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26 Abril 2024, Puebla, México.

Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el estado posrevolucionario, 1907-1982

Ciudad /Universidades /Cultura | Reseña | 27.JUN.2022

Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el estado posrevolucionario, 1907-1982

 

La comunidad de Chipilo en los años 30 del siglo XX. (Fotografía tomada de El Sol de Puebla, Los tiempos idos.)

Mundo Nuestro. Octavio Spindola Zago, un joven historiador egresado de la BUAP,  ha escristo una obra fundamental para entender de fondo la historia de Chipilo. Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el estado posrevolucionario, 1907-1982 (México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2022, 328 pp.) se propone comprender el proceso histórico vivido por la comunidad de migrantes italianos a partir de su llegada al valle de Puebla en 1882; pero no es un mero relato de la vida de un pueblo extraordinario, el historiador busca responder un cuestionamiento de fondo: ¿cómo se ha construido la identidad de las familias chipileñas a lo largo de más de cinco generaciones de vida en México? Y lo hace a partir del análisis de fenómeno histórico del fascismo en Italia y su repercusión en esta comunidad de campesinos del Véneto en el contexto del Estado mexicano surgido tras la revolución.

Este ejercicio de investigación crítica realizado por Octavio Spindola Zago es, sin duda, una gran noticia para la historiografia poblana en su ánino de construcción de un relato histórico moderno de la compleja trama social de Puebla. Presentamos un fragmento escogido por el autor para su publicación en nuestra revista.

 

 

El siguiente fragmento es un extracto adaptado para Mundo Nuestro de la introducción del libro. Agradezco a Sergio Mastretta por contribuir a la realización de la investigación al permitirme consultar su archivo histórico familiar, así como el interés en divulgar esta obra.

Octavio Spindola Zago

Labor Omnia Vincit. Chipilo, entre el fascismo transnacional y el estado posrevolucionario gravita en la órbita de una pregunta: ¿cómo pervivió la constelación de rasgos identitarios característicos de los chipileños, en tanto otras colonias italianas en México no experimentaron un destino similar? O, para expresarlo con términos más prístinos y que dejan descubierto el pliegue de lo aporético, ¿cuál ha sido la historicidad operativa que ha constituido el devenir identitario en la especificidad de los chipileños? La hipótesis que se sostiene en el libro es como sigue: la dinámica identitaria de la colonia de Chipilo no es inmanente a un mentado aislamiento étnico que se presupone simultáneo al establecimiento de los inmigrados en el valle de Puebla, ni responde enteramente al influjo de la violencia en el marco de la guerra civil durante la Revolución mexicana en el valle de Cholula. Por el contrario, considero que la única variable explicativa necesaria y suficiente es la recepción sui géneris del fascismo en su memoria social. La “experiencia vivida” (Alfred Schutz) del proceso de fascistización en la Colonia de Chipilo instanció sus efectos de forma posterior, paradójicamente, al fracaso del régimen de Mussolini en la península. En este concierto, la aportación del libro se destila, no del estudio profundo de un caso representativo, sino de la “descripción densa” (Cliford Geertz) de un caso extremo que amplía los límites de la diversidad social.

Dado que lo que se pretende es historizar la constitución de un sentido de comunidad en la colonia, el constructivismo operativo de la teoría sistémica de Niklas Luhmann nos ha sido de valiosa utilidad a la investigación por sus elementos para estudiar la sociedad como un sistema comunicativo autoreferencial y autopoiético. Es decir, que la sociedad se reproduce a sí misma mediante sus medios comunicativos. Esa reproducción, a lo largo del tiempo de las operaciones comunicativas para el funcionamiento de los sistemas, se debe, por una parte, a “capacidades morfoestáticas”, que Luhmann define como fuerzas que consienten al sistema sintetizar ejecuciones dirigidas a garantizar la preservación de estructuras; y, por otra parte, a “capacidades morfogenéticas”, fuerzas detonantes de cambios en el sistema que definen operaciones dirigidas a determinar variaciones mediante la selección de enlaces.

 

Colonias italianas fundadas en México en el siglo XIX. Chipilo era conocida ooficialmente como colonia "Fernàndez Leal". Fuent: elaborado sobre la "Cartografía General de la República Mexicana", Anales del Ministerio de Fomento, 1867.

 

La comunidad de Chipilo en los aprimeros años del siglo XX.  En esa techumbre de tejas y paredes blancas aun no se ha construido la torre de la iglesia. (Fotografía tomada de El Sol de Puebla, Los tiempos idos.)

