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28 Marzo 2024, Puebla, México.

Palabras para la paz / María Guadalupe Morfín Otero

Sociedad /Universidades /Justicia | Ensayo | 30.ABR.2023

Palabras para la paz / María Guadalupe Morfín Otero

 

Mundo Nuestro. María Guadalupe Morfín Otero, poeta tapatía. Fue titular de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco, Comisionada para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez, Fiscal Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas (FEVIMTRA), Regidora por Guadalajara. La siguiente es su conferencia magistral en el cierre del II Congreso de la Red Iberoamericana de Universidades Lectoras (RIUL), pronunciada en el Ágora de la Biblioteca del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara) el 28 de abril de 2023.

 

Palabras para la paz

María Guadalupe Morfín Otero

Agradezco a Mónica Márquez, directora de Información Académica del ITESO, universidad jesuita de Guadalajara, su invitación para hablarles sobre la paz y las palabras, sobre la literatura como vehículo de navegación hacia la paz. Federico Campbell decía que las mujeres hablamos sin editar la conversación. Y con ese estilo, como de río que fluye, voy a hablar, y espero el milagro de que ustedes encuentren conmigo el hilo conductor de mis párrafos y mis preguntas. El hilo que teje entre las palabras y la paz.

 

Ardua tarea es, para quien lee noticias en las últimas fechas en México, cultivar la paz y encontrar las palabras que a la paz conduzcan. Sobre todo en este país donde se asesina y se desaparece a periodistas y a sacerdotes jesuitas y diocesanos en Veracruz, Chihuahua, Guerrero o Michoacán; a mujeres sobre todo en el Estado de México, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León; a estudiantes de cine o a tres hermanos que nada hacían sino estudiar, como sucedió aquí con los hermanos González Moreno, o con los estudiantes del CAAV, Universidad de Medios Audiovisuales; o a jóvenes en las violentas fronteras entre Jalisco y Zacatecas, a turistas en Guanajuato, a migrantes y familias enteras entre San Luis Potosí, Nuevo León y Tamaulipas. O donde los migrantes pueden morir asfixiados porque no hubo conciencia para abrir las rejas que los retenían en Ciudad Juárez, Chihuahua. Horrores así nos saludan cada semana.

 

Refuerzan seguridad en frontera Zacatecas-Jalisco por violencia

 

En febrero de este año, en Nuevo Laredo, al norte de México, un grupo de militares disparó contra un vehículo de jóvenes que salían de un bar de madrugada y mataron a cinco de ellos; a dos, ya sometidos, les dieron el tiro de gracia, según testimonios de los vecinos. Las presiones de defensores de derechos humanos lograron que se consignara aunque fuera a solo cuatro soldados y han sido sometidos a proceso. Ningún mando ha sido detenido.

 

La reacción dura no se hizo esperar en redes sociales: múltiples opiniones respaldaban la ejecución, argumentando que se trataba de personas con actividades delincuenciales, aunque no hubiera prueba alguna. Y si la había, ¿por qué no se les detuvo y se les puso a disposición del ministerio público?

 

Semanas después, hubo marchas de protesta en cerca de veinte ciudades en México, en las que se justificaba el actuar de los militares, se abogaba por las fuerzas armadas metidas en tareas de seguridad pública, y se clamaba por un régimen extremo para terminar con la delincuencia. A mediados de marzo, el subsecretario de derechos humanos federal, Alejandro Encinas, reconoció que se había tratado de una ejecución, pues los jóvenes ni llevaban armas ni iban disparando.

 

Nuevo Laredo, Tamaulipas. Foto tomada de Diario de Yucatán.

 

Difícil se presenta el panorama en un país donde se ha entregado tanto poder en tantos campos a las fuerzas armadas. Y donde hay varios territorios sometidos a poderes extralegales, a redes de delincuencia organizada, donde se vive una situación de conflicto armado interno.

