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Psilocibina y hongos mágicos: ciencia y tradición para la investigación del siglo XXI

Naturaleza y sociedad | Crónica | 31.JUL.2023

Psilocibina y hongos mágicos: ciencia y tradición para la investigación del siglo XXI

Por:  Vania Capistrán Estrada, Sagrario A. Zacarías de la Rosa, Roberto E. Mercadillo Caballero

El llamado resurgimiento de la medicina psicodélica durante los últimos 20 años ha centrado su interés en los efectos de diversas sustancias, entre ellas la psilocibina, componente psicoactivo de los hongos mágicos. En este artículo se presentan investigaciones realizadas en el siglo XX, exponemos su transición al siglo XXI y las discutimos para proponer visiones transdisciplinarias y éticas que incorporen a México en la investigación científica y en el reconocimiento de sus saberes tradicionales.

 

INICIOS: INVESTIGACIÓN CURIOSA DEL SIGLO XX

 

En 1957, el escritor y aficionado micólogo estadounidense Robert Gordon Wasson publicó en la revista Life su famoso e introspectivo ensayo “En busca del hongo mágico”, en el que relató su experiencia durante el consumo de seis pares de hongos psilocibios, “los niños santos”, “la sangre de Cristo”, así comprendidos por la “Señora sin mancha”, la sabia curandera mazateca María Sabina, quien fue la guía de Wasson tras haber lavado cuidadosamente los hongos y haber solicitado su aprobación.

     Por primera vez en la historia se mostraba una crónica de hombres blancos que probaron los niños santos en el contexto mazateco, descrito por Wasson como “un pueblo indio mexicano tan remoto del mundo, que la mayoría de la gente aún no habla español”. Imaginemos a los curiosos lectores de Life, cómodamente sentados en sus sofás, en suburbios de clase media o en sus oficinas corporativas, enfrentados a un encabezado que anunciaba que “un banquero de Nueva York va a las montañas de México a participar en rituales ancestrales de indios que mastican extraños hongos que producen visiones”. Imaginemos su asombro al leer que Wasson vio cómo

 

[...] las paredes de nuestra casa se habían disuelto, y mi espíritu había volado y estaba suspendido en medio del aire, viendo paisajes de las montañas, con caravanas de camellos avanzando lentamente a través de las pendientes […]

 

     Imaginemos sus extraños pensamientos ilustrados con íntimas fotografías de la sabia María Sabina vestida con huipiles, orando y aplaudiendo para provocar rítmicos sonidos que resonaban hacia el interior del cuerpo. Uno casi podría imaginar el cuadro de un incipiente antropólogo decimonónico que se aventuraba a las profundidades del ser en siglo XX.

     Por primera vez, en el mundo urbano se abría la posibilidad de explorar una espiritualidad indígena que hacía uso de un fruto de la tierra, con personalidad y voluntad propia, para acceder a nuestro mundo interno y para sanar y curar nuestros males y padecimientos. La ciencia de la segunda mitad del siglo XX no hizo esperar su indagación sobre los efectos de estos hongos y su componente psicoactivo: la psilocibina.

     En el ámbito de las ciencias del comportamiento, las investigaciones estuvieron dominadas por modelos animales y por la comparación de los efectos entre las, en ese entonces, denominadas sustancias alucinógenas: psilocibina, mezcalina y dietilamida de ácido lisérgico (LSD). Sus efectos se mostraron como inductores de conductas de ataque en ratones aislados (Uyeno, 1966) y facilitadores del aprendizaje visual en monos (Roberts y Barley, 1967). Los pocos estudios en seres humanos describían atenuación de las sensaciones corporales (Pollard et al., 1960).

     Desde la psiquiatría se mostraba que la psilocibina, la mezcalina y el LSD provocaban comportamientos similares a la sintomatología psicótica (Silva et al., 1960).

     Desde las neurociencias, investigaciones en pollos exponían que la psilocibina modifica la actividad eléctrica en el téctum, región del cerebro implicada en el procesamiento visual y posiblemente causa de las alucinaciones (Scholes y Gutnick, 1970); en babuinos producía actividad eléctrica de la corteza cerebral consistente con alteraciones de la conciencia (Meldrum y Naquet, 1971). Durante la década de 1990, los instrumentos de neuroimagen, como la tomografía por emisión de positrones, permitieron conocer la función cerebral de seres humanos, de manera no invasiva y con una mayor precisión anatómica que antes. El único reporte sobre psilocibina indicaba que esta provoca hiperactivación en regiones frontales del cerebro que poseen alta densidad de receptores a los neurotransmisores dopamina y serotonina, de manera similar a lo se había observado en pacientes con estado de psicosis diagnosticados como esquizofrenia (Vollenweider et al., 1994).