 

Para nuestro estudio de caso, el arco temporal que asoma en el título de este libro no pretende delimitar nuestra investigación a esos años. Por el contrario, son fechas cardinales que condensan, en tanto que metáforas, aquello que Luhmann llamó “la clausura operativa del sistema social”. En otra palabras, la estabilización global del sistema. La morfoestasis se sintetiza en 1907, cuando comienza la construcción del templo de la comunidad, evento que interpretamos como propiciatorio de esa clausura, experiencia que se combinó con las Juntas de Mejoras para certificar los títulos de propiedad de las tierras habitadas, la resistencia de los colonos contra la epidemia de gripe española y frente a los embates de gavillas armadas durante la Revolución mexicana.

El mecanismo morfogenético, en cambio, se corresponde con la consolidación de los “efectos no esperados” (Robert Merton) de la recepción de las comunicaciones fascistas, con lo que se diferenció a la colonia del entorno inmediato. Este segundo corte indicativo lo situamos en 1982, año de conmemoración del Centenario de la fundación de la colonia, durante el cual se despliegan las celebraciones apoteóticas de lo chipileño, subjetivando una experiencia narrativa que desplaza la experiencia vivida y “refigura” (Paul Ricoeur) sus referentes identitarios en una matriz con fuertes matices étnicos: el “nuatri i chipilegni” (nosotros los chipileños) definido semánticamente en función al “luri i chichi” (ellos los chichos). Durante las celebraciones se tematizaron los cronotopos “generalizadores de comunicaciones estabilizadas simbólicamente”: el Monte Grappa, erigido en cenotafio a memoria los combatientes de la Gran Guerra en Europa y de la defensa de la colonia en México; la Casa d’Italia, altar de la Revolución Fascista, a modelo del Palazzo delle Exposizioni en Roma; el cementerio local, lugar de celebración a lo heroico de la vida materializado en el coraje de los nonos fundadores.

 

 

Estandate con iconografía fascista, confeccionado para el cincuentenario de la fundación de la colonia y ubicado solemnemente en Casa d'Italia. Fuente: Archivo Histórico, Sociocultural y Linguïstico de Chipilo.

 

El libro, pensado desde la nueva historiografía cultural y la historia de lo político, está atravesado por tres pretensiones complementarias. En primer lugar, abonar a la conceptualización del fascismo como una “religión política” (Emilio Gentile), en tanto que un movimiento social de carácter revolucionario que apelaba al orden primigenio de la cultura en el orden social y estaba convencida de que el conflicto en la vida humana podía ser abolido, no modificando la estructura productiva (revolución bolchevique) sino transformando la racionalidad de la cultura moderna. Para poner esto en acto, sería suficiente, al decir de los ideólogos e intelectuales orgánicos del fascismo, afirmar a la sociedad como algo superior a un agregado de individuos autónomos (liberalismo) y a una yuxtaposición de grupos antagónicos (marxismo). El conflicto sería eliminado una vez la sociedad lograra asumir exteriormente su verdadera esencia: una entidad orgánica, biológica y culturalmente unitaria. La nación, no ciertos valores universales ni una clase, encarnaba la unidad social del pueblo. Y sólo el Estado, organizado corporativamente y liderado por un caudillo carismático, podía encarnar a la nación. Por extensión, la revolución fascista traería consigo no un regreso a la premodernidad, sino una modernidad alterna a la modernidad liberal; una fundada en la solidaridad emocional como cimiento de la sociedad, la fuerza volitiva de lo simbólico para estetizar la política y la sacralización de la violencia como medio para crear un hombre nuevo. Al situar en estos términos al fascismo, estamos habilitados para comprender mejor su proceso de transnacionalización y así contribuir a la historia de la diplomacia paralela del fascismo en América Latina y sus estrategias de política exterior para difundir su modelo de modernidad.

La segunda pretensión del libro es analizar la atención que los state-makers del grupo sonorense prestaron a las innovaciones de la autodenominada revolución antropodiceica de 1922 en Italia de cara al proceso de formación del régimen posrevolucionario en México. Una nota metodológica es pertinente. Aunque no asumimos osadamente una abierta imitación, seguimos hipótesis ya planteadas en la literatura especializada sobre una atenta curiosidad e inspiración en la búsqueda discreta de referentes operativos y estructurales que fueran de utilidad al grupo político en el poder para concretar las formas políticas inéditas que emanaban de las causas sociales de la Revolución mexicana. Aunque sus protagonistas nunca lo reconocieron, principalmente Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, censurados por el enardecido nacionalismo que les animaba a crear un Estado capaz de pacificar las fuerzas centrífugas y forjar una nación, las evidencias empíricas dan cuenta de la existencia de una diplomacia paralela entre ambos países integrada por vínculos entre agregados militares, intercambio de notas y remisión de informes nutridos sobre temas puntuales como el funcionamiento del partido-de-Estado y la corporativización de la sociedad a través de la legislación laboral y la política social.