 

Sin embargo, en la compleja relación de gobierno y sociedad con las fuerzas armadas, hay un diálogo posible, un diálogo pendiente: el de los civiles demócratas con los militares demócratas, pues, así como es falso que todos los civiles seamos demócratas, también es falso que todos los militares sean autoritarios. Esto lo aprendí hace más de veinte años de Gonzalo Elizondo, director del programa de seguridad pública para las Américas, del Instituto Interamericano de Derechos Humanos.

 

Hay un diálogo nacional pendiente, un gran pacto nacional por la paz, pues sólo cumpliendo con una ética de derechos humanos, podemos encontrar salidas al final del túnel en que nos encontramos.

En esa línea trabajan las universidades jesuitas en México, junto con la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús y la Conferencia del Episcopado Mexicano. El camino no es de exterminio ni de confinamiento al estilo del presidente Bukele en El Salvador, sino de mano firme y justa, de conocimiento y aplicación valiente de las normas, y de una convicción social amplia y compartida de que no podemos seguir adorando el dinero mal habido, venga de la injusticia personal o de la delincuencia organizada.

 

La paz es ese puerto seguro donde nos cumplimos como personas, ese donde son reales y vigentes nuestros derechos humanos.

 

Cabe preguntarnos ¿puede el lenguaje ayudarnos en nuestra búsqueda de paz? El verbo, las palabras, ¿podrán servir de vehículo para la paz?

 

A veces he pensado que la primera palabra que existió en labios de un ser humano fue parte de un arrullo, un canto materno para apaciguar a un niño recién nacido. Ese arrullo, ese canto, ese diálogo en un país polarizado, esas palabras pendientes, debemos empeñarnos en pronunciarlas todos, para abrirle camino a la paz.

 

La luz del verbo, la palabra creadora que estaba desde un principio, y era el principio, como lo reconoce el evangelio de Juan, sirva de brújula de nuestros pasos. La palabra crea y la palabra salva; nos permite salir del caos original.

 

Caminamos desde tiempos remotos porque tenemos sed, o hambre, y porque necesitamos paz. Apaciguarnos es el propósito de todo viaje humano. Salimos de nuestro entorno porque buscamos la paz. O lo que creemos que nos dará la paz: los alimentos, las conquistas, los descubrimientos, los encuentros, el cumplimiento de un decreto, así sean los viajes de Colón, Marco Polo, los de Alonso Quijano y Sancho Panza, las incursiones de los vikingos en las costas de Inglaterra, Islandia o la península del Labrador, o ese pequeño viaje de dos que esperaban a un niño y debían empadronarse, y casi inmediatamente debieron salir rumbo a Egipto para proteger a su Niño.

 

Desde los griegos que asediaron Troya, hasta Ulises que se asedió a sí mismo en su periplo de guerras y desafíos, está el sueño de volver al mar materno bajo el cobijo de los dioses y diosas conocidos, o a la Ítaca destejida cada noche por el viaje interior de Penélope, la mujer que acompañó de otra forma a su aventurero esposo.

 

Ojo: la paz la buscan no sólo los héroes de las tragedias griegas. Y en esto vale la pena detenernos pues nos ayudará a entender los móviles de quienes violentan. Quien trafica con drogas, o con armas, o con mujeres y niñas, o con emigrantes, en nuestros tiempos, no sabe, y esa es quizá su mayor desgracia, que lo que busca es la paz. Ignora que busca liberarse de una sed de poseer, de someter, de dominar, por cualquier medio y a cualquier costo. Y cree que adorando al dios dinero logrará ser venerado.

 

Pero también está buscando la paz de una victoria quien se empeña con buenas artes en obtener un premio en una contienda, un primer lugar en una competencia, un cuadro de honor, una medalla, un asiento en un círculo anhelado. Busca oír el himno de su país tocado en público, ver su bandera ondeante, el resplandor del convite, el pedestal añorado, el mérito al fin reconocido, el galardón otorgado por su resistencia, por su disciplina.