     Podemos apreciar que la investigación científica sobre los efectos de la psilocibina durante la segunda mitad de siglo XX no solo fue predominantemente experimental, sino que parece restringirse a un interés psicopatológico que toma poco en cuenta los efectos y las experiencias fuera de un laboratorio o de la clínica convencional. Ha sido con el llamado resurgimiento de la medicina psicodélica en el siglo XXI, que la investigación científica no solo ha adoptado una perspectiva menos “patologizante”, sino que ha comenzado a indagar los beneficios de la psilocibina en ciertos contextos terapéuticos.

 

RESURGIMIENTO: EXPERIENCIAS MEDIDAS DEL SIGLO XXI

 

En 2020, el oncólogo Anthony L. Back relató en la revista  Journal of Palliative Medicine la experiencia de su “viaje con psilocibina” y su perdurabilidad un año después. Además de estados de ánimo positivos, de una mayor capacidad para realizar introspección y mayor consideración a los aspectos espirituales y transcendentales que atañen la vida, Back muestra complejidades sensoriales y perceptuales de forma similar a Wasson hace más de seis décadas:

 

[...] Me encontré cayendo a través de un caleidoscopio de visiones hacia un espacio negro... Pero gran parte de mi viaje fue una experiencia que me llegó a través del cuerpo [...].

 

     Muestra también la importancia del guía, la conciencia de la experiencia y sus conflictos disciplinarios:

 

[...] Mi guía, que estaba pendiente de todo esto, me preguntó si quería levantarme, estirarme o tener un poco de trabajo corporal. Yo lo rechacé. “Se siente como si estuviera justo donde se supone que debo estar”, dije, sin tener idea de por qué eso era cierto.
     ¿Podría haber alcanzado este tipo de conocimiento sin un viaje de psilocibina? El científico que hay en mí responde que “no podemos estar seguros”. El yo experiencial, sin embargo, dice que la psilocibina fue un punto de inflexión –no hacia la integridad del ego... sino hacia la permeabilidad del ego [...].

 

     La narrativa de Back, y su mera exposición en una revista científica, solo pueden comprenderse en el marco del llamado resurgimiento de la medicina psicodélica, interesada en conocer la experiencia sensorial y su significado, así como los efectos terapéuticos y existenciales desencadenados por la psilocibina, incluyendo las bases psicobiológicas y psicosociales que les subyacen.

     Similares a los de Back (o incluso a Wasson), los testimonios más significativos de personas que han usado psilocibina incluyen la atención profunda, conciencia de unidad, introspección y estados emocionales positivos. A corto plazo, las personas recuerdan sentir menos ansiedad y estar más inspiradas para cambiar su comportamiento y su vida, en tanto que a largo plazo prevalece la idea de haber sido sanadas de algo (Zamaria, 2016). Las dosis y tiempos terapéuticos han sido un punto crucial de investigación: cinco sesiones mensuales de ocho horas, con una dosis de 20-30 mg/70 kg de peso corporal, provocan agudeza perceptual, ansiedad y miedo durante el efecto psicoactivo, pero también pensamientos místicos o espirituales y estados de ánimo positivos que permanecen hasta por 14 meses (Griffiths et al., 2011).

     Las experiencias místicas son una constante mencionada durante el uso de psilocibina en ambientes experimentales controlados; incluyen sentimientos de unidad, sacralidad, interconexión, inefabilidad, verdad sobre la naturaleza y la realidad, y trascendencia del tiempo y el espacio (Griffiths et al., 2006). La intensidad de las experiencias místicas (medida con instrumentos psicométricos) predice cambios de personalidad, en particular el incremento de actitudes imaginativas, creativas, flexibilidad intelectual y sensibilidad (MacLean et al., 2011). Además, la psilocibina extiende y fortalece la profundidad de la meditación y la experiencia de disolución del yo en practicantes de mindfullnesss; el optimismo, la sensación de posibilidad para reevaluar sus emociones e interactuar socialmente; los efectos perduran hasta cuatro meses después de la práctica combinada meditación-psilocibina (Smigielski et al., 2019).