Esta proximidad entre el régimen de la Revolución mexicana y el de la Revolución fascista es atendible dado que en ambos casos las viejas élites liberales, consolidadas con el triunfo de la república juarista y la unificación italiana, se cimbraron hasta derrumbarse por fuerza de revoluciones nacionales desarrolladas entre 1910 y 1922. En los dos países, el régimen que brotó de las experiencias de guerra –civil en el caso mexicano y mundial para el italiano-, articuló el desarrollo económico e institucional y un enérgico autoritarismo, con el apoyo popular masivo al nacionalismo oficial en torno a la conquista de Abisinia en 1936 y la expropiación petrolera en 1938, respectivamente. La consolidación del nuevo orden se rubricó con la solución de las cuentas pendientes con la Iglesia y el campo católico tradicional en el año axial de 1929, mediante los arreglos mexicanos después de la sangrienta Guerra cristera, y los Pactos Lateranenses italianos. De acuerdo con Franco Savarino, resultaba evidente para los contemporáneos que:

El régimen fascista era similar en múltiples aspectos, pero a la vez diferente, al nacionalismo revolucionario mexicano. Era semejante porque había surgido bajo el empuje revolucionario de las clases medias y expresaba una rebelión generacional. También se equiparaba con el mexicano en cuanto a su nacionalismo modernizador, por la movilización de las masas, las tendencias al corporativismo, la intensa actividad cultural dirigida a moldear el espíritu nacional y, frente al exterior, por su carga antiimperialista.

 

Colonia italiana de Puebla en una reunión llevada a cabo en 1926. Fuente: Libro Memoria y acantilado, Carlos Mastretta, Ciudad de Puebla, 2008. Edición familiar.

 

 

 

La tercera pretensión del libro es darse a la tarea de reconstruir la inteligibilidad histórica de la experiencia del fascismo tal como fue vivida en Chipilo de Javier Mina, problematizando las dinámicas de emisión-recepción in situ de significados respecto a significantes adheridos a una comunidad de sentido puesta en escena a través de imperativos culturales. Lejos de tratarse de una mecanismo social impersonal o de una fuerza metafísica que obra por sí misma, el proceso de fascistización se desarrolló a partir de la agencia de actores locales: el primer cura étnicamente nativo de la colonia, Francisco Ernesto Mazzocco Fascinetto, el cónsul italiano en Puebla Carlo Manstretta Magnani, y las congregación de las salesianas a cargo del Colegio María Auxiliadora. Al esbozar las acciones de estos actores, habremos de dar luz a las maniobras de negociación del sentido por el que pasó la recepción del fascismo entre los colonos así como las implicancias identitarias que conllevó. Lo anterior se justifica en que, como afirma Bern Hausberger, “aun si suponemos que la agencia está totalmente determinada por las estructuras (lo que yo no hago), vale la pena investigar las ideas, estrategias y prácticas de los actores, porque permiten conocer la articulación y la naturaleza de las fuerzas, reglas y normas a las que obedecen.”

 

 

Mariio Appelius, Carlo Mastretta (originalmente Manstretta) y pater familias de la pequeña Italia fascista. Fuente: Archivo Histórico, Sociocultural y Linguïstico de Chipilo.

Resulta esclarecedor señalar desde ahora que existe consenso en los debates historiográficos respecto a que el fascismo fue desprovisto, para su difusión global, de la mayoría de su densidad política y de sus axiomas ideológicos, como estratagema para evitar conflictos diplomáticos entre Roma con los países destinatarios y no colocar a sus ciudadanos en contradicciones. A esto debemos sumar que, en Chipilo, más que proveer de movilizaciones estructurales mediante partidos o asociaciones relativamente sólidas, como sí ocurrió en los países del Cono Sur y la región Andina, el fascismo ofreció paliativos coyunturales que no ayudaron a la consecución de sus fines originarios. Pero sí detonaron efectos colaterales como la construcción de una identidad racializada. Uno de los puntos clave para explicar esto es la intensidad con la que los pobladores vivieron las prácticas simbólicas y la cultura política mussoliniana, sin haber experimentado la represión dictatorial y la violencia policiaca. La complejidad del proceso de fascistización en la colonia yace en que, a través de éste fue que los vénetos atravesaron su italianización en suelo mexicano, pero mediado por el universo simbólico de lo que el fascismo consideraba “la italianidad”. Lo anterior permitió familiarizar a Chipilo con su pasado, que lo hiciera cercano y conocido, para así “aplicar las estructuras existentes en el sistema sin rechazos” (Niklas Luhmann). En otras palabras, asimilar el fascismo a la italinidad facilitó la aceptación de las comunicaciones y su integración en la colonia.