 

Detrás de la música del himno, está también la búsqueda, como un tesoro, de ese respiro distinto, esa quietud de tregua, de pausa, de descanso.

 

Cuando salimos de vacaciones, viajamos para reelaborar la paz con que soñamos en los días que no son del verano.

 

Cuánto camino para aprender que la paz es algo que habita en un soplo. En el instante mismo de nuestra respiración. En el pulso de cerrar los ojos, inspirar hondo, y mirar a lo lejos con el libro entre las manos. O en el empeño por dejar todo de lado, tomar la pluma, el lápiz, la computadora, el teléfono móvil, la libreta, ahí donde se hace casa al silencio y se inaugura la escucha que da lugar a la poesía.

 

Esa búsqueda de paz podemos atisbarla en el fervor del escritor y político Leonardo Sciascia por desentrañar, en sus novelas, la verdad de un archivo jurídico o periodístico de su Sicilia natal, y desenterrar su raíz profunda. Así va sacando a la luz, como diamantes de una mina, los cabos sueltos de una historia por contar. Ahí la paz del novelista, del ensayista, del escritor; la paz que se busca en las tragedias de Shakespeare, en los poemas de Netzahualcóyotl, y en tantas y tantos poetas; la paz de los detectives creados por Donna León (Brunetti), Andrea Camilleri (Salvo Montalbano), Henning Mankel (Kurt Wallander), Batya Gur (Michael Ohayon), Stieg Larsson (Michael Blomkvist), Leonardo Padura (Mario Conde), Elmer Mendoza (el Zurdo Mendieta), Ilaria Tuti (Teresa Battaglia), y tantos otros y otras.

 

Pasolini decía que de la mafia solo se puede hablar de una manera susurrante y lagunosa, y esa fue la forma de escritura elegida por Leonardo Sciascia. Gracias a Federico Campbell, quien lo introdujo en México, pudimos mirar nuestro parecido con Sicilia, por la presencia de ese poder innombrable, el de la mafia, que se instala como un parásito intermediario entre producción y consumo, entre la ciudadanía y la autoridad. O de plano se incrusta en los mismos poderes públicos.

 

El cretense Nikos Kazantzakis nos advirtió que a Dios hay que ir a gritarle a su cueva. Que para eso se nos dio la voz. El lituano Emmanuel Levinás describió cómo somos rehenes unos de otros porque somos responsables unos de otros, al adivinar en el rostro del otro, o de la otra, esa raíz común que nos hace coherederos. El checoeslovaco Jan Patoçka nos enseñó cómo la comunidad de las y los conmovidos funda la solidaridad de los derechos humanos. Y con él su compañero de camino Václav Havel, autor de obras de teatro y hombre político.

 

“Quizá no haya un lugar (en esta tierra) que no haya sido un campo de batalla…”, escribe la poeta polaca, Nobel de Literatura, Wislawa Szymborska, en su poema titulado “La realidad exige”, de su libro Fin y principio.

 

Y del poema titulado “Fin y principio”, cito:

 

“Después de cada guerra

alguien tiene que limpiar.

No se van a ordenar solas las cosas,

digo yo.

Alguien debe echar los escombros

a la cuneta

para que puedan pasar

los carros llenos de cadáveres.

(…)”

 

Inevitable pensar en ello con las imágenes que nos llegan de la guerra en Ucrania.                         

 

Inventamos el lenguaje porque necesitábamos un puente de comunicación. Para calmar al bebé recién nacido, para ponernos de acuerdo y sobrevivir. Un puente para la paz. Las palabras descansan cuando han cumplido su cometido. Lo cumplen cuando entregan su don, y nos revelan algo que nos completa, nos complementa, nos conmueve.

 

La brasileña Clarice Lispector,[3] clama:

 

“Quién hizo la primera pregunta?

¿Quién hizo el mundo?