     En el ámbito de la salud mental, la psicoterapia acompañada con psilocibina en pacientes diagnosticados con depresión o ansiedad, si bien puede provocar dolores de cabeza y náusea transitorias durante el estado psicoactivo, también produce efectos ansiolíticos y antidepresivos a mediano plazo, así como sentido de empoderamiento y aceptación a largo plazo (Aday et al., 2020).

     De particular interés es el caso de la depresión mayor, para la cual se ha reportado una reducción de hasta el 50 % de los síntomas tras solo dos sesiones de psilocibina y apoyo psicoterapéutico (Davis et al., 2021). En pacientes con cáncer avanzado, la psilocibina contribuye a reducir síntomas de ansiedad y depresión, y a generar experiencias “iluminadoras” que les facilitan la aceptación de su condición, el perdón y la comprensión sobre lo que consideran importante o trascendental en su vida (Spiegel, 2016). Estudios piloto han propuesto a la psilocibina como tratamiento para el abuso de alcohol y tabaco; la presencia de experiencias místicas predice el éxito terapéutico evaluado mediante la reducción del consumo (Bogenschutz et al., 2015; Garcia-Romeu et al., 2014).

     Se ha intentado comprender las experiencias y los efectos terapéuticos asociados al uso de psilocibina a partir de los mecanismos neuronales y cerebrales que les subyacen. Desde la psicofarmacología, el papel se atribuye a la psilocina, metabolito de la psilocibina que tiene un efecto agonista de los receptores 5-HT2A de serotonina, neurotransmisor involucrado en la neuroplasticidad, en el aprendizaje, la atención, el estado de ánimo, la conducta social y la regulación del sueño. La actividad cerebral humana que se presenta durante el uso de psilocibina se ha registrado mediante resonancia magnética. Con ello, se ha mostrado hipoactivación (menor activación) de la amígdala. Esta región cerebral forma parte de la vía neuronal de la serotonina (en la cual incide la psilocibina) y su función es crucial para sentir y expresar emociones negativas, tales como el miedo o la ira. Por eso se ha sugerido que la psilocibina inhibe el sentimiento y la consecuente expresión de emociones negativas (Kraehenmann et al., 2015).

     La hipoactivación de la amígdala también se explica por la hiperactivación (o mayor activación) de la corteza prefrontal medial (CPFm) observada durante el estado psicoactivo.

     La función de la CPFm permite la memoria autobiográfica (recuerdos de lo que hemos vivido) y mantiene proyecciones inhibitorias hacia la amígdala, es decir, la activación de la CPFm inhibe la activación de la amígdala.

     Así, el acceso a la biografía propia en un estado de bienestar favorecido por la serotonina, inhibiría o regularía nuestras experiencias emocionales negativas. La psilocibina también provoca hiperactivación de la corteza occipital involucrada en la percepción visual, de la ínsula involucrada en la interocepción (percepción del interior del cuerpo) y en otras regiones cerebrales involucradas en experiencias sensoriales, como la corteza auditiva y somatosensorial (Carhart-Harris et al., 2012).

     Entonces, sus efectos favorecen procesos sensoriales (visuales, auditivos y táctiles) que se suman a las emociones y recuerdos que configuran la experiencia. Habría que añadir que, en pacientes con depresión resistente a tratamiento, el uso terapéutico de psilocibina provoca una mayor conectividad funcional entre las cortezas anterior y posterior del cíngulo, cuyas funciones están involucradas en la toma de decisiones y en la representación del yo referencial (la conciencia de sí mismo) (Carhart-Harris et al., 2017).

     Los efectos de la psilocibina también involucran un claro componente social mencionado por Wasson en 1957. La psicoterapia asistida con psilocibina tiene mejores efectos sobre la depresión, y en general, efectos positivos sobre el comportamiento cuando incluye el apoyo social y el diálogo entre pares que favorecen la empatía, el vínculo o la conexión entre las personas (Watts et al., 2017).

 

PERSPECTIVAS: HACIA UNA TERAPÉUTICA TRANSDISCIPLINARIA

 

A diferencia de las investigaciones del siglo pasado, el resurgimiento de la medicina psicodélica en el siglo XXI ha procurado abandonar la patologización sobre el uso de la psilocibina. La sofisticación de instrumentos psicométricos para medir experiencias y actitudes, así como el desarrollo de instrumentos de neuroimagen, han permitido que la investigación se centre cada vez más en seres humanos. Estas investigaciones se han facilitado por las cada vez menores restricciones para que científicas y científicos accedan legalmente a la psilocibina, y por políticas públicas menos criminalizadoras sobre el uso de sustancias psicoactivas. Las neurociencias y la psicología experimental y clínica han aportado hallazgos importantes para comprender tanto los efectos de la psilocibina, como sus mecanismos de acción.