La estructura de este libro yuxtapone el carácter sincrónico y diacrónico de la experiencia temporal con el sentido temático de nuestra investigación, todo con miras a dotar de sentido al fascismo italiano como un fenómeno transnacional, su recepción en la conformación del Estado mexicano y su impacto en la representación identitaria de la colonia de Chipilo. En el primer capítulo recorreremos las etapas históricas del fascismo italiano: de movimiento revolucionario a dictadura autoritaria. Buscamos responder sobre la especificidad introducida a la historia política por la matriz fascista; contrario a lo sugerido por el uso corriente de este concepto en el sentido común, no fue el despliegue de la censura opresora de las voces críticas en paralelo a la eliminación represora de la oposición. Aunque los volvió en marca de fuego de su régimen, celebrado por el ideólogo Robert Michels para legitimar el uso de la fuerza contra quien defendiera intereses egoístas a costa del bienestar público que era encarnado en el carisma del jefe. Desde nuestra perspectiva, en una época de crisis económica, agravada por la erosión de las certezas políticas del parlamentarismo y el encendido nacionalismo romántico, el momento de verdad del fascismo se recrea en una espiral de doble hélice congruente con un eje central tridimensional: el culto vigorosamente ritualizado a la violencia sacrificial, la presencia arquimédica del líder mesiánico, habilitado por su contacto místico con el espíritu popular, y el cumplimiento de la utópica antropodicea. Elementos todos que ejercieron un erótico influjo sobre los artistas del futurismo encabezados por Filippo Tommaso Marinetti

 

Escena callejera en el Chipilo en los tiempos de la revolución mexicana. Se mezclan igual los sobreros de charro con los chalecos de campesinos italianos.  (Fotografía tomada de El Sol de Puebla, Los tiempos idos.)

 

El segundo capítulo abarca la historia de la inmigración italiana en México, el establecimiento de colonias agrícolas italianas durante la gestión de Carlos Pacheco como Ministro de Fomento y la diplomacia paralela que el fascismo desplegó, reelaborando el mito del gran imperio y el símbolo de la romanità. La ideología fascista flameó el estandarte de la latinidad en los países al sur del río Bravo, intentando convencer a sus gobernantes, artistas e intelectuales que esta identidad capturaba mejor la esencia histórica de la región contra la amenaza del imperialismo plutocrático estadounidense, instrumentado mediante la Doctrina Monroe y el panamericanismo, simultáneamente a que era superior al hispanismo, estancado en una tradición sin modernidad de las católicas Madrid y Lisboa, impregnadas de explotación colonial. Los resultados fueron estériles, más allá de solo reanimar la italianidad de algunos colonos en Argentina, Brasil, Uruguay y, como intentaremos probar, Chipilo. Pero sí encontraron eco entre políticos como Manuel Denegri, Manuel Puig Casauranc, Ezequiel Padilla, Abelardo L.- Rodríguez y Emilo Portes Gil, en las plumas de algunos juristas, filósofos y pintores como Vasconcelos, Dr. Atl o Nemesio García Naranjo. Este último intentó conciliar las contradicciones geopolíticas del hispanismo con el latinismo en una frase: “España es nuestra madre y Italia nuestra abuela”.

El último capítulo arranca donde terminó el anterior: la ruptura de lazos diplomáticos entre México y las potencias del Eje, así como la derrota de la Italia fascista ante las fuerzas liberales aliadas. Se trata, podríamos ponerlo de esta manera, del fascismo después del fascismo. Analizaremos cómo impactó entre los colonos estos acontecimientos, junto con el aire de orfandad y nostalgia que sopló su espíritu en los años sucesivos. Al menos hasta que un nuevo sentimiento festivo les invadió y reconfiguró la memoria social posfascista de la comunidad con las celebraciones del Centenario. A manera lúdica, al inicio de cada capítulo hemos colocado en recuadros una minificción basada en el contenido del apartado, un experimento metatextual que relata la vida tres generaciones de una familia de Chipilo desde la fundación de la colonia Fernández Leal hasta finales del siglo XX.