Si fue Dios, ¿quién hizo a Dios?

(…)

¿Quién dijo la primera palabra?

¿Quién lloró por primera vez?

(…)

¿Por qué morimos?

¿Por qué amamos?

¿Por qué odiamos?

(…)

¿Por qué existe el sonido?

¿Por qué existe el silencio?

(…)”

 

Su compatriota Nélida Piñon escribe[4]:

 

“…sin el verbo no hay vida (…) la lengua (…) amalgama los destrozos humanos por medio de las primeras palabras pronunciadas.” “La lengua, a fin de cuentas, es la salvaguardia de las instituciones humanas. De lastre heroico, recapitula la memoria, resiste las intemperies.”

 

Y más adelante también confiesa: “…No busco oro, sino silencio”.[5]

 

No hay quien entre a terapia que no busque la paz. Una luz, una salida. En el principio era la palabra, vuelvo al texto del Evangelio de Juan; la palabra que ordenó que las cosas se hicieran, empezando por la luz. El sí del cielo y de la tierra. El “hágase posible” que los seres respiren más allá de las aguas del mar y vuelen y caminen erguidos. Y esa palabra, ese Verbo, quiso habitar entre nosotros, montar su tienda de campaña en nuestra compañía y padecer, igual que nosotros, la sed propia del desierto, las tentaciones de la soledad, el amor de papá y de mamá, el abandono de los amigos, la fidelidad de las mujeres.

 

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Agradezco que se me haya invitado a ser parte de la celebración del cierre del II Congreso Iberoamericano de Universidades Lectoras “Imaginarios de la paz y la palabra” y del ciclo que compete al ITESO como parte de “Guadalajara Capital Mundial del Libro”, aquí, en el Ágora de su biblioteca. Exalumna yo de la Universidad de Guadalajara, la universidad pública del estado de Jalisco. ITESO y Universidad de Guadalajara son dos universidades lectoras a las que tanto debo y a las que tanto quiero.

 

Parte de mi vida profesional ha estado cruzada por dos vetas: la literatura y el derecho. No son dos caminos superpuestos ni disyuntivos. Fui, como dicen en España, Defensora del Pueblo de Jalisco, hace casi 25 años, y luego Comisionada para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez, uno de los cargos que llevaban en su título la palabra violencia.

 

No hubiera podido mirar la ciudad, la mía original, Guadalajara, ni Ciudad Juárez, que adopté como mía por varios años, ni ejercer mis oficios jurídicos sin el entrenamiento del ojo y del corazón que da el ejercicio de la poesía. No hubiera podido entender algunos vericuetos del poder sin la mirada lúcida del escritor siciliano Leonardo Sciascia.

 

En Octubre de 2003, Guadalupe Morfín Otero fue nombrada comisionada para prevenir y sancionar la violencia contra las mujeres en Ciudad Juárez. Foto de La Jornada.

 

En Ciudad Juárez aprendí que una no puede cuidar a otras si no aprende a cuidarse a sí misma. Después inicié una terapia personal al tiempo que aceptaba ser Fiscal Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas en toda la república. “Tras la paz vamos”, fueron las primeras palabras de mi terapeuta en ese trabajo de contención, de salud personal. También aprendí que una no puede cuidarse sino cuidando, haciéndose cargo.

 

Las violencias son tantas que no se pueden vencer con metáforas de guerra. No se les combate. No se les perfora. No se ametrallan, ni se dinamitan. No se ahogan, ni se estrujan, ni se retuercen. No se apuñalan ni se balacean.