     Sin embargo, las investigaciones son aún escasas y muestran varias limitantes que nos alertan sobre la generalización de las interpretaciones. Por ejemplo, algunos estudios se basan enteramente en recuerdos de experiencias más bien lejanas, mientras que otros evalúan experiencias inmediatas. Las metodologías son variadas y a veces incomparables; si bien estas incluyen entrevistas, encuestas, instrumentos psicométricos o registro de la activación cerebral, muy pocos estudios han mostrado una descripción amplia del contexto y las dinámicas presentadas durante las intervenciones terapéuticas.

     La mayoría de las muestras incluyen participantes universitarios de países o comunidades que no poseen una cosmovisión que involucre el uso de hongos psilocibios; o bien, incluyen a participantes con diagnósticos neuropsiquiátricos congruentes con la visión clínica occidental, pero cuya sintomatología podría no comprenderse en otros contextos culturales que hacen uso de los hongos, por ejemplo, el contexto mazateco.

     Si bien las experiencias místicas o espirituales son constantes y cruciales para predecir el efecto terapéutico, su descripción se realiza principalmente mediante instrumentos psicométricos que exploran poco el contenido, el origen o las creencias asociadas a esas experiencias.

     La transdisciplina, tan necesaria en un tema tan complejo como es el uso de la psilocibina, es poco utilizada; aunque incluye a la función cerebral, la evaluación psicométrica y, en ocasiones, entrevistas fenomenológicas, prácticamente no considera aspectos culturales y, aún menos, tradicionales o históricos.

     Por eso, consideramos que el estudio experimental, neurobiológico y clínico de la psilocibina se encuentra en una etapa inicial que está en tiempo de incorporar elementos que complementen y profundicen el análisis desde perspectivas culturales y antropológicas. Uno de estos elementos implicaría el uso tradicional de los hongos.

     En el caso de México, tal como lo mostró Wasson, y a diferencia de las investigaciones experimentales, la psilocibina no se utiliza como una sustancia aislada, sino mediante la ingesta completa del hongo que la contiene (Psilocybe mexicana, Psilocybe caerulescens var. mazatecorum); la experiencia mística está necesariamente ligada no solo a los efectos farmacológicos de la psilocibina, sino al hongo, ya que este, en sí mismo, se considera una entidad participante del proceso y un puente de comunicación divina.

     Desconocemos cómo este aspecto, que alude a la espiritualidad y al papel fundamental del o de la guía de la experiencia, influiría en los efectos farmacológicos, neurocognitivos y terapéuticos de la psilocibina. Si bien el mismo Wasson indicó que el uso grupal de los hongos implica una percepción de compañía que fortalece la experiencia, la mayoría de los estudios se enfocan solo en efectos individuales y dejan a un lado la actuación comunitaria.

     Entrelazar los conocimientos científicos y tradicionales sobre el uso de los hongos y de la psilocibina es crucial para ampliar y afinar las terapéuticas y sus efectos sobre la conciencia, la cual involucra procesos cognitivos como la memoria, la percepción, la atención y la comunicación verbal de la experiencia, pero también el dolor, la cultura, las creencias, las prácticas comunitarias y las cosmovisiones que otorgan información extracorpórea y delimitan la manera en que las personas se percatan de su realidad, la explican y le dan significado (Díaz, 2007).

     Este entrelazamiento debería favorecer un actuar científico más ético, más respetuoso y menos extractivo del conocimiento tradicional, dando valor y reconocimiento a los saberes comunitarios y protección a los ambientes naturales dentro de los cuales los hongos surgen y se desarrollan. También, favorecería que la investigación mexicana, tan ausente en el llamado resurgimiento, retome los conocimientos generados desde la medicina en el siglo XX, analice las descripciones hechas desde la antropología, aproveche y dignifique el conocimiento tradicional existente en el país, y se incorpore con una visión ética y transdisciplinaria que aporte a la salud y existencia del mundo.    

 

REFERENCIAS

 

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Vania Capistrán Estrada
Facultad de Psicología
Universidad Nacional Autónoma de México
 
Sagrario A.  Zacarías de la Rosa
Facultad de Medicina
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
 
Roberto E. Mercadillo
Universidad Autónoma Metropolitana
Unidad Iztapalapa
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología