera Ignacio Marquina, entonces director del INAH.

Después de cuatro días de haber analizado su escritura, su redacción, sus equivocaciones, sus enmendaduras y su contenido histórico -dice la maestra Guzmán- me pareció que aquellos documentos eran copia de algún documento antiguo hecha por una persona rústica y semialfabetizada. En su informe del 28 de febrero a Marquina sugería que debía buscarse ese “probable original”, desaparecido hasta la fecha.

Como sabemos, esos documentos mencionan que los restos de Cuauhtémoc se encontraban sepultados bajo del altar de la iglesia de Santa María de la Asunción aquí en Ixcateopan. Los detractores de Eulalia Guzmán siguen diciendo hasta hoy que estos documentos son apócrifos, que son producto de la invención de don Florentino Juárez. No han leído, y les recomiendo mucho que lo hagan, el texto del eminente historiador Luis Chávez Orozco, titulado “Don Florentino Juárez no pudo ser el creador de la tradición de Ichcateopan acerca de los restos de Cuauhtémoc”, escrito en 1950 e ignorado una y otra vez por las Comisiones del INAH, que estaban obligadas a hacerlo si hubieran trabajado con la seriedad que el caso requiere. El texto de Chávez Orozco aparece en uno de los apéndices del libro de Jorge Veraza.      

Para aclarar el enigma de aquellos documentos Eulalia Guzmán se dio a la tarea de entrevistar y conversar con los ancianos del pueblo, es decir, escuchó la tradición oral de Ixcateopan utilizando una de las herramientas más importantes de la investigación etnográfica, la entrevista abierta o semiestructurada. 

El trabajo de Eulalia Guzmán, de febrero a agosto de 1949, consistió, entonces, en cotejar lo que decían esos documentos con la tradición oral que se había transmitido de generación en generación, y descubrió que ambas fuentes, la escrita y la oral, coincidían en señalar el mismo lugar como el repositorio de los restos mortuorios del último tlatoani mexica.

Sin embargo, poseer esta información, tanto oral como escrita, no garantizaba de ninguna manera su veracidad, pues al fin y al cabo no se trataba sino de relatos provenientes de distintas memorias.

Faltaba entonces lo esencial para dar legitimidad tanto al documento escrito como a la tradición oral y cumplir con una regla de primera importancia tanto en la investigación histórica como en la etnográfica, esta regla establece que una afirmación no tiene derecho a producirse sino a condición de poder ser comprobada. Entonces había que dar el siguiente paso y Eulalia Guzmán lo dio al iniciar la excavación en el templo, donde, para su sorpresa y la de todo mundo, se encontraron efectivamente los restos que, como se demostraría mediante múltiples pruebas científicas, son los de Cuauhtémoc, el joven abuelo, como lo llaman aquí en Ixcateopan.

La correspondencia entre tradición oral, documento escrito y evidencia arqueológica nos da como resultado un testimonio verídico. Sin embargo, quienes en un principio aplaudieron y admitieron su autenticidad, semanas después la negaban dando tumbos lógicos y haciendo suposiciones poco serias en su argumentación, como lo ha demostrado Jorge Veraza en su libro Cuauhtémoc negado, que aun espera una respuesta bien sustentada científicamente por parte de los detractores de las investigaciones de la maestra Guzmán y su equipo, pues hasta la fecha, repito, no o lo han hecho.

Lo que sí han hecho, ya no de manera ofensiva como se hizo en el pasado, sino destilando sutilmente, entre bromas, rodeos e imprecisiones, argumentos poco convincentes que insisten en señalar a la maestra Eulalia Guzmán como una impostora, o, en el mejor de los casos, como una “señorita” sumamente ingenua que se creyó el cuento fantasioso de la tradición de Ixcateopan.           

Desafortunadamente estos académicos, y en particular Eduardo Matos Moctezuma, quien los encabeza, continúan actuando en función de un principio de autoridad, como lo hicieron antes sus maestros, Alfonso Caso, Ignacio Marquina y Silvio Zavala entre otros. Pero el principio de autoridad funciona cada vez menos cuando es endeble en sus argumentos, por muy respetables que sean los foros desde los que se enuncian, y, sobre todo, si no se responde de modo convincente a los contraargumentos que los cuestionan, sino que prefieren ignorarlos, como está sucediendo una vez más.

Todo esto me hace pensar que, si las descalificaciones que se hicieron en el pasado a las investigaciones de Eulalia Guzmán y su equipo fueron, principalmente, de carácter político y no científico, han cruzado las décadas con el mismo ninguneo y repitiendo los mismos argumentos que ya fueron refutados, uno por uno, por la maestra Guzmán sin que se les preste atención. Me hace pensar, digo, que se trata también de razones políticas e ideológicas el ninguneo actual, y si no es así, todos estamos esperando un debate serio, de carácter científico, sobre la autenticidad o no, de los restos mortuorios que se encuentran aquí en Ixcateopan. Esto incluye, por supuesto, que quienes niegan su autenticidad nos expliquen cómo fueron depositados ahí en otra época y de qué manera se ha fabricado esta impostura, que supuestamente ha engañado a tanta gente durante tres cuartos de siglo. Un auténtico espíritu científico debe afrontar y resolver estos retos, dando una explicación coherente y racional a los mexicanos.

 

[1] Texto leído el 24 de febrero de 2025 en Ixcateopan, Guerrero, en el marco de la conmemoración del V Centenario del asesinato de Cuauhtémoc en 1525.

[2] Pablo Moctezuma Barragán, Cuauhtémoc. Águila que retoma el vuelo, 2024, p. 200.