 

Las violencias tenemos que mirarlas completamente, desentrañarlas, para entender sus raíces profundas, los anhelos hondos e insaciables de quienes las provocan, las causan, las usan para mitigar sus odios, sus miedos, sus propias impotencias, sus complejos, sus hambres. Y en este ejercicio de mirar hacia dentro, aprendemos cómo también, pese a nuestro afán, somos también en parte, así sea por momentos, personas violentas. Y nos reconocemos necesitados del perdón, es decir, de una lectura de nosotras y nosotros mismos, desde una absoluta misericordia. Desde el abrazo incondicional del amor más absoluto, desde la experiencia fundamental de sabernos queridos. Con nuestra imperfección, nuestro ser inacabado. Y eso constituye una nueva narrativa de nuestras vidas. Una escritura que hace posible constituirnos en seres pacíficos.

 

Leonel Narváez, misionero de la Consolata, colombiano, hizo trabajar dos años en conjunto, para redactar su tesis de doctorado en Harvard, a académicos de las escuelas de Teología y Buen Gobierno. Elaboró así su metodología de las Escuelas del Perdón y la Reconciliación, que operan ya en cerca de quince países. El perdón, nos enseña este colombiano, nos abre las puertas del futuro y nos permite reaccionar no desde nuestro cerebro reptílico, con la venganza y el rencor por delante, sino con una reelaboración de las cosas donde asumimos nuestra responsabilidad, por pequeña que sea. Sólo así podremos generar respuestas distintas a la espiral de dolor que las violencias causan. Así nos lo enseña una obra breve y sustancial de Alessandro Baricco, titulada Sin sangre. Un autor que hace poco visitó esta misma biblioteca donde estamos.

 

Tras la paz es posible ir, y en mi caso, unir dos vocaciones: una por la justicia, vía los derechos humanos, y otra por la literatura, en un ejercicio de creación poética, de interpretación de lo que sucede; un tomar nota y hacerme a un lado.

 

Tal ha sido mi propio viaje. Mis tareas públicas fueron siempre un trabajo en conjunto, un aprendizaje en equipo, equipo de trabajo y equipo de familia, y por lo tanto en deuda con otros y otras. Así visité cárceles, ayudé a liberar a personas injustamente detenidas, atendí a víctimas, y también recibí el vituperio de la difamación y la calumnia, las amenazas de muerte y la persecución judicial por ser defensora, cosa que es muy común entre defensores, periodistas y profetas en México y en América Latina.

 

Precisamente porque ese vituperio es también paradójicamente una de las bienaventuranzas, por bien vivido lo tengo, como un don peculiar, que me sitúa en paz, o al menos en una relativa, diminuta y conquistada paz personal, en un momento tremendamente oscuro en mi país. El momento actual. Y me permite escribir sobre los dolores de las mujeres que han perdido a sus seres queridos, conectarme con ellas, con las valientes buscadoras de vida entre fosas de muerte, a través de la palabra que trata de acercarse al misterio doloroso de sus vidas.

 

En este camino he vivido también la gratitud, el sentido de pertenencia, la solidaridad, la acogida, la bienvenida, la bendición inagotable que es la compañía de personas y autores luminosos, como Alessandro Baricco que, en Homero, Ilíada [6] nos habla sobre cómo las mujeres en la guerra de Troya aparecen siempre empeñadas en retrasar la guerra mediante el diálogo. Postergan el combate feroz.

 

Homero, Iliada – Alejandria

 

En sus apostillas a esta obra, Baricco escribe que la gesta entre griegos y troyanos sorprende por la fuerza y por la compasión con que da la voz a los vencidos. “¿No es admirable (se pregunta) que una civilización machista y guerrera como la de los griegos escogiera legarnos, para siempre, la voz de las mujeres y su deseo de paz?”

 

El lado femenino de la Ilíada, escribe, lo encuentra “…fortísimo en los innumerables momentos de la Ilíada en que los héroes en lugar de luchar, hablan.” “La palabra es el arma con que congelan la guerra.” “Son a menudo las mujeres las que proclaman, sin mediaciones, el deseo de paz (…) encarnan la hipótesis obstinada y casi clandestina de una civilización alternativa, libre del deber de la guerra. Están convencidas de que se podría vivir de una manera distinta, y lo dicen.”

 

La Ilíada, sigue diciendo, relata un sistema de pensamiento que rinde tributo a la intensidad y la belleza de la guerra, algo que sigue vivo hoy a pesar de los horrores vividos en el siglo XX. Ningún pacifismo hoy en día debe olvidar esa belleza, la fascinación por las armas, los uniformes, los ejércitos. Baricco nos plantea que “Construir otra belleza es tal vez el único camino hacia una auténtica paz.”

 

La paz, entonces, requiere de una valentía inusitada, mayor y distinta que la de la guerra. Y el cultivo de una idea de belleza más allá de la escenografía bélica: la belleza de la paz.

 

La paz no es rendición ni apaciguamiento pasivo. Es una construcción personal y social, nos ha venido enseñando desde hace más de veinte años el español Paco Cascón Soriano. Es resiliente, pero resiste con fuerza. No se rinde. No deja de construir redes de solidaridad. Es un tesoro colectivo.

 

En 2010 Jorge Esquinca coordinó el libro País de sombra y fuego,[7] con textos de cerca de 40 autores, una reflexión poética sobre las múltiples violencias vividas en México. En la introducción, el poeta José Emilio Pacheco afirma que Ramón López Velarde inspiró el libro. Él no soñó en un México como el de ahora, pero lo intuyó en un adjetivo: Cito: “…nuestro país ya es como nunca antes la ‘patria espeluznante’, el escenario de una guerra omnipresente que acaba con todo y mancha de sangre y de terror todas las cosas.” Y expresa: “Con qué dignidad y cuánto valor ha sabido responder la poesía mexicana al agravio y al sufrimiento. Y cómo llama la atención la presencia cada vez más significativa de las mujeres en esta batalla por no sucumbir a la desesperación y a la locura.”

 

En ese libro, País de sombra y fuego, está la voz de mujeres, como Silvia Eugenia Castillero, con su poema “Grito”:

 

“Como herida más doliente que una herida

deletreo el sonido de la palabra México

(…)

Un grito huyendo de esa feroz adrenalina

que la sangre prepara para caer o correr un eficaz sucedáneo…”

 

Cristina Rivera Garza, en su poema “La reclamante” referido a Luz María Dávila, madre de dos jóvenes asesinados con otros 13 en Villas de Salvárcar el 30 de enero de 2010 en Ciudad Juárez, dice:

 

“Discúlpeme, Señor Presidente, pero no le doy

la mano

usted no es mi amigo.”

(…)

“Quiero que usted se disculpe por lo que dijo

Señor Presidente, que eran pandilleros…

¡Es mentira!

Uno estaba en la prepa y otro en la UACH; no estaban en la calle,

estudiaban y trabajaban.”

 

Lourdes Pacheco Ladrón de Guevara, académica y escritora nayarita, publicó en plena pandemia del COVID su poemario Madres nuestras [8] dedicado a las madres buscadoras de hijos e hijas desaparecidos.

 

Ahí nos dice: “Nadie por su propia voluntad decide habitar lo fantasmal.” Y con todo, esas madres buscadoras, pese a las tempestades que las agitan, en el abismo de los desaparecidos, son madres victoriosas, escribe, pues conservan su ciclo interior: dejan vivir lo que tiene que vivir, y dejan morir lo que tiene que morir. Cantan como si estuvieran rodeadas. La dulzura en el nombrar a sus ausentes es lo suyo. Son madres que vuelven a parir a sus idos con cada desenterramiento. Quieren arrullar todos los huesos encontrados; todos son sus hijos.

 

Hace poco murió la gran poeta cubana Fina García Marruz.[9] En su poema “Tu lucha, Nicaragua”, profetiza, desde junio de 1979, algo aplicable, más de cuarenta años después, a la Nicaragua de ahora, sometida a la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo:

 

“(…) la última

dictadura a derrocar, será la de la muerte.

Nos reuniremos todos junto al Lago.

Será de nuevo la pesca milagrosa, la paz.”

 

Mantengámonos despiertos mientras. Sigamos el consejo de María Zambrano, española y segoviana[10]. Cito:

“Allá en ‘los profundos’, en los inferos, el corazón vela, se desvela, se reenciende en sí mismo. Arriba en la luz, el corazón se abandona, se entrega. Se recoge. Se aduerme al fin ya sin pena. En la luz que acoge donde no se padece violencia alguna, pues que se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna puerta y aún sin abrirla, sin haber atravesado dinteles de luz y de sombra, sin esfuerzo y sin protección.”

 

Otro poeta cubano, Eliseo Diego, nos recuerda[11] que Chesterton escribió su poema La balada del caballo blanco haciendo referencia a la batalla del Rey Alfredo en Inglaterra, 700 años antes de la segunda guerra mundial. El rey va perdiendo la batalla contra los Hombres del Norte, está herido y tiene a su propio ejército en girones, agotado y desgarrado, y se refugia en una isla del Támesis; ahí recibe la visita de la Virgen que le anuncia una verdad atroz. Pero de esa verdad escondida en la palabra poética, el rey encuentra fuerzas para levantarse y llamar a su ejército y ganar la guerra. Una cuarteta de ese poema, que contiene el anuncio de la Virgen, fue todo lo que apareció en la portada del diario londinense El London Times el día después del primer bombardeo del ejército nazi sobre la capital de Inglaterra.

 

Nada más eso publicó el diario en su primera página. Pero fue suficiente esa parte del poema de Chesterton. El Rey Alfredo supo estar a la altura del desafío y también, 700 años después, los ingleses. Cito esos cuatro versos:

 

“Nada te digo para tu esperanza

nada para tu aliento

salvo que el aire se vuelve más oscuro

y el mar crece más alto.”

 

Quizá eso es lo que viene. Pero para no sucumbir a la desesperación y a la locura, como preludiaba José Emilio Pacheco, tenemos la poesía. En ella encontramos las claves de una paz para nuestro viaje. En la palabra que fue principio y luz, que nos acerca a las narraciones del perdón y la reconciliación, a la bendición de los silencios, al misterio de la gratitud, a la ardua revelación de las verdades ocultas en los archivos de la memoria humana. La poesía nos ayuda para nuestra búsqueda de Ítaca, para retrasar las batallas similares a Troya, para el regreso a la casa de la palabra que puso su morada entre nosotros.

 

 

NOTAS

 

[1] Conferencia magistral en el cierre del II Congreso de la Red Iberoamericana de Universidades Lectoras (RIUL), pronunciada en el Ágora de la Biblioteca del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara) el 28 de abril de 2023.

[2] Poeta tapatía. Fue titular de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Jalisco, Comisionada para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez, Fiscal Especial para los Delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas (FEVIMTRA), Regidora por Guadalajara.

[3] En su poema “Soy una pregunta”, Aprendiendo a vivir. Y otras crónicas, Siruela, 2007, p. 119.

[4] Libro de horas, Fondo de Cultura Económica, col. Tierra firme, México, 2013, p. 50-51.

[5] Op. cit. p. 164.

[6] Alessandro Baricco, Homero, Ilíada, Anagrama, Barcelona, 2005.

[7] Presentado en la FIL 2010, edición de Maná, su fundación Selva Negra y la Universidad de Guadalajara,  coordinado por Jorge Esquinca, prologado por José Emilio Pacheco.

[8] Madres nuestras, Universidad Autónoma de Nayarit y Ediciones del lirio, Tepic, Nayarit, 2021.

[9] Obra poética, Tomo II, Editorial Letras cubanas, 2008.

[10] María Zambrano, La razón en la sombra.

[11] Conversación con los difuntos, Eliseo Diego, Ediciones del Equilibrista, México, 1991, pp. 70, 71.